Microsiervos (36 page)

Read Microsiervos Online

Authors: Douglas Coupland

BOOK: Microsiervos
11.09Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al final, he hecho que se bajaran en Pasteur con Sand Hill Drive, y he seguido unos cientos de metros, para que se sintieran estúpidos y tuvieran que andar un rato. Les he gritado por la ventanilla: «¡Vale ya de tonterías!»

De todos modos, después de que «nuestros programadores» dieran un paseíto, se han portado mucho mejor. Hasta que, de repente, Todd ha gritado «alante» en lugar de «delante» para reclamar el asiento delantero y Susan le ha dicho que «alante» no quería decir nada y sólo valía la palabra correcta, «delante»; han vuelto a ponerse a reñir en plan
Rasca y Pica
y Bug ha terminado ocupando el asiento delantero.

Hemos ido en coche hasta la salida de Sand Hill Road (donde se encuentra el temido centro financiero), que parte de la 280 en dirección oeste hasta los potreros, los robles y las zonas para caballos; hemos aparcado el minibús y hemos cruzado un vivero de árboles de Navidad hasta llegar a una verja Cyclone que rodeaba el acelerador lineal de Stanford, una estructura que se parece a un 7-Eleven de un kilómetro de largo visto por detrás: aluminio de color arenisca junto a un cuidado paisaje. No había mucho que mirar pero, si se me permite decirlo, una forma extrema implica, sin duda, una función también extrema. Y cuando no se ven ventanas, es que algo terrible o seductor sucede dentro. Ni un solo ser humano.
Stepford
, la película aquella en la que una clínica se dedica a fabricar esclavas del amor.

No hace falta decir que había carteles de JÓDETE Y LÁRGATE del Departamento de Energía atornillados a la valla de alambre que rodeaba el perímetro del acelerador. Ethan ha dicho: «¿Por qué será que todo aquello que me interesa de verdad tiene grabadas encima las palabras "Atención: Departamento de Energía de Estados Unidos"?»

Hoy ha sido uno de esos días en que todo parece posible: cielo azul y nubes de algodón; autopistas con tráfico fluido; todas las plantas trabajando en un ciclo clorofílico de 24 horas tras tres días de lluvia. ¡Estaba todo tan vivo! Dos halcones de Cooper han descrito círculos en unas corrientes térmicas sobre nosotros, con las alas inmóviles durante diez minutos seguidos (lo hemos cronometrado, naturalmente) al acecho de ratones, marmotas y ardillas. Serenidad.

Y entonces nos hemos dirigido hacia las montañas, hacia la vegetación, tan densa que la luz del sol se fragmentaba en motas; hemos cruzado andando un pequeño puente de madera y hemos tenido que recordarnos mutuamente que no estábamos muertos y que aquello no era el paraíso. Hemos salido de allí con la sensación de que la vida vale la pena, y con nuestros ritmos circadianos ajustados otra vez a la hora del Pacífico.

De regreso, hemos pasado con el coche junto al Xerox PARC, en Coyote Hill Road, y a Bug sólo le ha dado un pequeño síncope. Ya no echa espumarajos cuando piensa en que Xerox podría haber sido la mayor compañía del mundo de haber comprendido lo que tenía en los setenta.

Después nos hemos metido en el centro comercial de Stanford para refrescarnos y comprar unos pantalones cortos. Entre las tiendas de Neiman Marcus, Williams y Sonoma, NordicTrack y Crabtree & Evelyn, hemos discutido sobre las partículas subatómicas. En el laboratorio de Stanford buscan las partículas mágicas que mantienen unido el universo. Hay una partícula que todavía no se ha encontrado. He preguntado a mis pasajeros si alguno sabía cuál era.

«El quark top», ha contestado Michael.

«La cinta adhesiva», ha contestado Susan, mirando a Todd y frunciendo el ceño.

Stanford es un sitio raro. La gente lleva pegatinas en los coches del tipo:

«Yo ♥ LA ANTÁRTIDA», «Yo ♥ el violonchelo» y «Yo ♥ la caligrafía en poemas y cartas».

El día de hoy nos ha enseñado una cosa: hemos estado todos de acuerdo en que necesitamos tomarnos un poco de tiempo libre para nuestro desarrollo personal y para el simple descanso. Incluso Ethan ha admitido esta necesidad, aunque nos ha preguntado si Podríamos hacerlo por turnos. Hemos tenido que decirle que el ocio, como la inteligencia, no se puede compartimentar.

Todo el mundo ha pasado de ir a trabajar, pero yo he ido a la oficina para jugar un rato con
Oop!
y trabajar en mi estación espacial. Karla ha ido en coche a San Francisco para ayudar a Laura, la de Interval, a pintar su apartamento del mismo color amarillo que el Mustang descapotable de Mary Tyler Moore. Bug también ha ido a ayudar.

Hacia la 1.30 de la madrugada, se ha abierto la puerta y he creído que era Karla, pero era Bug diciendo que, tras quedarse sin pintura, Karla y Laura se han ido a una fiesta sólo para chicas que durará toda la noche.

Bug ha entrado, se ha sentado a mi lado y hemos charlado un rato. Las luces eran tenues; sólo unos pocos monitores y una lámpara junto a la máquina del café. Bug —no creo que hablara conmigo, sino que lo hacía solo— ha dicho: «He entrado en un club del centro, Dan. Me he sentido incómodo. No estoy acostumbrado a los locales nocturnos y no me gusta el humo de tabaco ni el modo en que la gente posa y finge.»

Me he dado cuenta de que Bug se había vestido bien para la noche; mejor dicho, había hecho un esfuerzo para combinar su ropa. Además, Dusty lo ha apuntado con un entrenador en el gimnasio y ya no parece que lo hayan fabricado con los restos de una caja de Lego, tal como pasaba antes. A propósito, Karla y yo también parecemos mejor montados. Es el gimnasio.

«Bueno —ha proseguido Bug—, pues había una cosa colgada del techo con un marco, una pieza de la decoración del club, y he pensado que estaba mirando un espejo, de modo que he levantado la mano para tocarme el pelo y, naturalmente, al otro lado mi imagen ha hecho lo mismo. Y, de repente, me he dado cuenta, nos hemos dado cuenta en el mismo momento, de que éramos dos personas distintas y los dos nos hemos echado a reír.» «¿Y?»

«Y me he dado cuenta de que quizá sea posible, aunque sólo sea por unos instantes y sin decir gran cosa, convertirse en otra persona, o recibir otro cuerpo, durante el instante que dura un parpadeo. ¿Es eso lo que se conoce como "invasión corporal"? Seguro que Karla lo sabe.»

Se ha producido un breve silencio: sólo se oían los zumbidos de los ordenadores; un pitido procedente del ordenador de alguien recibiendo un mensaje por correo electrónico. Bug ha seguido: «Y así he conocido a Jeremy.»

«Me alegro por ti.»

«No se trata de amor —ha añadido rápidamente—. Aunque vamos a vernos otra vez. Pero dime, Daniel... Quiero decir, yo te conocía a ti antes de que conocieras a Karla. ¿Pensaste alguna vez que el amor era algo que nunca te sucedería a ti?»

«Bastantes.»

«Y, cuando sucedió, ¿cómo te sentiste?»

«Feliz. Y después tuve miedo de que se desvaneciera tan deprisa como había llegado. De que fuera algo accidental, de que yo no lo mereciera. Es como un choque de coches muy, muy agradable que no terminara nunca.»

«¿Y ahora en qué fase te encuentras?»

He pensado un poco: «Creo que el miedo está desapareciendo. No sé qué es lo que viene a continuación, pero el amor no ha desaparecido, no.»

Bug parecía perplejo y feliz, pero también algo triste.

Ha dicho: «Antes me preocupaba lo que los demás pensaran sobre el modo en que oriento mi vida, pero últimamente me he dado cuenta de que la mayoría de la gente está demasiado preocupada con su propia vida para dedicar a los demás el menor pensamiento. —Ha alzado la vista y me ha mirado—: Bueno, no me refiero a ti o a Karla ni al resto del equipo, sino a la gente en general. Mi familia es de Idaho. Coeur d'Alene. El lugar más bonito del mundo pero, te lo aseguro, allí es muy duro ser distinto.»

Tal como sucede con frecuencia en nuestra oficina, ha empezado a juguetear con las piezas del Lego.

«La cosa comienza cuando eres joven: intentas no ser distinto, sino sólo sobrevivir; intentas ser igual que todos los demás, el anonimato se convierte en algo reflejo, y, entonces, un día te levantas y te has convertido en uno de los otros; de los otros, en aquello que tú no eres. Y te preguntas si alguna vez podrás ser lo que de verdad eres. O te preguntas si es demasiado tarde para averiguarlo.»

No tenía ni idea de qué decir. De modo que he escuchado, lo que, con frecuencia, es lo mejor. Y me he dado cuenta de que Bug había regresado en coche desde San Francisco sólo para encontrar a alguien a quien contárselo.

«De todos modos, nunca hablo de mí y vosotros nunca preguntáis, y siempre he respetado esta situación, pero llega un momento en el que, o hablas, o te pierdes lo que viene a continuación.»

Se ha puesto de pie. «Vuelvo a la península. A casa. Sólo quería hablar con alguien.»

He dicho: «Buena suerte, Bug», y me ha guiñado un ojo.

¡Descarado!

Martes

Todo el día programando. No sé por qué, pero me he sentido totalmente microsoftiano.

A mediodía, Karla se ha ido a dar un paseo con mi madre y con Misty, y ambas han vuelto en estado comatoso de puro aburrimiento. Nunca he visto un caso de tan escasa química entre dos personas. No acabo de entender cómo puedo querer tanto a dos personas y, al mismo tiempo, que ellas sean tan indiferentes la una a la otra.

¡Ah!, Misty está poniéndose realmente G-O-R-D-A, aunque mi madre la tiene a régimen. Los vecinos le dan las sobras porque es irresistible, de modo que mi madre ha tenido que hacerle grabar una chapa que dice: «POR FAVOR, NO ME DÉ DE COMER. ESTOY A RÉGIMEN.» Karla ha dicho que mi madre podría hacer grabar millones de chapas como ésa y que a lo mejor se hacía rica vendiéndolas por todo el país, pero a la gente.

Pero bueno, ¡Misty ahora anda contoneándose!

Día de smog en el Valle. Naranja oxidado. Deprimente. Como los setenta.

Susan nos ha contado su primera salida con Emmett, que tuvo lugar anoche. Fueron a un superalmacén de Toys-R-Us de San Francisco. Emmett se compró una nave de guerra romulana de
Star Trek
. Susan se compró la infame plastilina «Play-Doh más suave, más elástica», así como la obligatoria Fun Factory para hacer figuras con ella, un Bug Dozer y un bote de Gak: un producto elástico tipo viscoso hecho a base de agua que anuncian en el canal infantil Nickelodeon y que nosotros llamamos «el cuarto estado de la materia».

Después aparcaron en Page Mili Road y se dedicaron a captar llamadas de los teléfonos celulares.

Susan sigue obsesionada porque Fry's no vende tampones. Me parece que Fry's debería andarse con cuidado.

Todd ha dejado de intentar tener ideas políticas porque a Dusty ya no le importa el tema ni, según parece, a nadie más en la oficina. Fue divertido mientras duró. Ahora también habla más con sus padres, que están en Port Angeles. Es fácil imaginar cómo alucinaron sus padres, con lo religiosos que son, cuando les dijo que era comunista. Todavía creen en los comunistas.

Ethan y yo hemos ido a buscar bebidas al bar BBC de Menlo Park tras un «viaje a Europa» (diez horas rascando código; al cuerno la declaración de ayer sobre el ocio). Los dos hemos comentado que hay una atmósfera de inquietud en el Valle. El ritmo glacial del desarrollo de la superautopista está sacando de quicio a los ciudadanos del Valle, cuyas bocas están congeladas en expresiones de relajado enfado entre los establecimientos ópticos LensCrafters, los garajes, las cajas de ahorros y los parques científicos. No obstante, Broderbund, Electronic Arts y todos los demás crecen y crecen, de modo que todo sigue en marcha. Sólo que más despacio de lo que habíamos previsto.

He dicho: «Recuerda, Ethan, que son
geeks
, un tipo muy solicitado de gente que, de golpe, tiene que pasarse la vida como si estuviera esperando un vuelo de Aeroflot para salir de Vladivostok: un vuelo que tal vez despegue o que tal vez no despegue nunca.» Entonces me he acordado de que, tras la agitación política de las últimas semanas, estamos hasta las narices de Rusia y me he arrepentido de haber puesto ese ejemplo.

Ethan estaba taciturno: «El diseño de CD-ROM está empezando a parecer como las cadenas de ventas de productos cosméticos y los sistemas piramidales de ventas.»

«Ethan, tú eres el encargado del dinero. ¡No hables así!»

«Nadie quiere pagar la infraestructura de la autopista: es demasiado cara. En los viejos tiempos, el gobierno se habría encargado de soltar la pasta y ya está, pero ahora ya casi no hacen investigación pura. A menos que haya una guerra, aunque resulta difícil ver de qué modo los CD interactivos tipo Bullwinkle y Rocky nos ayudarían a aplastar al enemigo. Joder. Si ya ni tenemos enemigos.»

Se oía una vieja y reconfortante canción de los Ramones: «I Wanna Be Sedated», y nos hemos puesto algo sentimentales.

«Las compañías quieren señales de tráfico, cabinas de peaje, áreas de descanso: todo, excepto el asfalto de verdad. Todo el mundo tiene miedo de gastarse montones de dinero en lo que luego pueda resultar la versión Betamax de la autopista informática. Y no creo que la guerra acelerase el desarrollo. No creo que se trate de esa clase de tecnología. Esto no se hará realidad hasta que en cada una de las casas del mundo se haya cavado una zanjita en el jardín y se haya instalado un cable de fibra óptica. Hasta ese momento, todo esto es la
Isla Fantasía
.

Supongo que estaba recordando lo mucho que le costó construir su propia autopista de juguete en el parque Lego de la oficina.

Hemos pedido otra ronda de Wallbanger Harvey (noche años setenta).

«Resulta tan extraño ver esta sensación de... estancamiento —ha proseguido Ethan, recordando la época del auge de Atari—. Ésta era la tierra en la que uno conseguía todo lo que pidiera, pero nada más, de modo que todo el mundo pedía algo Grande. —Estaba poniéndose filosófico—. Ésta es la tierra en la que la arquitectura se convierte en algo irrelevante incluso antes de que se echen los cimientos: una tierra de sueños sostenibles que fingen ser insostenibles; asusta su inteligencia, deprime su riqueza. —Ha retorcido una servilleta de papel hasta convertirla en una cuerda—. Bueno —ha dicho—, la magia viene y se va. —Ha sorbido su Wallbanger haciendo ruido—, pero, al final, siempre vuelve.»

Más tarde, Ethan se ha animado y ha sacado de su bolsillo una hoja arrugada de papel térmico de fax. Era una lista que ha hecho sobre las «Pautas para la contratación interactiva», la ha imprimido en la láser y la ha enviado por fax a todo el Valle, como si fuera uno de esos carteles que dicen: «Es viernes. El esclavo se despide de vosotros», y ha vuelto a él unas diecisiete generaciones más tarde. Se sentía orgulloso de haber entrado en el reino de la leyenda urbana y lo apócrifo.

Other books

Cancel All Our Vows by John D. MacDonald
The Bone Wall by D. Wallace Peach
Blue Warrior by Mike Maden
Finally a Bride by Vickie Mcdonough
Fears and Scars by Emily Krat
Code Name: Kayla's Fire by Natasza Waters
Blue Is for Nightmares by Laurie Faria Stolarz
Vampire in Her Mysts by Meagan Hatfield
Cherry Adair - T-flac 09 by Edge Of Fear