Mi novia (12 page)

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Authors: Fabio Fusaro

Tags: #Autoayuda

BOOK: Mi novia
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Luciana seguía hablando, pero él estaba como volando. De repente bajó a la tierra y escuchó que ella con total naturalidad estaba diciendo: «…porque un año pasa pronto…».

¿Un año pasa pronto? El no podía estar lejos de ella ni un día. En ningún momento creyó posible el hecho de que se fuera y al año volviera a buscarlo y todo continuara.

Era el fin. Si ella se iba, él sabía que no volvía más. Y si volvía dentro de un año, era lo mismo. Estar sin ella un año como diez años o treinta años, daba exactamente igual.

Y llegó el jueves.

Y se fue.

Lucas se despidió de ella el miércoles, dado que había decidido no ir a la estación el jueves. Hubiera sido demasiado fuerte ver alejarse ese tren.

Está de más decir como se sintió Lucas a partir de ese momento. Todos los días estaba pendiente de una llamada, una carta o tal vez una aparición inesperada.

No volvió a verla, ni a hablar con ella nunca más.

De esto ya pasaron dieciséis años.

Al principio le costó sobreponerse. Cada nueva relación que intentaba comenzar le traía recuerdo de ella. Con el tiempo comenzó a sentirse mejor, hasta el punto en que logró hasta reírse de su propia historia. Nunca supo bien cuando fue el momento exacto en que dejó de sufrir por ella, si es que hubo un momento exacto.

Claro que Lucas no se tomó al mes un tren para ir a verla, ni averiguó donde estaba, ni le escribió, ni nada. Asumió que si ella se había ido era porque no lo quería y cualquier cosa que él hiciera sería peor.

Tenía que ponerse en campaña de forma inmediata para volver a sentirse bien. Si ella volvía mejor, pero si no, había que seguir viviendo y no había tiempo que perder.

El tiempo se encargó de hacer el resto.

El tiempo transforma todo amor en casi nada, dice Roberto Carlos. Y decimos en «casi» porque lo único que queda es un lejano recuerdo que no produce absolutamente nada. Lucas está casado desde hace cuatro años y tiene una hija de trece meses. Hoy en su corazón ya no quedan ni rastros de Luciana.

Lo que le pasó a Lucas fue feo. Su novia se fue porque ya no lo quería y contra eso no hay técnica que valga. Pero hasta en ese caso hay solución para volver a sentirse bien. Se necesita amor propio y tiempo.

Si estás atravesado una situación similar, pensá que es pasajera. Aunque te parezca que no, que va a durar para siempre. El tiempo es tu aliado. El va a hacer que un día, tal vez no muy lejano, todo esto que estás pasando sea nada más que un mal recuerdo.

Tu amigo el dolor

Seguir adelante cuando se tiene un dolor grande por alguien que te abandonó parece imposible. Es lógico sentir que no se puede salir y divertirse, reirse con amigos y conocer otras mujeres estando tan mal por dentro.

Uno tiende a pensar que para lograr todo eso primero hay que dejar atrás el dolor.

No es así.

Al dolor no lo podemos echar de un momento a otro. Está con nosotros y tenemos que aprender a convivir con él hasta que solito se vaya. No tiene sentido estar a las puteadas con el dolor. Más vale hacernos amigos de él, ya que va a estar con nosotros equis cantidad de tiempo.

¿Y cómo nos hacemos amigos del dolor? Fácil.

Primero asumamos que lo tenemos. No nos engañemos a nosotros mismos diciéndonos que estamos bien cuando realmente estamos como el culo.

Una vez que somos bien conscientes de que lo que nos pasó nos duele, comencemos el resto de nuestra vida llevando el dolor con nosotros así como el que fuma lleva los fasos y el encendedor.

Este será el punto de partida para que con el tiempo vaya desapareciendo.

Si tenés algún amigo que atraviese una situación parecida, no se junten a llorar sus penas sino a reirse de ellas. Todo tiene el lado cómico. Sólo hay que saber verlo.

Hace algunos años hice un encuentro religioso que consistía en pasar desde un jueves a la tarde hasta un domingo a la noche en una casa de retiro espiritual intentando encontrarnos con nosotros mismos, por decirlo de alguna manera.

Luego de realizar el encuentro, ese grupo sumado a todos los demás grupos que lo habían hecho anteriormente, nos juntábamos todos los sábados a la tarde en una enorme casa en el barrio de Caballito con el objetivo de reforzar nuestra fe, ser mejores personas y afianzarnos en el nuevo camino de vida que teóricamente habíamos elegido.

Y digo «teóricamente», porque «realmente» lo único que queríamos era levantarnos minas. Algunos de los varones de ese grupo (más de veinte), comenzamos a tener una costumbre tan pelotuda como divertida. Consistía en que cada vez que un miembro de ese grupo se ponía de novio, fuera el día que fuera y a la hora que sea nos juntábamos todos, o la mayor cantidad posible, y nos íbamos a algún lugar a comer «queso y dulce de batata».

Imaginen a más de diez huevones brindando alegremente con queso fresco y el dulce y felicitando al que se había levantado una mina.

Claro que esto tenía su contrapartida. Cada vez que a alguno de ese grupo la novia lo dejaba, o fallaba en un intento de ponerse de novio con alguien que realmente le importara, también nos juntábamos pero a comer «queso y dulce de membrillo».

Era una forma de reirnos de nuestro propio dolor. Y les aseguro que la pasábamos bien.

Claro que al tiempo de llevar a cabo esta rutina, éramos conocidos como «La barra del membrillo». Nos hubiese gustado más que nos conocieran como «La barra de la batata», pero había una realidad: eran muchas más las veces que teníamos que comer membrillo.

Más adelante la barra del membrillo eligió su presidente, vicepresidente y vocales.

El gordo Pancho fue nombrado presidente. Su novia de cinco años lo había dejado por otro. A la semana de la ruptura y con el objetivo de distraerse un poco, Pancho va a jugar un partido de fútbol, y por esas putas coincidencias que tiene la vida uno de los jugadores era amigo o pariente del nuevo novio de su ex y lo había llevado a jugar. Y como si esto fuera poco lo ponen en el mismo equipo de Pancho. O sea que ni siquiera se podía dar el gusto de partirlo de una patada.

Para peor, la mayoría del resto de los jugadores conocía la situación, motivo por el cual decidió no retirarse y jugar el partido para no ponerse en evidencia.

Todo venía desarrollándose con normalidad hasta que faltando diez minutos para la final Pancho le pone al chabón un pase perfecto de cómo veinte metros, el tipo la para de pecho y la clava en un ángulo.

Partido liquidado.

Liquidado en realidad quedó Pancho después que el tipo fue corriendo, lo abrazó y le puso un beso diciéndole «¡¡Grande gordo!!». Los veinte jugadores restantes estaban tirados en el piso meándose de la risa.

Esa anécdota, por lo divertida que nos resultaba y por lo choto de la situación que le tocó vivir, le valió el título de presidente.

Dentro del resto de la comisión directiva de la barra del membrillo había de todo.

El vicepresidente era yo. Un electrocardiograma de urgencia a domicilio motivado por una taquicardia paraoxística que me agarró al haberme enterado que una turra me metió los cuernos me dio la posibilidad de acceder a ese cargo.

Realmente nos divertíamos. Nos habíamos hecho amigos del dolor. Convivíamos con él y de a poco iba desapareciendo.

De vez en cuando alguno se ponía de novio con otra y de nuevo festejábamos comiendo queso y dulce de batata. Después otro se peleaba, y otra vez membrillo.

Y es que la vida es así. Batata, membrillo, batata, membrillo y otra vez batata.

Mañana te vas a reír de lo que estás sintiendo hoy. Te lo aseguro. Levántate y anda.

Si el dolor está con vos, hacete su amigo. El tiempo hará el resto.

Un clavo saca otro clavo

Detrás de cada amor viene un nuevo amor.

Indefectiblemente.

Cuando terminás de comer un terrible asado es difícil que al toque tengas ganas de comerte un plato de tallarines, pero seguramente al otro día te los comerías con ganas.

Hay momentos en la vida donde creés que todo terminó para vos en materia de amor. Eso nunca es cierto. Creer que nunca vas a querer a otra mujer como a la anterior es como pensar que nunca más vas a tener hambre. Ya sea con la misma persona en una nueva etapa o con otra, vas a volver a sentirte tan bien o mejor que antes.

O cuántas veces comiendo unas mollejas pensaste que era lo más rico que habías comido en tu vida. Y después otro día mientras comías una paella pensaste lo mismo, y después lo pensaste con un lomo a la pimienta y otro día simplemente con un choclo con mantequita y sal.

«Nunca más voy a encontrar otra Verónica», dijo Luis un día. Y tenía razón. Esa Verónica era única. No estaba clonada ni nada. Lo que no se puso a pensar era para qué quería encontrar otra igual si en realidad no tenía nada que no pudiera encontrar en otra.

Claro… el amor nubla la vista y entorpece el buen funcionamiento del cerebro, lo que hace que veamos en la otra persona virtudes que no existen.

Que con nadie vamos a hacer el amor como con ella.

Mentira.

Que nadie nos va a querer como nos quería ella.

Mentira. (Gracias a Dios).

Y así podríamos seguir con una lista interminable.

Esto es importante tenerlo en cuenta no sólo para sentirnos mejor en caso de que el distanciamiento con nuestra novia sea irreversible sino también en los momentos en los que estamos intentando una reconciliación.

Nos vamos a sentir más tranquilos y seguros si tenemos en cuenta que si las cosas no nos salen como queremos, no es la muerte de nadie. Y es más, tal vez ella esté perdiendo más que nosotros. Es bueno que cuando estemos frente a ella tengamos en un lugar de nuestra mente la frase: «Y bueno bombón… si no sos vos será otra».

Porque siempre viene otra. Las mujeres son como las olas. Siempre va a venir una mejor. Aunque por momentos el mar parezca tornarse más calmo.

¿Viste alguna vez un surfer tendido en la arena llorando porque esa ola que tan bien surfeó durante un rato, se desvaneció en la orilla? Seguro que no. Los tipos agarran de nuevo la tabla y vuelven a encarar el mar en busca de otra ola que muy probablemente será igual o mejor a la que se fue. Tal vez la tengan que esperar un poco flotando, pero siempre llega.

Siempre hay un final feliz

A pesar de todo no podemos dejar de reconocer que nuestros mejores momentos los hemos vivido al lado de una mujer.

Son realmente difíciles de entender pero nadie puede negar que son el ser más atractivo del planeta.

No hay nada que atraiga más a un hombre que una mujer. Ni un paisaje, ni una comida, ni un auto, ni una casa, ni nada. Y eso es algo que no va a cambiar a pesar de que hayamos tenido con ellas experiencias negativas, angustias y desengaños.

Es por eso que por más traumática que haya sido alguna relación o por mucho que nos haya dolido una ruptura, siempre vamos a volver a enamorarnos.

Y por más que hayamos jurado y perjurado no volver a entregar nuestro corazón, vamos a volver a hacerlo. Y está bien que así sea. Porque si la mujer de tu vida aún no llegó, ya va a llegar. Esa que te acepta y te quiere como sos. Esa que quiera compartir todo con vos.

Siempre llega. Y es ahí donde vas a entender un poco mejor por qué no se tuvo que dar con aquella otra.

En ese momento vas a reirte de tu pasado.

Te va a parecer muy pero muy lejano todo el sufrimiento que sentiste en otra época.

Si mirás para atrás te vas a ver a vos mismo como si fueras otra persona.

Y tal vez la mujer con la que compartirás el resto de tu vida sea esa ex novia que tan mal te tiene hoy. Nadie puede saberlo.

Claro que cuando esa mujer aparezca es más que importante que hayas aprendido a manejar ciertas situaciones sin cometer los errores del pasado. Porque a ella tampoco va a gustarle un tipo totalmente entregado, absolutamente transparente, que diga a cada rato «frases prohibidas», que la tenga atada, que la persiga cuando la note distante o que no se quiera a sí mismo. Es muy probable que esa mujer en algún momento de tu noviazgo también «se confunda» o «necesite un tiempo», pero cuando eso pase vos vas a recordar que las mujeres en algunas oportunidades necesitan que las manden al campo como a los caballos de salto, que a veces la única jugada ganadora es no jugar, que para pensar está la mente y no el corazón, que hay que tener el quiero como en el truco, que su llanto es diferente al nuestro, que si sabe que estás muerto sonaste.

Esa será la persona a tu medida. La que estabas esperando y la que de alguna manera estaba esperándote a vos.

Te preguntarás: «¿Por qué no la conocí antes?» Y si lo razonás un poco te vas a dar cuenta de que en realidad todas las vivencias anteriores te sirvieron no sólo como experiencia sino para valorarla mucho más.

Seguramente de aquí a un tiempo estarás parado de espaldas al altar de una iglesia, y al son de una maravillosa música se abrirán las puertas y la verás entrar caminando lentamente hacia vos, más hermosa de lo que alguna vez podrías haberla imaginado. Como si fuera un sueño del que nunca quisieras despertar. En ese instante serás sin duda el hombre más feliz del universo.

A partir de ese momento… bueno… creo que eso ya es parte del próximo libro.

FABIO FUSARO, nació en Buenos Aires el 16 de diciembre de 1963. Debido a su interés por el análisis de las reacciones femeninas luego de una ruptura, se fue transformando en un experto en el tema. Tanto es así que decidió llevar sus experiencias y conocimientos a su primer libro Mi novia. Manual de instrucciones. A partir de allí, los miles de consultas enviadas por lectores ávidos de ayuda motivaron la creación del website por medio del cual ofrece asesoramiento en materia de recuperación tras una ruptura amorosa.

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