Mestiza (35 page)

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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Mestiza
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Mi atención se despertó un poco. ¿Dónde narices estaba Seth, por cierto? Ha­bía esperado verle en esta reunión.

—¿Tienes algo que decir en tu defensa?

—Ummm… —miré un instante a Aiden antes de responder—. Fue toda una estupidez por mi parte.

Marcus arqueó una ceja.

—¿Eso es todo?

—No —moví la cabeza—. No debería haberlo hecho, pero no me arrepiento —podía sentir los ojos de Aiden perforándome. Tragué, me incliné hacia delante y puse las manos sobre el escritorio de Marcus—. Me arrepiento de que a Caleb le hiriesen y de que el otro daimon se escapase, pero ella era mi madre, mi responsa­bilidad. No lo entiendes, pero tenía que hacerlo.

Se reclinó en la silla mientras me estudiaba.

—Lo creas o no, te entiendo. No hace que tus acciones sean justificables o inteligentes, pero entiendo lo que te llevó a hacerlo.

Sorprendida, me dejé caer en la silla en silencio.

—Alexandria, han cambiado muchas cosas. Con los daimons pudiendo con­vertir a los mestizos, ha cambiado la forma en que debemos enfrentarnos a cada situación —hizo una pausa, las puntas de sus dedos descansaban bajo su barbi­lla—. El Consejo va a tener una reunión especial durante la sesión de noviembre en Nueva York para discutir las repercusiones. Ya que has sido testigo directa de sus planes, vas a acudir. Tu testimonio ayudará a decidir cómo actuará el Consejo ante esta nueva amenaza.

—¿Mi testimonio?

Marcus asintió.

—Estuviste al tanto de los planes de los daimons. El Consejo necesita escu­char exactamente lo que te dijeron.

—Pero sólo fue mamá… —me detuve, insegura de cuánto sabría Leon.

Mi tío pareció entender.

—Es bastante improbable que fuese Rachelle la que descubriese que los mes­tizos podían ser convertidos. Es más probable que hubiese visto a otro daimon hacerlo. Te quería a ti… por sus propias razones.

Era un buen argumento. Basándome en lo que ella dijo, parece que hubiese una especie de plan maestro, más que sólo su alegre grupo de psicópatas. Y luego estaba Eric; seguía por ahí fuera, a tope de éter de Apollyon. Sólo los dioses sabían lo que estaría haciendo ahora.

—Hay algo más de lo que tenemos que hablar —tenía de nuevo mi aten­ción—. Me he reunido con Aiden y hemos repasado tus progresos.

Tenía totalmente mi atención. Intenté sonar valiente y confiada.

—Cuéntame.

Marcus parecía entretenido, aunque sólo fuese durante un segundo.

—Aiden me ha dicho que has progresado lo suficiente como para quedarte en el Covenant —cogió el expediente y lo abrió. Me hundí en el asiento, recordando la última vez que le echó un ojo—. Tienes un buen manejo de las técnicas de defensa y combate ofensivo, pero no has empezado entrenamiento de Silat o defensa contra los elementos, y estás muy por detrás en tus estudios. No has tomado ni una clase de reconocimiento o técnicas básicas de protección…

—No quiero ser Guardia —señalé—. Y me puedo poner al día con las cosas de clase. Sé que puedo.

—Que quieras o no ser Guardia o Centinela no es algo que importe en este momento, Alexandria.

—Pero…

—Aiden ha aceptado continuar tu entrenamiento —Marcus cerró la carpeta—, durante el año escolar. Cree que con su ayuda y con el tiempo que pases con los Instructores, podrás ponerte al día completamente.

Intenté con todas mis fuerzas no mirar a Aiden, pero casi me caigo de la silla. Una vez empezasen las clases, Aiden no tenía por qué continuar entrenándome. Era un Centinela a tiempo completo. El que me dedicase su tiempo libre tenía que signifcar algo.

—Tengo que ser honesto, Alexandria No estoy seguro de que sea suficiente, pero tengo que tener en cuenta todo lo que has logrado últimamente. Incluso sin todo el entrenamiento y la experiencia en clase, has probado que tu habilidad está… por encima de la de nuestros experimentados Centinelas.

—Pero,
espera
. ¿Qué?

Marcus sonrió, y no una sonrisa ni falsa ni fría. En ese momento me recordó tanto a mamá que no pude evitar que el enorme muro que nos separaba se tam­balease un poco. Sin embargo, sus siguientes palabras derrumbaron esa barrera completamente.

—Si logras graduarte en primavera, estoy seguro de que serás una Centinela excepcional.

Sorprendida, le miré. Esperaba que me fuese a mandar de nuevo con Lucian para estar bajo el poder del Consejo bastante antes de cumplir los dieciocho, pero lo que realmente me había dejado estupefacta fueron los cumplidos que Marcus me había dedicado.

Al final, encontré mi voz.

—Entonces… ¿me puedo quedar?

—Sí. Una vez empiecen las clases, tendrás que pasar algo de tiempo extra para ponerte al día.

Una pequeña parte de mí quiso correr y abrazarle, pero esa reacción no habría estado demasiado bien. Así traté de estar totalmente tranquila.

—Gracias.

Marcus asintió.

—He llegado a un acuerdo con Aiden para que comparta los entrenamientos con Seth. Hemos pensado que será lo mejor. Hay cosas para las que Seth estará… mejor preparado según vaya pasando el tiempo.

Estaba demasiado contenta por el hecho de que me dejasen quedarme como para preocuparme por pasar algo de tiempo por obligación con Seth. Después de tres años de estar en el limbo en cuanto a mi futuro se refería, casi no podía conte­ner el alivio y la emoción que me recorrían. Asentí con impaciencia según Marcus iba trazando un plan para que me pusiese al día con los estudios y cómo alternaría los días entre Aiden y Seth.

Cuando mi reunión con Marcus acabó, seguía queriendo abrazarle.

—¿Eso es todo?

Su mirada esmeralda se clavó en mí.

—Sí… por ahora.

Una enorme sonrisa apareció en mi cara.

—Gracias, Marcus.

Marcus asintió, y sin dejar de sonreír, salí disparada de allí. Mientras me iba, Aiden y yo intercambiamos miradas de alivio antes de cerrar la puerta detrás de mí. Salí del edifcio principal, y en todo el camino hasta casa no pude quitarme la sonrisa de la cara. Habían pasado un montón de cosas horribles, pero aparte de todo ese sufrimiento, las cosas parecían comenzar a ir bien.

Una vez en mi habitación, me quité los zapatos y la camiseta. La camiseta interior se me quedó enganchada a la camiseta en el proceso. Le di la vuelta y tiré de ella para…

—Por favor, no pares sólo en la camiseta.

—¡Me cago en…! —me agarré el pecho sorprendida.

Seth estaba sentado en mi cama, con las manos sobre su regazo. El pelo le caía suelto sobre la cara. Tenía una sonrisa pervertida en la cara que decía que me había visto del todo mi sujetador de encaje.

—¿Qué haces aquí? —y añadí—, ¿y en mi cama?

—Esperarte.

Me lo quedé mirando. Parte de mí quería que Seth se fuese, pero también tenía curiosidad. Me senté a su lado, pasándome las manos por las piernas. No estaba exactamente nerviosa, pero era como si quisiese que se me tragase la tierra. Seth fue el primero en romper el silencio incómodo que se había formado entre los dos.

—Estás horrible.

—Gracias —gruñí y levanté los brazos. Las manchas moradas me cubrían todos los brazos, pero sabía que mi cuello… bueno, estaba fatal. Por unos minutos me había olvidado de ello—. Muchas gracias por señalarlo.

Seth inclinó la cabeza y se encogió de hombros.

—Los he visto peores. Recuerdo una Centinela que fue acorralada en Nueva York. Era una chica realmente guapa, un poco mayor que tú, y tuvo que ser Centi­nela en lugar de Guardia. Un daimon le dio un mordisco en la cara sólo para…

—Argh. Vale. Pillo por dónde vas: podría ser peor. Intenta decírmelo cuando no parezca que me he liado con un vampiro. ¿Y por qué estás aquí?

—Quería hablar contigo.

—¿Sobre…? —me miré los pies y moví los dedos.

—Nosotros.

Cansada, levanté la cabeza y le miré.

—No hay ningún…

Levantó el brazo y puso un dedo en mis labios.

—Tengo algo muy importante que decir al respecto, y después de que me des una oportunidad para decirlo, no volveré a sacar el tema ni a presionarte de nuevo. ¿Vale?

Tenía que haberle bajado la mano de un golpe, pidiéndole que se fuese, o al menos apartarme. En vez de eso, le aparté los dedos con cuidado.

—Antes de que sigas, quiero decir algo.

Las cejas de Seth se levantaron con curiosidad.

—Vale.

Respiré profundamente y me volví a mirar los dedos de los pies.

—Gracias por hacer lo que… lo que hicieses para encontrarnos. Si no llega a ser por ti, seguramente estaría muerta o cortando a alguien en cachitos ahora mis­mo. Así que… gracias.

Se quedó en silencio tanto rato que miré a ver qué estaba haciendo. Seth sólo me estaba mirando con esa expresión boba en la cara. Para evitar sonreír, miré ha­cia otro lado.

—¿Qué?

—Creo que posiblemente sea lo más majo que me hayas dicho. Que me hayas dicho nunca.

Reí.

—Qué va. Te he dicho cosas buenas antes.

—¿Cómo qué?

Tenía que haber habido otra situación en la que le dijese algo bueno.

—Como… cuando… —no se me ocurría nada. Leches. Era una zorra—. Vale. Es la primera cosa buena que te digo.

—Creo que necesito un momento para asumir y conservar esto.

Puse los ojos en blanco.

—Volviendo a lo de antes, ¿de qué querías hablarme?

Seth se puso serio.

—Quería ser completamente honesto contigo en unas cuantas cosas.

—¿Cómo qué? —me recosté contra las almohadas que había en la parte supe­rior de la cama, moviendo las piernas para que no le tocasen.

Arrugó la frente.

—Como qué es lo que tiene el futuro preparado para nosotros.

Suspiré.

—Seth, no va a pasar nada entre…

—¿No sientes ni un poco de curiosidad por saber cómo te encontré? ¿No quie­res saber cómo lo hice?

—Sí, lo he pensado, me gustaría saberlo.

Seth se apoyó en un brazo, girándose hacia un lado. El movimiento hizo que rizos dorados de su pelo cayesen hacia delante, deslizándose por su mandíbula. Su cadera estaba demasiado cerca de mis tobillos cruzados. No parecía importarle.

—Estaba teniendo ese sueño tan estupendo sobre esa tía que conocí en Houston y estábamos…

Gruñí.

—Seth.

—De repente, salí del sueño. Me desperté y tenía el corazón a mil, no paraba de sudar. No tenía ni idea de por qué. Estaba mal, mal hasta el alma.

Apreté las rodillas contra el pecho.

—¿Por qué?

—A eso voy, Álex. Necesité un rato para darme cuenta de que no me pasaba nada, pero esa sensación seguía.

Entonces la sentí; la primera marca. Era como si estuviese ardiendo y ese dolor… era algo real. Por un segundo hasta creí que me habían marcado de verdad. Entonces lo entendí. Era a ti a quien estaba sintiendo. Fui a ver a Aiden…

—¿Por qué fuiste a verle a él?

—Porque supuse que si alguien sabía dónde estabas, sería él. Aunque al final fue de ayuda, no tenía ni idea.

¿Cómo había llegado a esa conclusión? Era algo que mejor podíamos dejar aparte por ahora.

—¿Así que sentías lo que yo estaba sintiendo?

Seth asintió.

—Cada. Maldita. Marca. Como si fuese mi piel la que se desgarraba y me dre­nasen el éter. Nunca había sentido algo así —apartó la mirada. Pasó un rato hasta que volvió a hablar.

—No sé cómo… pudiste con ello. Era como si me estuviesen desgarrando el alma, pero era tu alma.

Estaba como atontada con lo que estaba explicando, escuché en silencio.

—Cuando nos dimos cuenta de que no estabas en tu habitación, Aiden se imaginó lo que habías hecho. Salimos inmediatamente, y no sé ni cómo explicar el saber dónde teníamos que ir. Era como algo que me guiaba. ¿El instinto quizá? —se encogió de hombros, mirándose la mano—. No lo sé. Sólo sabía que teníamos que ir hacia el oeste, y cuando nos acercamos a la frontera con Tennessee, Aiden dijo que una vez mencionaste Gatlinburg. En cuanto lo dijo, supe dónde estabas.

—¿Pero cómo? ¿Te había pasado esto alguna vez? ¿Cuándo estaba peleando contra Kain?

Miró hacia arriba y movió la cabeza.

—No creo. Sea lo que sea que cambió, lo hizo después de eso. Lo único que se me ocurre es que cuanto más tiempo paso cerca de ti, más… conectados estamos, y como yo ya he pasado por el cambio, puedo sentir este tipo de cosas mejor.

Arrugué la frente.

—No tiene sentido.

—Lo tendrá —suspiró—. Cuando Lucian dijo que éramos dos mitades hechas para ser un todo, no bromeaba. Si te hubieses quedado por allí esa noche en su casa, habrías aprendido algunas cosas interesantes. Haría las cosas… mucho más sencillas.

Ah, mierda. Aquella noche sólo me hacía pensar en una cosa: Aiden. Fue difí­cil, pero logré apartarle en un rincón de mi mente.

—¿Qué tipo de cosas?

Seth se incorporó y me miró.

—Los dioses saben que vas a odiar esto, pero oh, qué demonios. Cuanto más tiempo pasemos juntos, más conectados estaremos; hasta el punto en que ninguno de los dos sabrá exactamente dónde acaba uno y dónde empieza el otro.

Me incorporé un poco más.

—No me gusta como suena.

—Ya… a mí tampoco. Pero esto es lo que pasará. Sé cómo eres con esto del control. Eres un poco como yo en ese sentido. No me gusta no poder controlar lo que siento, igual que tú, pero va a dar igual. Incluso ahora, ya me está afectando.

—¿Qué te está afectando?

Pareció luchar por buscar las palabras correctas.

—Estar cerca de ti ya me está afectando. Puedo usar
akasha
fácilmente, sen­tirte cuando estás herida, e incluso ahora puedo sentirlo —hizo una pausa, respi­rando profundamente—. Es la energía que hay en ti; el éter. Me llama, y ni siquiera has cambiado aun. ¿Cómo crees que será cuando lo hagas? ¿Cuándo cumplas dieciocho?

No lo sabía, y no me gustaba hacia dónde se estaba encaminando todo esto.

—Tú sabes lo que pasará, ¿verdad?

Seth asintió de nuevo y apartó la vista.

—Una vez ocurra, será mil veces más fuerte; no, un millón de veces más fuer­te. Lo que yo quiera, tú lo querrás. Compartiremos los mismos pensamientos, ne­cesidades y deseos. Supuestamente funciona en los dos sentidos, pero yo seré más fuerte que tú. Lo que quieras puede que acabe siendo sepultado por lo que yo quie­ro. Yo soy el Primero, Álex. Sólo hace falta un toque, y toda esa energía se transfere a mí.

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