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Authors: Justine Larbalestier

Tags: #det_police

Mentirosa (23 page)

BOOK: Mentirosa
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Tengo la sensación de que me veo reflejada en las hojas, y también en el asfalto vegetal de los senderos. Me produce dolor de cabeza.

Percibí el rastro de Zach en cuanto salí del metro. Lo seguí, salté por encima de la verja y me adentré en el parque mientras intentaba precisar todos los componentes de su olor: piel, sudor y algo más que no lograba identificar, algo dulce. Nadie más olía de aquel modo. Solo Zach.

Su olor me tranquilizó, me atrajo hacia él. Como si entre los dos se extendiera un delgadísimo hilo y Zach estuviera recogiendo el carrete. Tardaría menos en encontrarle a él que a los zorros.

Adopté un trote ligero mientras seguía el rastro de las moléculas. De haber sido visibles, habrían destacado más que una luz de neón.

Antes de llegar al lago, el extraño chico blanco cruzó por delante de mí. No se giró para mirarme. Se limitó a seguir corriendo con su habitual técnica salvaje e irregular. Errático pero rápido. Desapareció por el sendero casi inmediatamente, dejando tras de sí un persistente olor acre.

Sentí un escalofrío y continué rastreando a Zach.

DESPUÉS

—Vamos —dice Tayshawn conduciéndome escaleras abajo, por delante de la recepción y después hasta la calle. Somos alumnos de último curso, podemos salir de la escuela para comer, pero aún no es la hora de la comida, es la quinta hora.

—¿Adónde vamos?

—Por ahí —dice Tayshawn—. Tengo que contarte algo.

—¿El qué? —¿Quiere hablarme de lo que ocurrió en la cueva? ¿Entre él, yo y Sarah?

Tayshawn se detiene en la acera y se inclina para susurrarme al oído.

—Fueron perros —dice—. Unos perros mataron a Zach.

Las rodillas dejan de sostener mi peso, como si el cartílago se hubiera convertido en puré. Doy un traspié pero Tayshawn me sujeta antes de caer al suelo. No estoy pensando en perros, sino en lobos. Por eso Brandon sigue llamándome «zorra». Lo dice literalmente. ¿Vendrá la poli a detenerme?

Estoy jodida. ¿Cómo se lo contaré a mis padres?

¿Qué sabe Brandon de mí? Aparte de mi familia, nadie sabe lo que soy.

—Micah —dice Tayshawn. Tiene los ojos enrojecidos—. Lo sé. —Me rodea con los brazos, me abraza con fuerza.

¿Qué me harán?

—Lo sé —repite. Su voz suena espesa, como si estuviera a punto de llorar—. ¿Cómo puede ser que le mataran unos perros?

Perros. Tayshawn no se refiere a mí. Cojo aire. Él esboza una media sonrisa. Me está mirando, pero no acusadoramente. Ni siquiera se le ha pasado por la cabeza que pueda ser un lobo. No ha pasado por la cabeza de nadie. ¿Por qué tendría que ser de otro modo?

Estoy comportándome como una idiota.

—Perros —digo, aunque sé que no fueron ellos. Lo hizo ese extraño chico blanco.

Tayshawn se seca los ojos y me arrastra hasta una de esas cafeterías en las que solo sirven café: enormes máquinas, sacos monstruosos. El aroma es tan abrumador que, cuando nos sentamos y lo bebemos caliente y nos quemamos la lengua, el aire que nos rodea se hace prácticamente líquido.

Tayshawn apaga las lámparas que hay a ambos lados de la mesa. Mejor oscuro.

Perros
. Eso es lo que la poli todavía no nos ha contado. Por eso el ataúd estaba cerrado. El cuerpo de Zach estaba destrozado. Como una presa.

Doy otro trago. Es la primera vez que bebo café. Otra de las cosas que tengo prohibidas. Creo que me gusta.

Perros
. Pero, entonces, ¿por qué hemos sido sospechosos desde el principio? Se lo pregunto a Tayshawn.

—El informe de la autopsia fue una gran sorpresa para la policía. Pensaban que los perros… —Se detiene y traga saliva—… llegaron al cadáver
después
. Nunca imaginaron que habían sido los perros los responsables de la muerte.

—¿Y ahora están seguros de que fueron perros? —Doy otro trago de café. Notó cómo se me abren los ojos, cómo se me endereza la espalda. Quiero correr—. ¿Te lo ha dicho tu tío?

—Sí. Me llamó anoche. Perros. No un asesinato. Muy pronto lo sabrá toda la escuela.

Alargo las manos por encima de la mesa y cojo las de Tayshawn. Está temblando.

—¿Dónde? —le pregunto—. ¿Dónde encontraron el cuerpo?

—En Central Park.

Lo que me temía. Le encontraron muerto, hecho pedazos, donde más tiempo pasamos juntos.

—Bueno —digo—, al menos la poli dejará de molestarnos.

Tayshawn consigue reír tímidamente.

—Se acabaron los rumores de Tayshawn asesino.

—Nadie se ha creído esa mierda —digo, aunque no es verdad.

—Ya. No te engañes. Aunque ya no importa. Ya no habrá más rumores. No más Tayshawn asesino, ni Sarah asesina, ni Micah asesina. Fue una manada de perros. —Su voz se quiebra al pronunciar la última palabra.

Ojalá pudiera decirle que no fueron perros. Que fueron lobos. Un lobo solitario. Pero ¿la policía no puede diferenciarlos? ¿Las heridas de perro no son distintas a las de lobo? Me gustaría preguntárselo a Yayeko. ¿O la policía lo sabe y la historia de los «perros» no es más que una tapadera?

Tayshawn vuelve a llorar. Le aprieto las manos.

—Son muchas cosas —digo. El café está haciendo que me dé vueltas la cabeza. No me permiten beber nada que contenga cafeína. Es como la prohibición del alcohol. No sabemos cuál puede ser la reacción, qué puede propiciar el cambio. Ni sexo, ni drogas, ni alcohol. Nada. Esa es la política de mis padres.

Doy un sorbo más generoso; para fastidiarles. Cuanto más bebo, más me gusta. Tiene un regusto amargo, aunque no es tan desagradable como el olor. Creo que está haciendo que la sangre corra más rápido por mis venas.

He de encontrar al chico blanco.

¿Y entonces qué?

¿Matarlo?

Nunca he matado a nadie.

Tampoco a un lobo.

He de hablar con los Mayores. Necesito ir a la granja.

—Lo siento —dice Tayshawn. Tiene los ojos irritados—. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de los perros.

—Ya.

—Supongo que es mejor así, ¿no? —dice—. Por lo menos no fue un asesinato. Tenía miedo…

¿Tenía miedo de que hubiese sido yo o Sarah o alguien más que conocía? Pero no lo dice. Yo nunca he sospechado de ellos. Creo que siempre he sabido que lo hizo el chico blanco.

—Dios —dice Tayshawn. Se toca el labio inferior, tira de él. Quiero besarle. Me pregunto si está mal que piense en eso ahora. Estoy bastante segura de que él no está pensando en besarme.

—¿Se lo has contado a Sarah?

Niega con la cabeza.

—Pensaba hacerlo, ya sabes, a la hora de la comida.

Pero no os encontré hasta poco antes de que sonara el timbre.

—¿Y entonces nos contaste lo de Erin Moncaster?

—Curioso, ¿verdad? Os vi a las dos allí y fui incapaz hacerlo, no supe cómo decíroslo. Aún no puedo creer que sea cierto. ¿Perros?

—Sí —digo—. Te entiendo.

—Mi tío dice que hay una manada en un solar abandonado de Hell's Kitchen. Ha habido muchas quejas. Esa manada ha atacado a otros perros. Son perros salvajes. El dueño es un viejo loco, el propietario del solar. Según él, tiene a los perros controlados, pero no es así.

—¿Hell's Kitchen? —digo. Conozco a esa manada. Puede que sean salvajes, pero cuando paso cerca retroceden. Pegan los hocicos al suelo, se encogen de miedo. Huelen a mi lobo. El solar está muy lejos de Central Park. Demasiado alejado para que una manada de perros merodee por ahí. Por lo menos son diez. ¿Cómo pudieron subir hasta Central Park sin que nadie los viera? No es una zona de la ciudad deshabitada precisamente.

Nos miramos el uno al otro. Me detengo en sus labios. Tayshawn aparta la mirada.

—Menuda forma de morir —dice, encogiéndose de hombros—. No puedo ni imaginarlo.

Yo sí puedo. Sé exactamente cómo es. He destrozado criaturas con mis colmillos. Las he visto morir. La mayoría de las veces es rápido.

—Mi tío me ha dicho que si pueden demostrar que fueron los perros de ese viejo, le detendrán y le imputarán cargos.

—¿Qué tipo de cargos? —pregunto—. ¿De asesinato?

Tayshawn niega con la cabeza.

—No lo sé. Aunque no lo creo. Mi tío no me lo dijo.

—¿No solía hacerse tiempo atrás? —digo—. ¿Atacar a las personas con perros? ¿Es posible que el viejo lo hiciera?

—Pero Zach es blanco —dice Tayshawn.

—Hispano —le corrijo.

—Hispano blanco. Ni siquiera hablaba español. Y, además, eso ya no se hace.

Por no mencionar que los perros no tienen nada que ver con la muerte de Zach. Doy otro sorbo de café; se ha enfriado. Tibio ya no está tan bueno.

Ha habido muchos rumores. No estoy segura de cómo me siento ahora que conocemos la versión oficial y que el asesinato de Zach se ha convertido en mi responsabilidad.

DESPUÉS

La semana posterior al funeral parece no acabarse nunca.

Erin Moncaster aporta algo de distracción a las especulaciones sobre Zach y el chico blanco, Tayshawn y Sarah. No cabe duda de que Erin ocupa los pensamientos de todo el mundo. Creo que es porque la idea de Zach siendo despedazado por perros es demasiado extraña y horrible para poder asumirla. Por tanto, preferimos la historia de Erin; según los rumores, lloró cuando arrestaron a su novio e insistió en que estaban casados y que no podían separarlos.

Aunque sí que podían. Ella solo tiene catorce años y sus padres no dieron su consentimiento, así que el matrimonio no es legal.

Lo siguiente que oigo es que está embarazada. Y después que está enferma. O las dos cosas a la vez.

Todo el mundo habla de ella. Nadie habla de mí, ni de Sarah, ni de Tayshawn. Nadie sabe qué ocurrió.

Cuando se menciona el nombre de Zach se produce un silencio y después la gente cambia de tema. Nadie se pregunta cómo murió porque ahora ya lo sabemos. Pero no es así.

Yo soy la única que sabe la
verdad
. Yo soy la única que puede hacer algo para atrapar al auténtico asesino.

No he visto al chico blanco desde el día del funeral. Estoy nerviosa, pero aún lo estaría más si le hubiese visto. Ambas cosas son desagradables. El viernes después de la escuela iré a la granja. Espero que los Mayores tengan las respuestas que busco. Instrucciones.

Necesito que alguien me diga lo que debo hacer.

Sarah, Tayshawn y yo no hablamos sobre lo que ocurrió en la cueva. Aunque yo quiero besarlos de nuevo, ellos no parecen sentir lo mismo. Me pregunto si se verán sin que yo lo sepa. Intento alejar ese pensamiento de mi cabeza.

Me siento vacía por dentro.

El final de los rumores sobre Zach y su muerte trae consigo un alivio de otra índole. Estaba harta de que la gente que no le conocía en absoluto, como Chantal, hablara de él como si hubiesen sido grandes amigos. Como si la muerte de Zach se hubiese convertido en una tragedia personal. Ahora Chantal se ha olvidado completamente de él y se pasa el día especulando sobre Erin. Hace poco que se ha hecho amiga de Kayla, de modo que puede estar al día de los rumores más jugosos. Cada vez que le cuenta un nuevo chisme, mueve la cabeza y chasquea la lengua.

Chantal es una hipócrita, y tan mentirosa como puedo serlo yo.

Lo que hace que desee seccionarle la garganta. ¿Cómo puede alguien olvidarse tan rápidamente de Zach?

Pero al menos ahora Zach es más mío. Mío, de Sarah y de Tayshawn.

Aunque soy yo quien debe vengarle.

MENTIRA NÚMERO CINCO

No tengo ningún hermano. Me he inventado a Jordan.

¿Qué creías? ¿Que después de tenerme a mí, la chica lobo, mis padres iban a arriesgarse a tener otro hijo? ¿Otro monstruo? ¿Otra jaula en el atestado apartamento? Incluso si el mocoso no fuera un lobo, ¿cómo evitar que se le escape algo de su monstruosa hermana?

Una existencia poco probable, ¿no crees? Adiós, Jordan. Imaginario o real, no te soportaba. Hermanito inmundo, de dedos pringosos, malhablado, asqueroso, maloliente.

Quieres saber por qué lo he hecho, ¿verdad?

Por qué he mentido sobre el hecho de tener un hermano.

Quería descubrir si era capaz de hacerlo, si podía crear una persona de la nada. Hacerla creíble. Completa. Quería saber si te lo tragarías. Y lo has hecho.

Te tragas todo lo que te digo, ¿verdad?

Me lo pones demasiado fácil.

ANTES

Encontré a Zach en North Woods, Central Park. Estaba subido a un árbol, alejado de los senderos. El árbol tenía unas ramas gruesas y amplias y era muy frondoso. Zach estaba completamente inmóvil. No le oí ni le vi, pero su olor le delató. Lo impregnaba todo.

Las ramas quedaban a unos cuantos metros por encima de mi cabeza. Zach sacaba provecho de su altura. Mide —
medía
— más de metro noventa y cinco. Yo no. Él podía alcanzar las ramas más bajas de un salto. Yo no.

Di una vuelta al árbol sigilosamente. No sentía el habitual cosquilleo cuando la gente me mira fijamente. Zach estaba en la parte superior del árbol. Tal vez dormido. Lo estaba. Entrenaba tanto, trabajaba tantas horas para llevar al día los deberes que solo dormía unas dos o tres horas al día. Le había visto dormirse en clase, a la hora de la comida. A veces incluso había estado a punto de quedarse dormido mientras corríamos, de pie. Si hubiese querido acceder a una beca deportiva, podría haber dormido las horas que necesitaba, pero él quería una que lo premiara por su cerebro.

Zach no estaba loco.

Había visto las consecuencias de una beca deportiva en otras personas. En su propio hermano. Rodillas destrozadas y una espalda tan triturada que incluso le impedía caminar con normalidad. Aunque no deseaba una carrera profesional, sus notas no eran para tirar cohetes, y tampoco había descubierto otra cosa que le gustara tanto como el baloncesto.

Zach quería más opciones.

El tronco no era muy ancho. Lo rodeé con los brazos y me descalcé, agarrándome al tronco con las plantas de los pies. Lo escalaría como si fuera un cocotero.

Me costó más de lo que imaginaba, pero yo era muy fuerte y no me importaba acabar con cortes en las manos y los pies.

—¿Hola? —dijo Zach, asomando la cabeza desde la mitad del árbol. Me colgué de la primera rama—. ¿Te ayudo?

—No. —Agarré la rama por encima de mi cabeza y me impulsé hasta pasar una pierna por encima. Puede que a los lobos no se les dé muy bien escalar, pero a mí me gustaba.

—Bien hecho, tapón.

—Gracias. —Me sequé las manos en los pantalones—. Te dije que te encontraría.

—Ya lo veo. Eres una superheroína. —Descendió hasta mi altura—. Fuerte, valiente y una experta rastreando. No volveré a dudar de ti. —La sonrisa atenuaba en parte sus palabras, pero sé que lo decía en serio—. ¿Cómo lo has hecho?

BOOK: Mentirosa
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