Read Medstar II: Curandera Jedi Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
— Yo doy fe de eso —dijo Barriss—. Me planto.
Por favor, cambien de mano, señoras —dijo el Tiburón Crupier.
Todos se quedaron mirando al androide flotante.
—Hay que fastidiarse —dijo Jos, negando con la cabeza—. El que le encasqueto este androide a Nars le vio venir.
Den miró a su alrededor.
Puede que los nuevos androides se ganen el sueldo—dijo—. Hace tiempo que no veía aquí tanta gente. Y a algunos ni siquiera los conozco —señaló una mesa en una esquina, en la que había tres seres enzarzados en una intensa discusión.
Klo Merit miro y fruncio el ceño.
—Reconozco a dos de las especies, aunque no a los individuos. El kubaz, por supuesto, y el umbarano también. Pero la otra no me suena de nada.
—Es una falleen —dijo Jos—. Tienden a aislarse. Descontando a algunos peces gordos que viven en Coruscant, no suelen verse fuera de su planeta. Me pregunto qué hará aquí.
—Por si acaso, tú no te acerques mucho a ella —le advirtió Tolk con una sonrisa socarrona.
Den se quedó de piedra.
—Los falleen exudan feromonas —le explicó Jos—. Una sustancia fuerte que afecta a casi todas las especies. Suele advertirse por cambios cromatoforicos en la pigmentación. Se dice que pueden mezclar precursores e influir en los niveles endocrinos.
—Gracias. Ahora me lo has dejado más claro que el agua ... del pantano.
—Pueden mampularte con su sudor —le dijo Tolk.
Den parpadeó.
—Entonces tienen que ser realmente carismáticos con este clima.
I-Cinco tiró una tarjeta al bote de sabacc.
—Subo.
Jos miró sus cartas y frunció el ceño.
—Creo que vas de farol, hombre de hojalata.
—y yo creo que estás sudando la gota gorda, hombrecillo enclenque.
—¿Y quien no? Veamos las cartas.
Los jugadores mostraron lo que llevaban. Jos sonrió socarrón. Llevaba un Comandante de monedas, una Dama de sables y una Sota de pentagramas. Puso la mano en el campo de interferencia emitido por el Tiburón Crupier, congelándolo.
—¿Alguien se ha acercado más que yo? ¿No? Eso es lo que yo ...
—A menos que mi módulo matemático haya sufrido daños graves —dijo I-Cinco—, creo que mi mano vence a la tuya.
Jos miró hacia abajo. Se quedó boquiabierto. La mano del androide consistía en un Idiota, un tres de pentagramas y un dos de sables. Tenía un Idiota, la única mano que vencía a todas las demás, incluso a un sabacc puro.
—Esto no es justo —dijo Jos quejumbroso, mientras I-Cinco recogía sus ganancías—... ¿Para qué necesita un androide unos créditos?
—¿No os lo he contado? —respondió el androide—. Me vaya ver a la Hechicera de Tund para comprarme un corazón y un cerebro.
Jos no respondió. El comentario le recordó de repente a CT-914 el soldado clon cuya vida salvó en la SO, para enterarse poco después de que había Caido junto al resto de su guarnición en un ataque sorpresa de los separatistas. Fue CT-914 y, en menor medida, I-Cinco, el que despertó la conciencia de Jos en lo referente a que los clones y, según las circunstancias hasta los androides y otras inteligencias artificiales, debían considerarse seres conscientes de sí mismos y, por tanto, merecían los mismos derechos.
Era algo que él siempre había sabido, pero que mantenía inconscientemente en segundo plano, sin tener realmente en cuenta sus implicaciones morales. Los clones se creaban para luchar en las guerras, y en su código genetico se grababan muy pocos deseos más. No temían a la muerte, cuando entraban en combate les invadía una sensación de logro y satisfacción y solo tenian los receptores de dolor justos para ser conscientes de las acciones que podrían provocarles el sufrimiento o la muerte.
Hasta que conoció a CT-914 creía que los clones eran incapaz de crear lazos emocionales entre ellos o con seres de otras especies, pero CT-914 sentía un amor de hermano por su compañero CT-915, y cuando este murio, Jos fue testigo del sufrimiento del primero.
Asimismo, I-Cinco, con las funciones de su módulo cognitivo ampliadas ampliadas y los inhibidores de creatividad desactivados había impresionado a todos en repetidas ocasiones con su "humanidad". Aunque todo aquello había vuelto del revés su visión de las cosas, Jos se sentía agradecido porque esa definición amplia del ser humano le llevaba directamente a poder abrazar, de manera tanto literal como figurada, a Tolk como compañera, aunque ella fuera una esker no permitida.
Por fin se había dado cuenta de que amaba a Tolk. Independientemente de las consecuencias que tendría casarse con una extranjera, estaba decidido a hacer caso a su corazón en aquel aspecto. Pero no podía evitar preguntarse qué pensaría de aquel asunto el nuevo comandante, su tío abuelo Erel.
Pronto lo averiguaría. Mientras el androide de casino se preparaba para otra partida, un oficial bothano se acercó a la mesa.
—El almirante Keros solicita su presencia, capitán Vondar. Por favor, acompáñeme.
—
H
legz Sumteh Kersos Vingdah —dijo el almirante—. Than donga sinyin.
—Sumteh Vondar Ohlegz ... dohn donga —respondió Jos, dudando un momento, Hacía casi diez años de la última vez que habló la Alta Lengua. En aquellos tiempos casi todo el mundo hablaba Básico. De pequeño sólo habia usado el viejo idioma ceremonial en los Días de Purgación.
Su tío abuelo parecía cansado. Le hacía mucha falta un afeitado y llevaba desabotonada una solapa del uniforme. Como no llevaba la máscara quirurgica, esta vez Jos pudo apreciar cierto parecido familiar. En algún momento de su infancia, su primo y él descubrieron en los archivos familiares fragmentos de hologramas rotos: imágenes hechas añicos de, entre otros, el joven que había ignorado su legado y fue repudiado por la familia que habia abandonado. Repasaron los fragmentos como si fueran ventanas abiertas al pasado, obteniendo atisbos de un joven que seguía plasmado en los rasgos de aquel hombre de edad.
La verdad era que Jos no debería ni dirigirle la palabra a Erel Kersos, salvo en su calidad de militar subordinado a un oficial superior en rango. Su tío abuelo Erel seguía siendo un no permitido: la invisibilidad social y personal no disminuía con el tiempo, ni siquiera con la muerte, pero lo cierto es que, dada la relación que Jos mantenía en aquel momento con una esker y su decisión de mantenerla a toda costa, ya no le parecía una infracción tan grave saltarse la prohibición de hablar con un pariente rechazado.
Además, allí no había nadie de su planeta natal para verlo. Y la razón por la que Erel Kersos había sido expulsado de los clanes era de vital interés para Jos: el hombre contrajo matrimonio con una esker.
Estaban solos en el despacho de Vaetes. Jos tenía cientos de preguntas que hacer a su tío abuelo, y la primera era muy concreta. Allí, en pie, incómodo y preguntándose si debía ser el primero en hablar, se acordó de repente de la primera vez que su padre le habló de los extranjeros ...
A los seis años, Jos no había salido de su planeta, y la única vez que había visto alienígenas fue de lejos. Así que se quedó de piedra cuando el tema salió en la cúpula de recreo del colegio. Una de las pocas noches que su padre no se quedó trabajando en la clínica y volvió pronto a casa, decidió preguntarle.
Le costó reunir valor para acercarse a él. No es que fuera un hombre violento, y Jos no dudaba en absoluto de su amor de padre, pero era "grande". Cuando estaba de pie, era como una torre aliado de Jos. Y hablaba alto, muy alto, pero nunca cuando se dirigía a su hijo.
En retrospectiva, estaba claro que su padre no estaba preparado para mantener aquella conversación. Jos recordaba que cuando se acercó y le contó lo que le habían dicho sus compañeros, su padre dejó de hacer lo que estaba haciendo —leer el periódico de la noche, según recordaba Jos— para, ligeramente sorprendido, mirar a su hijo.
—Bueno, hijo, aparte de ser de una casta distinta, cosa que es como la diferencia entre un blethylino y un tarkalino, que parecen iguales, pero tienen colores y tamaños distintos ... Aparte de eso, no tienen las mismas creencias que nosotros. Son ... —buscó una palabra adecuada, y finalmente la encontró— menos "puros". Mezclan cosas que nosotros no mezclamos, y eso incluye la gente con la que se ... , bueno, con la que se casan.
Jos asintió, sin comprender lo que su padre quería decir, pero consciente de que el tema lo incomodaba mucho. —Ajá.
—No son ... "malos" —le dijo su padre—. Sólo ... "diferentes".
—¿Cómo, papá?
Su padre frunció el ceño.
—A ti te gusta la mantequilla de salcahuete en el pan, ¿verdad?
—¡Sí! —la que era fresca de la granja, con los frutos recién abiertos.
¡Bien extendida era la mejor merienda!
—y también te gusta la mermelada de frutazul, ¿no?
—Sí... —no era tan buena como la mantequilla de salcahuete, pero seguía siendo una golosina.
—Pero si mezclas la mantequilla de salcahuete y la mermelada de frutazul no te gusta, ¿a que no?
—Pues no —era cierto. Los dos sabores, que individualmente eran maravilloso», en conjunto provocarían náuseas a un gato de las arenas. Era de lo mas injusto.
Bien —dijo su padre—. Pues eso es lo que pasa con los ensters y los eksters. Que no combinan bien, —Pero, papá, no todos somos iguales, como la mantequilla de salcahuete Y la mermelada de frutazul, no se puede ...
Su padre le interrumpió.
—Lo entenderás cuando seas mayor, Jos. No te preocupes ahora por eso. Ahora, décadas más tarde, estando allí, en pie, frente a su repudiado tío abuelo, Jos comprendió mucho mejor lo que le había querido decir su padre. En casa, aquella actitud era normal, pero a los de fuera les parecía xenofobia, racismo y cosas peores. Llevaba años esquivando el tema. Los extranjeros comprendían las complejidades de los suyos, así que hablaban desde la ignorancia. Eran dignos de compasión, más que de miedo o de burla. Y pese a pasar por Coruscant y Alderaan, pese a las docenas de seres que había operado, pese al tiempo que llevaba sin hablar en la Alta Lengua y sin observar los Días de Purgación, por muy galactopolita que se considerase, la prohibición, la barrera entre los suyos y los demás, seguía vigente en su interior a un nivel profundo, tan profundo que ni siquiera se había dado cuenta de la fuerza que ejercía sobre él.
Pero entonces se enamoró de Tolk, una enfermera lorrdiana que no era de su planeta, ni de su sistema, algo considerado letal para cualquier posible relación a largo plazo. En palabras de muchos seres mayores y débiles a los que había tratado: "se había caído y no se podía levantar".
Y no estaba seguro de querer hacerlo.
—Adelante —le dijo su tío abuelo y almirante. Su voz era potente, una voz. que sabía dar órdenes, pero amable al mismo tiempo—. Adelante.
Pregunta.
Jos le miró de hito en hito. —¿Mereció la pena?
Hubo un silencio mientras los dos hombres se miraban fijamente, y el mayor sonrió.
—Si. Y no —se sentó con un suspiro en el asiento de Vaetes—. Durante seis gloriosos años estuve seguro de que sí.
Jos alzó una ceja. Su tío le indicó que tomara asiento como él, y así lo hizo.
—Feleema, mi esposa, murió en un accidente de tren de levitación magnetica en Coruscant, a los seis años de casarnos. Ella y cuatrocientos seres mas. Fue rápido. Un superconductor falló, los seguros se estropearon y el tren descarriló a trescientos kilómetros por hora. Chocó con un polígono industrial desierto en el hemisferio sur. No hubo ni un superviviente, en ninguno de los vagones.
—Lo lamento Su tío abuelo asintió.
—Gracias. Han pasado más de treinta años. Nadie de la familia me lo había dicho nunca. Ni eso ni nada.
Jos estaba callado, conmovido por la pérdida de aquel hombre.
— y así me quedé —prosiguió Erel Keros—. Un teniente novato al servicio de la República, con una esposa muerta y una familia y una cultura que ya no me reconocían como suyo. No tuvimos hijos. No podía volver a casa. Así que me dediqué a trabajar y me construí una carrera en el ejército. —Sonrió, yJos pensó que había cierta amargura en aquel gesto—. y supongo que por eso he acabado aquí, casi cuarenta años después.
— Podrías haber reingresado.
—Para eso tendría que haber renegado de mi mujer muerta. No podía hacer algo así. Y no hubiera podido aceptar a una familia que me pidiera algo así.
Hubo otro silencio, especialmente incómodo para Jos. Entonces Erel Keros le miró fijamente a los ojos, y aquello fue peor todavía.
—Jos, tienes que plantearte esto muy seriamente.
Jos pestañeó. ¿Acaso el viejo podía leer la mente? ¿Acaso no tenían ya suficientes mentalistas en el campamento?
—Me enteré de que estabas en el planeta antes de solicitar esta misión.
Yo ... pregunté por ti. Sé por qué quieres hablar conmigo. Sé lo tuyo con la enfermera lorrdiana.
Jos sintió un súbito acceso de ira. Keros debió de darse cuenta y negó con la cabeza.
—No te alteres, hijo. No te estoy diciendo lo que tienes que hacer o lo que no. Sólo te ofrezco mi experiencia. Cuando decidí casarme con Feleema jamás miré atrás. Era joven y valiente, y yo pensaba que por ella merecía la pena que toda mi familia me repudiara. La tenía a ella ... No les necesitaba.
"Pero de repente ella desapareció ... , y tampoco los tenía a ellos —hizo una pausa—. La familia a veces es más importante de lo que creemos. Sobre todo cuando sigue ahí, pero no para ti. Suceden cosas. La gente cambia se separa, por todo. tipo de razones. y se muere. La mujer que hoy amas puede llegar a convertirse en alguien insoportable para ti dentro de cinco diez o quince años. O quizá ni siquiera esté ahí. No hay garantías de nada:
Jos asintió.
—Lo sé, pero dime una cosa: si te enfrentaras de nuevo a esa decisión sabiendo lo que sabes ahora ... , ¿harías lo mismo? ' Su tío abuelo sonrió, pero no hubo felicidad en aquel gesto.
—yo no soy tú,]os. Yo cometí mis errores ... Tú cometerás los tuyos.
—Esa no es una respuesta.
El hombre se encogió de hombros.
—Quizá no, pero es cierto —se detuvo un momento—. Hay veces en las que no tengo ninguna duda: sí, volvería a hacer exactamente lo mismo. Los seis años con Feleema fueron mucho mejores que seiscientos con mi familia.
"Pero ha habido ocasiones en las que también me pregunte: ¿Cómo habia sido ver crecer a los hijos de mis hermanos? Los sobrinos que nunca conoci, que nunca he visto, y de cuyo nacimiento ni siquiera he tenido noticia. No pude regresar para el funeral de mi padre. Mi madre sigue viva ..., lo averigue gracias a los bancos de datos censales, pero para ella estoy muerto. La decision que tomé fue sencilla, tan sencilla como irrevocable, pero no fue fácil. Y el tiempo tampoco la hizo más fácil. Hay un viejo dicho, Jos, quizá lo conozcas:afeitar a un wookiee no es fácil.