Más Allá de las Sombras (42 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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Logan oyó que varios de sus sirvientes vomitaban, pero no apartó la vista.

Después de siete revoluciones, Kylar dejó de toser. La sangría fue volviéndose más lenta y la tensión de los músculos deformados se relajó. Logan le hizo un gesto a un par de soldados de la Guardia Real. La rueda se detuvo. Buscaron el pulso. No había. Empezaron a retirar el cuerpo.

Logan se volvió hacia Tertulus Martus, que pese a su formación diplomática todavía no había logrado cerrar la boca o entornar sus ojos abiertos como platos.

—Hace quinientos cuarenta y tres años —dijo Logan—, un hombre fue capturado por un vürdmeister khalidorano y torturado durante tres meses. Aquel hombre conservó la cordura y el valor y, al final de aquellos tres meses, escapó. Fundó una orden consagrada a combatir y destruir la magia negra: la magia khalidorana. Con el tiempo, esta misión se amplió para abarcar la destrucción de toda magia y quienes la practican. Sin embargo, su orden, los laetunariverissiknaught, los Portadores de la Libertad de la Luz, todavía albergan un odio especial a quienes manejan el vir.

—Su majestad demuestra un admirable conocimiento de...

—¡Silencio! —rugió Logan, alzando la pata de mesa ensangrentada a unos centímetros de la nariz de Tertulus, que se calló—. Durante los últimos dieciocho años, los lae’knaught habéis ocupado sin permiso el territorio de Cenaria. Eso se va a acabar. He aquí vuestras opciones: primera, podéis recoger los bártulos y partir de inmediato. Segunda, podéis luchar contra nosotros. Hace poco habéis perdido cinco mil hombres, y yo tengo un ejército veterano que empieza a aburrirse... además de un ejército ceurí al que he jurado una batalla que pasará a la historia. Os aplastaremos. O, en tercer lugar, podéis reunir vuestros ejércitos y marchar a Khalidor a nuestro lado. Así podréis combatir contra aquellos a quienes decís odiar verdaderamente y tener una oportunidad de derrotarlos. Si lucháis de nuestro lado, os haré concesión durante quince años de las tierras que ocupáis en la actualidad. Sin embargo, y quiero que esto quede muy claro, pasado ese tiempo abandonaréis el territorio cenariano para siempre. Con independencia de vuestra decisión, mis ejércitos marcharán en la primavera. Nos dirigiremos al este en primer lugar. Si no os unís a nosotros, os aniquilaremos, y no nos detendremos en nuestras fronteras. Notificaremos a todos los reinos en cuyas tierras podáis esconderos que vamos hacia allí. Quizá alguno se os unirá para luchar contra nosotros, pero claro, también podrían optar por ponerse de nuestro lado. Depende de la buena voluntad que hayáis sabido granjearos con vuestros vecinos.

Tertulus Martus soltó una risa nerviosa.

—Esos términos son a todas luces inaceptables, y estoy seguro de que nuestros negociadores podrán encontrar una solución mutuamente...

—Si no escogéis luchar junto a Cenaria, estaréis eligiendo luchar contra Cenaria. Yo gano las guerras de tal modo que no tengo que librarlas dos veces.

—No podéis venir por nosotros, no con todos vuestros efectivos, no con Khalidor al norte.

—Khalidor ha sufrido una gran derrota y hay pasos defendibles en nuestras fronteras. Khalidor no ocupa ninguna de mis tierras. Vosotros, sí. Le he jurado a Lantano Garuwashi que tendrá una gran batalla en cuanto llegue la primavera. Juntos, él y yo podemos aniquilaros. Una victoria así, me atrevería a decir, lo haría muy popular entre sus compatriotas en Ceura. Lo que no podemos hacer sin vosotros es destruir a Khalidor. Pase lo que pase, los sa’ceurai volverán a casa el verano que viene. Dispongo de un año para destruir a una o a las dos mayores amenazas para mi reino, de manera que no tengo motivos para guardar nada en la reserva, ¿verdad?

—Estáis loco —dijo Tertulus, tirando por la borda una vida de instrucción diplomática.

—Estoy desesperado. No es lo mismo. No tengo la menor intención de ofreceros un trato favorable, embajador. Os habéis expandido demasiado, estáis débiles y rodeados de enemigos y, para ser del todo sincero, me cabreáis. No pienso negociar. Hemos redactado un tratado completo, con detalles de cómo se integrarán vuestras fuerzas con las nuestras durante la duración de la guerra con Khalidor y detalles de cómo nos aseguraremos de que abandonéis Cenaria cuando caduque vuestra concesión de quince años. Os daré solo el tiempo suficiente para llevar esto a vuestro gran maestre, concederle tres días para debatirlo con sus asesores y volver aquí. Cualquier modificación que proponga se considerará un rechazo del tratado. No hay más que hablar. Por otro lado, si de verdad odiáis a Khalidor, si odiáis la magia negra y cómo ha esclavizado a un país entero y pretende destruir Midcyru, esta es la oportunidad de vuestras vidas. Podríamos destruir Khalidor de una vez por todas. —Logan hizo un gesto y le entregaron un pergamino guardado en un lujoso estuche—. Y ahora os aconsejo que vayáis por vuestro caballo. Se espera vuestra respuesta dentro de tres semanas a partir de hoy. Cualquier demora se considerará una declaración de guerra.

Capítulo 57

Elene observó a la mujer que yacía en la cama de la planta hospital de la Capilla. Vi tenía los ojos hinchados y sus leves pecas parecían casi verdes sobre su piel pálida. Dos días antes, había caído inconsciente con un grito mientras paseaban juntas. A Elene le había sorprendido lo bien que se estaban entendiendo, y de repente pasó aquello.

—¿Sabes ya lo que le ocurre?

—Se trata sin duda del vínculo —respondió la hermana Ariel.

Eso era bueno y malo. Su única otra hipótesis era que el rápido avance de Vi con su Talento había ocultado algún defecto, y que todo su poder se había vuelto contra ella. En sus charlas con la hermana Ariel, Elene se había enterado de que Vi tenía un Talento extraordinario pero una formación de lo más irregular. Su entrenamiento como ejecutora la había capacitado para usar su Talento con facilidad, pero carecía de ciertos rudimentos, y las hermanas no tenían ni idea de cuáles, de manera que Vi parecía dominar algunas tareas difíciles sin despeinarse, mientras que otras más fáciles no podía comprenderlas de ninguna manera. Cuando se había derrumbado, todo el mundo se había llevado un buen susto.

Por supuesto, si se trataba del vínculo, eso significaba que algo muy malo le había pasado a Kylar. Elene miró a la hermana Ariel.

—Nos han llegado palomas de Cenaria con la noticia de que se estaba concluyendo un juicio por traición —dijo la maga—. Deduzco por el estado de Vi que la sentencia se está ejecutando en este preciso instante. La rueda, diría yo. —Miró pasillo arriba y abajo—. Con los... dones especiales de Kylar, está tardando más de lo normal. Y Vi lo ha estado ayudando a curarse recibiendo ella parte del sufrimiento. Solo está consiguiendo alargar lo inevitable, de manera que es un favor cruel, pero su intención era buena.

¿Kylar estaba muriendo en ese preciso instante? Elene debería haberlo sentido, ella debería haber sabido lo mismo que Vi. En realidad, lo habría sabido, si la pelirroja no hubiese robado su anillo. Sintió un acceso de celos, que contuvo solo con dificultades. Maldición, ¿por qué no podía perdonarse a alguien de una vez y dejarlo atrás?

—¿Por qué iba a ayudar así a Kylar? —preguntó.

—Cualquiera sabe. Nunca he dicho que fuese una experta en el amor.

La palabra fue todo un golpe. ¿Vi amaba a Kylar? ¿Tanto?

Vi se sentó de golpe y chilló. Cruzó la mirada con Elene y se agarró las espinillas.

—No, no puedo... No puedo hacerlo. No soy lo bastante fuerte. Duele demasiado. —Cayó sobre la cama, farfullando, y luego volvió a gritar agarrándose los brazos—. ¡No, Kylar, no!

Después perdió el conocimiento, y Elene supo que Kylar había muerto.

La hermana Ariel dio un paso adelante al momento y asió el pendiente de Vi. Intentó arrancárselo, pero no se movía.

—Maldita sea. El vínculo no se ha roto. Ni siquiera con su... —Dejó la frase en el aire, al darse cuenta de que aquel lugar era demasiado público para reconocer la inmortalidad de Kylar—. Tenía la esperanza de que... Bueno, no de que él... ya sabes, pero de que, si lo hacía, el vínculo se interrumpiera. —La hermana Ariel hizo una mueca y apartó la vista—. Era mi última esperanza para ti. El vínculo es en verdad para siempre. Lo siento, Elene. Lo siento.

* * *

El recorrido por los pasillos dorados de la muerte ya resultaba familiar. Kylar se deslizaba hacia delante, sin llegar a tocar el suelo. Era como si la mente interpretase el movimiento como caminar por imponer algún orden a un reino que existía sin analogías humanas.

La Antecámara del Misterio era exactamente como la recordaba. El Lobo estaba sentado en su trono, con los ojos amarillos luminosos y la hostilidad grabada en su rostro con cicatrices de quemaduras. Ante él había dos puertas: la sencilla de madera por la que Kylar volvería a la vida y la de oro por cuyos resquicios se filtraba una luz cálida, que le estaba vedada para siempre. La presencia fantasmal de otros seres llenaba la habitación. Se movían invisibles, mirándole y hablando de él.

—Felicidades, Sin Nombre —dijo el Lobo—. Has demostrado que puedes sacrificarte como si no te importara morir. Como si los vivos te importasen un bledo. Qué propio de los jóvenes. —La sonrisa lupina era cruel.

Kylar estaba demasiado cansado para juegos. El Lobo ya no lo intimidaba.

—¿Por qué me odias? —preguntó.

El Lobo ladeó la cabeza, como si lo hubiese pillado desprevenido.

—Porque eres un desperdicio, Sin Nombre. La gente te quiere más de lo que mereces, y tú la tratas como si fuera mierda que limpiarte de las botas.

Era tan injusto después de lo que Kylar había pasado que levantó las manos.

—¿Sabes qué? Vete a la mierda. Puedes hacer tus pequeños comentarios crípticos y odiarme si te da la gana, pero al menos llámame por mi puto nombre.

—¿Y qué nombre es ese? —preguntó el Lobo.

—Kylar. Kylar Stern.

—¿Kylar Stern?
¿Quien se resiste a morir en la muerte?
Eso no es un nombre, es un título. Un juez.

—Azoth, pues.

—Estás a muchas leguas de aquel rata cagado y estúpido pero, aunque fueras él, ¿sabes lo que es
azoth
?

—¿Qué quieres decir?

El Lobo se rió con mala fe.

—Azoth es como se llamaba antes al azogue, que significa mercurio. Aleatorio, amorfo, impredecible. Tú, Sin Nombre, puedes ser cualquiera y por tanto no eres nadie. Eres humo, una sombra que se esfuma a la luz del día. Kagé, te llaman. Una sombra de lo que podrías ser y una sombra de tu maestro, que fue un titán.

—¡Mi maestro fue un cobarde! ¡Ni siquiera llegó a contarme quién era! —gritó Kylar. Parpadeó. La profundidad de su rabia lo dejó afectado. ¿De dónde había salido aquello?

El Lobo estaba pensativo. Los fantasmas de la sala guardaron silencio. Después, en un murmullo ininteligible para los oídos de Kylar, uno de ellos habló al Lobo, que cruzó las manos sobre su abdomen. Asintió en señal de que estaba de acuerdo.

—El príncipe Acaelus Thorne de Trayethell fue un guerrero y poco más. Ni introspectivo ni sabio, fue uno de los escasos hombres buenos que aman la guerra. No se odiaba a sí mismo o a la vida. No era cruel. Sencillamente disfrutaba de un enfrentamiento donde se jugaba el todo por el todo. Además se le daba bien, y se convirtió en uno de los mejores amigos de Jorsin Alkestes.

—Eso irritó a otro de los mejores amigos de Jorsin, un archimago fácil de irritar llamado Ezra, que tenía a Acaelus por un patán carismático que por casualidad era bueno blandiendo una espada. A cambio, Acaelus creía que Ezra era un cobarde que apartaba a Jorsin del lugar que le correspondía en la línea del frente. Cuando se escogió a los Campeones, los hombres y mujeres que eran la esperanza final de victoria de Jorsin, Ezra tenía la intención de enlazar él mismo al Devorador. Era con diferencia el ka’kari más poderoso, y le había costado sudor y sangre. El único otro hombre al que podría cederlo de buena gana era Jorsin. Sin embargo, el Devorador no escogió a Ezra. Ni a Jorsin. Eligió al espadachín.

—Quizá entiendas por qué parecía raro que un artefacto que por su naturaleza se basa en la ocultación fuese a parar a un hombre absolutamente falto de sutileza.

En verdad parecía extraño, aunque a la larga la elección se había demostrado acertada.

—El Devorador no escogió a tu maestro simplemente porque fuese una opción velada. Eligió a Acaelus porque entendió su corazón. Acaelus amaba el choque de las armas, pero la mayoría de los hombres que aman la batalla lo hacen porque demuestra su superioridad sobre otros. Si el Devorador se hubiese entregado a un hombre que amase el poder como Ezra, habría engendrado un tirano de proporciones espantosas. Piensa en un rey dios convertido verdaderamente en dios y te formarás una minúscula idea. Lo que tu maestro amaba, en el fondo, era la hermandad de la guerra. Anhelaba la camaradería de los hombres que lo arriesgan todo por no fallarse entre ellos.

—Si algo tiene el Devorador es talento para generar tensiones. Para aceptar el ka’kari negro, tu maestro tuvo que abandonar aquella hermandad. Tuvo que renunciar a lo que más amaba y hacerse famoso como traidor. Aquella tensión obligó a Acaelus a volverse un hombre más profundo, sabio y triste. Después, por supuesto, estaban la tensión y el poder, mucho mayores, del Devorador en sí. Tu maestro era un hombre de guerra, pero los caprichos de la guerra quieren que hasta los poderosos puedan sucumbir a una flecha perdida, la caída de un caballo o el error de un amigo. De modo que tu maestro vivía con la tensión de su vocación en perpetuo choque con su temor por cualquiera al que amase.

—Acaelus quiso vivir en paz. Vivió unas cuantas vidas como granjero, cazador, boticario, perfumista, herrero... ¿te imaginas? Aun así, aunque fueron vidas plenas, a veces casado, incluso con hijos, no fueron vidas satisfechas, pues un hombre que niega lo que es esencial a su ser es un hombre que agujerea la taza de su propia felicidad. ¿Cómo no resentirse con quienes amaba por impedirle seguir su vocación? Era un hombre que podía mandar ejércitos y derrotar invasiones casi por su cuenta. ¿Y aquel hombre se veía obligado a sembrar? ¿Por su propio amor? Una y otra vez regresaba al campo de batalla, porque el mal era demasiado grande para pasarlo por alto. Y a veces salía victorioso y no había precio que pagar. Y a veces su mujer moría, pero era peor cuando le tocaba a sus hijos; sus matrimonios nunca sobrevivieron a la muerte de sus hijos. Era un hombre que nunca aprendió a perdonarse.

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