Más Allá de las Sombras (37 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
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—No puedes hacer esto —protestó Duane, que respiraba tan rápido que Kaede pensó que se desmayaría.

—Ya lo he hecho.

—¡Soy tu madre!

Kaede dio un paso al frente y puso a su madre una mano a cada lado de la cara. La besó en la frente, asió las seis cadenas de platino que colgaban entre su mejilla y la oreja y se las arrancó. Duane gritó, con la oreja hecha pedazos y el pómulo sangrando.

—No, ya no eres la reina madre —dijo Kaede—. Ya no eres Duane Wariyamo. De ahora en adelante, eres Duane Paria. ¿Guardias?

El capitán de la guardia y su lugarteniente se adelantaron y prendieron a la paria cada uno de un brazo para sacarla de la habitación.

—¡Kae! ¡Kaede, por favor!

—Capitán —dijo Kaede mientras los soldados se acercaban a la puerta, casi arrastrando a su prisionera—. Sobre lo sucedido aquí...

El capitán echó un vistazo rápido a cada uno de sus hombres.

—Podéis contar con la absoluta discreción de mis hombres, majestad.

El secretario Tayabusa carraspeó.

—Y yo he tomado nota de los nombres de todos los presentes en esta habitación. Si alguien habla de esto, será descubierto y castigado como corresponde. —Lanzó una ominosa mirada a los diversos criados y funcionarios, uno por uno.

—Al contrario —corrigió Kaede—, nadie será castigado por contar lo que ha sucedido aquí. Mi difunta madre avergonzó a mi familia, y no le concederé la gracia de cubrir sus actos con el silencio. Ante todo, mi prometido y su familia merecen saber la verdad antes de casar su honor con el mío.

Si los Takeda seguían adelante con el matrimonio siendo manifiestamente conscientes de la verdad, les costaría más destruirla que si se casaban y luego
descubrían
su vergonzoso secreto. Al margen de eso, los Takeda tenían pocas opciones. Era dudoso que dieran un golpe de estado, a pesar de la popularidad de Oshobi entre la guardia de la ciudad. Lo más probable era que aplazaran la boda hasta primavera, y eso le concedería tiempo. El tiempo quizá le concediera oportunidades. Lo mejor para ella personalmente, y lo peor para Seth, sería que los Takeda cancelaran la boda y se retirasen a su isla natal. Eso significaría que estarían de vuelta en primavera para hacer la guerra.

* * *

Al salir el sol, Vi sacó las piernas por el lateral de su cama en la pequeña habitación. Apenas había dormido después de ver a la hermana Ariel, y había tenido unos sueños horribles sobre Kylar y océanos de sangre. Quizá fuera un presagio. Esa mañana en teoría se encontraría con Elene, a primera hora. Tocó la palangana.

—Fría —dijo.

Cuando empezaron a surcar la superficie cristales de hielo, los rompió y se lavó la cara, boqueando sin poder contenerse. En unos minutos terminó sus abluciones y se puso la túnica de novicia, que no era de su talla, sobre el camisón, que tampoco. Después se recogió el pelo con las cintas blancas que la hermana Ariel le había conseguido.

Oyó el familiar roce de los pasos de la hermana Ariel antes de que esta llamara a la puerta y entrase sin esperar a que le diera permiso.

—Estás levantada —dijo la hermana Ariel, sorprendida—. ¿Vas a verla?

—¿Está allá arriba, en el pomo de la espada de la Serafín? —preguntó Vi.

—Todavía rezando, dice Uly. Vi. —La hermana Ariel hizo una pausa—. Ahora eres una de nosotras. La Serafín pagará tus deudas. Si lo necesitas, puedes ofrecerle lo que haga falta.

—No creo que esté buscando un soborno —dijo Vi.

—Yo tampoco. —La hermana Ariel hizo otra pausa—. Esperaba tener que obligarte a ir a verla, Vi. La chica que eras antes nunca habría hecho esto. Muy bien.

Perfecto, ahora era imposible echarse atrás.

Vi encontró la escalera central y empezó a subir. Llevaba solo unos pocos pisos cuando las losas emitieron el suave resplandor que señalaba todos los amaneceres. Hizo un descanso en un rellano mientras unos regueros de polvo casi invisibles se unían formando pequeños riachuelos. Le pasaron veloces ante los pies mientras se abría un agujerito en la pared. La acumulación de polvo de un solo día entró por el orificio, que luego se cerró. En todos los rincones de la Serafín se repetía la misma operación. Gracias a la energía de los primeros rayos de sol, se retiraba todo el polvo natural. Fuera, la Serafín parecería rodearse por unos instantes de una aureola, a medida que la magia repelía el polvo, la suciedad, la lluvia o la nieve. Los residuos caían al lago en cascada y allí los dispersaba una magia que mantenía las aguas que rodeaban a la Serafín más limpias si cabe que el resto del lago Vestacchi.

Seguía habiendo, por supuesto, tareas de sobra para las novicias. La magia se anulaba en cualquier habitación donde pudiera interferir con los experimentos de una hermana o con artefactos sensibles, y pasaba por alto pedazos de pergamino, ropa o cualquier otra cosa que alguien pudiera dejar en el suelo. Sin embargo, sin la magia, las novicias podrían haber trabajado sin descanso y aun así no mantener la Capilla limpia. Era demasiado grande.

Vi llegó a una de las plantas superiores donde habitaban las hermanas ordenadas. Existía cierta jerarquía que regulaba quién ocupaba cada piso y qué hermanas se llevaban las codiciadas orientaciones al sur, pero Vi no tenía ni idea de cómo funcionaba. Por suerte, no había nadie en el pasillo. Siguió las lámparas permanentes hacia la esquina sudoeste. La Serafín sostenía una espada en su mano izquierda, con la punta hacia los pies y la empuñadura un poco más arriba que la cintura, ligeramente inclinada a un lado. El pomo de esa espada gigantesca estaba rematado por una joya circular. La sala era una esfera desde la cual las hermanas podían ver el amanecer y el ocaso. Las paredes eran casi transparentes. Era un santuario para quienes necesitaban meditar o, como en el caso de Elene, rezar.

Vi respiró hondo y abrió la puerta. Elene estaba sentada, mirando hacia las montañas del este. La vista era impresionante. Vi nunca había estado a tanta altura en su vida. Las bateas del lago parecían del tamaño de su pulgar. Las montañas resplandecían. El sol era un semicírculo irregular que asomaba sobre ellas. Sin embargo, los ojos de Vi buscaron la cara de Elene. Su tez brillaba a la suave luz, que dotaba a sus ojos de un marrón intenso y atenuaba las cicatrices. Le indicó a Vi con un gesto que se acercase a ella, sin apartar la vista del horizonte.

Con paso inseguro, Vi se colocó a su lado. Juntas vieron salir el sol.

Sin atreverse a mirar a Elene a la cara, pero incapaz de esperar un minuto más, Vi dijo:

—Lo siento si he interrumpido tus oraciones. —Sacó su cuchillo y lo dejó plano sobre sus palmas—. Te hice una promesa. Os he hecho algo muy grave a ti y a Kylar. Si lo deseas... no merezco otra cosa.

Elene cogió el cuchillo. Al cabo de lo que pareció un minuto, dijo:

—Sus bendiciones son nuevas todas las mañanas.

Vi parpadeó. Miró de reojo a Elene y vio una lágrima bajando por su mejilla.

—Esto, ¿las bendiciones de quién?

—Las del Dios Único. Si Él te perdona, ¿cómo osaría no hacerlo yo?

¿Qué?

Elene asió la mano derecha de Vi con su izquierda. Entonces se puso en pie, pegada a ella, mientras contemplaba el sol recién nacido. Sostuvo la mano de Vi con firmeza, pero sin asomo de venganza o tensión en el gesto. Irradiaba un aura de extraordinaria paz, una paz tan densa que poco a poco calmó los tirantes nervios de Vi.

Al cabo de unos minutos, Elene se volvió hacia ella. A Vi le sorprendió descubrirse lo bastante valiente para sostenerle la mirada.

—Creo que el Dios tiene un propósito para mí, Vi. No sé cuál es, pero sé que no es asesinarte. —Elene tiró el cuchillo a un lado—. Estamos metidas en un lío morrocotudo, pero estamos en él juntas. ¿De acuerdo?

Capítulo 50

El vürdmeister Neph Dada estaba sentado debajo de un roble en la embocadura del paso de Quorig, esperando a su espía. No había llevado al encuentro a ninguno de los doscientos vürdmeisters que había reunido. Si su espía era descubierta, no quería que pudiera contarle a la Capilla nada de utilidad. Por supuesto, el catatónico Tenser Ursuul y Khali habían viajado con él, y los mantenía cerca, pero escondidos.

Eris Buel llegó a la salida de la luna. No era una mujer atractiva. Tenía los ojos muy juntos, la nariz larga y la barbilla hundida. Si algo parecía era una rata maquillada. Y demasiado maquillada, dicho fuera de paso. Además tenía verrugas. Por todas partes. Garoth Ursuul había hecho saber desde hacía mucho que su progenie femenina no valía nada para él salvo como práctica de homicidio para los infantes. Era una verdad a medias. La mayoría de las chicas servían para cribar a los niños demasiado débiles para asesinar a sus propias hermanas, pero Garoth mandaba fuera a las brujas natas justo después del parto.

Pocas se volvían tan útiles como Eris Buel. Hacía unos años, Garoth descubrió que Eris había despertado las sospechas de la rectora. Antes que perderla, la había despachado a Alitaera y acordado su matrimonio con un noble. Después Eris se había subido a la cresta de una creciente ola de rencor entre las Prendas, las antiguas magas que habían dejado la Capilla para casarse. En ese momento se hallaba en condiciones de dirigir a las integrantes de ese movimiento de vuelta a la Capilla, donde exigirían que se las reconociera. Podría hasta derrocar a la rectora.

—Eris —saludó Neph, inclinando la cabeza.

—Vürdmeister. —A Eris le gustaba darse aires, pero era evidente que notaba la proximidad de Khali. Eso bastaba para descolocar al más pintado.

—Tengo un encargo para ti —dijo Neph—. Uno de nuestros espías me cuenta que una mujer llamada Viridiana Sovari ha atado a un hombre con un juego de pendientes compulsivos. Dado el lazo, suponemos que el hombre pronto estará en la Capilla.

—Conozco a la chica. Es la comidilla del lugar —dijo Eris.

—Ella no importa. Seré franco: este hombre, Kylar, podría llevar encima a Curoch. Hemos contratado a un ladrón de extraordinaria destreza para arrebatársela. Tenemos motivos para confiar en nuestro ladrón, pero Kylar es un hombre de muchos recursos. Podría detectar a nuestro agente. Así pues, en cuanto nuestro hombre robe la espada, te hará una señal izando dos banderas negras en un bote de pesca visible desde tu habitación en la Capilla. Mira tres veces al día. Cuando las veas, recoge la espada y abandona la ciudad de inmediato. El ladrón no debe verte la cara ni saber nada sobre ti, tal y como tú no sabes nada sobre él. Tú le pagarás; él sabe cuánto esperar. —Neph le entregó una bolsa llena de oro alitaerano. A Eris pareció sorprenderle el peso.

Neph le estaba mintiendo, por supuesto. Sus auténticas sospechas eran que Kylar había blandido a Curoch por unos breves momentos, pero también había visto cómo cambiaba el bosque de Ezra el día que el vürdmeister Borsini había encontrado la muerte intentando quitársela a Kylar. La Espada del Poder se había perdido; una vez que algo entraba en aquel bosque, allí se quedaba.

Lo que el ladrón de Neph intentaba robar era una espada normal, salvo por una cosa: había llegado a oídos de Neph que la espada de Kylar tenía la hoja negra. Kylar estaba escondiendo su ka’kari —el ka’kari negro, el Devorador de magia— en su espada. Neph estaba seguro. Si se equivocaba, probablemente estaría muerto para la primavera. Se estaba quedando sin opciones. Las cosas que había creído que resultarían fáciles se habían demostrado rematadamente difíciles.

Con doscientos vürdmeisters, Neph había atacado las tramas que Jorsin Alkestes había tendido sobre el Túmulo Negro siglos atrás. Incluso juntos, solo habían roto el primer hechizo: ya era posible usar el vir dentro de la Marca Muerta, el círculo inmutable de terreno que rodeaba la cúpula del Túmulo Negro. Antes, cualquiera que usara el vir allí moría al instante. Era más de lo que había conseguido nadie antes de Neph pero, por sí solo, no servía para nada. Los millones de kruls que rodeaban el Túmulo Negro seguían mágicamente sellados. Nadie podía levantarlos. Nadie podía levantar al titán que Neph había encontrado bajo la imponente cúpula del Túmulo Negro en sí. Con Curoch, Jorsin Alkestes había sido más poderoso, solo, que Neph con doscientos vürdmeisters.

Sus escasos éxitos se le antojaban nada. Había soliviantado a los salvajes de los Hielos. Había enseñado a sus chamanes a levantar kruls, aunque les había adiestrado adrede de forma imperfecta, por si alguna vez tenía que enfrentarse a ellos. Había sembrado rumores sobre la debilidad del nuevo rey dios entre las tribus de las montañas.

Eso bastaría para distraer al nuevo rey dios, pero no para que Neph se hiciese con las cadenas del cargo. Los Ursuul hacía tiempo que afirmaban que solo un miembro de su linaje podía quitarle el vir a un meister. La afirmación conllevaba que los meisters y vürdmeisters jamás supondrían una amenaza para un verdadero Ursuul: cualquier enfrentamiento mágico terminaría al instante. Antes Neph estaba seguro de que era mentira. Lo había apostado todo a la creencia de que, en cuanto tuviera a Khali, resultaría fácil aprender a eliminar el vir de quienquiera que desease. Sin embargo, por el momento, ni siquiera se había acercado.

Si no se le ocurría algo pronto, cualquiera de los infantes podría presentarse el día menos pensado y retirarle el vir al propio Neph.

Había escapatorias, pero ninguna muy probable. Si Neph recuperaba a la auténtica Curoch, por supuesto, podría despedazar la obra de Jorsin y a cualquiera que se alzara contra él aun sin los kruls, los Extraños o Khali. Si conseguía robar el ka’kari negro, podría usarlo para devorar la magia de Jorsin y levantar a los kruls, que aplastarían a cualquiera que le plantase carta. Podría usar el ka’kari negro para entrar en el bosque de Ezra y robar a Curoch y todo lo demás que contuviera. Su última esperanza era levantar a la propia Khali. Había sido el deseo de la diosa desde que la adoraban, como se consagraba en todas las oraciones khalidoranas: Khalivos ras en me.
Khali, reside en mí.
Si Neph podía procurarle un cuerpo a Khali, ella se lo daría todo. Estaba preparando la magia e intentando encontrar un huésped adecuado para la diosa por si necesitaba hacerlo, pero era su último recurso. Khali sin duda le enseñaría a negarle el vir al rey dios si Neph le proporcionaba una auténtica encarnación, pero, si Khali tenía un cuerpo, igual que podría dárselo todo, ¿por qué no iba también a arrebatárselo todo?

Neph volvió una mirada pensativa hacia Eris. Necesitaba, como siempre con aquella chiquillería arrogante, sellar la mentira.

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