Marea estelar (17 page)

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Authors: David Brin

BOOK: Marea estelar
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Temían el síndrome de la «Edad de Oro»... la tentación de «mirar hacia atrás», buscando la sabiduría en viejos y polvorientos textos antes que en la última edición de los periódicos.

Exceptuando algunas razas, como los kanten o los tymbrimi, la comunidad galáctica en su conjunto parecía dominada por este tipo de mentalidad. La Biblioteca era el primer y último recurso para cualquier problema. El hecho de que los antiguos registros contuvieran casi siempre información provechosa no hacía menos rechazable esta dependencia para muchos lobeznos de la Tierra, incluyendo entre ellos a Tom, a Gillian y a su viejo maestro Jacob Demwa.

Herederos de una tradición tecnológica cogida con alfileres, los dirigentes de la Tierra estaban convencidos de que la innovación sería rentable, incluso en aquella época tardía de la Historia galáctica. Por lo menos, se sentían mejor creyéndolo así. Para una raza de lobeznos, el orgullo era una cosa importante.

Los huérfanos por lo general no tienen otra cosa.

Pero allí estaba la evidencia del poder que confería un acercamiento a la Edad de Oro.

En aquella nave todo hablaba de refinamiento. Incluso en el estado en que se encontraba, era hermosa y estaba delicadamente ornamentada. El ojo era incapaz de apreciar la menor soldadura. Soportes y cabestrantes parecían dotados para más de una función.

Uno de ellos, que sostenía un alerón de estasis, también servía en apariencia como radiador deflector de los incrementos de probabilidad. Orley pensó que podría detectar muchas otras polivalencias, sutilezas que sólo podían provenir de una eternidad de lentas mejoras añadidas a un antiguo diseño.

Sin embargo, también percibía cierta decadencia, una ostentación arrogante y extraña no achacable al hecho de ser una nave alienígena.

Una de las principales tareas de Tom a bordo del Streaker era la evaluación de los aparatos alien, en particular de los destinados a actividades militares. Aunque aquella nave no fuera lo mejor que los galácticos habían hecho, Tom se sentía ante ella como un antiguo cazador de cabezas de Nueva Guinea, orgulloso con su nuevo mosquete pero dolorosamente consciente de la existencia de las ametralladoras.

Orley levantó la vista. Su equipo estaba reagrupándose. Con el mentón, pulsó el conmutador del hidrófono.

—¿Habéis acabado todos? Perfecto. Subgrupo dos, remontad ese cañón y comprobad si atraviesa toda la cordillera. Acortaríamos veinte clics en nuestro camino de vuelta al Streaker.

Oyó el silbido de asentimiento de Karacha Jeff, jefe del subgrupo dos. Bien. Este fin era digno de confianza.

—Tened cuidado —añadió Tom mientras se alejaban.

Luego, hizo un gesto a los otros para que le siguieran al interior de la nave a través de la hendedura del casco.

Penetraron en oscuros corredores de aspecto extrañamente familiar. Por doquier encontraban signos de la unidad de la cultura galáctica, imponiéndose a las particularidades de otras razas. Los paneles de iluminación eran idénticos a los que se encontraban en las naves de un centenar de especies, aunque los murales que los separaban estuvieran profusamente decorados con jeroglíficos thenanios.

Orley examinó minuciosamente todo aquello buscando algo concreto, un símbolo que se hallaba por todas partes en la Federación de las Cinco Galaxias... una espiral radiada.

Cuando lo encuentren, se recordó a sí mismo, los fines me avisarán. Saben que tengo interés. Sin embargo, no sospechan hasta qué punto deseo ver ese glifo.

18
GILLIAN

—Ah, ¿por qué debo hacerlo? ¡No estás cooperando mucho conmigo! Todo lo que quiero es hablar un minuto con Brookida. ¡Esto no es pedir la luna!

Gillian Baskin se sentía fatigada e irritable. La imagen holográfica del chimpancé planetólogo Charles Dart la miraba con ferocidad. Le sería fácil empezar a burlarse de Charlie y forzarlo a una retirada. Pero entonces él quizá fuese a quejarse a Ignacio Metz, y Metz la recriminaría por «intimidar a la gente por el simple hecho de tratarse de pupilos».

Tonterías. ¡Gillian no hubiera tolerado a un ser humano ni la cuarta parte de lo que estaba soportando de aquel engreído neochimp!

Apartó una mecha de cabellos dorados que le impedía la visión.

—Charlie, por última vez te digo que Brookida está durmiendo. Ya tiene tu mensaje, y te llamará cuando Makanee considere que ha descansado lo suficiente. Mientras tanto, lo único que deseo de ti es un listado de las cantidades de isótopos contenidas en los elementos transférricos que hay en Kithrup. Acabamos de operar a Satima, hemos invertido cuatro horas en hacerlo y necesitamos esos datos para establecer su programa de quelación. Quiero sacar de su organismo hasta el último microgramo de cualquier metal pesado. Ahora bien, si esto es pedir demasiado, o si estás excesivamente ocupado con el estudio de tus pequeños rompecabezas geológicos, siempre puedo llamar al comandante o a Takkata-Jim, ¡y pedirle que asigne a alguien para que te ayude! El chimp científico hizo una mueca. Sus labios se curvaron para mostrar una hilera de grandes y amarillentos dientes. En ese momento, a pesar del gran volumen de su cráneo, de su mandíbula prognata y de sus pulgares oponibles, Charlie la miraba más como un mono irritado que como un científico.

—¡Oh, está bien! —le temblaban las manos y la emoción le hacía tartamudear—. ¡P-pero... esto es importante! ¿Entiende? Creo que no hace mucho tiempo, treinta mil años todo lo más, ¡Kithrup estuvo habitado por sofontes tecnológicos! ¡Sin embargo, el Instituto de Migración Galáctica consideraba a este planeta como en barbecho desde las últimos cien millones de años!

Gillian reprimió la necesidad de contestarle: «¿Y qué?». Había tantas especies muertas y olvidadas en la Historia de las Cinco Galaxias que ni siquiera la Biblioteca podía tener constancia de todas ellas.

Charlie debió leer en su expresión lo que estaba pensando.

—¡Es ilegal! —gritó. Su áspera voz se quebraba—. ¡Si esto es cierto, el Instituto de Migraciones debería saberlo! ¡Quizás incluso tengamos que agradecerles que esos lo... locos fanáticos que están ahí arriba peleando no nos dejen en paz!

Sorprendida, Gillian enarcó una ceja. ¿Qué era aquello? ¿Charles Dart analizando las implicaciones de su trabajo más allá del mismo? Entonces, él debía incluso plantearse de vez en cuando el problema de la supervivencia. Su razonamiento sobre las leyes que regían las migraciones era ingenuo, sobre todo si se consideraba la frecuencia con que los clanes más poderosos las distorsionaban en su propio beneficio. Sin embargo, Charlie merecía que se le prestara atención.

—De acuerdo. Ésa es una buena razón —asintió—. Voy a cenar con el comandante.

Le hablaré de eso. También le preguntaré a Makanee si puede dejar salir a Brookida un poco antes. ¿Está bien así?

Charlie la miró con desconfianza. Luego, incapaz de mantener por más tiempo una expresión tan ambigua, entre la seriedad y el sarcasmo, dejó que su rostro mostrara una amplia sonrisa.

—¡Está bien! —rugió—. ¡Y tendrá esa lista en sus manos dentro de cuatro minutos!

Nada más, que le vaya bien.

—Lo mismo digo —respondió Gillian con dulzura, mientras la imagen holográfica desaparecía.

Durante un largo rato se quedó mirando la pantalla del receptor, con los codos apoyados en el escritorio y el rostro hundido entre las manos.

¡Ifni! ¿Por qué me habré comportado así con ese chimp embobado? ¿Qué me está pasando? Gillian se frotó los ojos con suavidad. Bueno, será porque ya hace treinta y seis horas que estoy en pie.

La interminable y estéril discusión sobre semántica con la condenada y sarcástica máquina Niss de Tom no le había servido para nada. Todo lo que ella quería de la máquina era que le aclarase algunas oscuras referencias contenidas en la Biblioteca.

Aquel sarcástico cacharro sabía que necesitaba ayuda para desentrañar el misterio de Herbie, el antiquísimo cadáver que yacía bajo un cristal en su laboratorio privado. Pero la Niss cambiaba de tema, preguntándole su opinión sobre problemas irrelevantes, como las costumbres sexuales de los humanos. Durante la sesión, Gillian estuvo deseando desmontar con sus propias manos aquella cosa grosera.

Pero Tom seguramente lo hubiera desaprobado; por tanto, hubo de renunciar.

Después, cuando estaba a punto de irse a la cama, se produjo la llamada de emergencia desde la esclusa. Pronto estuvo ocupada en ayudar a Makanee y a los autodocs a atender a los supervivientes del grupo de prospección. Su inquietud por Hikahi y Satima apartó de su mente cualquier idea de descanso. Pero cuando le parecieron fuera de peligro, Gillian ya no pudo contar con el exceso de adrenalina para contrarrestar la sensación de vacío que se deslizaba por todas las fisuras de aquella jornada tan dura.

No he tenido ni un momento para disfrutar de soledad, pensó. Levantó la cabeza y contempló su propio reflejo en la vacía pantalla del receptor. Tenía los ojos enrojecidos. El exceso de trabajo sin duda, pero también las preocupaciones.

Gillian sabía muy bien cómo ocuparse de sí misma, pero aquélla era una solución estéril. Su instinto reclamaba el calor de una persona que la tomara en sus brazos, que colmara su anhelo físico.

Se preguntó si Tom sentiría lo mismo en aquel momento. Oh, sí... claro que sí; con aquel tosco lazo telempático que a veces compartían, Gillian sintió que le conocía muy bien. Los dos eran muy semejantes.

Gillian, a veces, tenía la sensación de que los planificadores genéticos habían tenido más éxito con él que con ella. Todo el mundo parecía considerarla extraordinariamente competente; pero en presencia de Thomas Orley, los mismos que así opinaban se sentían vagamente intimidados.

Y en momentos como el presente, cuando la memoria eidética parecía más una maldición que una bendición, Gillian se preguntaba si en realidad estaba tan libre de neurosis como prometía la garantía del fabricante.

Una ficha acartonada surgió en la ranura del télex. Era el perfil de distribución de isótopos prometido por Charlie... con un minuto de adelanto sobre el horario previsto.

Gillian examinó las columnas. Bien. La variación con las cifras facilitadas sobre Kithrup por la milenaria Biblioteca era casi inexistente. No es que ella esperase grandes diferencias, pero había que comprobarlo.

Un breve apéndice en la base de la ficha advertía que los datos sólo hacían referencia a la superficie y a las regiones más altas de la astenosfera, y que su validez no podía garantizarse a más de dos kilómetros bajo la corteza planetaria.

Gillian sonrió. Algún día la meticulosidad de Charlie podría salvarlos a todos.

Se levantó y se dirigió a un parapeto sobre una gran cámara abierta. El agua la llenaba hasta dos metros por debajo del parapeto. Voluminosas máquinas sobresalían del agua.

La mitad superior de la cámara, incluido el despacho de Gillian, resultaba inaccesible para los delfines a menos que fueran montados en un andador o en una araña.

Sin molestarse en desplegar la mascarilla que llevaba en el cinturón, Gillian miró hacia abajo y luego se zambulló entre dos hileras de oscuros autodocs. Los grandes y oblongos recipientes de cristalita estaban vacíos y silenciosos.

Para permitir una respiración abierta y una cirugía en seco, todos los canales de la enfermería eran poco profundos. La joven nadó con largas y poderosas brazadas, se agarró al ángulo de una máquina para girar y entró en la sección de traumatología a través de un telón de texgoma.

Salió a la superficie para respirar, flotó durante un momento y luego prosiguió su camino hasta una gruesa pared de cristal emplomado. Tras una pesada pantalla de protección, dos delfines cubiertos de vendajes flotaban en un tanque de gravedad. Uno de ellos, conectado a un laberinto de tubos, tenía la mirada mortecina a causa de una fuerte dosis de sedantes. El otro silbó alegremente cuando vio acercarse a Gillian.

—¡Bienvenida, Asistenta de la Vida! Tus pociones recorren mis venas, pero esss esta sensación de ingravidez lo que alegra mi corazón de astronauta. ¡Gracias!

—De nada, Hikahi —Gillian se mantenía muy bien en el agua, sin preocuparse de asirse a la barandilla que recorría el frontal del tanque de gravedad—. Pero no te acostumbres demasiado a la comodidad. Me temo que Makanee y yo te vamos a echar de ahí muy pronto como castigo por tener esa constitución de acero.

—Completamente incompatible con la del bisssmuto o la del cadmio —farfulló Hikahi con un gorgoteo burlón.

—¡Exactamente! —respondió Gillian riendo—. Y vas a tener que empezar a maldecir dentro de poco a tu buena salud, pues te encontrarás fuera de aquí, respirando burbujas y poniéndote firmes sobre la cola para saludar al comandante.

Hikahi la obsequió con su leve sonrisa de neofín.

—¿Estás sssegura de que no ha sssido demasiado peligroso conectar este tanque de gravedad? No quisiera que Satima y yo fuéramos responsables de un gasto excesivo.

—Tranquila, fem-fin —dijo Gillian negando con la cabeza—. Hemos triplicado las seguridades. Las sondas detectoras no han indicado ninguna fuga. Diviértete y no te preocupes. Y he oído que el comandante tal vez envíe un pequeño equipo a tu isla para estudiar a los presensitivos que encontraste. Supongo que te interesará. Eso es señal de que, al menos a corto plazo, no está muy preocupado por los galácticos. La batalla espacial puede ser larga, y quizá seamos capaces de permanecer ocultos por tiempo indefinido.

—¡Una estancia indefinida en Kithrup no es la idea que yo tengo del paraíso! —respondió Hikahi, abriendo la boca con una mueca de ironía—. ¡Si éstas son buenas noticias, por favor, avísame cuando sean deprimentes!

—Lo haré —dijo Gillian riendo—. Ahora, duerme un poco. ¿Quieres que apague la luz?

—Sssí, por favor. Y gracias por las noticias, Gillian. Creo que es muy importante hacer algo con esos aborígenes. Espero que la expedición sea un éxito. Y no olvides decirle a Creideiki que estaré en mi puesto antes de que tenga tiempo de abrir una lata de atún.

—Lo haré. Felices sueños, querida.

Gillian tocó el reductor de iluminación y la luz fue disminuyendo poco a poco. Hikahi parpadeó varias veces, durmiéndose de un modo muy marinero.

Gillian se dirigió al dispensario donde sin duda iba a encontrar a Makanee atendiendo a un desfile de quejumbrosos fines. Gillian le enseñaría a la médico los perfiles de isótopos de Charlie y luego volvería a su laboratorio para trabajar un rato más.

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