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Authors: David Brin

Marea estelar (13 page)

BOOK: Marea estelar
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Si Tom Orley estaba allí, quizás aquélla fuese la ocasión para pedirle consejo sobre un problema que se hacía cada vez más acuciante: cómo reaccionar ante las insólitas «atenciones» de Sah'ot.

Pocas personas estaban tan cualificadas como Thomas Orley para aconsejarla sobre un comportamiento no humano. Su título oficial era Asesor en Tecnologías Alienígenas, pero estaba claro que también tenía algo de psicólogo, y ayudaba al doctor Metz y a la doctora Baskin a evaluar el rendimiento de una tripulación formada por delfines. Conocía a los cetáceos, y estaría capacitado para decirle lo que Sah'ot esperaba de ella.

Sí, Tom sabría qué se debía hacer, pero...

Su habitual indecisión volvió a dominarla. Se encontró llena de razones por las que no debía molestar a Tom en aquel preciso instante; por ejemplo, el hecho de que éste dedicaba todo su tiempo de vigilia a encontrar un modo de salvar sus vidas.

Naturalmente, podría decirse lo mismo del resto de la tripulación, pero su reputación y experiencia sugerían que Orley era el único que podría sacar de Kithrup al Streaker y a sus tripulantes antes de que los ETs los capturasen.

Dennie suspiró. Otra razón para renunciar estaba en sus propios escrúpulos. No era fácil para una mujer joven pedirle consejo personal a un hombre como Thomas Orley.

Sobre todo cuando se trataba de cómo enfrentarse a las acometidas de una propuesta amorosa.

Por comprensivo que fuera, Tom no podría menos que echarse a reír, o aguantarse la risa de forma evidente. Dennie debía admitir que la situación parecería divertida a cualquiera que no fuese el objeto del intento de seducción.

Aceleró su paso a lo largo del corredor suavemente curvado, hacia los ascensores. De todos modos, se iba preguntando Dennie, ¿por qué tuve que venir al espacio? Claro, representaba una oportunidad para progresar en mi carrera. Y, además, en la Tierra mi vida privada era una catástrofe. ¿Pero ahora qué hago? Mi análisis de la biología kithrupiana no conduce a nada. Hay miles de monstruos de ojos saltones rondando por encima del planeta, deseosos de bajar y apoderarse de mí; y, mientras, un delfín no deja de molestarme con insinuaciones que habrían hecho enrojecer a la mismísima Catalina de Rusia.

Era injusto, por supuesto, pero ¿cuándo la vida había sido justa?

El Streaker se construyó a partir de una modificada nave de exploración del tipo Snarkhunter. Pocos Snarks continuaban en servicio. A medida que los terrestres se habían ido familiarizando con las refinadas tecnologías descritas en la Biblioteca, aprendieron a combinar lo viejo con lo nuevo: los antiguos diseños galácticos y las tecnologías indígenas de la Tierra. Este proceso aún estaba en una fase particularmente difícil cuando se construyeron los Snarks.

La nave era un cilindro redondeado en sus extremos del que salían alerones de realidad dispuestos en cinco filas de a cinco a lo largo del casco. En el espacio, los alerones anclaban la nave en una esfera protectora de estasis. Ahora servían como tren de aterrizaje, mientras el Streaker yacía herido sobre su flanco en un embarrado valle a ochenta metros bajo la superficie de un mar alienígena.

Entre el tercer y el cuarto anillo de alerones, el casco presentaba un ligero abultamiento donde se encontraba la rueda seca. En el espacio libre, la rueda giraba sobre su eje proporcionando una forma primitiva de gravedad artificial. Los humanos y sus pupilos habían aprendido a generar campos de gravedad, pero casi todas las naves terrestres seguían provistas de ruedas centrífugas. Algunos veían en ellas una marca de fábrica, una señal de la que ciertas especies amigas les habían recomendado prescindir para no ir anunciando que las tres razas de Sol eran diferentes a todas las otras del espacio... los «huérfanos» de la Tierra.

La rueda del Streaker tenía suficiente capacidad para albergar a cuarenta humanos aunque, en aquella ocasión, sólo fuesen siete y un chimpancé. También contaba con instalaciones recreativas para la tripulación delfiniana, piscinas en las que podían nadar y zambullirse, y hacer el amor entre sí durante sus horas libres.

Pero en la superficie de un planeta la rueda no podía girar. La mayor parte de sus habitaciones estaban patas arriba y resultaban inaccesibles. Y la gran crujía central de la nave estaba llena de agua.

Dennie ascendió en un elevador, uno de los radios que conectaban la rueda seca con el eje rígido del Streaker. El eje sostenía el interior abierto de la nave. Salió del ascensor en un vestíbulo hexagonal con puertas y paneles de acceso en todos sus ángulos. Se encaminó hacia la esclusa principal, a cincuenta metros por delante de los radios de la rueda.

Con ingravidez, hubiera podido deslizarse, en lugar de andar, a lo largo del interminable corredor. La gravedad convertía el pasillo en algo extrañamente desacostumbrado.

En la antecámara de la esclusa, un muro de armarios transparentes contenía los trajes espaciales y las ropas de inmersión. Dennie cogió un bikini, una mascarilla y unas aletas de su armario particular. En circunstancias «normales» también habría cogido un sobretodo, un pequeño cinturón de propulsión y quizás un par de alas-brazo de gran envergadura. Vestida así podría haberse lanzado directamente a la crujía central y volar en el aire húmedo hasta el lugar que quisiera, teniendo sólo que preocuparse de la rotación de los radios de la rueda seca.

Ahora, por supuesto, los radios estaban inmóviles y la crujía central contenía algo más que humedad en el aire.

Se dio prisa en desvestirse y ponerse el traje de baño. Luego, se detuvo frente a un espejo y apretó los cordones del bikini hasta sentirse cómoda. Dennie sabía que tenía una figura atractiva. Al menos, los hombres que conocía se lo habían dicho a menudo. Sin embargo, los hombros demasiado anchos le daban una excusa para los autorreproches que parecía estar siempre buscando.

Puso el espejo a prueba con una sonrisa. La imagen se transformó inmediatamente. El intenso blanco de la brillante dentadura contrastaba con sus oscuros ojos castaños.

Dennie despertó de aquel lapso. Los hoyuelos de las mejillas la rejuvenecían, un efecto que quería evitar a cualquier precio. Suspiró y comprimió cuidadosamente su pelo negro azabache bajo el caucho del casco de inmersión.

Bueno, vamos allá.

Comprobó los cierres de su portafolios y penetró en la esclusa. Antes de que se cerrara el panel interno, el agua salina inundó la cámara desde unas válvulas existentes alrededor del suelo.

Evitando mirar hacia abajo, Dennie se ajustó la mascarilla respiratoria en el rostro. La transparente membrana le daba sensación de pesadez, pero permitió que el aire circulara libremente en ambos sentidos cuando respiró rápida y profundamente. Las numerosas placas flexibles colocadas en los bordes de la máscara ayudaban a extraer el aire suficiente de la sobrecargada oxiagua. En los ángulos de su campo de visión, la mascarilla llevaba incorporados unos pequeños dispositivos de sonar que supuestamente servían para combatir la sordera casi total que los humanos sufrían bajo el agua.

Un cálido burbujeo ascendió por sus piernas. Dennie reajustó su mascarilla mientras con el codo mantenía apretado el portafolios contra su costado. Cuando el fluido llegó casi hasta sus hombros, sumergió la cabeza y, cerrando los ojos, respiró en profundidad.

La mascarilla funcionó. Siempre lo hacía, naturalmente. Sintió como si inhalara una pesada bruma oceánica, pero había el aire suficiente. Un poco avergonzada por efectuar esta temerosa prueba, se enderezó y esperó a que el agua la cubriese por entero.

Finalmente, la puerta se abrió, y Dennie se alejó nadando hacia una gran sala donde arañas, «caminadores» y otros mecanismos delfinianos yacían cuidadosamente almacenados en sus nichos. Guardados en ordenadas estanterías estaban los percheros de los propulsores acuáticos que usaban los delfines para desplazarse por la nave en estado de ingravidez. Los propulsores permitían toda clase de sorprendentes acrobacias en caída libre; pero en un planeta, con la mayor parte de la nave inundada, eran completamente inútiles.

De ordinario, siempre había en este vestuario exterior uno o dos fines, retorciéndose para poderse quitar o poner el equipo. Sorprendida por aquella soledad, Dennie nadó hasta la escotilla que se abría al otro extremo de la sala y miró la crujía central.

El gran cilindro estaba sólo veinte metros más allá. La perspectiva no era tan impresionante como la que podía captarse desde el centro de una de las ciudades espaciales de los cinturones de asteroides del Sol. Sin embargo, siempre que entraba en la crujía central, su primera impresión era la de un vasto y concurrido espacio. Largos brazos radiales se extendían desde el eje hasta la pared del cilindro, manteniendo rígida la nave y enviando energía a los alerones de estasis. Entre estas columnas se encontraban las áreas de trabajo de los delfines, una serie de soportes de mallas elásticas.

A los delfines, incluso a los
tursiops amicus
, no les gustaba estar más apiñados de lo que era necesario. En el espacio, la tripulación trabajaba en la abierta ingravidez de la crujía central, propulsándose a través del húmedo aire. Pero Creideiki tuvo que aterrizar su averiada nave en un océano; y esto significaba que también había tenido que inundar la nave para que sus trabajadores pudieran acceder a sus instrumentos.

Él puente brillaba con una efervescencia apenas atenuada. Aquí y allá, pequeñas hileras de burbujas ascendían hacia el curvado techo. Las aguas de Kithrup eran cuidadosamente filtradas, se le añadían solventes y le incorporaban oxígeno para transformarlas en oxiagua. Modificados genéticamente, los neodelfines podían respirarlo, aunque no les gustaba mucho.

Dennie miró a su alrededor, asombrada. ¿Dónde estaban todos?

Un movimiento llamó su atención. Cinco metros por encima del eje central, dos fines y dos hombres nadaban con rapidez hacia la proa de la nave.

—¡Eh! —les gritó—. ¡Esperadme!

Aunque la mascarilla se suponía que concentraba y amplificaba el sonido de la voz, Dennie tuvo la impresión de que el agua absorbía sus palabras.

Sin embargo, los fines se detuvieron. Al unísono, se precipitaron hacia ella. Los dos humanos continuaron nadando durante un instante, luego hicieron una pausa y miraron a su alrededor moviendo lentamente los brazos. Cuando vieron a Dennie, uno de ellos agitó la mano.

—¡Date prisssa, honorable bióloga!

Un enorme delfín de color gris antracita ataviado con su pesado arnés de trabajo adelantó a Dennie, mientras el otro describía círculos a su alrededor con impaciencia.

Dennie nadó con todas sus fuerzas.

—¿Qué está pasando? ¿Ha terminado la batalla espacial? ¿Nos han encontrado?

Cuando se acercó, uno de los hombres, un negro rechoncho, le sonrió. El otro humano, una mujer alta y rubia de porte majestuoso, siguió avanzando impaciente en cuanto Dennie llegó hasta ellos.

—Bien, ¿no crees que la alarma sonaría si los ETs aterrizaran? —se burló el hombre negro mientras nadaban sobre el eje. El porqué Emerson D'Anite, con su estampa sombría, prefería a veces alterar la pronunciación de las erres era un secreto que Dennie aún no había conseguido descubrir.

Se sintió aliviada al saber que todavía no estaban siendo atacados. Pero si no se trataba de que los galácticos ya habían venido a por ellos, ¿qué significaba toda aquella barahúnda?

—¡La patrulla de exploración! —Ocupada en sus propios problemas, Dennie había olvidado por completo el destino del grupo perdido—. ¿Han regresado, Gillian? ¿Han vuelto ya Hikahi y Toshio?

Gillian, aunque tenía más años que Dennie, nadaba con unas largas y gráciles brazadas que le producían envidia. Por alguna razón, su voz grave sonaba a la perfección a través del agua. Su expresión era severa.

—Sí, Dennie, han vuelto. Pero al menos cuatro de ellos están muertos. Dennie jadeó.

Tuvo que hacer un esfuerzo para sobreponerse.

—¿Muertos? ¿Cómo...? ¿Quién...? Gillian Baskin no disminuyó su marcha.

—Todavía no sabemos cómo... —le respondió por encima del hombro—. Cuando Brookida regresó, mencionó a Phip-pit y a Ssassia... y también dijo que posiblemente el equipo de rescate encontraría a otros heridos o muertos.

—¿Brookida...? Emerson la empujó con el codo.

—¿Y tú dónde has estado? Hace ya horas que se anunció su regreso. El señor Orley cogió al viejo Hannes y a veinte fines de la tripulación para ir en busca de Hikahi y los otros.

—Yo... debería estar durmiendo en ese momento —Dennie contempló la posibilidad de desollar lentamente a cierto chimpancé. ¿Por qué Charlie no me dijo nada cuando llegué al laboratorio? Probablemente se le olvidó. ¡Uno de estos días, la monomanía de este chimp provocará que alguien lo estrangule!

La doctora Baskin ya había alcanzado a los dos delfines de cabeza. Nadaba casi a tanta velocidad como Tom Orley, y ninguno de los otros cinco humanos de a bordo podía igualarla cuando ponía todas sus fuerzas en ello.

Dennie se volvió hacia D'Anite.

—¡Venga, cuéntamelo!

Emerson realizó un breve resumen del relato hecho por Brookida: la hierba asesina, la caída del crucero en llamas y las olas gigantescas que siguieron a la explosión, provocando el desesperado proceso de la fiebre de ayuda.

Dennie no acababa de entender aquella historia, especialmente por el papel que había interpretado en ella el joven Toshio. Aquello no parecía en absoluto cosa de Toshio Iwashika. Él era la única persona a bordo del Streaker que parecía más joven y solitaria que ella. Dennie apreciaba al guardiamarina, por supuesto, y esperaba que no hubiera perdido la vida intentando ser un héroe.

Emerson le contó los rumores más recientes acerca de un salvamento en la isla durante una noche tormentosa, y de aborígenes que empleaban herramientas. Al oírlo, Dennie se detuvo en medio de una brazada.

—¿Abos? ¿Estás seguro? ¿Nativos presensitivos?

Se quedó pataleando en el agua, mirando al mecánico negro. Estaban ahora a sólo diez metros de la gran escotilla abierta situada en la proa de la crujía central. A través de ella les llegaban una serie de chillidos y gruñidos estridentes.

Emerson se encogió de hombros, y aquel gesto liberó una capa de burbujas desde su espalda y los bordes blindados de su mascarilla.

—Escucha, Dennie, ¿por qué no entramos y lo averiguamos? Hasta este momento sólo hemos hecho suposiciones, pero ahora ya deben estar pasando la descontaminación.

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