Estoy en deuda con mi estupendo agente literario, John Ware. Mi agradecimiento también para David Schensted y Peter Bodde, de la embajada estadounidense en Katmandú; Lisa Choegyal, de Tiger Mountain, y Deepak Lama, de Wilderness Experience Trekking, por su ayuda después de la tragedia.
Por su inspiración, hospitalidad, amistad, información y sabios consejos, quiero dar las gracias a Tom Hornbein, Bill Atkinson, Madeleine David, Steve Gipe, Don Peterson, Martha Kongsgaard, Peter Goldman, Rebecca Roe, Keith Mark Johnson, Jim Clash, Muneo Nukita, Helen Trueman, Steve Swenson, Conrad Anker, Alex Lowe, Colin Grissom, Kitty Calhoun, Peter Hackett, David Shlim, Brownie Schoene, Michael Chessler, Marion Boyd, Graem Nelson, Stephen P. Martin, Jane Tranel, Ed Ward, Sharon Roberts, Matt Hale, Roman Dial, Peggy Dial, Steve Rottler, David Trione, Deborah Shaw, Nick Miller, Dan Cauthorn, Greg Collum, Dave Jones, Fran Kaul, Dielle Havlis, Lee Joseph, Pat Joseph, Pierret Vogt, Paul Vogt, David Quammen, Tim Cahill, Paul Theroux, Charles Bowden, Alison Lewis, Barbara Detering, Lisa Anderheggen-Leif, Helen Forbes y Heidi Baye.
Conté también con los esfuerzos de autores y periodistas como Elizabeth Hawley, Michael Kennedy, Walt Unsworth, Sue Park, Dile Seitz, Keith McMillan, Ken Owen, Ken Vernon, Mike Loewe, Keith James, David Beresford, Greg Child, Bruce Barcott, Peter Potterfield, Stan Armington, Jennet Conant, Richard Cowper, Brian Blessed, Jeff Smoot, Patrick Morrow, John Colmey, Meenakshi Ganguly, Jennifer Martos, Simon Robinson, David Van Biema, Jerry Adler, Rod Nordland, Tony Clifton, Patricia Roberts, David Gates, Susan Miller, Peter Wilkinson, Claudia Glenn bowling, Steve Kroft, Joanne Kaufman, Howie Masters, Forrest Sawyer, ibm Brokaw, Audrey Salkeld, Liesl Clark, Jeff Herr, Jim Curran, Alex Heard y Lisa Chase.
Armington, Stan,
Trekking in the Nepal Himalaya
, Lonely Planet, Oakland, California, 1994.
Bass, Dick y Frank Wells con Rick Ridgeway,
Seven Summits
, Werner Books, Nueva York, 1986.
Baume, Louis
C., Sivalaya: Exploration of the 8.000-Metre Peaks of the Himalaya
, The Mountaineers, Seattle, 1979.
Cherry-Garrard, Apsley,
The Worst Journey in the World
, Carroll & Graf, Nueva York, 1989.
Dyrenfurth, G. O.,
To the Third Pole
, Werner Laurie, Londres, 1955.
Fisher, James F.,
Sherpas: Reflections on Change in Himalayan Nepal
, Universidad de California, Berkeley, 1990.
Holzel, Tom, y Audrey Salkeld,
The Mystery of Mallory and Irvine
, Henry Holt, Nueva York, 1986.
Hornbein, Thomas F.,
Everest: The West Ridge
, The Sierra Club, San Francisco, 1966.
Hunt, John,
La ascensión al Everest
, Juventud, Barcelona, 1980.
Long, Jeff,
The Ascent
, William Morrow, Nueva York, 1992.
Messner, Reinhold,
Everest, en solitario
, RM, Barcelona, 1983.
Morris, Jan, Coronation Everest: The First Ascent and the Scoop That Crowned the Queen, Boxtree, Londres, 1993.
Roberts, David,
Moments of Doubt
, The Mountaineers, Seattle, 1986.
Shipton, Eric,
The Six Mountain-Travel Books
, The Mountaineers, Seattle, 1985.
Unsworth, Walt,
Everest
, GraftonBooks, Londres, 1991.
En noviembre de 1997 salió a la venta un libro titulado
The Climb. Everest 1996
, El Desnivel, la versión de Anatoli Boukreev sobre el desastre de 1996 en el Everest contada a un estadounidense llamado G. Weston DeWalt. Boukreev se había molestado mucho por el modo en que era retratado en
Mal de altura
, motivo por el cual una parte importante de
The Climb
está dedicada a defender la actitud del escalador ruso en el Everest, a poner en tela de juicio mi versión y a difamarme por falta de integridad periodística. Pese a que fue fascinante revisar los hechos de 1996 desde la perspectiva de Boukreev, ya que algunos pasajes del libro me emocionaron de verdad,
The Climb
me pareció una exposición no muy honrada de la tragedia. Para no crear problemas a Boukreev ni a DeWalt, tomé la decisión de renunciar a una refutación pública. Sí escribí, en cambio, una serie de cartas a DeWalt y a St Martin's Press, señalando, con los documentos oportunos, varios de los numerosos errores del libro. Un portavoz de la editorial me aseguró que en futuras reimpresiones se efectuarían las correcciones pertinentes.
En julio de 1998 St Martin's publicó
The Climb
en edición de bolsillo. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que la mayor parte de los errores señalados por mí siete meses antes no habían sido enmendados. El aparente desdén de DeWalt y sus editores por la veracidad me convenció de que debía romper mi silencio y defender la fidelidad e integridad de
Mal de altura
. Por desgracia, el único modo de hacerlo es destacar algunas de las deficiencias de
The Climb.
De los seis guías profesionales que quedaron atrapados en lo alto del Everest cuando se desató la tempestad el 10 de mayo de 1996, sólo sobrevivieron tres: Boukreev, Michael Groom y Neal Beidleman. Un periodista escrupuloso que intentara describir la tragedia con la mayor exactitud, en toda su complejidad, habría entrevistado sin duda a cada uno de ellos (cosa que yo sí hice para mi libro). A fin de cuentas, las decisiones de esos guías influyeron mucho en las consecuencias del desastre. Inexplicablemente, DeWalt entrevistó a Boukreev pero no a Groom ni a Beidleman.
Igual de sorprendente fue el que DeWalt no se pusiera en contacto con Lopsang Jangbu, el sirdar de escalada de Scott Fischer. El papel de Lopsang en la tragedia fue uno de los más cruciales y controvertidos. Él remolcó a Sandy Hill Pittman, estuvo con Fischer cuando el jefe de Mountain Madness se derrumbó durante el descenso y fue el último que habló con Fischer antes de la muerte de éste. Y Lopsang fue también el último que vio a Rob Hall, Andy Harris y Doug Hansen con vida. Sin embargo, DeWalt no se puso en contacto con él, y eso que el sherpa pasó gran parte del verano de 1996 en Seattle y era fácilmente localizable por teléfono.
Los motivos de tan notables deslices pertenecen al terreno de la especulación, pero el resultado final es una obra muy acomodaticia. Quizás esto guarde relación con el hecho de que DeWalt —cineasta aficionado que supervisó la documentación y fue quien redactó realmente
The Climb
— carecía de conocimientos de alpinismo, jamás había pisado las montañas de Nepal y tenía escasa experiencia en periodismo de investigación. Sea como fuere, Beidleman se mostró tan desencantado al leer el libro, que en diciembre de 1997 escribió una carta a DeWalt en la que decía: «Creo que
The Climb
es una descripción falaz de la tragedia de mayo […] Ni usted ni ningún miembro de su equipo se molestó en llamarme para cotejar un solo detalle conmigo».
Aunque el hecho de no entrevistar a Groom, Beidleman y Lopsang Jangbu constituye un desconcertante descuido, DeWalt tampoco entrevistó a ninguno de los otros sherpas implicados, a tres de los ocho clientes que formaban el equipo de Boukreev, ni a varios alpinistas cuya participación en la tragedia y/o en las labores de rescate fue crucial. Puede que se trate de una simple coincidencia, pero la mayoría de aquellos a quienes DeWalt decidió dejar al margen han censurado el comportamiento de Boukreev en el Everest.
En
The Climb
se cita frecuentemente a Klev Schoening, Neal Beidleman y Lopsang Jangbu, pero todas las citas están sacadas de las
cintas de interrogatorio
que Sandy Pittman grabó en el campamento base el 15 de mayo de 1996. DeWalt no corroboró ninguna de las declaraciones hechas por Kruse, Beidleman, Lopsang, Klev Schoening o Pete Schoening. Beidleman y Klev me dijeron que sus palabras —tal como las grabó Pittman— eran presentadas fuera de contexto y muy tergiversadas en el libro de DeWalt, y que no reflejan el verdadero significado de lo que se había dicho.
Esta falta de rigor hace que abunden en
The Climb
los errores de hecho. Por citar sólo un ejemplo entre muchos: el piolet de Andy Harris —cuya localización da una importante pista sobre el modo en que éste encontró la muerte— no fue hallado donde dice DeWalt que lo fue. La indiferencia mostrada por DeWalt y su editor al no corregir en la edición de bolsillo éste y otros errores, que yo señalé tras la publicación de
The Climb
, es un insulto a quienes quedamos afectados por el desastre y seguimos intentando dilucidar qué pasó realmente allá arriba. Está claro que para la familia de Andy Harris el lugar donde fue encontrado su piolet no es un detalle que carezca de trascendencia.
Pero lo más inquietante es que varios de los errores del libro parecen no ser producto de la mera negligencia, sino distorsiones deliberadas de la verdad con el objeto de desautorizar mi investigación. Por ejemplo, DeWalt afirma en
The Climb
que varios detalles importantes del artículo que escribí para
Outside
no fueron confrontados, a pesar de que sabía que John Alderman, un redactor de la revista, se entrevistó largamente con Boukreev en la redacción de
Outside
en Santa Fe para confirmar la exactitud de mi original antes de que éste fuera a máquinas. Aparte, yo, personalmente, mantuve a lo largo de dos meses varias conversaciones con Boukreev en las que me esforcé al máximo por aclarar la verdad.
La versión Boukreev/DeWalt de la tragedia difiere, en efecto, de la que yo consideré fidedigna, pero
Outside
publicó lo que la revista y un servidor creíamos que era la versión objetiva, no la de Boukreev. A lo largo de mis numerosas entrevistas con éste, descubrí que su relato de ciertos hechos cambiaba significativamente de un día para otro, lo que me hacía desconfiar de su memoria. Y otros testigos, entre quienes destaco a Dale Kruse, Klev Schoening, Lopsang Jangbu, Martin Adams y Neal Beidleman, demostraron más adelante que las versiones dadas por Boukreev de ciertos acontecimientos importantes eran falsas. Resumiendo, los recuerdos de Boukreev resultaban particularmente poco fiables.
La falsificación más preocupante de cuantas se leen en
The Climb
tiene que ver con la conversación mantenida por Scott Fischer y Jane Bromet (publicista y confidente de Fischer a quien acompañó hasta el campamento base), según una cita de Bromet que aparece en las páginas 222-223 (255-256 en la edición de bolsillo). DeWalt corrige las palabras de Bromet para dar a entender que Fischer había planeado que Boukreev bajara rápidamente una vez alcanzada la cima, dejando a sus clientes. DeWalt insinúa asimismo que el que yo no mencionara este supuesto plan en
Mal de altura
fue un vil intento de encubrir la verdad.
De hecho, no mencioné este plan en mi libro porque encontré pruebas concluyentes de que no existía tal cosa. Beidleman me dijo que si hubo un plan semejante, él desde luego no estaba al corriente del mismo cuando el equipo de Mountain Madness atacó la cima el 10 de mayo, y le consta que Boukreev tampoco sabía nada. Durante el año que siguió a la tragedia, Boukreev explicó numerosas veces —en televisión, por Internet, en periódicos y revistas— su decisión de iniciar el descenso antes que sus clientes. Sin embargo, en ninguna de estas ocasiones indicó que hubiera actuado de acuerdo a un plan. En efecto, en el verano de 1996, el propio Boukreev afirmó que no existía tal plan en el transcurso de una entrevista grabada en vídeo para ABC News. Como explicó Boukreev al corresponsal Forrest Sawyer, hasta que llegó a la cumbre «no sabía cuál era mi plan. Tenía que ver la situación y luego decidir… Porque nosotros no hicimos ningún plan».
Por lo visto, Sawyer no acababa de entender a Boukreev, pues al cabo de un rato le preguntó: «Entonces, su plan, una vez que adelantó a todo el mundo, era que usted esperaría en la cima a que llegara el grupo al completo».
En tono burlón, Boukreev reiteró que no había nada previsto de antemano: «En realidad, no trazamos plan alguno, pero yo tenía que ver la situación, y luego decidir qué era lo mejor».
Al escribir
The Climb
, DeWalt decidió hacer caso omiso de que la única prueba que avalaba su conjetura acerca de un plan predeterminado era lo que Bromet recordaba de una conversación con Fischer. Es más, la propia Bromet nos recalcó tanto a DeWalt como a mí, antes de publicarse nuestros respectivos libros, que era erróneo suponer que los comentarios de Fischer indicasen la existencia de un plan predeterminado. Antes de que se publicara
The Climb
, Bromet envió una carta a DeWalt y St Martin's Press lamentando que hubieran tergiversado sustancialmente sus palabras. Señalaba en dicha carta que DeWalt había manipulado su cita a fin de dar la impresión de que la conversación entre ella y Fischer había tenido lugar unos días antes del ataque a la cima, cuando en realidad aconteció tres semanas antes de la misma, una discrepancia en absoluto superficial.
Como afirmaba Bromet en su carta a DeWalt, la versión que aparece corregida en The Climb es “¡totalmente falsa! Eso podría inducir a los lectores a sacar una falsa conclusión sobre muchos de los importantes factores que condujeron al accidente. Porque debido a esta distorsión […] el lector podría creer erróneamente que el descenso de Boukreev [por delante de sus clientes] obedeció a un plan en firme […] Tal como se ha escrito esa cita, cabría pensar que forma parte de un análisis distorsionado y premeditado del accidente cuyo único objeto es absolver de toda culpa a Anatoli Boukreev tratando de hacer responsable del mismo a otros [ … ] Se dio demasiada importancia a esa cita al reconstruir las fases del accidente […] Scott no volvió a mencionar este plan ni una sola vez. Es más, él era una persona muy comunicativa. Si el plan hubiera sido idea suya, se lo habría comentado a Neal y Anatoli. ¡En conversaciones posteriores, Neal me dijo que Scott no le comunicó nada parecido! Yo creo que esa cita, tal como se publicó, induce claramente a error».
Los hechos cruciales siguen siendo incuestionables. Boukreev decidió no emplear oxígeno adicional el día de la cima, y después de alcanzar ésta bajó solo con varias horas de antelación respecto de sus clientes, desafiando una práctica habitual entre los guías profesionales del mundo entero. Lo que no se ha tenido en cuenta en la polémica sobre si actuó o no con la aprobación de Fischer es que el hecho de que Boukreev decidiera guiar a sus clientes sin oxígeno adicional facilitó su posterior decisión de abandonarlos en la cima y bajar a toda prisa. Al optar por una escalada sin oxigeno, Boukreev se había tendido una trampa a sí mismo. La única alternativa razonable era bajar cuanto antes de la cima, al margen de que Fischer le diera o no permiso para eso o para cualquier otra cosa.