La iglesia de San Juan Nepomuceno, en la calle Hu-soya, es un edificio barroco del siglo XVIII. El interior va más allá y parece rococó. En la fachada están las estatuas de san Procopio y san Adalberto. La iglesia de la Virgen María de Námét fue levantada en el siglo XIV y destruida por un incendio. Un siglo después se reconstruyó en estilo gótico tardío. La torre, en la fachada principal, está decorada con los escudos de piedra de las cofradías mineras y de los fabricantes de moneda. También luce un escudo de la ciudad. Hay un púlpito gótico de piedra. Aquí yace el artista barroco Petr Brandi. Murió en Kutná Hora en el año 1735.
Los Habsburgo, desde comienzos del siglo XVI, se instalaron en Chequia hasta la caída del Imperio austrohúngaro, tras la primera guerra mundial. A mediados de ese mismo siglo, Kutná Hora inició una transitoria decadencia. Se acuñó moneda en otras ciudades y se puso fin a la explotación de la mina Osel, la más profunda del mundo. La minería checa sufrió la aparición de otras nuevas explotaciones en Alemania y, por supuesto, en la América recién descubierta. Durante la época renacentista vivió el poeta Mikulás Dacicky; de aquel tiempo aún se conservan la Escuela Vysokokostelská, la Casa de los Mármoles o el magnífico portal de columnas de la Casa U Mramoru, en la calle Sultysova. De origen gótico fue reconstruida a mediados del XVI. También pertenecen al gótico tardío dos curiosos monumentos: la Fuente de Piedra y la Casa de Piedra. La fuente,
Kamenná Kasna
, fue ideada, a finales del XV, por el artista Matiás Rejsek. Es un edificio circular, cerrado, repleto de ojivas, que se asemeja a un gran mausoleo o panteón. La Casa de Piedra, Kamenny dum, en la plaza Václavské náméstí (siglo XVI) está repleta en su fachada, coronada por un frontón, de esculturas de ángeles que rodean a la Virgen y al Niño bajo palio pétreo. También hay decoraciones frutales y zoológicas, así como escudos heráldicos debidos al maestro Brikeí de Bratislava. Las dos figuras centrales que acompañan a la Virgen y al Niño son las de Adán y Eva. Simbolizan el pecado original que Madre e Hijo han venido a desterrar del mundo. Fue sede del Ayuntamiento y hoy forma parte del Museo Municipal.
Kutná Hora fue una ciudad levantisca y poco católica hasta la derrota de los estados checos en la Montaña Blanca, a las afueras de Praga. La recatolización de la urbe la llevaron a cabo los jesuitas a partir del año 1626. A ellos se deben los magníficos y sobresalientes edificios barrocos: la residencia de los jesuitas, la Columna de la Peste, el seminario, la iglesia de San Juan Nepomuceno, el Monasterio de las Ursulinas, etc. La residencia de los jesuitas fue proyectada por Domenico Orsi a mediados del siglo XVIII. Cuando los religiosos fueron expulsados, pasó a manos del ejército. Hoy es un Museo de artes plásticas. El seminario se levantó en la antigua fortaleza Hrádek, construida en el siglo XV en estilo gótico. Contiene la capilla de San Wenceslao. Hoy es un museo regional. Una parte del recinto barroco de la residencia jesuítica está decorada con una impresionante hilera de estatuas delante de la fachada. Decoran la barandilla del puente sobre el río Vrchlice. Son doce estatuas de santos esculpidas por el artista jesuita, Francisco Bauget (siglo XVIII). Entre otros santos allí representados, está Carlomagno y el patrón protector de los incendios san Florián, de pie sobre una casa en llamas. La Columna de la Peste está dedicada a la Virgen María. Tiene unos veinte metros de altura y fue esculpida por el mismo artista. Acaba en una gran estatua de la Virgen apoyada sobre una especie de nubes y protegida por los ángeles y los cuatro patrones de la peste a sus pies: san Carlos Borromeo, san Roque, san Sebastián y san Francisco Javier. Las estatuas están colocadas en una hornacina sostenida por mineros. El Monasterio de las Ursulinas es del arquitecto Kilian Ignacio Dientzenhofer y está inacabado. El casco histórico conserva muchas casas barrocas protegidas por tejados de mansardas. Por ejemplo, la calle Husova. Las familias competían en la decoración exterior de sus viviendas, no menos ricas en su interior.
Kutná Hora sufrió un gran incendio en el año 1770. Además de no abandonar nunca su origen minero, durante los dos últimos siglos se dedicó también a la manufactura textil, la fabricación azucarera, el tabaco y los productos del campo. En este lugar nacieron Josef Kajetán Tyl (18081856) autor del himno nacional checo, Jan Erazim Vocel (1803-1871) un destacado arqueólogo y conservacionista del patrimonio cultural, Karel Havlícek Borovsky (1821-1856) y Felix Jenewein (1857-1905) pintor. La casa donde nació, en la calle Barboská, tiene una placa y un busto sobre el dintel de la entrada. Ahora está instalada una tienda anticuaría. El teatro de Tyl fue construido en los años treinta del pasado siglo. Jirí Orten nació en la calle Kollárova, una vía muy céntrica que da a la Plaza de Paleski, la plaza principal. Todavía está en pie este inmueble decimonónico de estilo neogótico. De la fachada sobresale más que un balcón, una especie de púlpito triangular sostenido por dos personajes a manera de cariátides. Ambos vestidos con levita. Uno pensativo (el de la derecha); el otro, igualmente con barba, a la izquierda. En el bajo ahora hay una tienda de ropa interior femenina y otra de música. Ambas igual de revueltas y destartaladas. El edificio de la izquierda es modernista y se encuentra abandonado. Por el cartel que aún cuelga de la fachada, era un hotel. En el friso se ve un caballo rampante en relieve sujetando las riendas por un jinete a pie.
«Vtomto domé se narodil básník JIRI ORTEN. 30 SRPNA 1919-1 ZÁRI1941»
, pone en la placa que lo recuerda: «En esta casa nació el poeta J. O. 30 de agosto de 1919-1 de septiembre de 1941». No hay la más mínima mención sobre su triste final, ni siquiera un verso. En el «Cuaderno azul» (1939) escribe: «Contaría cómo echo de menos aquella habitación pequeña de Kutná Hora, aquellos días de principios de diciembre, en que venía san Nicolás. Contaría cómo echo de menos el misterio de los regalos, los dátiles, los higos, las avellanas, todo aquel ambiente un poco triste, ya que siempre llegaba, con san Nicolás, una pequeña desilusión. Me escondía en habitaciones oscuras y frías, anhelando el esplendor de la aventura y la sorpresa. Sobre todo esto quisiera escribir y también cómo allí estaba mi papá, al que gustaba tanto dar alegría. Solía estar allí mi hermano mayor, serio, y a pesar de ello todavía un poco niño, mamá esperando la sonrisa de mi padre y nuestras exclamaciones de alegría […] ¿Cuándo hablé con un ser humano de mí mismo por última vez?». En medio de ambos bajos comerciales sale una larga y estrecha escalera de madera que conduce a los escasos pisos. «Por la escalera del dolor» recuerda Orten en el poema «Regreso»; y en el «Cuaderno jaspeado» anota en diciembre de 1939: «¡Ah hogar de cerca! ¡Ah hogar! ¿También a ti hay que amarte desde lejos?».
A mediados del siglo XIX se unieron a Kutná Hora los pueblos de Kañk, donde hay una magnífica iglesia gótica a san Lorenzo, con su torre acabada en cebolla; Malín con la iglesia prerrománica dedicada a San Juan Bautista y la románica, consagrada a San Esteban, con un bellísimo campanario de madera del siglo XVI; así como el monasterio cisterciense de Sedlec, de donde surgió la propia Kutná Hora, dado que todos los terrenos de la ciudad fueron suyos. Es un conjunto majestuoso exterior e interiormente. El templo abacial de la Asunción de la Virgen María fue construido entre finales del siglo XIII y comienzos del XIV. Durante las guerras de religión fue destruido. Se volvió a levantar en la época del Barroco tardío, conservando algunos viejos recuerdos de la arquitectura gótica. De esta labor se encargó el arquitecto checo Juan Beato Santini. Con sus casi noventa metros de largo, el templo de la Asunción de la Virgen María es el templo cisterciense más largo de Chequia. La cúpula de la bóveda está a unos treinta metros de altura. La bóveda, de orden sinuoso, es obra también de Santini, inspirada en la de santa Bárbara. Entre las obras de arte que contiene el templo hay un gran cuadro pintado por Petr Brandi titulado
Visión de santa Lutgarda
(1729). Es una interpretación barroca, un tanto oscurantista, de la crucifixión. Las espinas del crucificado son el resplandor que ilumina a la Santa en medio de una luz cenital. El pintor utilizó el boceto que le había preparado el escultor Bernardo Braun para llevar a cabo la famosa estatua de esta santa cisterciense en el Puente de Carlos, en Praga. La funambulesca escalera de caracol del templo abacial es también una muestra barroca del saber de Santini. En la construcción del monasterio barroco de Sedlec trabajaron varios arquitectos. Nunca he visto un refectorio tan impresionante. Tiene forma de basílica. A cielo abierto, en la planta superior, adonde dan las puertas de las celdas, está decorado con frescos realizados por el pintor Judas Tadeo Supper con motivos religiosos. De nuevo vuelven a aparecer la imagen de san Cristóbal, aunque el asunto principal es la
Decapitación de santa Bárbara
, patrona de los mineros. La santa, de rodillas en tierra, es cogida por los pelos por un forzudo, mientras otro hombre (su propio padre en la leyenda) alza una larga espada. Las vestimentas no son romanas, sino contemporáneas a los tiempos del pintor y la pintura (mediados del siglo XVIII). La pintura se completa con una gran torre circular cuyo tejado llega hasta el techo de la estancia, rompiendo la hilera de tragaluces. Esta torre contiene un reloj dorado perfectamente enmarcado en negro.
«Quiero vivir. ¿Quién se ríe? No conozco otra cosa, no aprendí otra cosa. Sí creo en Dios, sí creo sólo en mí mismo, sí creo en la gente, sí creo en la muerte, sí creo en la justicia, sí creo en la poesía, no creo en nada, vivo simplemente. Eso es la vida. Si voy hacia la soledad o me convierto en apóstol, eso es la vida, si me suicido, si renuncio a todo, todo, la fe, la esperanza, el amor, eso es la vida, si ayudo o dejo que me ayuden, eso es la vida, si sufro o soy feliz, eso es la vida, si tengo frío o calor, si estoy bien o mal., si tengo amigos o sufro añorándolos, si trabajo o no hago nada, si muero o nazco, todo eso es la vida, porque incluso la muerte es la vida, como el nacimiento es la vida. ¿Qué hay después de la muerte? No lo sé, no lo he aprendido todavía, pero no puedo mirarlo de otro modo que estando vivo…», escribe Orten en el «Cuaderno jaspeado» (1939). Él debió pasear o visitar este mismo lugar que yo ahora piso, el cementerio de Sedlec. A la entrada hay un grupo de estatuas de san Juan Nepomuceno, el santo principal del Barroco checo. A comienzos del siglo antes de ser canonizado, lo esculpió el artista barroco Matiás Venceslao Jackel. La estatua principal del santo se alza sobre una gran columna pétrea sostenida por una nube de ángeles. San Juan Nepomuceno tiene una corona dorada rodeada de estrellas y lleva sobre sus manos una gran cruz con el crucificado. Santini decoró la puerta de entrada con horribles calaveras y huesos que avisan de lo que nos vamos a encontrar. En la cripta de la iglesia gótica de Todos los Santos, en el centro del cementerio y en un plano superior a las tumbas, hay un relicario con miles de calaveras y huesos que conforman la decoración de esta capilla subterránea. Este lugar fue también abovedado por Juan Beato Santini. Pero la extravagante y terrorífica decoración fue llevada a cabo a mediados del siglo XIX por Francisco Rindt de Ceská Skalice, por encargo del príncipe Schwarzenberk, el antiguo propietario de las tierras señoriales de Sedlec tras la expropiación de que fueron objeto las autoridades eclesiásticas a finales del siglo XVIII. El gran escudo de esta familia también está compuesto por cráneos y tibias. Lámparas, candelabros, capiteles, el altar principal, los símbolos de la eucaristía —el cáliz y la custodia—, absolutamente todo está formado por esos miles de restos de cadáveres exhumados del camposanto. ¿Llegó a conocerlo Orten? ¿Llegaron a visitarlo los miembros de las SS? Aquí se hubieran sentido como en su casa. Pocas veces he asistido a una exaltación de la muerte tan descarnada. Este horror que produce el pensar que aquellos despojos fueron otrora miles de personas vivientes, se dulcifica en una capilla en donde Cristo, clavado en la cruz, representa la resurrección. El Barroco aquí llega a uno de sus mayores extremismos. El descarnamiento óseo contrasta con la rosada carnalidad de algunos angelotes subidos a afiladas agujas de madera (como ojivas góticas) decoradas también por cráneos y tibias. La iglesia gótica de
Todos los Santos, tal cual la vemos hoy en día, fue rehecha por Santini con elementos barrocos. De nuevo en el exterior piso las tumbas espolvoreadas con tierra santa traída de Jerusalén. ¿Adónde fueron a parar los huesos de Orten? «Ve al mundo, ve, amada mía, en él hay demasiados seres solitarios. / Coge para mí la paz fraternalmente. / Yo me recobro. // Mucho mejor estoy que estuve antes, / lo siento. / Por detrás de los ojos, de los ojos ciegos / soy vidente. // Por ejemplo, el alma en mí / no se compadece ya sólo de tu cuerpo. / Por detrás de la boca, de la boca muda, / hablo. // Quiero asir para mí la gravedad, / abrirme a la luz / y al amor, que en mí está hastiado, / ser un escudo» (julio de 1941). Jiri Orten, Kutná Hora. «De ningún sitio es el paraíso» son los versos.
«Praga es la última de las antiguas ciudades y todavía ofrece afablemente / un rincón donde no se mueve el tiempo / y el reloj está parado», escribe el Premio Nobel de literatura de 1984, el checo Jaroslav Seifert. Y el mismo escritor añade en otro poema: «Reloj, dame el ritmo del poema». Al menos en la creación literaria, Praga y la literatura checa no se han quedado detenidas en Kafka. Seifert, Holan, Hrabal o Kundera son nombres que no sólo han mantenido la tradición creadora de Bohemia, sino que la han enriquecido de nuevo y prolongado en el tiempo. Y dentro de esa tradición ¡los cafés de Praga! «Los restos que nos quedan hoy no pueden ser un testimonio sobre la vida de los cafés entre las dos guerras. Tenían carácter, a menudo muy distinto el uno del otro. A los más tranquilos iban los estudiantes, y los lectores de diarios tenían allí toda la prensa conseguible de Europa. Algunos periódicos extranjeros llegaban el mismo día. En el centro de la ciudad había cafés de lujo, muy visitados por las damas mundanas. En esta clase de cafés los camareros se afeitaban dos veces al día, cosa que entonces me parecía increíble.» Estos comentarios los hace Seifert en su magnífico libro de memorias titulado
Toda la belleza del mundo
. Mientras lo redactó y luego publicó en el año 1981, la situación de Praga era muy distinta de la que hoy es. Durante la invasión nazi y la posterior comunista, la ciudad y el país entero sufrieron ese parón temporal que se prolongó por medio siglo. Aquellos abundantes y concurridos cafés, repletos de escritores, artistas e intelectuales no sólo checos y eslovacos, sino también de toda Europa, fueron, poco a poco, cerrando sus puertas debido a la censura ideológica de ambos totalitarismos y a la falta de capacidad económica por parte de los ciudadanos. Seifert murió pocos años antes de la caída del muro de Berlín y de la desaparición del mundo soviético, por lo que no pudo ver el resurgir de su ciudad y también de muchos de sus cafés. Sin proponérmelo yo me los voy encontrando al paso. Doy con el Rudolfinum, el Louvre, el Slávie, el Café de la Casa Municipal, el Café de París, el Café Arco, el Savoy, el Montmartre, el Imperial, The Globe y el Gran Café de Oriente. Seifert cita en su libro fundamentalmente el Café Nacional, el Slávie y el Unionca. Yo sólo he dado con el Slávie. Un café de finales del siglo XIX frecuentado por los nacionalistas checos contrarios al Imperio austrohúngaro. Los alemanes de Praga, por su parte, eran clientes del Café Continental o el Café Arco. El Slávie es vecino del Teatro Nacional Checo. Los nacionalistas de antaño han sido sustituidos por miles de turistas que se mezclan en buena armonía con los naturales. El Slávie mantiene sus grandes ventanales, que dan al río Moldava, a la colina de Petrin y al Castillo, por un lado; mientras que por el otro se divisa la concurrida Národní trida, es decir, la calle Nacional. Los clientes del Slávie fueron los primeros en la ciudad que pudieron utilizar un teléfono público. Actores, autores teatrales, productores, directores y empleados del Teatro Nacional frecuentaron este espacio, donde además de charlar e intercambiar opiniones, se leían periódicos de toda Europa y había disponible una abundante bibliografía especializada en teatro. El checo Rilke dejó constancia de este establecimiento en su relato
El rey Bohusch
. Entre otros visitantes ilustres también se recuerda a Apollinaire. Ota Filip de Ostrava escribió una novela titulada
Café Slávie
que yo no he podido leer. «Ya ni me acuerdo de qué razón nos hacía a veces abandonar el afable y acogedor Café Nacional y cambiar su atmósfera llena de humo por el humo igual y el mal olor del antiguo Slávie de los actores, situado en la esquina, frente al Teatro Nacional. Nos sentábamos al lado de la ventana, que daba al muelle y sorbíamos el ajenjo. Era una pequeña coquetería con París; nada más.» Hoy las antiguas sillas Thonet (yo escribo, desde hace años, sentado sobre una) han sido sustituidas por un mobiliario modernista pero más convencional. Sin embargo el Slávie conserva ese ambiente artístico y universitario alejado de las convulsiones políticas.