La gran cúpula que se alzaba sobre la cubierta se dividió en un centenar de segmentos parecidos a las porciones de un pastel y reveló un pequeño sol amarillo rodeado de estrellas y una nave en forma de mantarraya, de un apagado color verdoso y que tendría más o menos el tamaño de una de las lanzaderas. La Navaja Solar se posó en la cubierta y la cúpula se cerró tras ella. Una vez las estrellas hubieron quedado nuevamente ocultas, la cubierta se llenó de atmósfera y Haviland Tuf apareció unos instantes después.
Kefira Qay emergió de su nave apretando firmemente los labios, pero ningún control, por férreo que fuera, podía ocultar del todo el pasmo que ardía en sus ojos. Dos hombres armados, con monos de color oro y verde la seguían.
Haviland Tuf se dirigió hacia ellos en su vehículo de tres ruedas.
—Me temo que la invitación a cenar incluía sólo a una persona, Guardiana Qay —dijo al ver a la escolta—. Lamento cualquier posible malentendido, pero debo insistir al respecto.
—Muy bien —dijo ella, volviéndose hacia la escolta—. Esperad aquí, ya tenéis las órdenes pertinentes. —Una vez se hubo sentado junto a Tuf añadió: La Navaja solar hará pedazos su nave, si no vuelvo sana y salva dentro de dos horas.
Haviland Tuf la miró y pestañeó. —Espantoso —dijo—. Allí donde voy mi cálida hospitalidad es recibida con desconfianza y amenazas de violencia —puso el vehículo en marcha.
Avanzaron en silencio por un laberinto de salas y corredores interconectados y acabaron entrando en un gigantesco túnel en penumbra que parecía extenderse en ambas direcciones a lo largo de toda la nave. Cubas transparentes de cien tamaños distintos cubrían las paredes y el techo hasta perderse de vista. La mayoría estaban vacías y cubiertas de polvo, pero en unas cuantas había líquidos multicolores dentro de los cuales se removían siluetas confusas. No había el menor sonido a excepción de un lento gotear que parecía venir de muy lejos. Kefira Qay lo examinaba todo, pero guardaba silencio. Recorrieron unos tres kilómetros a lo largo del túnel. Finalmente Tuf se desvió hacia una pared que se abrió ante ellos. Unos instantes después frenó el vehículo y bajaron de él.
Tuf escoltó a la Guardiana Kefira Qay hasta una habitación pequeña y austera en la cual se había dispuesto una suntuosa cena. Empezaron tomando sopa helada, dulce, picante y negra como el carbón. Continuando después con ensalada de neohierba aliñada con jengibre. El plato principal era un enorme hongo asado que casi rebosaba de la gran bandeja en que estaba servido y al que rodeaban una docena de vegetales distintos con variadas salsas. La Guardiana pareció disfrutar enormemente de la cena.
—Al parecer mi humilde cocina ha sido de su gusto —observó Haviland Tuf.
—Hacía mucho tiempo que no comía bien —replicó Kefira Qay—. En Namor siempre hemos dependido del mar para nuestro sustento. Normalmente el mar se ha mostrado generoso, pero desde que empezaron nuestros problemas... —alzó el tenedor en el cual había pinchado un vegetal oscuro y más bien rugoso cubierto de una salsa marrón amarillenta—. ¿Qué estoy comiendo? Es delicioso.
—Raíz de pecador de Rhiannon, con salsa de mostaza —dijo Haviland Tuf.
Qay la comió y dejó el tenedor sobre la mesa.
—Pero Rhiannon está muy lejos... ¿Cómo ha podido...? —no completó la frase.
—Por supuesto —dijo Tuf, apoyando el mentón en las manos y estudiando su rostro—. Todo esto ha sido obtenido en el Arca aunque su origen podría remontarse a una docena de planetas distintos. ¿Le gustaría tomar un poco más de leche sazonada?
—No —murmuró ella, contemplando los platos vacíos—. Entonces, no mentía. Es usted lo que dice ser y esta nave es una sembradora de... ¿cómo les llamó?
—El Cuerpo de Ingeniería Ecológica, del largamente difunto Imperio Federal. No había demasiadas y todas, salvo una, fueron destruidas durante las vicisitudes de la guerra. Sólo el Arca sobrevivió, vacía y abandonada durante todo un milenio. Pero no debe usted preocuparse por los detalles. Baste con decir que la encontré y la puse en funcionamiento.
—¿La encontró?
—Tengo la impresión de que ésas han sido exactamente mis palabras y espero que en el futuro me preste mayor atención cuando hablo. No siento la menor inclinación ni deseo de repetirme. Antes de encontrar el Arca me ganaba humildemente la vida con el comercio. Mi antigua nave sigue todavía en la cubierta y es posible que la viera.
—Entonces, es realmente un mercader...
—¡Por favor! —dijo Tuf con voz indignada—. Soy un ingeniero ecológico y el Arca es capaz de remodelar planetas enteros, Guardiana. Cierto que estoy solo y que en sus tiempos esta nave contó con doscientos tripulantes y que me falta el largo entrenamiento que se les daba siglos antes a quienes ostentaban la letra de oro, el sello de los Ingenieros Ecológicos. Pero, a mi modesta manera, no me va del todo mal. Si Namor desea hacer uso de mis servicios no dudo que podré ayudarles.
—¿Por qué? —le preguntó con cierta suspicacia la Guardiana—. ¿Por qué se muestra tan ansioso de ayudarnos?
Haviland Tuf extendió sus pálidas y enormes manos en un gesto de impotencia.
—Sé muy bien que puedo dar la impresión de ser un estúpido, pero no puedo evitarlo. Mi naturaleza es generosa y siempre la conmueven las calamidades y el sufrimiento. Me resultaría tan imposible abandonar a su pueblo, en su presente apuro, como hacerle daño a uno de mis gatos. Me temo que los Ingenieros Ecológicos estaban hechos de un material más duro que yo, pero no puedo cambiar mi naturaleza sentimental. Por ello, aquí estoy ahora, sentado ante usted, dispuesto para hacer todo lo que pueda.
—¿No quiere nada a cambio?
—Trabajaré sin ninguna recompensa —dijo Tuf—. Naturalmente, tendré gastos y por ello debo imponer una pequeña tarifa para satisfacerlos. Digamos... tres millones de unidades. ¿Le parece justo?
—Justo... —dijo ella con sarcasmo—. Yo diría que es un precio bastante elevado. Ya hemos visto antes otros como usted, Tuf. Mercaderes armados y aventureros que han venido para enriquecerse con nuestra miseria.
—Guardiana —le dijo Tuf con cierto reproche en el tono—, me juzga usted tremendamente mal. Mi provecho personal es minúsculo. El Arca es muy grande y costosa. ¿Bastaría quizá con dos millones? No puedo creer que sea capaz de negarme esa miserable suma de dinero. ¿Acaso su planeta no vale tanto?
Kefira Qay suspiró y en su delgado rostro apareció por primera vez el cansancio.
—No —acabó admitiendo—, no si puede hacer lo que promete. Claro que no somos ricos y que deberé consultar con mis superiores, ya que la decisión no me corresponde sólo a mí —se puso en pie con cierta brusquedad—. ¿Puedo usar su sistema de comunicaciones?
—Cruce la puerta y siga por la izquierda. Por el pasillo azul. La quinta puerta a la derecha —Tuf se levantó con pesada dignidad y empezó a despejar la mesa, mientras la Guardiana salía de la habitación.
Una vez de regreso, se encontró con que Tuf había abierto una botella de licor de un vívido color escarlata y ahora estaba acariciando un gato blanco y negro que se había aposentado sobre la mesa.
—Está contratado, Tuf —dijo Kefyra Qay, sentándose de nuevo—. Dos millones. Después de que haya ganado esta guerra.
—De acuerdo —dijo Tuf—. Discutamos su situación mientras tomamos unas copas de esta deliciosa bebida.
—¿Es alcohólica?
—Levemente narcótica.
—Una Guardiana no utiliza jamás estimulantes o depresores. Somos un gremio de combatientes. Sustancias como ésa ensucian el cuerpo y disminuyen los reflejos. Debemos mantenernos siempre vigilantes, pues ésa es nuestra misión: vigilar y proteger.
—Muy loable —dijo Haviland Tuf al mismo tiempo que llenaba su copa.
—La Navaja Solar no sirve de nada aquí y el control de Namor ha dicho que necesitamos sus capacidades combativas ahí abajo.
—Entonces haré todo lo posible por acelerar su partida. ¿Y usted?
—Se me ha relevado de la nave —dijo ella torciendo el gesto—. Vamos a esperar a que nos envíen los datos de la situación actual y yo me quedaré con usted para ayudarle y actuar como oficial de enlace.
El agua, tranquila e inmóvil, parecía un plácido espejo verde que se extendía hasta el horizonte.
Hacía calor. La brillante luz del sol se derramaba a través de una tenue capa de nubes doradas. La nave permanecía inmóvil en el agua con sus costados metálicos brillando con un resplandor azul plata. Su cubierta se había convertido en una pequeña isla de actividad dentro del pacífico océano. Hombres y mujeres que parecían insectos se atareaban con las redes y dragas, medio desnudos a causa del calor. Una gran garra metálica llena de fango y algas emergió goteando de las aguas y fue vaciada por una escotilla. En toda la cubierta se veían recipientes con gigantescos peces de un blanco lechoso calentándose bajo el sol.
De pronto, sin razón aparente, muchos empezaron a correr. Algunos se detuvieron abandonando sus tareas y miraron a su alrededor, confundidos, en tanto que otros, sin darse cuenta de nada, seguían trabajando. La gran garra metálica, ahora abierta y vacía, giró colocándose nuevamente sobre el agua y se sumergió justo cuando otra garra emergía en el lado opuesto de la nave. Ahora había más gente corriendo. Dos hombres chocaron entre sí y cayeron al suelo.
Entonces el primer tentáculo apareció junto a la nave. El tentáculo subió y subió. Era mucho más largo que las garras empleadas para arañar el fondo marino y su grosor era como el de un hombre corpulento, estrechándose en la punta hasta el tamaño de un brazo. El tentáculo era blanco, pero su blancura parecía vagamente sucia y lechosa. En su parte inferior se veían unos círculos rosados tan grandes como platos, círculos que temblaban y latían a medida que el tentáculo se iba enroscando sobre la enorme nave cosechadora. Allí donde terminaba, el tentáculo se convertía en un confuso haz de tentáculos más pequeños, oscuros como serpientes, que no paraban de moverse.
El tentáculo siguió subiendo y luego bajó de nuevo, apresando a la nave. Algo se movió al otro lado, algo pálido que se agitaba bajo la superficie verdosa del agua, y un segundo tentáculo emergió del mar. Luego aparecieron un tercero y un cuarto. Uno de ellos se debatía alrededor de la draga y otro estaba envuelto con los restos de una red como si hubiera llevado encima un velo, pero aquello no parecía estorbarle en lo más mínimo. Ahora todo el mundo corría, todos, salvo quienes habían sido apresados por los tentáculos. Uno de ellos se había enroscado alrededor de una mujer que tenía un hacha con la que golpeaba frenéticamente, debatiéndose bajo la presa de aquel pálido miembro, hasta que de pronto se estremeció en una violenta convulsión y quedó inmóvil. El tentáculo la dejó caer y se apoderó de otra víctima, en tanto que de las pequeñas heridas dejadas por el hacha fluía lentamente un líquido blanco.
Veinte tentáculos habían surgido del mar cuando la nave escoró violentamente hacia estribor. Los supervivientes resbalaron por la cubierta cayendo al mar. La nave siguió inclinándose más y más. Algo estaba tirando de ella, haciéndola hundirse. El agua inundó la cubierta y penetró por las escotillas. Unos instantes después, la nave empezó a partirse en dos.
Haviland Tuf congeló la imagen en la gran pantalla: el mar verdoso y el sol color oro, el navío hundido y los pálidos tentáculos que lo rodeaban.
—¿Fue el primer ataque? —preguntó.
—Sí y no —contestó Kefira Qay—. Antes hubo otra cosechadora y dos hidroplanos de pasajeros que desaparecieron misteriosamente. Hicimos investigaciones, pero no pudimos encontrar la causa. En este caso, por azar, había un equipo de noticias bastante cerca. Estaban haciendo una grabación con fines educativos. Se encontraron con mucho más de lo que habían esperado grabar.
—Ciertamente —dijo Tuf.
—Por suerte iban en un transporte aéreo. La retransmisión de esa noche estuvo a punto de causar un pánico colectivo, pero las cosas no empezaron a ponerse realmente serias hasta que se perdió otra nave. Entonces los guardianes empezaron a comprender hasta dónde llegaba el problema.
Haviland Tuf seguía contemplando la pantalla con el rostro totalmente impasible e inexpresivo, las manos apoyadas en la consola. Un gatito blanco y negro empezó a juguetear con sus dedos.
—Vete, Estupidez —dijo, cogiendo al gatito y depositándolo suavemente en el suelo.
—Aumente una porción de tentáculo. Uno cualquiera bastará —le sugirió la Guardiana, todavía inmóvil a su espalda.
Sin decir palabra Tuf hizo lo que le pedía. Una segunda pantalla se encendió, mostrando un plano tomado más de cerca y algo granuloso, en el que se veía un gran cilindro de tejido pálido curvándose sobre la cubierta.
—Échele una buena mirada a las ventosas —dijo Qay—. ¿Distingue las zonas rosadas?
—La tercera empezando desde el extremo tiene la parte interior más oscura. Y, aparentemente, dentro de ella hay dientes.
—Sí —dijo Kefira Qay—. Ocurre en todos los tentáculos. Las partes exteriores de esas ventosas están hechas de una especie de tendón cartilaginoso. Cuando se extienden sobre algo, crean una zona de vacío tan fuerte que es prácticamente imposible desprenderlas del objeto que han agarrado. Al mismo tiempo, cada una de ellas es una boca. Dentro de ese tendón se encuentra una parte más suave de carne rosada que puede moverse dejando al descubierto los dientes, tres hileras de dientes en forma de sierra, mucho más afilados de lo que parece. Ahora, mueva la imagen hacia los anillos del extremo.
Tuf manipuló los mandos e hizo aparecer otra imagen aumentada en una tercera pantalla. Ahora se distinguían claramente los tentáculos más pequeños.
—Ojos —dijo Kefira Qay—. Al extremo de cada uno de los anillos hay veinte ojos. Los tentáculos no tienen que andar tanteando a ciegas. Pueden ver lo que están haciendo perfectamente.
—Fascinante —dijo Haviland Tuf—. ¿Qué hay bajo el agua? ¿Cuál es la fuente de esos brazos terribles?
—Después verá disecciones y fotos de especímenes muertos, así como alguna simulación por computador. La mayor parte de los especímenes que hemos logrado obtener no se encontraban en muy buen estado. El cuerpo de esas bestias se parece a una copa invertida, algo así como una vejiga a medio inflar, y está rodeado por un gran anillo de hueso y músculos que sirve de ancla a esos tentáculos. La vejiga se llena de agua y puede vaciarse a voluntad permitiéndole subir a la superficie o descender hasta lo más hondo de los océanos. El principio es idéntico al de los submarinos. Aunque es sorprendentemente fuerte, el animal no pesa demasiado. Lo que hace es vaciar su vejiga para subir a la superficie, agarrándose a lo que encuentra y empezando a llenarla de nuevo. La capacidad de esa vejiga es sorprendente y, tal como puede ver, el animal es enorme. Si llega a ser necesario puede llenar de agua los tentáculos y expelerla a presión por sus bocas, con lo cual le resulta posible inundar la nave y acelerar el proceso. Así pues, los tentáculos son a la vez brazos, bocas, ojos y mangueras vivientes.