Los viajes de Gulliver (29 page)

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Authors: Jonathan Swift

BOOK: Los viajes de Gulliver
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;; ; Los houyhnhnms que acudieron a visitar a mi amo llevados de la intención de averiguar y de hablar conmigo, apenas se determinaban a creer que yo fuese un yahoo verdadero, porque veían cubierto mi cuerpo de manera distinta que el de los demás de mi clase. Se asombraban de verme sin los pelos y la piel que eran naturales, salvo en la cabeza, la cara y las manos; pero un accidente ocurrido quince días antes me había obligado a descubrir a mi amo este secreto.

;; ; Ya he dicho al lector que por las noches, cuando la familia se había ido a la cama, era mi costumbre desnudarme y taparme con las ropas. Ocurrió que una mañana temprano mi amo envió a buscarme al potro alazán que era su ayuda de cámara; cuando entró, yo dormía profundamente, con las ropas caídas por un lado y la camisa más arriba de la cintura. Me desperté al ruido que produjo y observé que me daba el recado con alguna turbación, después de lo cual se volvió con mi amo, a quien, con gran susto, dio confusa cuenta de lo que había visto. Así lo comprendí, pues al acudir tan pronto como estuve vestido a ponerme al servicio de su señoría, me preguntó qué significaba lo que su criado acababa de decirle, y añadió que yo no era cuando dormía la misma cosa que parecía en las demás ocasiones, y que su ayuda de cámara le aseguraba que yo era en parte blanco, en parte amarillo, o al menos no tan blanco, y en parte moreno.

;; ; Hasta entonces yo había guardado el secreto de mi vestido para distinguirme todo lo posible de la maldita raza de los yahoos; pero en adelante era inútil querer hacerlo. Además, pensaba yo que mis zapatos y mis ropas, que estaban ya en mediano uso, quedarían pronto inservibles y tendrían que ser substituídos por algún invento a base de piel de yahoo o de otros animales, por donde el secreto vendría a ser conocido. Dije a mi amo, en consecuencia, que, en el país de donde yo procedía, los de mi especie llevaban siempre cubierto el cuerpo con el pelo de ciertos animales, preparado con arreglo a determinado arte, así por decencia como por guardarse de las inclemencias del aire caliente o frío, de lo cual podría convencerle inmediatamente por lo que a mí tocaba si tenía a bien mandármelo. Con esto, me desabotoné la casaca y me la quité. Lo mismo hice con el chaleco, y también con los zapatos, las medias y los calzones.

;; ; Mi amo observó toda la acción con muestras de gran curiosidad y asombro. Tomó todas mis prendas, una por una, en la cuartilla, y las examinó muy diligente. Me tentó el cuerpo con gran dulzura y me miró todo alrededor varias veces, después de lo cual dijo que estaba claro que yo era un yahoo perfecto, pero que me diferenciaba mucho del resto de la especie en la suavidad y blancura de la piel, la falta de pelo en varias partes del cuerpo, la forma y cortedad de mis garras traseras y delanteras y mi empeño en andar siempre sobre las patas de atrás. No quiso ver más, y me dio licencia para volver a vestirme, pues ya estaba yo tiritando de frío.

;; ; Le expresé el disgusto que me causaba oírle designarme tan a menudo con el nombre de yahoo, repugnante animal, por el que sentía el odio y el desprecio más absolutos. Le supliqué que se abstuviera de aplicarme aquella palabra y diese la misma orden a su familia y a los amigos a quienes permitía visitarme. Igualmente le encarecí qué guardase para sí y no comunicase a nadie más el secreto de llevar yo tapado el cuerpo con una cubierta postiza, al menos mientras me durasen las ropas que tenía; pues en cuanto al potro alazán, su ayuda de cámara, podía su señoría ordenarle que no descubriera lo que había visto.

;; ; Mi amo consintió en todo muy graciosamente, y así el secreto se mantuvo hasta que comenzaron a inutilizarse mis ropas, las cuales hube de substituir con invenciones diversas de que más tarde hablaré. Mientras esto sucedía, mi amo me excitaba a que siguiera aprendiendo el idioma a toda prisa, pues estaba más asombrado de ver mi capacidad para el habla y el razonamiento que no la figura de mi cuerpo, estuviese cubierto o no, añadiendo que esperaba con bastante impaciencia oír las maravillas que le había ofrecido contarle.

;; ; En adelante duplicó el trabajo que se tomaba para instruirme; me hacía estar presente en todas las reuniones, y exigía que los reunidos me tratasen con amabilidad; pues, según les dijo privadamente, eso me pondría de buen humor y me haría aún más divertido.

;; ; Todos los días, cuando yo le visitaba, además de las molestias que se tomaba para enseñarme, me hacía varias preguntas referentes a mi persona, a las cuales contestaba yo lo mejor que sabía, y gracias a esto tenía ya algunas ideas generales, aunque muy imperfectas. Sería cansado exponer por qué pasos llegué a mantener una conversación más regular; baste saber que la primera referencia de mí que pude dar con algún orden y extensión vino a ser como sigue:

;; ; Dije que había llegado de un muy lejano país, como ya había intentado decirle, con unos cincuenta de mi misma especie; que viajábamos sobre los mares en un gran cacharro hueco hecho de madera y mayor que la casa de su señoría; y aquí le describí el barco en los términos más precisos que pude, y le expliqué, ayudándome con el pañuelo extendido, cómo el viento le hacía andar. Continué que, a consecuencia de una riña que habíamos tenido, me desembarcaron en aquella costa, por donde avancé, sin saber hacia dónde, hasta que él vino a librarme de la persecución de aquellos execrables yahoos. Me preguntó quién había hecho el barco y como era posible que los houyhnhnms de mi país encomendaran su manejo a animales. Mi respuesta fue que no me aventuraría a seguir adelante en mi relación si antes no me daba palabra de honor de que no se ofendería, y en este caso le contaría las maravillas que tantas veces le había prometido. Consintió, y yo continué, asegurándole que el barco lo habían hecho seres como yo, los cuales, en todos los países que había recorrido, eran los únicos animales racionales y dominadores, y que al llegar a la tierra en que nos hallábamos me había asombrado tanto que los houyhnhnms se condujesen como seres racionales cuanto podría haberles asombrado a él y a sus amigos descubrir señales de razón en una criatura que ellos tenían a bien llamar un yahoo; animal éste al que me reconocía parecido en todas mis partes, pero de cuya naturaleza degenerada y brutal no sabía hallar explicación. Añadí que si la buena fortuna era servida de restituirme alguna vez a mi país natal, y en él relatar mis viajes, como tenía resuelto hacer, todo el mundo creería que decía la cosa que no era, que me sacaba del magín la historia; pues, con todos los respetos para él, su familia y sus amigos, y bajo la promesa de que no se ofendería, en nuestra nación difícilmente creería nadie en la existencia de un país donde el houyhnhnm fuera el ser superior y el yahoo la bestia.

Capítulo cuarto

La noción de los houyhnhnms acerca de la mentira. -El discurso del autor, desaprobado por su amo. -El autor da una más detallada cuenta de sí mismo y de los incidentes de su viaje.

;; ; Me oyó mi amo con grandes muestras de inquietud en el semblante, pues dudar o no creer son cosas tan poco conocidas en aquel país, que los habitantes no saben cómo conducirse en tales circunstancias. Y recuerdo que en frecuentes conversaciones que tuve con mi amo respecto de la naturaleza humana en otras partes del mundo, como se me ofreciese hablar de la mentira y el falso testimonio, no comprendió sino con gran dificultad lo que quería decirle, aunque fuera de esto mostraba grandísima agudeza de juicio. Me argüía que si el uso de la palabra tenía por fin hacer que nos comprendiésemos unos a otros, este fin fracasaba desde el instante en que alguno decía la cosa que no era; porque entonces ya no podía decir que nadie le comprendiese, y estaba tanto más lejos de quedar informado, cuanto que le dejaba peor que en la ignorancia, ya que le llevaba a creer que una cosa era negra cuando era blanca, o larga cuando era corta. Éstas eran todas las nociones que tenía acerca de la facultad de mentir, tan perfectamente bien comprendida y tan universalmente practicada entre los humanos.

;; ; Pero dejemos esta digresión. Cuando aseguré a mi amo que los yahoos eran los únicos animales dominadores de mi país -lo que declaró que iba más allá de su comprensión-, quiso saber si había houyhnhnms entre nosotros y a qué se dedicaban. Díjele que los teníamos en gran número y que en verano pacían en los campos y en invierno se los mantenía con heno y avena, encerrados en casas donde sirvientes yahoos se dedicaban a lustrarles la piel, peinarles las crines, limpiarles las patas, darles la comida y hacerles la cama.

;; ; «Te comprendo perfectamente -dijo mi amo-; y de todo lo que has hablado se desprende con toda claridad que, cualquiera que sea el grado de razón que los yahoos se atribuyen, los houyhnhnms son vuestros amos. Bien quisiera yo que nuestros yahoos fuesen tan tratables.»

;; ; Rogué a su señoría que se dignase excusarme de continuar, porque estaba cierto de que los informes que esperaba de mí habían de serle sumamente desagradables. Pero él insistió en exigirme que le enterase de todo, bueno y malo, y yo le dije que sería obedecido. Reconocí que nuestros houyhnhnms, que nosotros llamábamos caballos, eran los más generosos y bellos animales que teníamos, y que se distinguían por su fuerza y su ligereza; y cuando pertenecían a personas de calidad que los empleaban para viajar, correr en concursos o arrastrar carruajes, eran tratados con gran regalo y atención, hasta que contraían alguna enfermedad o se despeaban. Llegado este caso, eran vendidos y dedicados a las más ingratas faenas hasta su muerte, y después de ella se les arrancaba la piel, que era vendida para varios usos, y se dejaba el cuerpo para que lo devorasen perros y aves de rapiña. Mas los caballos de raza corriente no tenían tan buena fortuna, pues estaban en manos de labradores y carreteros, que les hacían trabajar más y les daban de comer peor. Describí lo mejor que pude cómo montamos a caballo, la forma y el uso de la brida, la silla, la espuela y el látigo, el arnés y las ruedas. Añadí que les fijábamos planchas de cierta materia dura, llamada hierro, en los extremos de las patas, para evitar que se les rompiesen los cascos contra los caminos empedrados, por donde caminábamos con frecuencia.

;; ; Mi amo, después de algunas expresiones de gran indignación, se asombró de que nos arriesgásemos a subirnos en el lomo de un houyhnhnm, pues estaba seguro de que el más débil criado de su casa era capaz de sacudirse al yahoo más fuerte, o de aplastarle echándose al suelo y revolcándose sobre el lomo. Le contesté que nuestros caballos eran amaestrados desde que tenían tres o cuatro años según el uso a que se destinaba a cada cual; que si alguno resultaba extremadamente indócil, se le dedicaba al tiro; que se les pegaba duramente cuando eran jóvenes, por cualquier travesura, y que, indudablemente, eran sensibles a la recompensa y al castigo. Pero su señoría se sirvió considerar que tales houyhnhnms no tenían el menor rastro de entendimiento, ni más ni menos que los yahoos de su país.

;; ; Me costó recurrir a numerosas circunlocuciones el dar a mi amo idea exacta de lo que decía, pues su idioma no es abundante en variedad de palabras, porque las necesidades y pasiones de ellos son menos que las nuestras. Pero es imposible pintar su noble resentimiento por el trato salvaje que dábamos a la raza houyhnhnm. Dijo que si era posible que hubiese un país donde solamente los yahoos estuvieran dotados de razón, sin duda deberían ser el animal dominador, porque, a la larga, siempre la razón prevalecerá sobre la fuerza bruta. Pero considerando la hechura de nuestro cuerpo, y particularmente del mío, pensaba que no existía un ser de parecida corpulencia tan mal conformado para emplear el tal raciocinio en los fines corrientes de la vida; por lo cual me preguntó si aquellos entre quienes yo vivía se parecían a mí o a los yahoos de su tierra. Le aseguré que yo estaba formado como la mayor parte de los de mi edad, pero que los jóvenes y las hembras eran mucho más tiernos y delicados, y la piel de las últimas tan blanca como la leche, por regla general. Díjome que, sin duda, yo me diferenciaba de los otros yahoos en ser mucho más limpio y no tan extremadamente feo; pero en punto a ventajas positivas, pensaba que las diferencias iban en perjuicio mío. Ni las uñas de las patas delanteras ni las de las traseras me servían para nada. En cuanto a las patas delanteras, no podía darles en realidad tal nombre, ya que nunca había visto que anduviese con ellas; eran demasiado blandas para apoyarse en el suelo; generalmente las llevaba descubiertas, y las cubiertas que a veces les ponía no eran de la misma forma ni resistencia que las que llevaba en las patas de atrás. No podía marchar con seguridad, pues si se me escurría una de las patas traseras daría en tierra con mi cuerpo inevitablemente. Comenzó luego a poner faltas a otras partes de mi cuerpo: lo plano de mi cara, lo prominente de mi nariz, la colocación delantera de mis ojos, de modo que no podía mirar a los lados sin volver la cabeza, que no podía comer sin levantar hasta la boca una de las patas delanteras, remos éstos que la Naturaleza me había dado, por consiguiente, respondiendo a tal necesidad. No sabía para qué podrían servirme aquellas rajas y divisiones de las patas de delante; éstas eran demasiado blandas para soportar la dureza y los filos de las piedras sin una cubierta hecha de la piel de algún otro animal; todo mi cuerpo necesitaba contra el calor y el frío una defensa, que tenía que ponerme y quitarme todos los días, con el fastidio y la molestia consiguientes. Y, por último, él había observado que en su país todos los animales aborrecían naturalmente a los yahoos, que eran evitados por los más débiles, y apartados por los más fuertes; así que, aun suponiendo que estuviésemos dotados de razón, no podía comprender cómo era posible curar esa natural antipatía que todos los seres demostraban por nosotros, ni, por lo tanto, cómo podíamos amansarlos y servirnos de ellos. No obstante, dijo que no discutiría más la cuestión, porque tenía los mayores deseos de conocer mi historia, en qué país había nacido y los diversos actos y acontecimientos de mi vida hasta que había llegado allí.

;; ; Le aseguré que tendría grandísimo gusto en darle en todos los puntos entera satisfacción; pero dudaba mucho de que me fuese posible explicarme en algunas materias de que su señoría no tenía seguramente la más pequeña idea, pues no veía yo en su país con qué poder compararlas. Sin embargo, haría cuanto estuviese en mi mano y me esforzaría por expresarme con símiles, y le suplicaba humildemente su ayuda para cuando me faltase la palabra propia, asistencia que se dignó prometerme.

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