Read Los viajes de Gulliver Online
Authors: Jonathan Swift
;; ; Asalarié en calidad de intérprete a un joven que había ido en el mismo barco; era natural de Luggnagg, pero había vivido varios años en Maldonado y era consumado maestro en ambas lenguas. Con su ayuda pude mantener conversación con quienes acudían a visitarme, aunque ésta consistía sólo en sus preguntas y mis contestaciones.
;; ; En el tiempo esperado, aproximadamente, llegó el despacho de la corte. Contenía una cédula para que me llevasen con mi acompañamiento a Traldragdubb o Trildrogdrib -pues de ambas maneras se pronuncia, según creo recordar-, guardado por una partida de diez hombres de a caballo. Todo mi acompañamiento se reducía al pobre muchacho que me servía de intérprete, y a quien pude persuadir de que quedase a mi servicio; y gracias a mis humildes súplicas se nos dio a cada uno una mula para el camino. Se despachó a un mensajero media jornada delante de nosotros para que diese al rey noticia de mi próxima llegada y rogar a Su Majestad que se dignase señalar el día y la hora en que hubiera de tener la graciosa complacencia de permitirme el honor de lamer el polvo de delante de su escabel. Éste es el estilo de la corte y, según tuve ocasión de apreciar, algo más que una simple fórmula, pues al ser recibido dos días después de mi llegada se me ordenó arrastrarme sobre el vientre y lamer el suelo conforme avanzase; pero teniendo en cuenta que era extranjero, se había cuidado de limpiar el piso de tal suerte, que el polvo no resultaba muy molesto. Sin embargo, ésta era una gracia especial, sólo dispensada a personas del más alto rango cuando solicitaban audiencia. Es más: algunas veces, cuando la persona que ha de ser recibida tiene poderosos enemigos en la corte, se esparce polvo en el suelo de propósito; y yo he visto un gran señor con la boca de tal modo atracada, que cuando se hubo arrastrado hasta la distancia conveniente del trono no pudo hablar una palabra siquiera. Y lo peor es que no hay remedio, porque es delito capital en quienes son admitidos a audiencia escupir o limpiarse la boca en presencia de Su Majestad.
;; ; He aquí otra costumbre con la que no puedo mostrarme del todo conforme: cuando el rey determina dar muerte a alguno de sus nobles de suave e indulgente manera, manda que sea esparcido por el suelo cierto polvo obscuro de mortífera composición, y que infaliblemente mata a quien lo lame en el término de veinticuatro horas. Pero, haciendo justicia a la gran clemencia de este príncipe y al cuidado que tiene con la vida de sus súbditos -en lo que sería muy de desear que le imitasen los de Europa-, ha de decirse en su honor que hay dada severa orden para que después de cada ejecución de éstas se frieguen bien las partes del suelo inficionadas, y si los criados se descuidasen correrían el peligro de incurrir en el real desagrado. Yo mismo oí al rey dar instrucciones para que se azotase a uno de sus pajes porque, correspondiéndole ocuparse de la limpieza del suelo después de una ejecución, dejó de hacerlo por mala voluntad, y efecto de esta negligencia, un joven caballero en quien se fundaban grandes esperanzas, al ser recibido en audiencia fue desgraciadamente envenenado, sin que en aquella ocasión estuviese en el ánimo del rey quitarle la vida. Pero este buen príncipe era tan benévolo, que perdonó los azotes al pobre paje bajo la promesa de que no volvería a hacerlo sin órdenes especiales.
;; ; Dejando esta digresión: cuando me había arrastrado hasta cuatro yardas del trono, me enderecé dulcemente sobre las rodillas, y luego, golpeando siete veces con la frente en el suelo, pronuncié las siguientes palabras, que me habían enseñado la noche antes: Ickpling gloffthrobb squut seruri Clihiop mlashnalt zwin tnodbalkuffh slhiophad gurdlubh asht. Éste es el cumplimiento establecido por las leyes del país para todas las personas admitidas a la presencia del rey. Puede trasladarse al español de este modo: «Pueda Vuestra Celeste Majestad sobrevivir al sol once meses y medio.» A esto, el rey me dio una respuesta que no pude entender, pero a la que repliqué conforme a la instrucción recibida: Fluft drin yalerick dwuldom prastrad mirpush, que puntualmente significa: «Mi lengua está en la boca de mi amigo.» Con esta expresión di a comprender que suplicaba licencia para que mi intérprete pasara; el joven de que ya he hecho mención fue, en consecuencia, introducido, y con su intervención respondí a cuantas preguntas quiso hacerme Su Majestad en más de una hora. Yo hablaba en lengua balnibarba y mi intérprete traducía el sentido a la de Luggnagg.
;; ; Le sirvió de mucho agrado al rey mi compañía y ordenó a su bliffmarklub, o sea su gran chambelán, que se me habilitase en palacio un alojamiento para mí y mi intérprete, con una asignación diaria para la mesa y una gran bolsa de oro para mis gastos ordinarios.
Elogio de los lugguaggianos. -Detalle y descripción de los struldbrugs, con numerosas pláticas entre el autor y varias personas eminentes acerca de este asunto.
;; ; Los luggnaggianos son gente amable y generosa, y aunque no dejan de participar algo del orgullo que es peculiar a todos los países orientales, se muestran corteses con los extranjeros, especialmente con aquellos a quienes favorece la corte. Hice amistad con personas del mejor tono, y, siempre acompañado de mi intérprete, tuve con ellas conversaciones no desagradables.
;; ; Un día, hallándome en muy buena compañía, me preguntó una persona de calidad si había visto a alguno de los struldbrugs, que quiere decir inmortales. Dije que no, y le supliqué que me explicase qué significaba tal nombre aplicado a una criatura mortal. Hízome saber que de vez en cuando, aunque muy raramente, acontecía nacer en una familia un niño con una mancha circular roja en la frente, encima de la ceja izquierda, lo que era infalible señal de que no moriría nunca. La mancha, por la descripción que hizo, era como el círculo de una moneda de plata de tres peniques, pero con el tiempo se agrandaba y cambiaba de color. Así, a los doce años se haría verde, y de este color continuaba hasta los veinticinco, en que se tornaba azul obscuro; a los cuarenta y cinco se volvía negra como el carbón y del tamaño de un chelín inglés, y ya no sufría nunca más alteraciones. Dijo que estos nacimientos eran tan raros, que no creía que hubiese más de mil ciento struldbrugs de ambos sexos en todo el reino, de los cuales calculaban que estarían en la metrópoli cincuenta, y que figuraba entre el resto una niña nacida hacia unos tres años. Estos productos no eran privativos de familia ninguna, sino simple efecto del azar, y los hijos de los mismos struldbrugs eran mortales, como el común de las gentes.
;; ; Reconozco francamente que al oír esta historia me asaltó satisfacción inefable; y como ocurriese que la persona que me la había referido conociera el idioma balnibarbo, que yo hablaba muy bien, no pude contenerme, y prorrumpí en expresiones un poco extravagantes quizá. Exclamaba yo en aquel rapto: «¡Nación feliz ésta, en que cada nacido tiene al menos una contingencia de ser inmortal! ¡Pueblo feliz, que disfruta tantos vivos ejemplos de viejas virtudes y tiene maestros que le instruyan en la sabiduría de pretéritas edades! ¡Pero felicísimos sobre toda comparación estos excelentes struldbrugs, que, nacidos aparte de la calamidad universal que pesa sobre la naturaleza humana, gozan de entendimientos libres y despejados, no sometidos a la carga y depresión de espíritu causada por el continuo temor de muerte!» Manifesté mi admiración de no haber visto en la corte ninguna de estas personas ilustres; la mancha negra en la frente era distinción tan notable, que no era fácil que yo hubiese dejado de advertirla, y, por otra parte, era imposible que un príncipe de tan gran juicio no se sirviese de buen número de tan sabios y capaces consejeros. Sin embargo, quizá la virtud de aquellos reverendos sabios era demasiado austera para la corrupción y las costumbres libertinas de la corte; y a menudo nos muestra la experiencia que los jóvenes son demasiado tercos y volubles para dejarse guiar por los sobrios consejos de los ancianos. De un modo u otro, estaba resuelto, tan pronto como el rey se dignase permitirme el acceso a su real persona y en la primera ocasión, a exponerle mi opinión sobre este asunto con toda franqueza y por extenso, con la ayuda de mi intérprete. Y, se dignase tomar mi consejo o no, a una cosa estaba decidido; y era que, habiéndome ofrecido frecuentemente Su Majestad establecimiento en el país, aceptaría con grandísima gratitud la oferta y pasaría allí mi vida en conversación con aquellos seres superiores de struldbrugs si se dignaban admitirme a su lado.
;; ; El caballero a quien se dirigía mi discurso, en razón a que, como ya he advertido, hablaba el idioma de Balnibarbi, me dijo, con esa especie de sonrisa que generalmente procede de piedad por la ignorancia, que tenía a grandísima ventura cualquier ocasión que me indujese a quedarme en su compañía, y me pidió licencia para explicar a la compañía lo que yo había hablado. Se la di, y hablaron buen rato en su idioma, del que yo no entendía ni sílaba, así como tampoco podía descubrir en sus rostros la impresión que mi discurso les causaba. Después de un breve silencio díjome la misma persona que sus amigos y míos -que así creyó conveniente expresarse- estaban muy satisfechos de las discretas observaciones que había hecho yo sobre la gran dicha y las grandes ventajas de la vida inmortal, y deseaban saber de manera detallada qué norma de vida me hubiese yo trazado si hubiera sido mi suerte nacer struldbrug.
;; ; Respondí que era fácil ser elocuente sobre asunto tan rico y agradable, especialmente para mí, que con frecuencia me había divertido con visiones de lo que haría si fuese rey, general o gran señor; y, por lo que hacía al caso, muchas veces había reconocido de un cabo a otro el sistema que habría de seguir para emplearme y pasar el tiempo si tuviese la seguridad de vivir eternamente.
;; ; Si hubiese sido mi suerte venir al mundo struldbrug, por lo que se me alcanza de mi propia felicidad al considerar la diferencia entre la vida y la muerte, me hubiese resuelto, en primer término y por cualesquiera métodos y artes, a procurarme riquezas. Puedo esperar razonablemente que, por medio del ahorro y de la buena administración, en doscientos años sería el hombre más acaudalado del reino. En segundo lugar, me aplicaría desde los primeros años de mi juventud al estudio de las artes y las ciencias, con lo que llegaría en cierto tiempo a aventajar a todos en erudición. Por último, registraría cuidadosamente todo acto y todo acontecimiento de consecuencia que se produjese en la vida pública, y pintaría con imparcialidad los caracteres de las dinastías de príncipes y de los grandes ministros de Estado, con observaciones propias sobre cada punto. Escribiría exactamente los varios cambios de costumbres, idiomas, modas en el vestido, en la comida y en las diversiones. Con estas adquisiciones, sería un tesoro viviente de conocimiento y sabiduría, y la nación me tendría, ciertamente, por un oráculo.
;; ; No me casaría después de los sesenta años, sino que viviría en prácticas de caridad, aunque siempre dentro de la economía. Me entretendría en formar y dirigir los entendimientos de jóvenes que prometiesen buen fruto, convenciéndoles, basado en mis propios recuerdos, experiencias y observaciones, robustecidos por ejemplos numerosos, de la utilidad de la virtud en la vida pública y privada. Pero mi preferencia y mis constantes compañeros estarían en un grupo de mis propios hermanos en inmortalidad, entre los cuales escogería una docena, desde los más ancianos hasta mis contemporáneos. Sí alguno de ellos careciese de medios de fortuna, yo le asistiría con alojamientos cómodos, instalados en torno de mis propiedades, y siempre sentaría a mi mesa a varios de ellos, mezclando sólo algunos de los de mayor mérito de entre vosotros los mortales, a quienes perdería, endurecido por lo dilatado del tiempo, con poco o ningún disgusto, para tratar después lo mismo a su posteridad; justamente como un hombre encuentra diversion en el sucederse anual de los claveles y tulipanes de su jardín, sin lamentar la pérdida de los que marchitó el año precedente.
;; ; Estos struldbrugs y yo nos comunicaríamos mutuamente nuestros recuerdos y observaciones a través del curso de los tiempos; anotaríamos las diversas gradaciones por que la corrupción se desliza en el mundo y la atajaríamos en todos sus pasos, dando a la Humanidad constante aviso e instrucción; lo que, unido a la poderosa influencia de nuestro propio ejemplo, evitaría probablemente la continua degeneración de la naturaleza humana, de que con tanta justicia se han quejado todas las edades.
;; ; Añádanse a esto los placeres de ver las varias revoluciones de estados e imperios, los cambios del mundo inferior y superior, antiguas ciudades en ruinas y pueblos obscuros convertirse en sedes de reyes; famosos ríos reducidos a someros arroyos; el océano dejar unas playas en seco e invadir otras; el descubrimiento de muchos países todavía desconocidos; infestar la barbarie las más refinadas naciones y civilizarse las más bárbaras. Vería yo entonces el descubrimiento de la longitud, del movimiento perpetuo y de la medicina universal, y muchos más grandes inventos, llegados a la más acabada perfección.
;; ; ¡Qué maravillosos descubrimientos haríamos en astronomía si pudiésemos sobrevivir a nuestras predicciones y confirmarlas, observando la marcha y el regreso de los cometas, con los cambios de movimiento del sol, la luna y las estrellas!
;; ; Me extendí sobre otros muchos tópicos que fácilmente me inspiraba el deseo de vida sin fin y de felicidad terrena. Cuando hube terminado el total de mi discurso y, como la vez anterior, fue traducido al resto de la compañía, sostuvieron entre ellos, en el idioma del país, animada charla, no sin algunas risas a mi costa. Por último, el caballero que había sido mi intérprete me dijo que los demás le habían pedido que me disuadiese de algunos errores en que había caído por la debilidad común en la humana naturaleza, y que, por esto mismo, no eran del todo imputables a mí. Hablóme de que esta raza de struldbrugs era privativa de su país, pues no existían tales gentes en Balnibarbi ni en el Japón, reinos ambos en que él había tenido el honor de ser embajador de Su Majestad y donde había encontrado a los naturales muy poco dispuestos a creer en la posibilidad del hecho; y del asombro que yo mostré cuando por vez primera me habló del asunto se desprendía que para mí era cosa totalmente nueva y apenas digna de crédito. En los dos reinos antes citados, donde durante su residencia había conversado mucho, encontró que una vida larga era el deseo y el anhelo universal de la Humanidad. Quien tenía un pie en la tumba, era seguro que afianzaba el otro lo más firmemente posible; el mas viejo tenía aún esperanza de vivir un día más, y miraba la muerte como el más grave de los males, del cual la Naturaleza le impulsaba a apartarse siempre. Sólo en esta isla de Luggnagg era menos ardiente el apetito de vivir, a causa del constante ejemplo que los struldbrugs ofrecían a la vista.