Los robots del amanecer (38 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Los robots del amanecer
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—Kelden Amadiro. Voy a pedirle que trate el tema con la Asamblea Legislativa, y Amadiro forma parte de ella, ¿sabe usted? Es uno de los líderes del partido Globalista. Así pues, creo que será mejor para usted que le diga claramente a Gladia que soy absolutamente inocente.

—Me gustaría, señor Gremionis, porque sospecho que lo es usted, pero ¿cómo puedo cambiar mis sospechas por certidumbre si antes no me permite hacerle unas preguntas?

Gremionis titubeó. Luego, con aire desafiante, se recostó de nuevo en su asiento y se llevó las manos a la nuca. Era la viva imagen de un hombre que fracasaba totalmente en su intento de aparentar tranquilidad.

—Pregunte —dijo—. No tengo nada que ocultar. Y cuando haya terminado, insisto en que llame a Gladia, desde aquí mismo, por ese transmisor tridimensional de ahí detrás, y reconozca ante ella mi inocencia. De lo contrario, se verá metido en más problemas de lo que puede imaginar.

—Comprendo, pero antes... ¿Cuánto hace que conoce a Vasilia Fastolfe, señor Gremionis? O mejor dicho, a la doctora Vasilia Aliena, si la conoce usted por ese nombre...

Gremionis titubeo de nuevo y contestó con voz tensa:

—¿Por qué lo pregunta? ¿Qué tiene eso que ver con la investigación?

Baley suspiró y su rostro adusto pareció adoptar una expresión todavía más seria.

—Le recuerdo, señor Gremionis, que no tiene usted nada que ocultar y que desea convencerme de su inocencia para que yo la corrobore ante Gladia. Dígame, pues, cuánto tiempo hace que la conoce. Si no la conoce, dígalo, pero antes es de justicia advertirle que la doctora Vasilia ha declarado que ustedes se conocen bien, lo suficiente por lo menos para que usted se haya ofrecido a ella.

Gremionis pareció inquietarse. Con voz temblorosa, contestó:

—No sé por qué la gente ha de hacer una montaña de eso. Ofrecerse es una acción social perfectamente natural que no concierne a nadie más. Claro que usted es terrícola, y usted sí haría una montaña de ello.

—Creo que la doctora no le aceptó.

Gremionis se llevó las manos al regazo, con los puños apretados.

—Aceptar o rechazar es una decisión que sólo le concierne a ella. Ha habido personas que se han ofrecido a mí y que yo he rechazado. No es asunto importante.

—Está bien. ¿Cuánto hace que la conoce?

—Algunos años. Unos quince.

—¿La conocía ya cuando aún vivía con el doctor Fastolfe?

—Entonces yo era un chiquillo —dijo Gremionis, ruborizándose.

—¿Cómo la conoció?

—Yo estaba terminando los estudios de artista de la personalidad y fui llamado para diseñar un vestuario para ella. Le gustó mi trabajo y después de eso utilizó mis servicios (en este aspecto) en exclusiva.

—Así pues, ¿fue por recomendación de ella como usted adquirió su actual posición como, digamos, artista de la personalidad oficial entre los miembros del Instituto de Robótica?

—Ella supo reconocer mis cualidades. Realicé un examen, junto con otros candidatos, y obtuve la plaza por méritos propios.

—¿Pero ella le recomendó?

—Sí —reconoció Gremionis parcamente, con aire molesto.

—Y usted creyó que la única manera de agradecérselo era ofreciéndose a ella, ¿verdad?

Gremionis hizo otra mueca y se pasó la lengua por los labios, como si tuviera en ellos un sabor amargo.

—¡Esto resulta muy... desagradable! Supongo que un terrícola pensaría como usted dice, pero me ofrecí sólo porque me complacía hacerlo.

—¿Porque la doctora Vasilia es atractiva y tiene una personalidad afectuosa?

—Bueno... —titubeó Gremionis—, yo no diría que su carácter sea muy afectuoso —dijo precavidamente—, pero desde luego es atractiva.

—Me han dicho que usted se ofrece a cualquiera... sin distinción.

—Eso es falso.

—¿Qué es falso? ¿Que se ofrece a todo el mundo o que me lo hayan dicho?

—Que me ofrezca a todo el mundo. ¿Quién se lo ha contado?

—No sé si serviría de algo que contestara a esa pregunta. ¿Le gustaría a usted que le citara como fuente de alguna información embarazosa? ¿Hablaría libremente conmigo si pensara que iba a hacerlo?

—Bueno, quienquiera que se lo haya dicho, es un mentiroso.

—Quizá no era más que una exageración. ¿Se había ofrecido usted a otras personas antes de hacerlo a la doctora Vasilia?

Gremionis apartó la mirada.

—Un par de veces. Nada serio.

—¿Pero con la doctora Vasilia iba en serio?

—Bien...

—Según tengo entendido, usted se ofreció a ella en repetidas ocasiones, lo cual va totalmente en contra de las costumbres auroranas.

—¡Oh, las costumbres auroranas...! —exclamó Gremionis, furioso. Luego apretó los labios con fuerza y frunció el ceño—. Veamos, señor Baley, ¿puedo hablarle en confianza?

—Sí. Todas mis preguntas van dirigidas a satisfacer mis dudas respecto a que no tuvo usted nada que ver con la muerte de Jander. Una vez aclaradas esas dudas, puede tener la seguridad de que mantendré en secreto todas sus observaciones.

—Perfectamente, entonces. No es nada malo, nada de lo que me avergüence, entiéndame. Es sólo que tengo un profundo sentido de la intimidad y tengo derecho a ella si así lo deseo, ¿no?

—Desde luego —asintió Baley en tono consolador.

—¿Sabe?, yo opino que la vida sexual en pareja es mejor cuando existe un amor y un afecto profundos entre los dos.

—Imagino que eso es muy cierto.

—Y no hay necesidad de otros, ¿no cree usted?

—Parece bastante... plausible.

—Yo siempre he soñado con encontrar la pareja perfecta y no volver a buscar a nadie más. A eso se llama monogamia. No existe en Aurora, pero sí en otros mundos. En la Tierra es muy frecuente, ¿verdad, señor Baley?

—En teoría, señor Gremionis.

—Pues eso es lo que yo quiero. Lo he buscado durante años. Cuando en ocasiones mantenía encuentros sexuales, siempre me parecía que faltaba algo. Entonces conocí a la doctora Vasilia y ella me dijo... Bueno, la gente le cuenta sus confidencias al artista de la personalidad porque es un trabajo muy personal y... bien, ahora viene la parte realmente confidencial...

—Vamos, adelante —le ayudó Baley. Gremionis se humedeció los labios.

—Si lo que voy a decirle llega a saberse, estoy arruinado. Vasilia hará todo cuanto pueda para que no me encarguen más trabajos. ¿Está usted seguro de que esto tiene que ver con el caso?

—Se lo aseguro con todas mis fuerzas, señor Gremionis. Esto puede ser de la mayor importancia.

—Bien, entonces... —Gremionis no parecía convencido del todo—. El hecho es que, por lo que la doctora Vasilia ha ido contándome aquí y allá, con medias palabras, he llegado a la conclusión de que... —su voz se convirtió apenas en un su-surro— de que es virgen.

—Entiendo —dijo Baley tranquilamente. Recordó lo convencida que se había mostrado Vasilia respecto a que el rechazo de su padre le había distorsionado la vida, y comprendió mucho mejor el odio que la doctora había demostrado hacia el doctor Fastolfe.

—Eso me excitó. Me pareció que podría tenerla toda para mí, y que yo podría ser el único hombre para ella. No puedo expresar cuánto significó para mí saber aquello. Hacía que la viera divinamente hermosa a mis ojos, y que la deseara como a nada.

—¿Y por eso se ofreció a ella?

—Sí.

—Varias veces. ¿No se sintió desanimado por sus negativas?

—Eso reforzaba aún más su virginidad, por decirlo así, y yo todavía me sentía más excitado. El hecho de que resultara difícil lo hacía aún más emocionante. No sé explicarlo mejor y no creo que pueda usted entenderlo.

—Señor Gremionis, le entiendo perfectamente. Pero debió de llegar un momento en que usted dejó de ofrecerse a la doctora, ¿no?

—Sí, en efecto.

—Y entonces empezó a ofrecerse a Gladia, ¿no?

—Sí, en efecto.

—¿Varias veces?

—Sí, en efecto.

—¿Por qué? ¿Por qué ese cambio?

—La doctora Vasilia dejó muy claro, finalmente, que no me daría ninguna oportunidad. Entonces llegó Gladia y como se parecía tanto a Vasilia, yo...

—Pero Gladia no era virgen —le interrumpió Baley—. En Solaria estaba casada y en Aurora había tenido bastantes experiencias, según me han dicho.

—Yo lo sabía, pero ella... dejó de tenerlas. Gladia, ¿comprende usted?, nació en Solaria, no en Aurora, y por ello no entendía del todo las costumbres de nuestro planeta. Sin embargo, en un momento determinado dejó de tener relaciones sexuales, porque no le gustaba lo que denominaba «promiscuidad».

—¿Eso se lo dijo ella?

—Sí. En Solaria es costumbre la monogamia. Gladia no tenía un matrimonio feliz, pero seguía acostumbrada al modo de vida de Solaria y por eso no le gustaron los hábitos de Aurora cuando los probó. Yo, por mi parte, busco también la monogamia y por eso... ¿va usted entendiendo?

—Sí, pero antes de nada, ¿cómo se conocieron usted y Gladia? —preguntó Baley.

—La conocí, simplemente. Cuando llegó a Aurora salió en los noticiarios de hiperondas como una romántica refugiada de Solaria. Además, tuvo un papel en ese famoso programa de hiperondas...

—Sí, sí, pero hubo algo más, ¿verdad?

—No sé a qué se refiere.

—Bueno, déjeme adivinar. ¿No llegó un momento en que la doctora Vasilia le dijo que lo rechazaba para siempre? ¿Y no le sugirió ella misma una alternativa, por casualidad?

Gremionis, en un súbito acceso de furia, gritó:

—¿Le ha dicho eso la doctora Vasilia?

—No con tantas palabras, pero aun así creo que sé lo que sucedió. ¿No le dijo ella que le convendría más probar con una recién llegada al planeta, una joven de Solaria que era la protegida o la pupila del doctor Fastolfe, del cual usted sabía que era el padre de Vasilia? ¿Y no le dijo ésta que la joven, Gladia, se parecía bastante a ella pero que era más joven y que tenía un carácter más afectuoso? En pocas palabras, ¿no le animó la doctora Vasilia a trasladar a Gladia las atenciones que le estaba dispensando a ella?

Gremionis estaba visiblemente agitado. Sus ojos se cruzaron con los de Baley y se apartaron inmediatamente. Era la primera vez que Baley observaba en un espacial una mirada de temor... ¿o era de pavor y respeto? (Baley meneó ligera-mente la cabeza en señal de negativa. No debía dejarse llevar por la satisfacción de haber impuesto respeto a un espacial. Podía hacer peligrar su objetividad.)

—¿Y bien? ¿Tengo razón o no? —preguntó. Gremionis respondió en voz baja.

—Así que el programa de hiperondas no era una exageración... ¿De verdad lee usted la mente?

50

—Sólo hago preguntas —contestó tranquilamente Baley—. Y usted no ha contestado a la mía. ¿Tengo razón o no?

—No sucedió exactamente así —respondió Gremionis—. Es cierto que Vasilia habló de Gladia, pero... —Se mordió el labio inferior y continuó—: Bien, en resumen sucedió lo que usted acaba de decir. Fue aproximadamente como acaba de describirlo.

—¿Y usted no se sintió disgustado? ¿Le dio la impresión de que Gladia se parecía realmente a la doctora Vasilia?

—En cierto modo, sí. —A Gremionis le brillaron los ojos—. Pero en realidad no era así. Si las coloca una junto a otra apreciará la diferencia. Gladia tiene mucha más gracia y delicadeza. Y un ánimo mucho más... alegre.

—¿Se ha ofrecido usted a Vasilia desde que conoce a Gladia?

—¿Está usted loco? Claro que no.

—Pero ¿se ha ofrecido a Gladia?

—Sí.

—¿Y ella le ha rechazado?

—Sí, pero tiene usted que entender que ella ha de estar segura, igual que habría de estarlo yo. Piense en el error que habría cometido yo si hubiese convencido a la doctora Vasilia de que me aceptara. Gladia no desea cometer ese error, y yo no se lo reprocho.

—Pero usted no cree que Gladia cometa un error aceptándole, y por eso se le ha ofrecido una y otra vez, ¿verdad?

Gremionis miró a Baley con aire ausente durante unos segundos y luego pareció sentir un escalofrío. Hizo una mueca con los labios, como si fuera un niño rebelde, y respondió:

—Dice usted las cosas de un modo que resulta ofensivo...

—Lo siento, no lo pretendía. Por favor, responda a la pregunta.

—Mi respuesta ha de ser afirmativa.

—¿Cuántas veces se ha ofrecido?

—No las he contado. Cuatro veces. Bueno, cinco. O quizá más.

—Y ella siempre le ha rechazado.

—Sí. De lo contrario, no habría tenido que ofrecerme otra vez, ¿no le parece?

—¿Gladia se mostró irritada al rechazarle?

—No, no. Gladia no es así. Me trata siempre con mucha amabilidad.

—¿Le ha llevado la actitud de ella a ofrecerse a alguien más?

—¿Cómo?

—Bueno, Gladia le ha rechazado, y una manera de responderle sería ofreciéndose a otra persona. ¿Por qué no? Si Gladia no le quiere...

—No. No deseo a ninguna otra persona.

—¿A qué cree usted que se debe eso?

Gremionis, enérgicamente, replicó:

—¿Cómo quiere que sepa a qué se debe? Yo amo a Gladia. Es... es una especie de locura, salvo que yo creo que es la mejor clase de locura. Estaría loco si no tuviera esa clase de locura... No espero que sea usted capaz de comprenderme.

—¿Ha intentado explicarle eso a Gladia? Quizá lo entendería.

—Jamás. Con mis palabras sólo la inquietaría, la desconcertaría. De esas cosas no se habla. Tendría que acudir a la consulta de un mentólogo.

—¿Lo ha hecho usted?

—No.

—¿Por qué?

—Tiene usted la costumbre de hacer las preguntas de la manera más brusca, terrícola.

—Quizá porque soy terrícola. No sé hacerlo de otro modo. Además, también soy investigador y debo conocer esas cosas. ¿Por qué no ha acudido a un mentólogo?

Sorprendentemente, Gremionis se echó a reír.

—Ya se lo he dicho. La curación resultaría una locura mayor que la enfermedad. Prefiero estar con Gladia y ser rechazado que estar con otra persona y ser aceptado. Imagine que a su cabeza le falta un tornillo y que usted desea que le siga faltando. Cualquier mentólogo le sometería a un tratamiento intensivo.

Baley permaneció un instante meditabundo y luego preguntó a Gremionis:

—¿Sabe si la doctora Vasilia es, de algún modo, una mentóloga?

—Vasilia es roboticista, y se dice que eso es lo que más se parece a la rnentología. Si uno sabe cómo funciona un robot, se hace una idea de cómo actúa el cerebro humano. Al menos, eso dicen.

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