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Authors: Erving Goffman

Tags: #Sociología

Los momentos y sus hombres (16 page)

BOOK: Los momentos y sus hombres
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En una familia, cuando un miembro cae «enfermo», se produce una disminución considerable de atención a las tareas cotidianas. La esposa puede dejar de peinarse y de lavarse, o de cuidar de los hijos, etc. El esposo puede hacerse irresponsable, vagar por el vecindario fumando todo el día y descuidar su vestido. Puede pasearse en zapatillas, dejar de ir a trabajar y despotricar contra todo el mundo. En cada caso, la persona puede estar constantemente de mal humor y estar «imposible».

A menudo, los demás miembros de la familia no consideran que todo esto sean síntomas psicológicos. Pero los psiquiatras sí lo entienden de esta manera. Yo, como sociólogo, veo en ello un desarreglo en las obligaciones de alguien en cuanto familiar. Y cuando, a partir de esta situación, lo mandan a una institución, se habla a menudo del hospital como de un sitio donde lo pueden «tratar».

Peck:
—¿Preparar?
[207]
*

Goffman:
—Preparar. En cierto modo, lo que se hace es, por una parte, anular la situación de la persona que se comporta en ella de manera irregular y, por otra parte, mantener, sin embargo, la relación de parentesco con ella. Se preserva la superestructura legal, pero esta «mala» persona queda evacuada de la casa. Es lo que todo ello significa. Si esta persona fuese una criada que descuidase el trabajo, la despedirían. Si la persona fuese de otra clase social, y casada, podría haber divorcio. Pero, en ciertas situaciones, ninguna de estas soluciones es posible. La persona no es una criada. Está casada, pero no se puede conseguir el divorcio. Se han probado otras salidas, pero sin resultado. Se ha consultado a una serie de personas y, finalmente, se llega al internamiento en el manicomio. Esto es lo que pasa y, a pesar de todo, el proceso preserva la familia, en cierto modo, desde el punto de vista legal.

Fremont-Smith:
—Usted no ha descrito más que un tipo de situaciones cuyo desenlace es que encierran a alguien. Pero también hay gente que perturba socialmente a su familia, como usted mismo acaba de decir, y que no terminan en el manicomio.

Goffman:
—A veces, consiguen el divorcio, por ejemplo.

Fremont-Smith:
—Hablo de familias que no consiguen el divorcio. No es simple cuestión de manicomio o divorcio. En la mayoría de los casos, la alternativa al divorcio no es el manicomio. Usted ha descrito sólo un grupo de personas que perturban su hogar.

Goffman:
—Exactamente. No hay ninguna razón teórica para que unos perturbadores terminen en el manicomio y, otros no.

Fremont-Smith:
—Si se considera el problema teniendo en cuenta el aspecto de las perturbaciones.

Goffman:
—En ciertos casos, que lo manden a uno a la cárcel o al manicomio se debe casi sólo al azar. Depende de a quién se conozca, de si las instituciones están llenas o no, y de otros factores del mismo orden.

Fremont-Smith:
—O de la institución en que se entre en primer lugar.

Goffman:
—Y a veces, los pacientes llevan consigo este elemento al hospital. Más aún, algunos se aprovechan de haber estado en un hospital. Al salir, les dan una tarjeta que reza: «Soy enfermo mental». Y cuando la policía los agarra, los mandan al manicomio, en vez de a la cárcel o de maltratarlos.

Peck:
—En el Tribunal de menores, uno de los elementos importantes en la decisión de si mandar al adolescente a un manicomio o a un reformatorio es el que la familia lleve o no un abogado al tribunal.

Goffman:
—Ese elemento no tiene nada que ver con la enfermedad (que puede ser real); es una contingencia, y debemos estudiar estas cosas en su medio natural.

Quisiera hacer dos observaciones sobre esta noción de «mala conducta contingente», para, después, seguir adelante.

En primer lugar, las personas que se mandan a un manicomio público forman un conjunto muy heterogéneo en distintos aspectos. Pertenecen, en general, a grupos de bajos ingresos, pero, dentro de estos grupos, están muy diferenciados en cuanto al sexo, la edad, la formación, la ocupación, etc.

Después, cuando la institución observa su propio procedimiento de admisión, no lo ve más que en una sola frase: «El paciente estaba enfermo». El paciente ha llegado por este motivo. Afortunadamente, su familia ha tomado conciencia de que ha caído enfermo.

Eso puede ser perfectamente cierto. Pero se ha contraído en una sola frase un proceso social muy complejo, con lo que llegamos al encubrimiento de que hablaba el doctor Spiegel. Hasta cierto punto, conviene a una institución saber circunscribir y reducir toda la complejidad del proceso social a una frase: el paciente ha caído «enfermo». Lo cual quiere decir: ahora que lo tenemos, es normal y justo que lo tengamos.

(...)

Ahora quisiera hablar de los
rites de passage,
las transiciones, o pasos ceremoniales, que señalan el ingreso de un paciente en un manicomio. El desplazamiento de una situación ritual a otra es señalado por ciertas ceremonias e implica al individuo en ciertos hechos memorables.

Mead:
—Se dice
rites de passage
en francés. Es jerga sociológica.

Goffman:
—La empleo precisamente porque es una expresión sociológica estereotipada. Creo que no se podría encontrar la fase o el elemento del ciclo a los que se refiere. Se puede criticar este enfoque, y creo que estaría justificado. Pero es un marco de referencia del que se sirven algunos sociólogos al hablar de una persona que termina en una situación psiquiátrica. Quisiera hablar de cuatro o cinco aspectos de este rito de transición.

Primero, según ocurre con frecuencia, el individuo a quien llegan a internar cree al principio que se trata de la traición de alguien. Si es su cónyuge el que lo ha entregado al manicomio, quedará muy angustiado. Lo estará menos, probablemente, si ha sido su tendero. Pero, de todas maneras, lo estará en cierta medida.

Fremont-Smith:
—Cuando usted dice «traición», doctor Goffman, es una palabra especial. ¿Quiere decir una traición en opinión del paciente?..., una traición, ¿a qué? ¿Quiere decir una traición en opinión del paciente, porque significaría dejarlo al descubierto? ¿O bien se trata de una traición a nuestro parecer, vista la situación?

Goffman: —
Itaición, en opinión del paciente. En tanto los demás sean sensibles a su punto de vista, participarán también de este sentimiento de traición.

Fremont-Smith:
—¿Quiere usted decir que él, desde su punto de vista, siente una especie de traición?

Goffman:
—Sí. En cierto sentido, desde un punto de vista general, en su actitud está una parte esencial de la verdad.

Lifton:
—¿Se cree traicionado porque lo han mandado a la institución psiquiátrica?

Goffman:
Sí: opina que nadie habría debido empujarlo a una situación tan desgraciada.

Mead
—¿Como su mujer, si es la que ha hecho la gestión legal?

Goffman:
—No necesariamente. Su mujer, simplemente, puede haberlo llevado al psiquiatra. Pero el psiquiatra tiene práctica, y sabe cuánta necesidad tiene uno de que lo hospitalicen. Evidentemente, una dimensión de la práctica psiquiátrica es esta labor de encauzamiento al manicomio.

Liddell:
—¿A cuántos médicos hay que consultar antes de meter a uno en el manicomio?

Goffman:
—En muchos sitios, y en muchos casos, hacen falta dos. En todas las grandes ciudades, hay algunos psiquiatras conocidos como aquellos a quienes hay que consultar cuando se necesitan documentos de intemamiento. En cierta medida, estos psiquiatras se crean una práctica especializada en el intemamiento. Saben acelerar y facilitar el procedimiento.

Fremont-Smith;
—Eso varía de una ciudad a otra.

Goffman:
—Espero no haber ofendido a nadie.

Peck:
—Parece que está hablando del «juez de la horca».

Goffman:
—Es que se dice que, si no cumple esta función, lo haría otro.

Fremont-Smith:
—Lo de la firma de dos psiquiatras varía de un Estado a otro. En muchos Estados, es muy diferente. No siempre se requiere un psiquiatra. Puede tratarse de la asociación entre un juez y un médico.

Frank:
—Hay una cosa que me molesta en lo afectivo. El sociólogo, so pretexto de objetividad, emplea constantemente palabras duras, en vez de servirse de palabras objetivas. Creo que en su libro
And Keep Your Powder Dry,
doctora Mead, muestra usted que el antropólogo quizá deba proceder así, que no hay medio de evitar las palabras duras.

Goffman:
—Tiene razón en un sentido, pero creo que conviene hacer una precisión. La finalidad de esta reunión es discutir problemas, y deberíamos ser capaces de soportar toda clase de desacuerdos. Cuando me sirvo de la palabra «traición», el uso es exacto en cierta medida. La persona que entra en el manicomio suele opinar que se trata de un lugar poco recomendable para vivir en él.

Meerloo:
—Algunos manicomios.

Fremont-Smith:
—La mayoría de los manicomios. Como he viajado mucho, puedo decir: «la mayoría». Creo que se ha equivocado al emplear la palabra «traición», porque no ha precisado que era el paciente el que se sentía traicionado, y eso nos ha desconcertado.

Goffman:
—Permítanme explicárselo. Yo he estudiado el hospital desde el punto de vista del enfermo, que constituye una parte bastante importante de la institución. Por tanto, hay que estudiar su punto de vista. Ustedes, que tienen una visión global de la cuestión, deben tomar el punto de vista del paciente e integrarlo en una perspectiva más amplia. Pero hay que empezar por recoger las piezas. Yo digo que el punto de vista del enfermo es una de ellas. La vida de un paciente en el manicomio no es agradable. Hay que volver sobre ello y analizar este lado desagradable. Si empleo palabras que les molestan, las empleo, simplemente, en un contexto intelectual.

Birdwhistell:
—¿Las emplea
desde
el punto de vista del paciente, o
sobre
su punto de vista?

Goffman:
—Desde su punto de vista.

Fremont-Smith:
—Eso es interesante, y, si puedo permitirme la expresión, es casi una «traición» a lo que acaba de decir cuando hablaba de un sociólogo que no se interesaba por los individuos y que, por tanto, usted se interesaba por el flujo del proceso institucional. Y ahora, de golpe, está usted en el interior del paciente y nos presenta un informe sobre sus sentimientos. No tengo nada que objetar, pero hay una diferencia. Ciertamente, usted ha dado un salto. Estoy de acuerdo con lo que acaba de decir: que debemos estudiar todos los aspectos de la estancia del paciente en el manicomio. La mayor parte de éstos, de todo el mundo —y he visto muchos—, son tales que la mayoría de nosotros ni siquiera podemos soportar el mirarlos a la cara, aunque algunos estén organizados admirablemente, como seguro lo estaba ése de que usted nos habla.

Nosotros debemos estudiar el problema del modo como usted lo presenta. Cuando usted dice «desde el punto de vista del paciente», ¿de qué punto de vista se trata?

Goffman:
—Del punto de vista de quien no podía juzgar demasiado, por no ser un enfermo: del mío, es decir, del punto de vista de un observador.

Fremont-Smith:
—¿Ha hablado usted a enfermos personalmente?

Goffman:
—Yo entré en el manicomio en el papel de un asistente del director de deportes, habiendo pasado después al de una persona que hacía un estudio sobre la vida comunitaria y la animación de los pacientes. Yo me vestía como un paciente, comía con ellos y trataba con ellos. No dormía con ellos, en parte por motivos personales, y en parte porque la institución creía que eso no estaba bien.

Fremont-Smith:
—Eso nos ayuda mucho.

Goffman:
—Permítame volver sobre su otra observación. Usted dice que yo paso de un punto de vista a otro. Cierto. Es deliberado. El proceso contingente se ha discutido desde el exterior. Después, he tenido que cambiar de perspectiva. Los sociólogos deben hablar desde el punto de vista de la gente que estudian, porque desde esta perspectiva se edifica el mundo que analizan.

El paciente se desenvuelve en cierto mundo. En él lleva un vida social. Y nuestro oficio es penetrar hasta el núcleo de esta vida social. El mundo de su punto de vista no es el único mundo social. Hay otros, que podríamos descubrir. Pero, en lo que me afecta, uno de esos mundos es el suyo, y está en el patio del manicomio, que la profesión psiquiátrica olvida, me parece. El funcionario ve al interno que entra en su despacho, pero a menudo no comprende que este interno tiene un mundo social completo dentro del hospital. Esta sí que es de verdad una generalización sociológica, y bien democrática, además: todo grupo tiene un mundo social. Cuando se obliga a veinte o treinta individuos a vivir juntos, enseguida tienen ya un mundo propio, y nuestro oficio es penetrar en él y describirlo tan precisamente como podamos.

Birdwhistell:
—¿Nos hará el favor de indicarnos claramente cuándo procede usted «desde» y cuándo procede «sobre»? Si nos lo hace...

Fremont-Smith:
—Cuando
cambie usted, eso es todo. Yo no me oponía al cambio mismo.

Spiegel:
—Yo me pregunto si habría sido tan grande la excitación sobre los internos si el doctor Goffman hubiese hablado de cárceles, sin la presencia de directores de ellas ni de agentes judiciales, en vez de hablar sobre los manicomios delante de este plantel de psiquiatras y de personas interesadas por la psiquiatría.

Mead:
—Además, ha dicho que nos iba a hablar de una institución total. En ciencias sociales, necesitamos todas las aclaraciones posibles para tratar de una totalidad. Al pasar de una posición total a una posición parcial, ha embrollado. Usted partía de la institución total. Mete un manicomio en el mismo contexto que un convento, una escuela y otras instituciones que cumplen una labor que nos parece, o muy valiosa y útil, o que nos parece muy lamentable y nociva. Ha escogido tal manera de definir objetivamente las cosas que las categorías ordinarias del bien y del mal, de lo conveniente y de lo inconveniente, quedan en el aire. Después, ha empleado una figura retórica que nos ha contrariado e irritado, porque trataba a personas como a desechos. Esta expresión no es nada adecuada para hablar de los licenciados en Derecho por Harvard, aunque quizá pueda aplicarse a algunos que salen de nuestras cárceles y de nuestros manicomios. Entonces, ha insistido mucho en este aspecto, lo que nos ha llevado a una discusión tirante, por estimar muchos de nosotros que su análisis no era aplicable a todas las instituciones que ha citado. Después, ha basculado y ha dejado de hablar de la institución en general. Y ahora habla del grupo de los pacientes, de la manera como perciben su grupo y de la manera como lo perciben otras personas de su medio. Si en un primer plano hace abstracción de los efectos, pero vuelve a introducirlos en el plano siguiente, irá constantemente al encuentro de dificultades, independientemente de que hable a psiquiatras o no..., aunque en este caso las dificultades sean mayores.

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