Los milagros del vino (55 page)

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Authors: Jesús Sánchez Adalid

Tags: #Histórico

BOOK: Los milagros del vino
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«Estábamos llenos de asombro y curiosidad.

»—Pues bien —explicó el fariseo—, resulta que Simón tuvo noticias de que el rabí de Nazaret curaba a los leprosos y, como estaba hundido, desesperado y cercano ya a la muerte, decidió acudir a él cuando se enteró de que estaba cerca de aquí, en Betania…

«Todos le mirábamos. Él contó:

»—El rabí se compadeció de Simón y, simplemente poniendo su mano sobre él, le curó… Yo fui testigo de aquello.

»—¡El Eterno sea bendito! —exclamó Juana dando una fuerte palmada.

»A mí me invadió una gran felicidad. En ese momento, me parecía estar fuera de allí y que mi alma contemplaba el bello rostro del rabí, sus profundos ojos, sus labios sonrientes.

»—¿Os dais cuenta? ¿Está o no está el Eterno con él? —dije.

»—Sí, Susana —asintió uno de mis primos—; pero decir «rey» es hablar palabras mayores…

»El fariseo se fue hacia la puerta y se despidió diciendo que debía marchase ya a casa de Simón, porque el rabí había ido a cenar allí esa noche y no quería perderse la oportunidad de disfrutar de su compañía.

»Nos quedamos en suspenso, mirándonos unos a otros cuando aquel hombre se marchó.

«Entonces, mi tío Shoam, visiblemente disgustado, hizo un gesto con las manos y dijo:

»—Retirémonos ya a descansar. Mañana nos espera un largo día de recibimientos, saludos y celebraciones. Quedan todavía los intensos días de la Pascua.

»Los ancianos mandaban allí y no se veía que estuvieran dispuestos a seguir la fiesta, así que nos repartimos por las habitaciones, que estaban atestadas, con camastros, jergones, esterillas y mantas ocupando todo el suelo. Se apagaron las lámparas y todavía permanecieron durante un rato los rumores de las conversaciones en la casa. De vez en cuando, alguno de los mayores daba una voz:

»—¡Silencio! ¿Es que no se va a poder dormir? ¡Chist!

»Yo estaba inquieta y salí a la terraza para contemplar la ciudad a la luz de la luna. Era temprano todavía y se escuchaba el tumulto de la gente que iba por las calles en ambiente de fiesta, hablando a gritos, cantando, tocando los panderos y las flautas y riendo, sin respeto a los que ya descansaban dentro de las viviendas.

«Dejándome arrastrar por la gran excitación que se había prendido en mi pecho, sin pensármelo, fui a la alcoba y caminé con cuidado por entre las mujeres y los niños, hasta llegar al rincón donde tenía mi equipaje. Rebusqué en la oscuridad y di con el frasco de perfume puro de nardo, que había traído conmigo, impulsada por una idea fija de mi loca cabeza: derramarlo sobre Yeshúa en la primera ocasión, delante de todo el mundo, para demostrarle mi agradecimiento inmenso y mi devoción desbordada.

»Con sigilo, salí de la casa completamente embozada con un oscuro manto y un velo. La presencia de una mujer sola por las calles despertaba la curiosidad de la gente. Pero tuve valor suficiente para atravesar la ciudad y llegar a la casa de Simón
el Leproso
.

»Las puertas estaban abiertas de par en par, según la costumbre durante la fiesta. Era una vivienda grande, con un ancho pasillo central y un amplio patio al fondo, donde estaban reclinados los invitados todavía bebiendo y conversando. También había mujeres y niños levantados, distribuidos por las diversas estancias. Las criadas iban y venían de las cocinas llevando y trayendo platos. Como en cualquier casa en esos días.

»Vi a Yeshúa. Estaba vestido con la túnica blanca y resplandecía recostado en el diván, con la copa en la mano. ¡De verdad parecía un príncipe! Me acerqué por detrás, entre las enredaderas y macetones, de columna en columna, de manera que nadie se extrañó, porque había allí mucha gente.

»A1 llegar junto al rabí, me quité el manto de encima y derramé el perfume sobre él. Luego me solté el pelo y me fui hacia sus pies; los besé y los enjugué con mis cabellos. Debieron de quedarse todos muy sorprendidos, porque cesó la conversación y ya nadie dijo nada más. Entonces miré a los ojos de Yeshúa y le manifesté sin palabras todo lo que sentía en ese momento. El sonrió conmovido.

»Como había expresado ya lo que quería, nada más, excepto él, me interesaba en aquel sitio. Me retiré. Pero, antes de salir, estrellé el frasco contra el suelo y se rompió en mil pedazos. Con ello hacía ver a todos que aquel perfume era sólo para el rabí.

»La casa quedó inundada por el aroma maravilloso del nardo y, mientras la atravesaba, aprecié el gozo y el estupor de los semblantes.

Capítulo 66

—El día noveno del mes de Nisán, pasado el sábado, había ya mucho movimiento en Jerusalén. Miles de visitantes saturaban la ciudad, llegados para cumplir con la tradición. Pero nos sorprendió encontrar más bullicio del acostumbrado en esa época del año. Multitudes curiosas caminaban a toda prisa por los senderos, entre los huertos y cementerios, y por las estrechas calles que conducen a las puertas de la muralla.

»Por la mañana temprano, íbamos Juana y yo hacia el monte por el camino de Betfagué y, cuando logramos abrirnos paso por las abarrotadas puertas, ¿qué nos esperaba? ¡Mucha gente, radiante de alegría, salía al encuentro del rabí!

»Yeshúa venía montado en un borrico, acompañado por los suyos, con aire determinado, y audacia y fuego en la mirada…

»—¡Mirad! —gritaba el gentío loco de contento, rodeándonos por todas partes—. ¡El rabí de Nazaret viene montado sobre un pollino de asna! ¡Abridle paso! ¡Viva! ¡Viva!

»La gente tendía sus mantos en el suelo, delante de él, mecía palmas recién cortadas y gritaba con gozo una y otra vez:

»—¡Bendito es el que viene en el nombre de Jehová! ¡Sí, el rey de Israel!

»Era difícil no contagiarse de aquella locura, pero Juana y yo nos mirábamos sobrecogidas.

»Más tarde, cuando llegamos al templo formando ya una multitud, el rabí se puso como siempre a atender a la gente y a sanar a los enfermos que acudían a él.

»Nada de esto pasaba inadvertido para los sacerdotes principales y los escribas. ¡Cómo les irritaba ver las obras maravillosas de Yeshúa y el júbilo de la muchedumbre! Los fariseos, incapaces de ocultar su indignación, le exigieron:

»—¡Reprende a tus seguidores!

»Y él les contestó:

»—Si éstos permanecieran callados, las piedras clamarían.

«Durante las fiestas, el patio o explanada que llamaban de los Gentiles presentaba un gran movimiento, atestado de tenderetes con mostradores y mesas, puestos de vendedores, jaulas y animales que se ofrecían a la venta para los sacrificios, palomas, corderos, cabritos, terneros y hasta toros. Los mercaderes voceaban a los visitantes para atraerles a comprar los productos que se usaban en el ritual de los sacerdotes: aceite, vino, sal, hierbas amargas, menta, eneldo, comino, nueces, almendras tostadas y hasta jalea, siropes y miel. También se extendía más adelante una larga hilera de mesas de los cambistas, que eran sobre todo griegos asentados en la ciudad y que se dedicaban al cambio de monedas para el obligado tributo del templo.

»Yeshúa estuvo observando todo aquello: los tratos comerciales que se efectuaban a voces, las peleas y la agitación que reinaba en torno al negocio. Se indignó y, con furia desatada, se puso a volcar las mesas de los cambistas y los mostradores de los vendedores de palomas, mientras gritaba, fuera de sí:

»—¡Está escrito: «Mi casa será llamada casa de oración»! ¡Pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones!

»Los sacerdotes principales, los escribas y los hombres más prominentes fueron avisados y salieron a ver qué pasaba. Titubearon desconcertados, pero se retuvieron sin hacer nada a causa de la muchedumbre, pues el pueblo estaba atónito ante su fuerza y su autoridad.

»Se oía susurrar:

»—Rey, rey, rey… David, David…

»Esa noche, en la casa de mis parientes se formó una fuerte discusión a la hora de la cena. Los hombres se habían enterado de lo sucedido en la explanada del templo y hablaban acalorados de ello.

»Un primo mío gritó muy enojado:

»—¡Esto es el colmo! ¿Cuándo se han visto estas cosas en el templo? Y las autoridades, ¿por qué lo permiten? ¿Por qué todo el mundo deja que ese piojoso nazareno haga lo que le da la gana?

»Otros que estaban allí secundaron:

»—¡Eso! ¿Quién se cree que es ése? ¡Es intolerable!

»Algunos, en cambio, tratábamos de calmarles y exponíamos nuestras razones para defender al rabí. Pero el más anciano de la casa, mi tío Daniel, el de la viña de Carmeniel, se enfureció de repente más que nadie y se encaró conmigo cruelmente:

»—¡Calla tú de una vez, loca! ¡Ramera! ¡Endemoniada! ¿Quién te mandó ir anoche a casa de ese fariseo para ponernos en evidencia a nuestra familia? ¿Y si Antipas llega a enterarse? ¡Dependemos de Antipas! ¡Estúpida! ¿No te has enterado todavía de eso?

»Todos me miraban. Quedé muda. Él se enardeció aún más contra mí:

»—¡Mira que ir a excitar a ese sinvergüenza delante de todo el mundo! ¡Perra en celo! ¡Asquerosa…! Si no te hemos echado hoy de esta casa ha sido porque hay niños delante y no queríamos que se enterasen de tus locuras.

»Me llevé las manos a la cara y salí de la sala sumida en el terror y la angustia. Corrí hasta la terraza. Desde allí seguía oyendo las voces alteradas de los hombres y las de algunas mujeres que gemían rogando calma; decían:

»—¡Callaos, por el Eterno! ¡Es Pascua! ¡No ofendáis al cielo! ¡Jehová nos castigará!

»Mi pecho estaba agitado; se me habían presentado repentinamente todos los demonios. No obstante, traté de serenarme. Inspiraba queriendo llevar el aire fresco de la noche a mi interior, pero el nudo que tenía apretado en la garganta lo impedía. En esto, llegó Juana y me abrazó con ternura. Rompí a llorar desconsoladamente.

»—¡Oh, qué angustia! —sollocé—. ¿Por qué…? Juana, ¿por qué…?

»Ella me cubrió de besos y me consoló.

»—Calma, querida… ¡Ya, ya basta! Anda, regresa adentro; hazte presente para que todo vuelva a su sitio… No deben pensar que actúas con orgullo y desprecio… ¡Será peor!

»Obedecí sin rechistar su consejo. Recordaba muy bien otras discusiones familiares y temí que se creara un conflicto mayor que acabara amargando la fiesta a todo el mundo. Además, mi tío el de la viña de Carmeniel me imponía un gran respeto, pues aquellos tres ancianos eran los últimos parientes de la generación de mi abuelo que quedaban vivos.

»Cuando entré de nuevo en la sala, todos estaban sulfurados, pero habían vuelto a situarse en torno a la mesa. Cogí la jarra y me puse a servir el vino con respeto, tragándome las lágrimas.

»Sin mirarme, mi tío Daniel dijo:

»—No hemos querido ofenderte, Susana… ¡Líbrenos el Eterno de toda iniquidad en sus días santos!

»Traté de sonreír sin decir nada. Pero una de las mujeres, una pariente lejana de Tiberíades, llamada Josefa, que siempre me había despreciado por pura envidia, se acercó a mí y me dijo riendo:

»—¿No sabes lo que se habla por ahí del nieto de Ana?, ¿de tu rabí?… Le llaman pecador, loco de atar, lunático, borracho, juerguista, amigo de putas…

»Mi tío Shoam, el más viejo de la casa, se puso en pie y se fue hacia ella gritándole:

»—¡Cállate tú, mujer! ¡No eches más leña al fuego!

»Pero ya el disgusto estaba sembrado entre nosotros. Una vez más, los ancianos se levantaron de la mesa cariacontecidos y se deshizo la reunión familiar. Cada uno se fue a sus habitaciones y todavía prosiguió la discusión, aunque en baja voz. Hasta que mi viejo tío se puso en medio de la casa y gritó con todas sus fuerzas:

»—¡A callar! ¡No quiero volver a oír el nombre de ese hijo de Belcebú! ¡Tengamos las fiestas en paz!

«Entonces, echada en mi lecho, muerta de miedo y de dolor, recordé unas palabras desconcertantes que el rabí nos habían dicho semanas antes en Galilea, sin que nadie fuera capaz de comprenderlas: «No he venido a traer la paz, sino la guerra. Desde ahora estará el hijo contra el padre, el padre contra el hijo y el hermano contra el hermano… todos estarán divididos por causa mía».

»Mi corazón también se había dividido. Quería pensar, pero la ofuscación no me dejaba. En toda la noche no pude pegar ojo. Cuando amaneció, recogí mis cosas y me marché de allí camino de Betania, a pesar de que Juana trató de convencerme para que no lo hiciera.

Capítulo 67

—Encontré a Yeshúa y a los suyos cruzando el monte de los Olivos, camino a Jerusalén. Me uní a ellos y volví sobre mis pasos en su compañía.

»La visión de la ciudad era magnífica, resplandeciendo sobre su altura, con las murallas, los tejados, las torres y el templo brillando bajo el cielo transparente y azul. El rabí se conmovió profundamente. Se puso a llorar de repente y le escuchamos lamentarse:

»—Vendrán de todas partes y la sitiarán. Nada de lo que vemos quedará en pie… No quedará piedra sobre piedra…

»Más tarde, cuando llegamos al templo, los sacerdotes principales y los ancianos salieron a desafiarle, pues ya estaban comidos por la envidia que se les despertó porque alguien de fuera les robara la autoridad y el magisterio en días tan señalados. Habían estado dilucidando acerca de lo que el rabí hizo a los cambistas y comerciantes en el enlosado y empezaban a tramar algo contra él.

»Se acercaron y le preguntaron con resentimiento:

»—¿Con qué autoridad hiciste ayer eso? ¿Y quién te da aquí esa autoridad?

»—Yo también os preguntaré una cosa a vosotros —respondió Yeshúa—. Si me la decís, os diré con qué autoridad hago estas cosas.

»EUos le miraban con arrogancia. Y el rabí les preguntó:

»—El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres?

» Los opositores consultaron entre sí en voz baja y, un rato después, perplejos, contestaron débilmente:

»—No lo sabemos.

»E1 rabí respondió entonces con calma:

»—Pues tampoco os digo yo con qué autoridad hago estas cosas.

«Algunos de los que estaban allí se echaron a reír, lo que indignó aún más a los sacerdotes.

»Más tarde, los enemigos de Yeshúa trataron de tenderle una trampa para que dijera algo por lo cual poder hacer que las autoridades romanas le arrestaran. Le preguntaron:

»—¿Es lícito pagar el tributo al César, o no?

»—Mostradme una moneda —contestó el rabí.

»Se la mostraron y preguntó:

»—¿De quién es esta imagen y esta inscripción?

»—De César —respondieron.

»Yeshúa los dejó frustrados al indicar con claridad a oídos de todos los presentes:

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