Los milagros del vino (33 page)

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Authors: Jesús Sánchez Adalid

Tags: #Histórico

BOOK: Los milagros del vino
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Podalirio se quedó quieto, intentando recuperar el resuello, sin saber qué pensar ni qué decir.

Ródope se fue hacia él ruborosa y sonriente.

—Tu esposa ha estado aquí —le anunció.

Podalirio no comprendía nada. Paseó su mirada por los presentes y creyó estar viendo visiones cuando los contempló allí sentados, serenos y radiantes de dicha.

—Pero… —balbució—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está ella?

Ródope suspiró y contestó, muy segura de sí misma:

—El amor, la felicidad de tener una vida plena lo es todo, y sólo los demonios de nuestras almas se interponen entre nosotros y esa felicidad. Tal vez Nana ha comprendido que nada en este mundo es verdaderamente importante, excepto el amor auténtico.

Podalirio la miró sin salir de su asombro.

—¿Qué quieres decir?

—Nana llegó aquí traída en volandas por sus demonios. Venía dispuesta a cometer cualquier barbaridad… Ya sabes cómo la mente se ofusca, ¿qué te voy a contar a ti? Pero, después de discutir acaloradamente durante un rato con nosotros, se dio cuenta de que estábamos por completo ajenos a su rabia, a los demonios de su alma. Aun así, la estuvimos escuchando con paciencia, permitiendo que se desahogara. Después Lucius habló con ella y la ayudó a serenarse. También Saoul le dio algunos consejos…

Podalirio sentía que el pecho le ardía y que el sudor corría por su espalda. Estaba mucho más tranquilo, pero la angustia le había dejado sin fuerzas. Se sentó al pie de una columna, recostó en ella la espalda y estiró las piernas. Después buscó a Lucius con la mirada y le preguntó en un susurro:

—¿Estoy acaso siendo testigo de un milagro?

El asclepiada esbozó una sonrisa llena de complicidad y asintió con rápidos movimientos de cabeza.

—¡Oh, no! —exclamó Podalirio llevándose las manos al pecho—. ¡Otro de esos sueños!

Saoul se preocupó por él y le dijo:

—No es una pesadilla. Estás despierto. Por favor, trata de serenarte y sé consciente de que ha sucedido algo verdaderamente extraordinario.

Podalirio le miró fijamente a los ojos y precisó, exasperado:

—Pero la imaginación puede jugar malas pasadas… A todos nos ocurre…

Lucius repuso, esperanzado:

—Eres un hombre inteligente; tu corazón no te engaña… ¿No será que al fin has encontrado lo que te has pasado media vida buscando? ¡Los milagros de verdad existen, Podalirio!

Él no terminaba de comprender lo que sucedía.

—Me habláis de cosas extrañas y estoy haciendo un gran esfuerzo para entender lo que sucede; pero… ¡hablad claro, por dios!

Ródope habló, visiblemente contenta:

—¡Es como una liberación! Es como ser capaz de ver con claridad muchas cosas que antes a una le parecían complicadas y angustiosas… ¡Es como si se hubiese soltado al fin un nudo que había dentro de nosotros! ¡Oh, es ver con claridad!

Podalirio sacudió la cabeza y refunfuñó, mirando a Lucius:

—¿Qué clase de bebedizo le habéis dado a mi mujer? ¿Le habéis hecho un sortilegio?

Con serenidad, el médico contestó:

—Sólo hemos estado rezando.

—¿Rezando? —rugió Podalirio—. ¡La habéis endemoniado!

Ródope se entristeció y le rogó:

—Intenta comprender y no te enfades. Te lo explicaré una vez más: ella vino a esta casa traída por los celos y la rabia. Estaba dispuesta a vengarse de mí, no sé por qué motivo… ¡Incluso quería arrancarme los pelos! Entonces ellos lograron calmarla y… ¡Ojalá pudiera explicártelo! Pero, por favor, no te molestes. ¿No te das cuenta de que se ha ido tranquila a casa? Y es raro que no te hayas cruzado con ella por el camino…

Saoul se aproximó entonces a Podalirio y, poniéndole la mano en el hombro, le dijo con voz grave:

—Curar a los enfermos no puede molestar más que a los demonios.

Todos en el patio miraban con atención a Podalirio. Él fue posando la vista en ellos, uno por uno. Después se puso en pie repentinamente y se abrió camino con brusquedad hasta la puerta.

—¡Me voy! ¡Aquí está sucediendo algo raro! —gritó.

Varias voces añadieron a la vez:

—¡No te marches! ¡Haz caso de lo que tratamos de explicarte! ¡Ha sido un milagro!

Podalirio estaba confuso. Una parte de él se esforzaba en comprender lo que allí estaba pasando, pero, por otro lado, temía enfrentarse a algo desconocido y misterioso. Todas las miradas seguían fijas en él, en medio de un gran silencio, esperando a que dijera su última palabra.

Entonces, con voz entrecortada, Ródope propuso:

—Al menos comamos algo y tomemos una copa de vino.

Todos se volvieron hacia ella, como extrañados de que dijera eso en un momento tan tenso. Y Ródope, haciendo que se agitara su pelo crespo, exclamó con gracia:

—¡No es el fin del mundo! Ha habido un milagro y… ¡habrá que celebrarlo! Digo yo…

Corrió entonces hacia la mesa, llenó una copa de vino y se apresuró a ponerla en la mano de Podalirio.

Con voz seca, a él no le quedó más remedio que otorgar sin mucha gana:

—Está bien.

Fueron a reclinarse en torno a la mesa y se pusieron a comer y a beber. Sonreían y se esforzaban para conseguir un estado más distendido. Pero Podalirio seguía caviloso y observaba en silencio todo lo que sucedía a su alrededor, como queriendo descubrir signos de extrañas presencias.

Entonces Saoul, tal vez buscando congraciarse con él, le dijo:

—He de ser justo y agradecerte que intercedieras por mí ante el procónsul. Fuiste muy generoso al meterte en un conflicto que en nada te incumbía. ¿Por qué lo hiciste?

—No lo sé —respondió con sinceridad Podalirio—. A decir verdad, casi me arrepentí al momento. Pero ahora me alegro de la manera en que todo se ha resuelto. Galión es un hombre prudente. Obró con justicia. No me debes nada.

—¡Vamos a brindar! —propuso Ródope, poniéndose en pie, para terminar de aliviar la tensión—. ¡Ahora Nana y tú sois nuestros amigos!

Podalirio acabó serenándose. Aunque todavía se preguntaba: «¿Qué le habrán dicho a Nana para calmarla?»

Entonces, Lucius, como si adivinara su inquietud, le habló:

—Amigo, tú conoces bien la filosofía de los griegos. Platón, el mayor de ellos, escribió con detenimiento sobre el amor, al que llamó
eros
. En aquellos diálogos suyos que se reúnen bajo el título de
Fedro
, puso en boca de cinco varones diferentes discursos sobre el amor. Con ello quería expresar que no se puede entender el amor sólo desde un punto de vista, pues es un gran misterio. Por un lado, puede contemplarse como la causa originaria de todo lo bueno que hay en el mundo. Pero también es fuerza cósmica; impregna toda la naturaleza animada e inanimada. El
eros
quiere armonizar y reconciliar todos los contrarios, sanar, rehacer, reconstruir…

—Todo ser humano tiene esa noción en el alma —observó Podalirio, conmovido—; todos conocemos esa fuerza, aun antes de experimentarla…

—Pues ni más ni menos que a eso recurrimos. Es únicamente el amor lo que puede sanar nuestros corazones, expulsar los malos espíritus y darnos la dicha.

—Sí —repuso escéptico Podalirio—. Mas, ¿qué es en definitiva el amor? ¿Quién puede hallar en esta vida ese amor perfecto?

Aunque decía esto, una parte de él estaba conforme. Su curiosidad era tan grande y su deseo de saber tan profundo que necesitaba explicaciones que le llenaran.

Lucius, mirándole como si deseara curarle de su desconfianza, le dijo:

—Ese
eros
platónico es la chispa divina que resplandece en nosotros y en el mundo. El amor puede conducir nuestro querer a través de los extravíos de esta vida, hacia un lugar eterno, y convertir nuestra temporalidad en el deseo de algo más grande, más puro, más perfecto… y más bello que cuanto hayamos podido conocer en este mundo…

Un poco más tarde, cuando el vino volvió suave el momento y llenó de contento los corazones, Podalirio se alegró de estar allí al escuchar un pulcro discurso que Saoul pronunció:

—Hay en esta vida un camino que supera a todos los demás. Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los seres divinos, si me falta el amor, sería como metal que resuena o campana que aturde.

«Aunque tuviera el don de la adivinación y descubriera todos los misterios y el saber más elevado, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta amor, nada soy; aunque repartiera todo lo que poseo e incluso inmolara mi cuerpo, pero sólo para recibir alabanzas y sin amor, de nada me serviría. El amor es paciente, es nuestra comprensión.

»El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo espera todo y lo soporta todo.

»El amor nunca pasará. Las profecías perderán su razón de ser, callarán las lenguas y ya no servirán la filosofía ni los misterios. Porque este saber nuestro se queda muy imperfecto, y nuestras profecías también son muy poca cosa. Entonces, cuando llegue lo perfecto, lo que es limitado desaparecerá. Cuando somos niños, hablamos como niños, pensamos y razonamos como niños. Pero cuando nos hacemos mayores, dejamos de lado las cosas de niño. Así también, en el momento presente, vemos las cosas como en un mal espejo y hay que adivinarlas, pero un día por fin las veremos cara a cara.

»Ahora conocemos parte, pero entonces conoceremos cómo somos de verdad. Ahora, pues, nos sirven para seguir adelante la fe, la esperanza y el amor; ¡las tres!, pero lo más grande que tenemos es el amor…

Capítulo 34

Podalirio se asomó a la ventana de su habitación y vio que una densa columna de humo negro se elevaba hacia los cielos desde detrás de los muros del Asclepion. Entonces se sobresaltó al pensar que algo pudiera estar quemándose a esa hora de la mañana y se apresuró a bajar para ver qué sucedía.

Encontró a Nana en la explanada, frente a la fuente de Lerna, atizando con un palo el fuego de una gran hoguera ante los ojos asustados de Egimio. Al ver aparecer a su marido, exclamó alborozada:

—¡Estoy quemando las pieles de oveja, Podalirio!

Él se la quedó mirando interrogativamente, con cara de no comprender lo que decía. Y Nana explicó resuelta:

—Esto ya no sirve para nada. Expulsar a los malos espíritus no es tan difícil como suponíamos. ¡Ya nos queda poco para alcanzar la felicidad!

Podalirio contempló absorto la escena: Nana canturreaba y revolvía las pieles que ardían despidiendo un desagradable olor a pelo quemado mientras Egimio se movía de un lado a otro sin saber bien qué hacer y sin entender lo que le sucedía a su madre. El joven miró a su padre y comentó con resignación:

—No hay quien la entienda. Antes se pasaba las horas envuelta en esas pieles, llorando; y ahora se deshace de ellas y dice que no sirven para nada.

De repente, Podalirio se dio cuenta de lo ridículo de la situación y, riéndose, exclamó:

—¡Déjala que haga lo que le dé la gana!

Egimio, al ver muerto de risa a su padre, se echó también a reír. Entonces Nana se volvió hacia ellos y, enarbolando el palo humeante, les dijo, divertida:

—Podéis reíros de mí todo lo que queráis, pero yo sé muy bien lo que hago. Tendríamos que empezar a plantearnos la vida de otra manera.

Podalirio la dejó allí entregada a su hoguera y fue hacia el interior del templo. Atravesó el patio y penetró en el cálido y aromático ambiente proporcionado por las lucernas encendidas y las brasas humeantes del altar. Hizo la libación y derramó incienso delante del ara. En la cella, la imagen del dios parecía poner en él su expresión más dulce y compasiva, a la vez que absorta, en sus pétreos ojos.

El sacerdote se sumió con placer en el silencio del santuario, fija la mirada en la estatua. Rezó plegarias mágicas que le brotaban casi espontáneamente y que poseían cierta capacidad para facilitarle un estado de meditación. Desde lo más hondo de su corazón, clamó:

—¿Hay algún dios ahí? ¡Oh, Asclepio, hazme caso!

Como era de esperar, nadie respondió. Podalirio suspiró profundamente y se sentó en un rincón para entregarse a sus pensamientos. Necesitaba sacar alguna conclusión a todo lo que le había sucedido últimamente y ordenar sus ideas antes de ponerse por fin a preparar el viaje.

Como le pasaba cada vez que estaba solo, se acordó del manuscrito que Lucius le había dado. «¡Qué misterio tan grande!», pensó. ¿Era posible que estuviera empezando a percibir la vida con una nueva luz? ¿Tendría que confiar a partir de ahora en los milagros, a pesar de que hacía tanto tiempo que no creía en ellos? ¿Qué era lo que de verdad le había sucedido a Nana en casa de Titio Justo?

Entonces le vino a la mente la imagen de Eos, feliz con su escoba, barriendo a la diosa convertida en polvo. Y pensó que los pequeños dioses sirven para muy poco, pues nada hacen por los hombres; sólo parecen ser más fuertes y más sabios. Por eso hay que luchar contra ellos con heroísmo y determinación. Pero esa lucha surge de la desesperación que proviene de la nada del hombre. Todos los dioses, absolutamente todos, acaban finalmente haciéndose pequeños, pues nacen en la mente del hombre a causa del terror al que no se pueden enfrentar: la enfermedad, el dolor, la vejez y la muerte. Es decir, su terror a mirar de frente y reconocer su propia identidad. Los pequeños dioses que los hombres se han hecho son padres celosos, sólo un poco mayores que sus hijos. Por eso, como Prometeo creyó que tendría que robarles el fuego, a los dioses hay que robarles algo: la propia libertad. Hay que derribarlos y barrerlos, como hizo Eos, tan feliz con su escoba.

A la vez que pensaba esto, Podalirio miró con ansiedad hacia la imagen de Asclepio, a quien había servido durante toda su vida. Le preguntó al dios:

—¿Acaso tú eres diferente? A ti te llamamos «salvador», porque ayudas a los hombres. ¿Por qué no haces algo?

Se acordó Podalirio de todas las cosas que le había pedido a Asclepio, no en provecho propio, sino para la gente que sufría. Y pensó en el pobre muchacho epiléptico ahogado, en Cranón sin sus piernas, en Samia con medio cuerpo paralizado, en los demonios que hacían desdichados a Epafo, a su mujer y a su esclavo Erictonio… Y le dijo con pena al dios:

—Veo que, en el fondo, tú tampoco puedes hacer nada por nosotros. Ni siquiera puedes hacer nada por ti mismo, y permaneces convertido en la fría y lejana constelación de Serpentario.

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