Los ingenieros de Mundo Anillo (35 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
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—Teela Brown fue un experimento fallido. Quisimos obtener un humano que tuviese la suerte a su favor, creyendo que los titerotes podríamos asociarnos a ese factor suerte. Bien, pues no sabemos si Teela ha sido especialmente afortunada o no, pero, desde luego, su buena estrella no se contagia. No queremos encontrar a Teela Brown.

—Desde luego que no —se estremeció Luis.

—En consecuencia, hemos de evitar que la brigada de reparación se fije en nosotros.

—Añade una posdata a la cinta que enviarás a Chmeee —dijo Luis—. Luis Wu declina tu oferta de asilo en la Flota de los Mundos. Luis Wu ha asumido el mando de «La Aguja Candente de la Cuestión» y ha destruido el motor de hiperpropulsión. Eso le obligará a reflexionar.

—Yo también he reflexionado. Mis sensores no pueden atravesar el scrith, Luis. Tu mensaje tendrá que esperar.

—¿Cuánto tardaremos en reunirnos con él?

—Unas cuarenta horas. He acelerado a una velocidad de crucero de mil quinientos kilómetros por segundo. A esa velocidad necesitamos una aceleración angular de más de cinco g para mantener el rumbo.

—Podemos soportar hasta 30 g. Eres demasiado precavido.

—Acepto esa opinión.

—Me parece que tú tampoco sirves para acatar órdenes —comentó Luis.

25. Semilla de Imperio

El subsuelo del Mundo Anillo desfilaba a modo de techo arqueado.

A cincuenta mil kilómetros de distancia y mil quinientos kilómetros por segundo no era un gran espectáculo. El revestimiento no dejaba ver muchos detalles. El muchacho se quedó dormido sobre la piel anaranjada. Luis montó guardia, ya que no había otra cosa que hacer para distraer las meditaciones sobre si posiblemente estaban todos condenados a muerte por culpa de su acción.

Por fin el Inferior le ordenó a la mujer de la raza de los Ingenieros:

—¡Basta!

Luis salió de su ensimismamiento. Harkabeeparolyn se masajeó la garganta dolorida. Contemplaron cómo el Inferior cargaba en la máquina cuatro de las cintas robadas.

Fue cuestión de escasos minutos.

—Que trabaje el ordenador ahora —dijo el titerote—. He programado las preguntas. Si las contestaciones se hallan en las cintas, lo sabremos dentro de un par de horas como máximo. Dime, Luis, ¿qué haremos si no nos satisfacen las respuestas?

—Sepamos cuáles son las preguntas.

—Si hay antecedentes de actividades de mantenimiento en el Mundo Anillo, y si los hay, de dónde procedía la maquinaria utilizada en las reparaciones. Si éstas son más frecuentes en alguna región concreta. Si alguna sección del Anillo está mejor conservada que las demás. Que localice todas las referencias a seres que se parezcan a los protectores de Pak. Si los tipos de armamento varían en función de la distancia a algún punto determinado. Y cuáles son las propiedades magnéticas del suelo del Anillo en particular y del scrith en general.

—Bien.

—¿He descuidado algún punto?

—Sí. Necesitamos conocer el origen más probable de la droga de la inmortalidad. Podría ser el Gran Océano, pero vale más preguntarlo de todos modos.

—Lo haré. ¿Porqué el Gran Océano?

—¡Ah! En parte, porque es lo más visible. Y en parte porque conocemos un ejemplo viviente y sólo uno. Halrloprillalar poseía la droga, y a ella la encontramos en proximidad del Gran Océano.

Y en parte porque caímos allí, pensó Luis Wu. La suerte de Teela Brown falseaba las probabilidades. La suerte de Teela pudo llevarnos derechos al Centro de Mantenimiento la primera vez.

—¿Se te ocurre algo que hayamos olvidado, Harkabeeparolyn?

—No comprendo vuestras intenciones —replicó ella con voz ronca. ¿Cómo explicarlo?

—Nuestra máquina recuerda todo lo que contienen tus cintas. Le diremos que busque en su memoria las contestaciones a nuestras preguntas.

—Pregúntale cómo se puede salvar el Mundo Anillo.

—No, las preguntas han de ser algo más concretas. La máquina puede recordar, establecer correlaciones y efectuar operaciones matemáticas, pero no piensa por sí misma. No tenemos potencia suficiente para eso.

Ella meneó la cabeza.

—¿Y si las respuestas no son las que esperamos? —preguntó el Inferior—. No podemos escapar.

—Intentaremos otra cosa.

—He estado pensándolo. Será preciso que nos pongamos en órbita polar alrededor del sol, a fin de reducir al mínimo el peligro de resultar destruidos por un fragmento del Anillo cuando éste se desintegre. Pondré la «Aguja» en estasis hasta que alguien venga a rescatarnos. Ya sé que no habrá tal rescate, pero eso es mejor que el peligro inmediato que nos amenaza ahora.

El caso era posible, pensó Luis.

—Bien. Eso nos daría un par de años para tratar de buscar una oportunidad mejor.

—No tantos. Si…

—Cállate.

La bibliotecaria, agotada, se dejó caer en la cama de agua. La falsa piel de kzin se removió bajo su peso. Ella se quedó un instante rígida, y luego se tendió con precaución. La superficie de la cama no dejaba de agitarse. Poco a poco la mujer fue cediendo en su rigidez y se abandonó a las agradables vibraciones. Kawaresksenjajok formuló una protesta en sueños y se dio la vuelta.

El aspecto de la bibliotecaria era de lo más tentador. Luis contuvo el deseo de acostarse al lado de ella.

—¿Cómo estás?

—Fatigada, hecha migas. ¿Volveré a ver mi ciudad alguna vez? Si llega el fin… Cuando llegue… me gustaría esperarlo en la terraza de la biblioteca. Aunque para entonces todas las flores se habrán marchitado, ¿verdad? Abrasadas o congeladas.

—Sí.

Luis estaba conmovido. Él tampoco había regresado nunca a su casa natal.

—Intentaré conseguir tu regreso. Ahora lo que necesitas es dormir, después de un buen masaje en la espalda.

—No.

Qué raro. ¿Acaso no era Harkabeeparolyn de la raza de los Ingenieros, del pueblo de Halrloprillalar, aquél que había llegado a dominar el Mundo Anillo, principalmente, a través del sexo? A veces costaba recordar que las diferencias entre los individuos de una especie no terrestre podían ser tan marcadas como las existentes entre los humanos.

—Los bibliotecarios parecéis más bien miembros de una casta sacerdotal. ¿Hacéis votos de continencia?

—Mientras trabajamos en la biblioteca practicamos la continencia. Pero yo he sido continente por propia voluntad. —Se incorporó sobre un codo y le miró fijamente—. Sabemos que todas las demás especies desean hacer rishathra con los Ingenieros de las Ciudades. ¿Ocurre lo mismo contigo?

Él confesó que sí.

—Espero que logres resistirlo.

—¡Ah, nej! Sí —suspiró él—. Soy viejo, he vivido muchos falans. He aprendido a distraerme solo.

—¿Cómo?

—Por lo general, busco otra mujer.

La bibliotecaria no rió la broma.

—¿Y cuando no hay otra mujer disponible?

—¡Bah! Hago ejercicio hasta el agotamiento… Me emborracho. Me tomo unas vacaciones a solas, vagando por el espacio interestelar en una nave de una plaza. O me dedico al trabajo.

—No deberías emborracharte —dijo ella, y tenía razón—. ¿A qué otros placeres puedes recurrir?

¡El contactor! Un solo toquecito de corriente, y dejaría de importarle Harkabeeparolyn aunque la viera convertida en un asqueroso protoplasma verde allí mismo. Y además, ¿por qué había de importarle ahora? No la admiraba… o tal vez sí, un poco. Pero ella ya había cumplido con su parte. Estaban en condiciones de salvar el Mundo Anillo, o de perderlo, sin más ayuda por parte de ella.

—Tendrás tu masaje de todas maneras —dijo.

Y alargó la mano sobre la cama para tocar los mandos de la cabecera.

Ella se sorprendió un poco, y luego sonrió y se relajó totalmente, al sentirse rodeada por las vibraciones acústicas del agua. Al cabo de pocos minutos se quedó dormida. Luis dejó ajustado el grupo para que siguiera funcionando durante veinte minutos más.

Luego se encerró en sus pensamientos.

De no haber vivido un año con Halrloprillalar no le habría parecido hermosa Harkabeeparolyn, con su frente calva, sus labios delgados como cuchillos y su nariz pequeña y achatada. Pero la cuestión era que sí había vivido…

Él tenía vello donde ningún Ingeniero lo tenía. Quizás era eso. O tal vez el olor de lo que comía, o de su aliento, o alguna seña social que él desconocía.

No era lógico que el hombre que había robado una nave interestelar, que se había apostado la vida a una oportunidad de salvar miles de millones de vidas, que había vencido el peor de los hábitos estupefacientes, perdiera el sueño por una distracción tan trivial como la presencia de una compañera de habitación atractiva. Un toquecito de corriente le daría la claridad necesaria para asumirlo. Sí.

Luis se acercó al mamparo anterior.

—¡Inferior!

El titerote se dejó ver.

—Pásame las grabaciones del Pak. Las revistas y los informes médicos sobre Jack Brennan, las autopsias del extraterrestre, todo lo que encuentres. Intentaría remediarse con el trabajo.

Luis Wu flotaba en medio del aire, en la posición del loto, y sus ropas flotaban alrededor de él. En una pantalla que flotaba también, inmóvil, en el exterior del casco de la «Aguja», un hombre muerto hacía muchísimos años pronunciaba una conferencia sobre los orígenes de la Humanidad.

—Los protectores tienen escaso libre albedrío —estaba diciendo—. Son demasiado inteligentes para dejar de ver la conducta adecuada. Pero, además de eso, existen los instintos. Cuando a un protector de Pak no le quedan descendientes vivos, por lo general muere. Deja de alimentarse. Algunos protectores son capaces de generalizar ese instinto y buscan el modo de hacer algo positivo para su especie. Eso les salva la vida. Creo que para mí ha sido más fácil que para Phssthpok.

—¿Qué ha descubierto usted? ¿Cuál es el motivo que le induce a seguir alimentándose?

—Advertiros de la existencia de los protectores de Pak.

Luis asintió, mientras recordaba los datos de la autopsia del extraterrestre. El cerebro de Phssthpok era más voluminoso que un cerebro humano, pero el aumento de volumen no abarcaba a los lóbulos frontales. En cambio, el cráneo de Jack Brennan parecía hendido por la mitad debido al desarrollo frontal humano y a la elevación de la parte posterior del cráneo.

La piel de Brennan era como una coraza de cuero muy arrugado. Tenía las articulaciones anormalmente hinchadas. Sus labios y dientes se habían fundido en un pico rígido. Pero al ex minero del Cinturón no parecía importarle tan drástica alteración de su persona.

—Todos los síntomas de la vejez son testimonios de la conversión de criador a protector —le explicaba a un interrogador de la BRAZO también desaparecido hacía mucho tiempo—. La piel se hace más gruesa y se llena de arrugas; en principio debería llegar a ser como ésta, capaz de detener una cuchillada. Se pierden los dientes para que puedan endurecerse las encías. El corazón se debilita en espera de que se forme en la ingle el segundo corazón supletorio de dos cavidades.

La voz de Brennan era un graznido.

—Las articulaciones se hinchan a fin de ofrecer palanca a una futura musculatura más poderosa. Pero nada de eso sale del todo bien sin el árbol de la Vida, y no existe en la Tierra ese árbol desde hace tres millones…

Luis se sobresaltó al notar que le tiraban del albornoz.

—Tengo hambre, Luhiwu.

—Sí.

De todas maneras estaba harto de estudiar, ya que no se enteraba de nada que pudiera serle útil.

Harkabeeparolyn aún dormía. Despertó al olorcillo de la carne asada bajo el rayo de la linterna láser. Luis pidió fruta e hirvió verduras para ellos. Les enseñó dónde podían arrojar lo que no quisieran consumir, y cenó a solas en la bodega.

Le preocupaba el tener personas a su cargo. Aunque ambos fuesen víctimas de las acciones de Luis Wu, ¡era una lata que no se les pudiera enseñar ni a guisar su propia comida! Los mandos de la cocina sintetizadora estaban rotulados en Intermundial y en la Lengua del Héroe.

¿Qué podían hacer? Era preciso inventar algo. Lo aplazó para el día siguiente.

El ordenador empezó a entregar los primeros resultados. El Inferior andaba ocupadísimo. Cuando Luis logró recabar su atención un instante, le pidió las grabaciones que había tomado de Chmeee durante el ataque al castillo.

La fortificación se hallaba en la cima de una colina. En el valle pastaban rebaños de unos animales que semejaban porcinos, de pelaje amarillo con una franja anaranjada. La naveta volaba en círculo alrededor del castillo y luego se posaba en el patio, en medio de una nube de flechas.

Durante varios minutos no pasó nada.

Luego pasaron unos destellos anaranjados, demasiado rápidos para distinguir nada concreto, por entre los soportales.

Echados en el suelo que parecían alfombras, empuñando sus armas, fueron acercándose a la base del módulo. Eran kzinti, pero parecían algo contrahechos. Habían seguido una evolución diferente durante un cuarto de millón de años.

Harkabeeparolyn habló a espaldas de Luis:

—¿Son ésos de la raza de tu compañero?

—Parecidos. Éstos son un poco más bajos y más oscuros, y… la mandíbula inferior se diría más maciza.

—Te abandonó. ¿Por qué no te desentiendes de él?

Luis rió.

—¿Para quedarte con la cama para ti sola? Estábamos en una situación de combate y dejé que una mujer vampiro me sedujera. Eso le repugnó. Desde el punto de vista de Chmeee, el desertor soy yo.

—Ningún hombre ni mujer puede resistirse a un vampiro.

—Chmeee no es ningún hombre. No desearía hacer rishathra con ningún vampiro u otro homínido.

Eran ya bastante numerosos los grandes gatos apostados en puntos estratégicos cerca del módulo. Dos de ellos acercaron un gran cilindro metálico manchado de orín. Los que estaban más cerca del módulo, como una docena, se alejaron. El cilindro desapareció en el fogonazo blanco y amarillo de la explosión. El módulo se desplazó un metro o dos de su punto de aterrizaje originario. Los kzinti aguardaron y luego se acercaron de nuevo con cautela para observar los resultados.

Harkabeeparolyn se estremeció.

—Parecen más inclinados a deseamos para zampársenos como desayuno.

Luis empezaba a enfadarse.

—Es posible, pero recuerdo una vez que Chmeee estaba muriéndose de inanición, y no me tocó ni un pelo de la ropa. ¿Qué te pasa? ¿Acaso no teníais carnívoros en vuestra ciudad?

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