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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (53 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—Sólo algunas cosas. Por ejemplo, sabemos que es el Niño de las Tinieblas.

—Eso no tiene sentido, Belgarath —gruñó Barak—. ¿Por qué crees que ese tal Urvon iba a querer interferir ante el Niño de las Tinieblas? Están en el mismo bando, ¿verdad?

—Por lo visto no es así. Da la impresión de que hay pequeñas diferencias entre sus filas.

—Eso siempre resulta útil.

—Me gustaría mucho saber algo más antes de empezar a alegrarme.

A media tarde, lograron acabar con el último foco de resistencia en el barrio sudeste de Rehon, y los desmoralizados prisioneros fueron conducidos por las calles de la ciudad incendiada hacia donde se encontraban los demás, en la plaza central.

Garion y el general Brendig estaban en el balcón del segundo piso de la casa donde habían llevado a Harakan, hablando en voz baja con la pequeña reina de Drasnia, la cual iba vestida de negro.

—¿Qué vais a hacer con ellos ahora, Majestad? —preguntó el general mirando a los asustados prisioneros que permanecían en la plaza.

—Les diré la verdad y los dejaré ir, Brendig.

—¿Dejarlos ir?

—Por supuesto.

—Creo que no comprendo.

—Se sentirán muy desilusionados cuando sepan que un grupo de grolims malloreanos los manipularon para que traicionaran a Aloria.

—No nos creerán.

—Muchos de ellos lo harán —respondió la reina de Drasnia con serenidad mientras se cerraba el cuello del vestido negro—. Cuando corra el rumor de que el culto cayó bajo el dominio del grolim Harakan, les costará trabajo encontrar nuevos fieles, ¿no crees?

Brendig reflexionó un momento.

—Supongo que tenéis razón —admitió—, ¿pero castigaréis a aquellos que no nos crean?

—Eso sería una tiranía, general, y un gobierno no debe emplear esos métodos..., sobre todo cuando son innecesarios. Una vez que la situación se haya difundido lo suficiente, cualquiera que hable de la misión divina de Aloria para subyugar a los reinos del sur será recibido con piedras.

—Muy bien; ¿pero qué haréis con el general Haldar? —preguntó con seriedad—. No lo dejaréis ir, ¿verdad?

—Haldar es otro asunto —replicó ella—. Es un traidor y no podemos alentar ese tipo de conducta.

—Cuando se entere de lo ocurrido, seguramente intentará huir.

—Las apariencias engañan, general Brendig —dijo la reina con una sonrisa fría—. Es probable que yo parezca una mujer indefensa, pero mi poder llega muy lejos. Haldar no podrá marcharse lo bastante lejos ni lo bastante rápido como para escapar de mí. Y cuando mis hombres lo encuentren, lo traerán encadenado a Boktor, donde tendrá que someterse a un juicio. Creo que la sentencia final es fácil de predecir.

—¿Me disculpáis? —repuso Belgarion con amabilidad—. Debo ir a hablar con mi abuelo.

—Por supuesto, Garion —respondió la reina Porenn con una sonrisa afectuosa.

Bajó las escaleras y halló a Seda y Javelin revisando los armarios y estanterías de la habitación alfombrada de verde.

—¿Habéis encontrado algo útil? —preguntó.

—Sí, unas cuantas cosas —contestó el margrave—. Creo que cuando acabemos tendremos los nombres de todos los miembros del culto que hay en Aloria.

—Lo que prueba que yo tengo razón al decir que nunca hay que poner nada por escrito —observó Seda.

—¿Sabéis dónde puedo encontrar a Belgarath?

—Prueba en la cocina, en la parte de atrás de la casa —respondió el príncipe— Dijo que tenía hambre y creo que Beldin lo acompañó.

La cocina de la casa de Harakan se había salvado del pillaje de los hombres de Yarblek, que parecían más interesados en el dinero que en la comida. Los dos hechiceros estaban cómodamente sentados ante una mesa, junto a una ventana baja en forma de arco, y comían los restos de un pollo asado.

—Ah, Garion, chico —lo saludó Belgarath efusivamente—. Ven, únete a nosotros.

—¿Crees que habrá algo para beber por aquí? —inquirió el jorobado, mientras se limpiaba los dedos en la túnica.

—Debería haber algo —repuso el anciano—; después de todo, es una cocina. ¿Por qué no te fijas en esa despensa?

Beldin se puso de pie y se dirigió hacia allí.

Garion se agachó un poco y miró por la ventana hacia las casas que se estaban quemando a una calle de distancia.

—Está empezando a nevar otra vez —observó.

—Creo que debemos irnos cuanto antes —gruñó Belgarath—. No quiero verme obligado a pasar el invierno aquí.

—¡Aja! —exclamó Beldin desde la despensa, y apareció con una sonrisa triunfal y un barril de madera en la mano.

—Será mejor que primero lo pruebes —le dijo el hechicero—. Podría ser vinagre.

Beldin dejó el barril en el suelo y le hundió la parte superior de un puñetazo. Luego se chupó los dedos y chasqueó la lengua.

—No, no es vinagre.

Rebuscó en un armario cercano y extrajo tres jarras de cerámica.

—Bien, hermano —empezó Belgarath—, ¿cuáles son tus planes?

—Creo que intentaré encontrar a Harakan —respondió Beldin mientras sumergía una jarra en el barril—. Me gustaría acabar con él antes de volver a Mallorea. No es conveniente que vaya por ahí, acechándonos en las callejuelas.

—¿Entonces te marchas a Mallorea? —preguntó el anciano mientras arrancaba un ala del pollo que estaba sobre la mesa.

—Tal vez sea el único lugar donde podamos encontrar información sobre Zandramas —dijo Beldin con un eructo.

—Javelin cree que el nombre es darshivano —repuso Garion.

—Es una pista interesante —gruñó el jorobado—. Esta vez, creo que empezaré por allí. En Mal Zeth no pude encontrar nada y esos estúpidos de Karanda se desmayaban cada vez que pronunciaba su nombre.

—¿Lo has intentado en Mal Yaska? —inquirió Belgarath.

—No podía hacerlo. Urvon tiene retratos míos colgados en todas las paredes de la ciudad. Por lo visto, teme que yo vaya allí y le arranque las tripas.

—Me pregunto por qué será.

—Porque le prometí que lo haría.

—¿Entonces estarás en Darshiva?

—Por el momento sí. Iré en cuanto haya acabado con Harakan. Si descubro algo sobre Zandramas, te lo haré saber.

—También avísame si encuentras otras copias de los evangelios malloreanos o de los oráculos de Ashaba —dijo Belgarath—. Según el Códice, debería hallar pistas en ellos.

—¿Y qué piensas hacer?

—Creo que iré a Nyissa y veré si el Orbe puede encontrar alguna pista de mi bisnieto.

—La única información con la que cuentas es la de un pastor que dijo haber visto un barco nyissano, Belgarath. No es una pista demasiado fiable.

—Lo sé, pero por el momento es la única que tengo.

El rey de Riva cogió maquinalmente unos restos de pollo y se los llevó a la boca. Entonces se dio cuenta de que tenía un hambre enorme.

—¿Llevarás a Polgara contigo? —preguntó Beldin.

—No lo creo. Garion y yo estaremos lejos de todo y necesitaremos alguien que vigile el norte. Ahora mismo los alorns están llenos de entusiasmo y necesitarán una mano firme que evite las travesuras.

—Las travesuras forman parte de la naturaleza de los alorns. ¿Eres consciente de que Polgara no se alegrará mucho cuando le digas que debe quedarse aquí?

—Lo sé —respondió Belgarath con expresión sombría—. Tal vez me limite a dejarle una nota. Eso funcionó bastante bien la última vez.

—Asegúrate de que cuando la lea no esté cerca de nada que se rompa —rió Beldin—, como grandes ciudades o cadenas montañosas. Me he enterado de lo que ocurrió la última vez que le dejaste una nota.

Se abrió la puerta y Barak asomó la cabeza en la cocina.

—¡Oh! —exclamó—, estáis aquí. Allí fuera hay un par de personas que quieren veros. Mandorallen los encontró en las afueras de la ciudad. Es una pareja muy extraña.

—¿A qué te refieres? —preguntó Garion.

—El hombre es grande como una casa, tiene brazos como troncos y parece mudo; la joven es bastante bonita, pero es ciega.

Belgarath y Beldin intercambiaron una rápida mirada.

—¿Cómo sabes que es ciega? —inquirió el anciano.

—Tiene los ojos vendados —respondió Barak encogiéndose de hombros—. Pensé que significaba eso.

—Creo que será mejor que hablemos con ella —dijo el jorobado mientras se levantaba de la silla—. Debe de tratarse de algo importante para que una vidente haya venido a este rincón del mundo.

—¿Una vidente? —repitió Garion.

—Viene de Kell —explicó Belgarath—. Siempre llevan los ojos vendados y sus guías son siempre mudos. Veamos qué tienen que decirnos.

Se dirigieron a la sala principal, donde los demás miraban con curiosidad a los dos extraños. La vidente era una joven delicada e iba vestida con una túnica blanca. Tenía el cabello de color rubio oscuro y una sonrisa serena en los labios. Aguardaba pacientemente en el centro de la habitación. Junto a ella, estaba el hombre más grande que Garion había visto en su vida. Iba enfundado en una especie de túnica sin mangas de tela rústica, sin teñir, ceñida a la cintura, y no llevaba armas, a excepción de un fuerte escudo pulido. Era aun más alto que Hettar y sus brazos desnudos eran muy musculosos. Parecía suspendido de forma extraña por encima de su delgada ama y tenía una expresión alerta y protectora en los ojos.

—¿Ha dicho quién es? —le preguntó Belgarath a Polgara en voz baja mientras se unía a los demás.

—No —respondió ella—. Sólo dice que quiere hablar contigo y con Garion.

—Se llama Cyradis —apuntó Misión.

—¿La conoces? —inquirió Garion.

—Nos vimos una vez en el valle. Quería saber algo sobre mí, así que se me acercó y charlamos un rato.

—¿Qué quería saber?

—No lo dijo.

—¿Y tú no se lo preguntaste?

—Supongo que si hubiera querido que yo lo supiera, me lo habría dicho.

—Quisiera hablar con vos, anciano Belgarath —dijo la vidente con voz clara y cristalina—, y también con vos, Belgarion. —Ambos se acercaron—. Sólo me está permitido permanecer aquí durante un tiempo breve para deciros ciertas verdades. Primero, sabed que vuestra misión aún no ha acabado. Es necesario que haya un nuevo enfrentamiento entre el Niño de la Luz y el Niño de las Tinieblas; y oídme bien, este encuentro será el último, porque en él se hará la elección entre la Luz y las Tinieblas.

—¿Y dónde ocurrirá, Cyradis? —preguntó Belgarath con expresión de interés.

—Sólo en presencia del Sardion..., en un lugar que ya no existe.

—¿Qué lugar?

—El camino está indicado en los misterios, venerable anciano. Debéis buscarlo allí. —Se volvió hacia el rey y extendió su delgada mano hacia él—. Vuestro corazón está herido, Belgarion —dijo con gran compasión en la voz—, pues Zandramas, el Niño de las Tinieblas, ha raptado a vuestro hijo y ahora huye con él en busca del Sardion. Es vuestra responsabilidad evitar que Zandramas se acerque a la piedra, pues las estrellas y las voces de la tierra dicen que el poder de las Tinieblas reside en el Sardion, así como el poder de la luz reside en el Orbe. Si Zandramas logra alcanzar la piedra de las Tinieblas con el niño, el mal triunfará eternamente.

—¿Mi hijo está bien? —intervino Ce'Nedra con la cara pálida y un terrible temor en los ojos.

—Vuestro hijo está seguro y se encuentra bien, Ce'Nedra —respondió Cyradis—. Zandramas lo protegerá de todo mal, no por amor sino por Necesidad — La expresión de la vidente se endureció—. Pero debéis tener valor —continuó—, porque si no lográis detener a Zandramas antes de que alcance el Sardion con vuestro hijo, vos o vuestro marido deberéis matar al niño.

—¿Matarlo? —exclamó Ce'Nedra—. ¡Jamás!

—Entonces el Mal triunfará —se limitó a responder Cyradis, y luego se volvió hacia Garion—. Se me acaba el tiempo. Prestad atención a lo que os digo. La elección de vuestros acompañantes en esta tarea deberá basarse en la Necesidad y no en vuestras propias preferencias. Si elegís mal, vuestra misión fracasará y Zandramas vencerá. Entonces perderéis a vuestro hijo para siempre y el mundo que conocéis dejará de existir.

—Adelante —repuso Garion con expresión sombría—. Di lo que tengas que decir.

La idea de que llegado el caso él o Ce'Nedra tendrían que matar a su propio hijo lo había llenado de una súbita furia.

—Abandonaréis este lugar en compañía del anciano Belgarath y su venerada hija. También debéis llevar con vos al Portador del Orbe y a vuestra esposa.

—¡Es absurdo! —exclamó él—. No pienso exponer a mi esposa o a Misión a ese tipo de peligro.

—Entonces fracasaréis. —Él la miró con expresión de impotencia—. También debéis llevar al Guía, al Hombre de las Dos Vidas... y a otro que os revelaré. Más adelante, se unirán a vos la Cazadora, el Hombre que no es Hombre, el Vacío y la Mujer que Vigila.

—Ya empezamos con el típico lenguaje incomprensible de las videntes —murmuró Beldin con amargura.

—Las palabras no son mías, gentil Beldin —dijo ella—. Estos nombres están escritos en las estrellas y en las profecías. Los nombres accidentales y mundanos que les dieron en el momento de su nacimiento no tienen ninguna importancia en el mundo eterno de las dos Necesidades, que se enfrentan entre sí en el centro de todo lo que es y será. Cada uno de estos acompañantes tiene una tarea, y todas las tareas deben cumplirse antes de que tenga lugar el encuentro final. De lo contrario, la profecía que ha guiado vuestros pasos desde el comienzo de los tiempos fracasará.

—¿Y cuál es mi tarea, Cyradis? —preguntó Pol con frialdad.

—La de siempre, sagrada Polgara. Debéis guiar, nutrir y proteger, porque sois la madre, así como el anciano Belgarath es el padre. —Una levísima sonrisa se dibujó en los labios de la joven con los ojos vendados—. Otros os ayudarán en vuestra misión de vez en cuando, Belgarion —continuó—, pero aquellos que he nombrado deberán estar con vos en el encuentro final.

—¿Y qué hay de nosotros? —inquirió Barak—. ¿Qué pasa con Hettar, Mandorallen, Lelldorin y yo?

—Vuestras tareas ya se han cumplido, Terrible Oso, y vuestra responsabilidad ante ellas ha recaído sobre vuestros hijos. Si vos, el Arquero, el Señor de los Caballos o el Caballero Protector os unierais a Belgarion en esta búsqueda, su misión fracasaría.

—¡Eso es ridículo! —exclamó el hombretón—. Yo no pienso quedarme atrás.

—La elección no está en vuestras manos. —Se volvió hacia Garion y apoyó una mano en el enorme brazo de su mudo protector—. Éste es Toth —dijo con voz trémula, como si una enorme sensación de cansancio se hubiera apoderado de ella—. Él ha guiado mis pasos vacilantes desde el día en que la otra vista vino a mí y tuve que cubrirme los ojos para ver mejor. Aunque esto me rompe el corazón, él y yo debemos separarnos por un tiempo. Le he dado instrucciones para que os ayude en la búsqueda. En las estrellas, lo llaman el Hombre Silencioso, y debe acompañaros, pues está escrito en su destino. —Comenzó a temblar de cansancio— Vuestra misión entrañará grandes peligros y uno de vuestros compañeros perderá la vida en su curso. Por lo tanto, armaos de valor, pues cuando ocurra esa desgracia no debéis vacilar, sino continuar con la tarea que se os ha encomendado.

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