Read Los conquistadores de Gor Online
Authors: John Norman
—¡Está muerto! —me gritó Clitus.
Lo solté apartándolo de mí. Desapareció al instante arrastrado por los demás urts. La red de Clitus cayó a mis espaldas y clavé los dedos en la malla. Sangrando, ahogándome y tiritando de frío me arrastraron fuera del canal.
Temblando y sostenido por dos de mis hombres, regresamos al puesto de observación donde me desnudé junto a una fogata y me envolví en la capa que Thurnock me diera. Alguien me pasó una bota de cuero conteniendo Paga. Bebí un largo sorbo. De repente lancé una carcajada.
—¿Qué te hace reír? —preguntó uno de mis hombres.
—Me agrada seguir vivo —respondí.
Los hombres se unieron a mis carcajadas. Thurnock golpeó cariñosamente mis hombros.
—También nosotros nos alegramos, capitán.
—¿Cómo está la pierna? —preguntó otro.
—Va bien —respondí, mientras me llevaba la bota otra vez a los labios.
Podía ponerme en pie. Por supuesto, la carne había sido desgarrada y una de las heridas era profunda, pero no tardaría en ser atendida por un médico en mis aposentos.
—¿Dónde está el pececito que sacamos del canal? —pregunté.
—Sígueme, capitán —dijo uno de mis hombres sonriendo. Lo seguimos hasta otra fogata a unos cincuenta metros de distancia. El chico estaba acurrucado junto al muro, desnudo pero envuelto en la capa de uno de los guerreros. Le habían quitado la mordaza y desatado. Era rubio y sus ojos eran muy azules. Nos miró. Estaba muy asustado.
—¿Quién eres? —pregunto Thurnock.
Bajó la cabeza temblando de miedo.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Clitus.
El muchacho no respondió.
—Deberíamos azotarle —dijo Thurnock.
El muchacho levantó la cabeza enojado y orgulloso.
—¿Son estos hombres tuyos? —me preguntó.
—Sí —respondí.
—¿Cómo te llamas?
—Bosko.
—¿Del Consejo de los Capitanes?
—Sí.
Un relámpago de terror cruzó por los ojos azules.
—¿Y quién eres tú? —pregunté.
—Un esclavo —respondió bajando la cabeza.
—Muéstrame las manos —ordené.
Sin gran entusiasmo, las extendió para que las inspeccionara. Eran muy bonitas y suaves.
—¿Está marcado? —pregunté a uno de los hombres.
—No.
—¿Cómo te llamas? —inquirí al muchacho.
Bajó la vista.
—Puesto que te sacamos del canal, te llamaré Pez. Como eres un esclavo, te marcaremos y te pondremos un collar. Estarás a mi servicio.
Me miró enojado.
Con un gesto ordené a uno de mis hombres que se lo llevara. A continuación despedí a los que nos rodeaban reteniendo a Thurnock y Clitus a mi lado.
Aquel chico podía ser de gran utilidad para mí. Si caía en manos del consejo, con toda seguridad sería torturado y empalado o, acaso, condenado al banco de los remeros del arsenal. En mi casa su identidad permanecería en secreto. Con el tiempo, es posible que me resultara útil. Poco podría conseguir si lo entregaba al consejo.
—¿Quién es? —preguntó Thurnock, mirando al muchacho.
—Henrius Sevarius —respondí.
Hacía ya cuatro meses que había arribado al puerto de Telnus, capital del Ubarato de Cos. Hay cuatro grandes ciudades en Cos, siendo Telnus la mayor de todas ellas. Las otras tres son Selnar, Temos y Jad.
Había llegado en el más rápido de los tres barcos con ariete escoltados por los cinco barcos del arsenal. Ordené que me llevaran a tierra en una de las barcas largas, que hice regresar a la galera ya que deseaba presentarme ante los Ubares de Cos y Tyros sin escolta. Aquello formaba parte de mi plan. Recuerdo mi entrada en el gran salón del trono de Cos. Expuse, tan bien como pude, la propuesta del Consejo de los Capitanes de Puerto Kar para llegar a un acuerdo que permitiera relaciones comerciales entre los dos Ubaratos y la ciudad en el delta del río Vosk.
Mientras hablaba, Lurius de Jad, el Ubar de Cos, y Chenbar de Kasra, el Eslín del Mar, Ubar de Tyros, permanecieron callados en los tronos. Me miraban fijamente pero no hacían preguntas.
A un lado, envuelta en un velo de seda y ricamente enjoyada, estaba sentada Vivina, la pupila de Chenbar. No era mera coincidencia que le acompañara a Cos. Había sido traída a la isla para que Lurius la viera y, en el caso de complacerle su belleza, convertirla en su futura Compañera de Estado. Su cuerpo serviría para sellar la amistad de los dos Ubaratos. Su velo era diáfano y pude apreciar que era bella y muy joven. Mi mirada pasó a la del corpulento y descuidado Lurius, Ubar de Cos, quien como un gran saco de carne descansaba entre los brazos de su trono. Así son los asuntos de Estado. Chenbar, por el contrario, era enjuto, de grandes ojos y manos nerviosas. Estaba seguro de que aquel hombre era muy inteligente y hábil en el manejo de las armas. Tyros tenía un eficiente y peligroso Ubar.
Ambos escucharon con paciencia mi discurso. Cuando terminé, Chenbar, mirando a Lurius, abandonó el asiento.
—Prended sus naves —ordenó.
—Comprobaréis que mis barcos han abandonado ya el puerto de Telnus —dije.
El corpulento Lurius saltó del asiento amenazándome con el puño.
—¡Tharlarión! ¡Tharlarión de Puerto Kar! —gritó.
—¿Supongo que nuestras condiciones de paz han sido rechazadas? —pregunté sonriendo.
Lurius escupió.
—Tu suposición es correcta —dijo Chenbar, que había vuelto a sentarse en el trono.
—En tal caso, me retiro.
—Creo que no será tan fácil —comentó Chenbar sonriendo.
—¡Encadenadlo! —gritó Lurius.
—Reclamo la inmunidad del heraldo.
—¡Denegada!
Extendí los brazos en cruz y sobre mis muñecas se cerraron los grilletes.
—Recordad que se os ha ofrecido la paz.
—¡Y nosotros la hemos rechazado!
Vivina rió. Parecía divertida. Varios de los presentes se unieron a su risa.
Lurius se sentó de nuevo en el trono. Respiraba con dificultad.
—Llevadlo al mercado y vendedlo en el muelle de los esclavos. Cuando estés encadenado en el banco de los remeros, mi elegante capitán de Puerto Kar, quizá descubras que no eres tan listo y valiente como te crees.
—Ya lo veremos, Ubar —respondí. Sentí que tiraban de las cadenas y me volví para abandonar el salón.
—Espera.
Había hablado Chenbar. Di media vuelta para mirar a los Ubares.
—¿Puedo presentarte a la dama Vivina? —dijo, señalando a la mujer cubierta con el velo de seda.
—No quiero ser presentada a un tark de Puerto Kar —siseó la joven.
—No olvidemos los modales, querida —dijo Chenbar sonriendo.
Se levantó y apoyando su pequeña mano enguantada en la de Chenbar, descendió los peldaños de la tarima sobre la que estaban los tronos, y se paró ante mí.
—¿Puedo presentarte, capitán, a la dama Vivina? —repitió Chenbar.
Ella bajó la cabeza y luego la levantó de nuevo.
—Es un honor —respondí.
—¡Tharlarión! —exclamó ella.
La joven se volvió y fue conducida a su asiento por Chenbar. Cuando hubo ocupado su silla me permití comentar:
—Tu extraordinaria belleza, gran señora, que el velo apenas consigue ocultar, es digna del Ubar de Cos...
Lurius hizo una mueca que quería ser una sonrisa. La joven se atrevió a levantar ligeramente la comisura de sus labios.
—O de un collar en Puerto Kar —terminé diciendo.
Lurius se puso en pie de un salto levantando el puño contra mí. Los ojos de la joven relampagueaban bajo el velo de seda. También ella había abandonado su asiento. Señalándome con un dedo ordenó:
—¡Matadlo!
Dos espadas se desenvainaron detrás mío.
Chenbar rió e hizo una señal a los dos hombres que estaban a mi espalda. Lurius, furioso, volvió a sentarse en el trono. También la joven ocupó de nuevo su asiento.
—Sin duda, desnuda resultarías incluso más bella —añadí con osadía.
—¡Matadlo!
—¡No! —dijo Chenbar con la sonrisa en los labios.
—Sólo quería decir que tu belleza me recuerda las esclavas, desnudas y con cadena doble, que sirven en las tabernas de Paga en Puerto Kar. Algunas de ellas son muy hermosas.
—¡Matadlo! ¡Matadlo! —suplicaba.
—No, no —gritó Chenbar.
—No me hables como si fuera una esclava —dijo la joven.
—¿Acaso no lo eres? —pregunté.
—¡Qué osadía!
Con la cabeza señalé a Lurius hundido en el trono.
—Tengo esclavas que son más libres que tú.
—¡Tharlarión! ¡Seré Ubara! —gritó.
—Te deseo mucha felicidad.
La furia le impedía hablar.
—Aquí, serás Ubara. En mi casa no serías más que una esclava de la olla.
—¡Matadlo!
—Calla —ordenó Chenbar.
La joven obedeció.
—La dama Vivina, como ya debes saber, es la prometida de Lurius, Ubar de Cos.
—No sabía que el compromiso había sido sellado.
—Esta misma mañana —aclaró Chenbar. Lurius sonrió. La joven me miró con furia.
Hubo algunos corteses golpecitos en el hombro izquierdo con la mano derecha, que es la manera general de aplaudir en Gor, a excepción de los guerreros, que chocan sus armas.
Chenbar sonrió levantando la mano para acallar los aplausos.
—Esta unión servirá de lazo a los dos Ubaratos. Después de la ceremonia nuestras flotas se unirán con el fin de visitar Puerto Kar.
—¿Y cuándo piensan hacerlo?
—Alrededor del sexto pasaje.
—Eres muy generoso con la información.
—Estamos entre amigos.
—O esclavos —dijo la joven, señalándome con el dedo.
—O esclavos —dije yo, mirándola fijamente.
Sus ojos volvieron a lanzar chispas.
—¿Habéis tenido tratos con el Ubar Henrius Sevarius?
—Con su regente Claudius —rectificó Chenbar sonriendo.
—¿Por qué no con Henrius Sevarius?
—No es más que un niño.
—¿Y eso qué importa?
—Es un niño. No tiene poder.
—¿A quién obedecen sus hombres?
—A Claudius.
—Comprendo.
—Recuerda el nombre de Claudius, capitán —dijo Chenbar—, puesto que será el Ubar de Puerto Kar.
—¿Como agente de Cos y Tyros?
—Sin duda alguna —dijo Chenbar riendo.
—Acaso ignores que Claudius y las fuerzas de Henrius Sevarius no se hallan en condiciones de dirigir en Puerto Kar.
—Nuestra información es mucho mejor de lo que piensas. Puedo asegurarte que liberaremos a Claudius de su actual situación.
—Pareces bien informado de lo que ocurre en Puerto Kar.
—Así es —dijo Chenbar—. ¿Acaso te complacería conocer a nuestro principal informador? Será él quien guíe nuestras naves hasta allí.
—El placer sería inmenso.
Un hombre se adelantó de entre los dignatarios que rodeaban los tronos. Había permanecido todo el tiempo oculto entre las sombras. Su largo cabello negro estaba sujeto con una tira de color escarlata. Había esperado encontrarme frente a frente con Samos.
—Bosko, soy Lysias. Supongo que no me has olvidado.
—Sí, te recuerdo acaso mucho mejor que tú a mí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó intrigado.
—¿No eras tú quien en el delta del río Vosk fuiste atacado por un gran número de cultivadores de rence, viéndote obligado a abandonar barcos, mercancía y esclavos?
—Este hombre es peligroso. Aconsejo que se acabe con él cuanto antes —dijo Lysias dirigiéndose a Chenbar.
—No. Lo venderemos. Haremos un buen negocio vendiéndolo.
La joven echó la cabeza hacia atrás y rió alegremente.
—Insisto en que es peligroso —volvió a decir Lysias.
Chenbar me miró.
—El dinero que consigamos vendiéndote lo emplearemos en equipar nuestras flotas. No será una gran cantidad, pero de esa manera tendrás la satisfacción de haber contribuido a la gloria de Cos y Tyros. Y espero que no seas el último de los capitanes de Puerto Kar que se siente en los bancos de los remeros.
—Al parecer tengo asuntos a los que debo atender. Si no te parece mal, pido permiso para abandonar el salón —dije con ironía.
—Una cosa más.
—¿Qué es?
—¿No olvidas despedirte de la dama Vivina? Sin duda, no volverás a verla.
—Por lo general no visito los bancos de los remeros —dijo ella.
El salón se llenó de carcajadas.
—¿Nunca has paseado entre ellos?
—¡Claro que no!
Las mujeres de alto rango generalmente viajan en cabinas montadas en la popa de las galeras.
—Puede que algún día tengas la oportunidad de hacerlo.
—¿Qué quieres decir?
—No es más que una broma —comentó Chenbar.
—¿Cuándo beberás el vino de la Libre Unión con Lurius, el noble Ubar de Cos? —pregunté.
—Primero iré a Tyros para prepararme. Luego volveré a Cos con los barcos llenos de tesoros. Entonces tomaré el brazo de Lurius y beberemos la copa de la Libre Unión.
—¿Puedo desearte un buen viaje y mucha felicidad en el futuro?
Afirmó con la cabeza y sonrió.
—Creo haber oído mencionar barcos con tesoros.
—Así es.
—Al parecer, tu bello cuerpo no es suficiente para el noble Lurius.
—¡Tark! —siseó.
Chenbar rió.
—¡Lleváoslo! —gritó Lurius golpeando los brazos del sillón con los puños.
Sentí que las cadenas tiraban de mis muñecas.
—¡Adiós, gran señora!
—¡Adiós, esclavo!
Me arrastraron fuera del salón a empujones.
Las calles de la ciudad estaban casi desiertas cuando al amanecer de la mañana siguiente me sacaron del palacio de Lurius de Jad, Ubar de Cos, atado y escoltado por la guardia. La noche anterior había llovido y aún quedaban charcos entre las piedras de la calle. Las tiendas todavía estaban cerradas con una barra de madera sobre sus puertas, ennegrecida debido a la humedad. De vez en cuando podía verse alguna luz en las ventanas. Recuerdo haber visto acurrucada cerca de la entrada del palacio de Lurius a una tosca figura que había venido demasiado temprano a vender sus verduras. Parecía medio dormido y casi no se fijó en nosotros. Era un hombre de gran tamaño, en ropas de agricultor. Junto a él, envuelto en cuero para protegerlo de la humedad, había un gran arco. Su cabello era amarillo y crespo. Sonrió cuando pasamos ante él.
En el muelle de los esclavos me unieron a la cadena de los que esperaban ser vendidos con poca ceremonia.