Read Los clanes de la tierra helada Online
Authors: Jeff Janoda
—¡
Gothi
Arnkel!
Hombres y mujeres se volvieron a mirarla sorprendidos, e incluso los que trabajaban arriba se asomaron por el hueco para ver quién hablaba tan fuerte cuando el
gothi
cargaba tal peso sobre sí.
—¿Qué ocurre, Auln, esposa de Ulfar? —preguntó, extrañado, el
gothi.
—Orlyg ha muerto.
Lo dijo simplemente, sin más explicación, y él se quedó mirándola un largo instante. Luego ella se acercó y señaló la pared de tepe en dirección a la granja de Orlyg.
—Mi marido ha ido a abrir la pared de la casa para llevar a enterrar el cadáver y después irá al estuario de Swan a decir a Thorbrand que le está aguardando esa tierra. Mi marido Ulfar tiene derecho sobre la tierra de su hermano Orlyg y por eso yo apelo a ti como jefe suyo para que protejas sus derechos.
No le costó hablar con ceremonia porque había estado repasando las palabras mientras corría con la sola compañía de su afanosa respiración. Ahora todo dependía del
gothi
. Ella no conocía la ley, pero él sí.
El hombre tenía los ojos ocultos por la sombra proyectada por la incidencia cenital de la luz del sol, de modo que no podía leer nada en su mirada. De pronto se volvió hacia la pared de atrás y cogió la espada que allí tenía colgada y el escudo. También tomó la lanza que permanecía apoyada al lado del sitial.
—¡Hafildi! —gritó, al tiempo que bajaba de la tarima donde reposaba el sitial. Hafildi apareció en el umbral—. Reúne a todos cuantos están a mano aquí y salid al cercado. Manda un esclavo a caballo a buscar a los que pastorean y recogen tepe. Que vengan con armas. ¡Localiza a Thorgils y Gizur!
Hafildi se fue a toda prisa, con cara de asombro. Se puso a impartir órdenes sin tardanza, de tal modo que su voz pronto resonó en las recias paredes. Arnkel fue tras él, armado con la espada. Al pasar junto a Auln, se detuvo a mirarla. Él era como una montaña a su lado, apestando al metal y la madera de las armas que llevaba.
Thorgils llegó tras ella y se paró, jadeante.
El
gothi
miró a Auln fijamente, como si tratara de dilucidar por qué había acudido a él.
—Te doy las gracias, Auln, por el bien de Ulfar —dijo por fin, asintiendo—. Quedo en deuda contigo. No lo olvidaré.
—No permitiré que lo olvides —respondió ella, mirándolo con determinación.
El
gothi
esbozó una adusta sonrisa antes de salir al patio. Thorgils se fue tras él y al pasar miró a Auln, pero ella no le dijo nada.
En la granja había doce hombres, a los que Hafildi congregó a gritos. Otro individuo bajó corriendo hasta el agua y se puso a hacer sonar un cuerno. Los Hermanos Pescadores, que se encontraban en su barco al otro lado del fiordo, lo oyeron y recogieron con precipitación las redes. Un jinete fue más allá de los prados aledaños, hasta el terreno comunal donde todos hacían pastar las ovejas, y reunió a otra media docena de hombres.
El
gothi
Arnkel efectuó un gesto de satisfacción cuando los tuvo a todos delante. Eran casi veinte. Entonces envió a un esclavo a recorrer las granjas de sus clientes, montado en el mejor caballo, para ganar tiempo. ¡Qué sorpresa se llevarían cuando, recién llegados de la asamblea, vieran que los reclamaban ya! Las esposas y los hijos protestarían defraudados. Esbozó una sonrisa, pensando en las peleas domésticas que iba a suscitar.
«¡Bah, así es la vida —pensó—, casi siempre inoportuna!» Aunque algunos días era muy halagüeña.
Sonrió, con la humillación por la derrota en la asamblea prácticamente esfumada en su corazón. El
gothi
Snorri estaba muy lejos. Los hijos de Thorbrand tendrían que luchar por la tierra de Orlyg para no perderla, y él sabía que no iban a hacerlo. Acarició la idea de llevar solo a los hombres necesarios para igualar el número de hermanos, para avergonzarlos en un enfrentamiento en el acto y matar tal vez a unos cuantos con el fin de acobardarlos para siempre.
No, todavía no era el momento para eso, resolvió. Podía quedarse con lo que quería y seguir aduciendo que tenía la ley de su parte. Recordó los cientos de hombres congregados detrás del
gothi
Snorri en la asamblea. Había subestimado aquella clase de poder, la capacidad que tenía Snorri para manipular la situación detrás del escenario. Eso era lo que había mantenido vivo a aquel engendro de pelo blanco durante años y lo que le había granjeado la victoria contra él. Arnkel casi se había dejado superar por la ira cuando su maldito padre había reconocido haberle cedido el bosque de Crowness para acabar de rematar su derrota. De no haber sido por la hueste que tenía detrás el
gothi
Snorri, se habría abalanzado contra ellos y los habría matado a los dos. Incluso en tales condiciones le había costado mantener el control, y solo de pensar que había estado a punto de destruirse a sí mismo se le recubrió la cara de sudor.
Einar, su abuelo, había jugado a
nefatl
con él todas las noches. Sonreía pacientemente ante la reacción de rabia que tenía Arnkel al perder y se echaba a reír cuando arrojaba las fichas con un rugido de petulancia. Luego le acariciaba la cabeza una vez que se había calmado.
—Utiliza esa rabia, hijo —le aconsejaba cada vez—. No dejes que ella te utilice a ti.
Después le dejaba ganar la siguiente partida.
Por todos los dioses, cuánto había querido a aquel hombre. «Un día, abuelo —pensó—. Un día sonará la hora de la venganza.»
Arnkel permanecía en el prado, aguardando la llegada de los demás clientes, con la mirada fija en el círculo de piedras donde su padre había dado muerte a Einar.
El Cojo había jugado con su abuelo, valiéndose de su pericia con la espada para apabullarlo a copia de tajos, tratando de mutilarlo, de hacerlo sufrir, de cubrirlo de oprobio. Arnkel miraba desde la casa mientras su madre lo abrazaba con fuerza, rezando a Odín para que diera fuerzas a su padre. A Odín le importaba poco el amor, no obstante, y menos aún la justicia. Él amaba la fuerza, que ese día estaba del lado de Thorolf. Incluso mientras observaba horrorizado la sangre de su abuelo, Arnkel quedó cautivado por el equilibrio y gracia de la acerada hoja y se juró a sí mismo que aprendería a usarla de aquel modo.
Thorgils le llevó su caballo bayo, listo y ensillado. Luego montaron y él realizó un ademán.
Se sintió henchido de alborozo mientras cabalgaba al frente de sus hombres, con las lanzas enhiestas y los escudos pegados al cuerpo. La cuestión era clara y simple, se decía: ganaría el más fuerte, y tenía el convencimiento de que Odín estaba presente, observándolo con aprobación con su gran ojo azul. Alzó la vista para sostenerle la mirada. No lo hizo con espíritu de desafío, sino de fraternidad.
En la granja no había nadie. En el suelo resaltaban las marcas que había dejado un
travois
arrastrado por un caballo, con las huellas de los dos extremos de las varas hundidos en la tierra. Ulfar se había llevado en él el cadáver de su hermano hacia el estuario de Swan. El
gothi
Arnkel envió algunos hombres al cercado y al pajar, y a otros al interior para ver qué había de valor.
—El pajar está lleno de heno,
gothi
—le informó de vuelta Thorgils—. Hay suficiente para alimentar a muchos animales este invierno. Sabrá Thor por qué tenía tanto. Hay un barril de cebada casi en buen estado. La casa tiene tres tinas, una llena de carne, la otra a la mitad y una vacía, solo con suero. La llena olía a viejo, pero creo que está bien. No hay telar, claro, porque no tenía esposa. Hay una docena de sacos de lana, poca turba y casi nada de queso. El huerto parece bien cultivado, seguramente gracias a Ulfar. Estará contento al saber cuánta riqueza hereda.
—Llevad la lana a Bolstathr —ordenó el
gothi
, lanzando una extraña mirada a Thorgils—. Hildi y las muchachas pueden cardarla e hilarla. El heno lo dejaremos aquí. ¿Qué hay del ganado?
—Cuatro vacas y un buey. Las ovejas están arriba en los pastos, pero es sabido que Orlyg tenía unas cincuenta. —Thorgils calló un instante—.
Gothi…
—Manda a alguien a buscarlas arriba a los pastos y ponedles nuestra marca —lo interrumpió Arnkel, señalando en dirección a las colinas—. Las vacas y el buey llevadlos a Bolstathr.
La despensa de Arnkel estaba casi vacía después de los sacrificios de animales del año previo y los banquetes del invierno. Observando el buey de Orlyg, advirtió que aunque era viejo y cojeaba un poco, aún estaba gordo. Ordenó que lo mataran y lo metieran en las tinas de suero.
—Dile a Hildi que hierva los huesos de las piernas. Me apetece comer tuétano esta noche.
Thorgils seguía quieto.
—¿A qué esperas? —preguntó Arnkel con aspereza.
—Ese ganado no es tuyo,
gothi
. Pertenece a Ulfar —afirmó Thorgils con aplomo—. ¿O no?
Arnkel le asestó una iracunda mirada mientras los clientes que se encontraban cerca asistían boquiabiertos a la escena.
Entonces se oyó un grito del vigía enviado al estuario de Swan. Los hombres consultaron mudamente a Arnkel.
—Coged las lanzas —indicó, fulminando de nuevo con la mirada a Thorgils.
De la tierra de Thorbrand llegó una docena de hombres. Cabalgaban sin prisa, de dos en dos, como en una procesión, y parecía que hablaban entre sí, aunque no se alcanzaba a distinguir bien con la distancia. Los seguía una reata de unos doce ponis de carga, conducidos por un esclavo.
—Vienen a vaciar la granja, pero no saben que estamos aquí —comentó con regocijo uno de los Hermanos Pescadores, acariciando el asta de su lanza.
—Sí —convino Arnkel—. Todos vosotros subíos a la pared, para que os vean bien. No os pongáis a hacer aspavientos, solo quedaos allí de pie.
Los hombres treparon a la ancha cerca de piedra que rodeaba el campo, componiendo una larga hilera, armados con escudo y lanza. Dos de ellos, que tenían arcos, aprestaron las flechas obedeciendo a un gesto de Arnkel. El
gothi
atravesó el huerto para salir por la puerta y se puso a realizar idas y venidas con el caballo, delante de la pared.
Los vieron casi enseguida.
La larga hilera de monturas se desbarató para formar una confusa piña. Un jinete dirigió un ademán al esclavo encargado de los ponis, que dio media vuelta para iniciar el regreso al estuario de Swan.
—¿No van a venir siquiera? —dijo ceñudo Hafildi, que empuñaba un hacha.
Desde la pared, los hombres se pusieron a dar feroces alaridos y golpear los escudos con las lanzas.
Al cabo de un momento, los caballos volvieron a separarse, formando una larga hilera, y reanudaron la marcha hacia la granja de Orlyg. Al verlo, los hombres de Arnkel callaron y lo miraron. Sin decir nada, este siguió en su caballo, con la lanza apoyada en el pie, asiendo las riendas con el brazo que sostenía el escudo.
—¿Qué hacemos,
gothi
? —inquirió Thorgils, sin deseos de tener que matar a sus vecinos. Conocía a Thorleif y a sus hermanos de toda la vida.
—Seguir así —respondió Arnkel—. Si atacan, luchad. Disponemos de ocho hombres más y tenemos ventaja. —Se volvió para mirar a Thorgils—. Acude al frente, hombre.
Thorgils se ruborizó de rabia, porque Hafildi y los demás se habían echado a reír. Solo se encontraba un paso más lejos de los hijos de Thorbrand que el resto. Thrain comenzó a correr, agitando en el aire la lanza. Los otros lo interpelaron a gritos, ridiculizando su estatura, conscientes de que fanfarroneaba para que lo viera el
gothi
. Molesto, él se giró para escupirles y los tildó de cobardes.
Uno de los jinetes se quedó un poco rezagado de la hilera. Era Ulfar. Los otros siguieron aproximándose hasta que quedó bien definido el perfil de sus caras. Los hombres de Arnkel guardaron silencio, pese a que resultaba ya evidente que los recién llegados no llevaban armas, a excepción de Illugi, que empuñaba la lanza con el brazo tenso e inclinado, como si pretendiera ensartar al primero que se acercara. Ulfar tenía el rostro desencajado de ansiedad y perplejidad. Los gritos de los hijos de Thorbrand y sus esclavos se propagaron en el aire, mientras Thorodd e Illugi agitaban sin cesar los puños.
Ulfar cabalgó, angustiado, hacia Arnkel. Se detuvo cerca del
gothi
, que ni siquiera le dedicó una mirada. Tenía la vista clavada en Thorleif, consciente de que él estaba al frente, de que intimidarlo a él sería la forma más rápida de obtener la victoria.
—¡Gothi
!
Gothi
, ¿por qué estás aquí con tus hombres? —preguntó sin resuello—. Esto no está bien. No está nada bien. ¡Tenéis que iros!
Ulfar habló con desesperación, sin pensar, movido solo por el deseo de poner fin a aquella terrible situación. La airada mirada de Arnkel lo redujo de inmediato al silencio.
—No te corresponde a ti decirme lo que debo hacer, cliente —le replicó con dureza.
Luego, advirtiendo el terror de Ulfar, refrenó su cólera. En un santiamén colocó su montura al lado del poni de Ulfar.
—¿Acaso no te he protegido a ti y a tu familia, haciendo valer tus derechos? ¿No te he acogido en mi casa, sentado a mi lado y tratado con honor? —Se inclinó hacia Ulfar, con una mueca de rabia—. ¿Sí o no?
Ulfar asintió tragando saliva.
—Y ahora me vienes con protestas cuando defiendo de nuevo tus derechos y procuro preservar la tierra de tu hermano por tu bien. Así me lo agradeces. Realmente esperaba más lealtad de ti, Ulfar
el Liberto
. Esperaba que le volvieras la espalda a esta familia que no te ha dado protección, pero en lugar de eso te pones de su parte, mientras se quedan con la única herencia que tienes en la vida, ¡mientras te arrebatan el futuro de tu familia!
Ulfar abatía más y más la cabeza con cada palabra.
«Ya es suficiente —pensó Arnkel—. Ahora toca aplicar la miel.»
—Esta tierra es para ti, Ulfar. No creo que haya un hombre mejor que tú para ocuparse de ella. Luchemos juntos por lo que es tuyo.
El Liberto miró al
gothi
, parpadeando indeciso y desesperado, tratando de comprender.
—Asume tu lugar entre los míos —dijo Arnkel.
Ulfar traspuso despacio la cerca, bajo la mirada de los hombres del
gothi
. Los Hermanos Pescadores se dieron un codazo, riendo. Thorgils chistó para que se callaran.
Cuando Ulfar se sumó a Arnkel, hubo una explosión de gritos en el bando de los hijos de Thorbrand. Illugi se adelantó, agitando con rabia la lanza, pero Thorleif lo llamó y el muchacho retrocedió con expresión huraña.