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Authors: Jean M. Auel

Los cazadores de mamuts (92 page)

BOOK: Los cazadores de mamuts
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Ayla dejó las flores y cogió el cuchillo de dibujar, tratando de imaginarse un mapa del valle. Comenzó a trazar una línea, pero se interrumpió, vacilante.

–No trates de trazar el camino desde aquí –la alentó Talut–. Piensa en cómo llegarías desde el Campamento del León.

Ayla frunció la frente, concentrándose.

–Estoy segura de poder guiaros desde el Campamento del León –dijo–, pero aún no entiendo muy bien esto de los mapas. No me creo capaz de poder dibujar uno.

–Bueno, no te preocupes –dijo Talut–. No necesitamos mapas si tú puedes indicarnos el camino. Tal vez hagamos ese viaje al regresar de la Reunión de Verano. ¿Qué has traído esta vez, Ayla? –preguntó, señalando las flores con su barba roja.

–Espero que tú me lo digas, Talut. Las conozco, pero no sé cómo las llamáis vosotros.

–Sé que ésta, la roja, es un geranio –dijo Talut–. Y ésta, una amapola.

–¿Más flores? –preguntó Deegie, acercándose al grupo.

–Sí. Talut me ha dicho los nombres de estas dos.

–Veamos. Esto es un brezo; aquello, claveles silvestres –indicó Deegie, identificando a las dos restantes. Y se sentó junto a Ayla–. Casi hemos llegado. Talut dice que estaremos allí mañana. Ya no soporto la espera. Mañana veré a Branag, y entonces no faltará mucho para nuestra Unión. Me parece que no voy a poder dormir esta noche.

Ayla le sonrió. Deegie estaba tan excitada que resultaba difícil no contagiarse de su entusiasmo, pero aquello sirvió sólo para recordarle que también ella se emparejaría dentro de poco tiempo. Escuchar a Jondalar mientras hablaba sobre el valle y el camino que conducía allí había renovado el doloroso deseo que tenía de él. Le había estado observando disimuladamente y tenía la impresión de que él hacía otro tanto. Sus miradas se cruzaban con frecuencia.

–¡Oh, Ayla, quiero presentarte a tanta gente! Y me alegra que nos unamos las dos en el mismo Nupcial. Es algo que tendremos siempre en común.

Jondalar se levantó.

–Tengo que ir..., eh..., a preparar mi ropa de cama –dijo, y se marchó apresuradamente.

Deegie notó que Ayla le seguía con la vista. Estaba casi segura de que su amiga estaba conteniendo el llanto. Meneó la cabeza; Ayla no se comportaba como las jóvenes que estaban a punto de emparejarse y establecer un nuevo hogar con el hombre amado. No había alegría ni entusiasmo en ella. Faltaba algo. Algo llamado Jondalar.

Capítulo 31

Por la mañana, el Campamento del León continuó río arriba, a lo largo de la meseta, pero sin perder de vista la rápida corriente que fluía abajo, a su izquierda, enturbiada por los aluviones del deshielo, que removían los fondos fangosos. Cuando llegaron a la confluencia de dos ríos importantes, tomaron por el de la izquierda. Después de vadear dos grandes afluentes, cargando la mayor parte de sus pertenencias en el bote de cuero que habían traído con ese fin, descendieron hacia la planicie aluvial prosiguiendo viaje a través de los bosques y las praderas del valle.

Talut no dejaba de observar a su derecha el sistema de depresiones y barrancos que configuraba la elevada orilla, comparando el paisaje real con las marcas esquemáticas trazadas en el marfil, cuyo significado aún se le escapaba a Ayla. Un poco más lejos, junto a un pronunciado recodo, se erguía el punto más elevado de la orilla opuesta: se levantaba a unos ochenta metros sobre el nivel del río. Por el lado donde estaban los viajeros se extendía una amplia manta de hierba sembrada de bosquecillos en un área de varias leguas. Ayla reparó en un mojón hecho de huesos, con un cráneo de lobo en la parte superior. En la dirección que seguía Talut se veía una peculiar distribución de rocas, extendidas a través del río.

En aquel punto el río era ancho, no muy profundo y, en todo caso, vadeable, pero alguien había facilitado la travesía: de trecho en trecho se habían apilado rocas, guijarros y algunos huesos; con la cima aplanada, estos montículos constituían una especie de estriberones, que formaban como una senda al tiempo que dejaban pasar la corriente por entre ellos.

Jondalar se detuvo a mirar aquel dispositivo con más atención.

–¡Qué idea más ingeniosa! –comentó–. Se puede cruzar el río sin tan siquiera mojarse los pies.

–Los mejores sitios para construir albergues están en aquel sector, donde las profundas depresiones ofrecen protección contra el viento. Pero los buenos terrenos de caza están en la orilla –explicó Barzec–. Este vado desaparece con cada inundación, pero el Campamento del Lobo construye uno nuevo todos los años. Esta vez se tomaron más trabajo que de costumbre, probablemente para comodidad de los visitantes.

Talut inició el cruce. Ayla notó que Whinney estaba muy agitada; pensó que aquella senda de estriberones rodeados de agua la ponían nerviosa; sin embargo, la yegua la siguió sin incidentes.

El jefe se detuvo a más de la mitad de la travesía.

–Aquí hay buena pesca –anunció–. La corriente es rápida, pero tiene profundidad. Hasta aquí vienen los salmones. También los esturiones. Y otros peces: lucios, truchas, barbos.

Aunque destinaba sus comentarios a Ayla y Jondalar, los hacía también en atención a los jovencitos que no habían estado allí anteriormente, pues hacía algunos años que el Campamento del León no visitaba en grupo al Campamento del Lobo.

Ya en la otra orilla, mientras Talut les conducía hacia un amplio barranco, de unos ochocientos metros de altura, Ayla oyó un sonido extraño, parecido a un zumbido potente o a un rugido apagado. Fueron ascendiendo poco a poco la colina. A unos veinte metros sobre el nivel del río, llegaron al fondo de la gran garganta. Ayla miró hacia delante y ahogó una exclamación. Bajo la protección de las altas murallas cortadas a pico, seis cabañas individuales, de forma redondeada, configuraban una bien dispuesta hilera en la concavidad, que parecía tener un kilómetro y medio de longitud. Pero no fueron las cabañas las que asombraron a Ayla, sino la gente.

En toda su vida, la muchacha no había visto tantas personas reunidas. Más de mil almas, más de treinta Campamentos se habían concentrado allí para la Reunión de Verano de los Mamutoi. Había allí por lo menos cuatro o cinco veces más gente que en cualquier Reunión del Clan..., y todo el mundo tenía los ojos fijos en ella.

Mejor dicho, en los caballos y en Lobo. El joven canino se apretó contra la pierna de Ayla, sobresaltado como ella. La muchacha percibió el pánico de Whinney y no dudó de que Corredor sentía lo mismo. El temor por sus animales la ayudó a superar su propio terror ante semejante muchedumbre. Al levantar la vista, vio a Jondalar que tiraba de la soga, tratando de evitar que Corredor se alzara de manos, mientras el asustado jinete se aferraba con todas sus fuerzas.

–¡Nezzie, desmonta a Rydag! –gritó.

La mujer ya había comprendido el peligro y no necesitaba la advertencia de Ayla para ponerse en movimiento. Mientras tanto, la muchacha ayudó y rodeó con un brazo el cuello de la yegua, para conducirla junto a su potro, con el propósito de que le tranquilizara. El lobo la siguió.

–Lo siento, Ayla –dijo Jondalar–. Debía haberme imaginado que los caballos reaccionarían así ante tanta gente.

–¿Sabías que serían tantos?

–No lo sabía, pero supuse que habría tantos como en la Reunión de Verano de los Zelandonii.

–Creo que convendría instalar el Campamento de la Espadaña algo apartado –sugirió Tulie, levantando la voz para que todos la escucharan–. Tal vez aquí, cerca de los límites. Estaremos más lejos de todo, pero este año el Campamento del Lobo tiene un arroyo que cruza su recinto y se desvía hacia este lugar.

Se había anticipado a la reacción de la gente y no sufrió desilusión alguna. Les habían visto al atravesar el río y todos se agolparon para presenciar la llegada del Campamento del León. Sin embargo, lo que no esperaba era que los animales se asustaran tanto al verse ante aquella grey humana.

–¿Qué te parece aquí, cerca de la pared de roca? –propuso Barcec–. El terreno no está nivelado, pero lo igualaremos.

–A mí me parece bien. ¿Hay alguna objeción? –preguntó Talut, mirando significativamente a Ayla.

Ella y Jondalar se limitaron a guiar a los animales en la dirección indicada para que se calmaran lo antes posible, mientras sus compañeros de viaje comenzaban a retirar rocas y maleza, nivelando un espacio en el que instalar la gran tienda comunitaria de doble cubierta.

La vida en tienda de campaña era mucho más cómoda si se utilizaban dos cubiertas de cuero virgen. La capa de aire ayudaba a aislar el interior y la humedad que se condensaba durante la noche se deslizaba por el cuero exterior hasta el suelo. El cuero interior se introducía por debajo de las esterillas, con lo cual se evitaba la entrada del viento. Esta estructura no constituía ni mucho menos un alojamiento permanente como el habitáculo semisubterráneo del Campamento del León, pero era más resistente que la tienda de una sola cubierta en donde los Mamutoi pernoctaban cuando viajaban. Sus ocupantes se referían a esa sede de verano con el nombre de Campamento de la Espadaña, para diferenciar el alojamiento de verano del albergue invernal, aunque seguían considerándose como componentes de un grupo conocido como el Campamento del León.

La tienda estaba dividida en cuatro secciones cónicas interdependientes, cada una de ellas con un hogar separado y sostenida por árboles tiernos, resistentes y flexibles, aunque en otras ocasiones se habían utilizado huesos de mamut. La parte central, que era la más grande, albergaría al Hogar del León, al del Zorro y al del Mamut. Aunque la tienda no era tan espaciosa como el albergue, se la utilizaba principalmente para dormir y no era normal que todos descansaran allí al mismo tiempo. Las otras actividades, privadas, sociales y públicas, se llevarían a cabo al aire libre, de modo que, para instalarse en cualquier sitio, también había que marcar un territorio más allá de la tienda. El emplazamiento del Hogar de la Espadaña, principal hogar exterior para la cocina, era un asunto de cierta importancia.

Mientras todos trabajaban en la instalación de la tienda y la demarcación del territorio, los otros concurrentes a la Reunión comenzaron a reponerse de la sorpresa inicial y a entablar animadas conversaciones. Por fin, Ayla descubrió el origen de aquel rugido ahogado: era el mismo ruido que percibiera al entrar en el Campamento del León por primera vez, pero multiplicado, suma de las voces de toda la muchedumbre.

No era extraño que Whinney y Corredor estuvieran tan desazonados; también a ella la ponía nerviosa aquel zumbido humano, al que no estaba acostumbrada. La reunión del Clan no era tan frecuentada, pero, de todos modos, nunca habría sido tan ruidosa. Las gentes del Clan empleaban pocas palabras para comunicarse y, cuando estaban reunidas, hacían muy poco ruido; en cambio, este pueblo que se expresaba verbalmente, salvo en contadas ocasiones, armaba una gran algarabía en el campamento. Como el viento en las estepas, no cesaba nunca: sólo variaba de intensidad.

Muchos corrieron a saludar al Campamento del León y ofrecieron su ayuda. Fueron recibidos calurosamente, pero Talut y Tulie intercambiaron varias miradas significativas. No recordaban haber tenido nunca tantos amigos dispuestos a colaborar. Ayla, auxiliada por Latie, Jondalar, Ranec y a ratos por Talut, preparó un establo para los caballos. Los dos jóvenes aunaron sus esfuerzos sin dificultad, pero casi sin hablar. Ella rechazó toda ayuda de los curiosos, explicando que los caballos eran tímidos y se asustaban ante la presencia de desconocidos. Lo malo fue que estas palabras sirvieron para resaltar que ella estaba a cargo de los animales, lo que aumentó la curiosidad. Pronto se esparció la noticia de su presencia.

En el borde más alejado de su sector, contra la pared del barranco que se abría al valle del río, construyeron una especie de cobertizo con toldo, utilizando la tienda de cuero virgen que ella y Jondalar habían usado en sus viajes, sostenida por árboles pequeños y ramas resistentes. Quedaba más o menos oculto a la vista de quienes acampaban en la hoya, pero desde allí se disfrutaba de un amplio panorama, con el río y las bellas praderas boscosas.

Mientras se instalaban y acomodaban sus pieles de dormir en el interior, llegó una delegación del Campamento del Lobo para darles la bienvenida oficial. Como estaban en territorio de los anfitriones, la cortesía obligaba a éstos a ofrecer a los recién llegados no sólo los frutos de la tierra, sino también parajes donde abundaba la pesca y la caza. Aunque la Reunión de Verano no se prolongaría durante toda la estación, la estancia de un grupo tan numeroso tenía sus inconvenientes y era necesario determinar si se debía reservar alguna zona en particular para no agotar los recursos de la región.

Para Talut había sido una sorpresa enterarse de la nueva sede para la Reunión. Por lo general, los Mamutoi no se congregaban en los territorios de un Campamento, sino en las estepas o en el valle de un gran río, que les diera cabida con más facilidad.

–En nombre de la Gran Madre de todas las cosas, damos la bienvenida al Campamento del León –dijo una mujer, flaca y canosa.

Tulie se sorprendió al verla. La recordaba como mujer de un atractivo poco común y robusta salud, que llevaba con facilidad las responsabilidades del coliderazgo; pero en el último año parecía haber envejecido diez.

–Agradecemos tu hospitalidad, Marlie, y te damos las gracias en nombre de Mut.

–Ya veo que habéis vuelto a hacerlo –dijo un hombre, estrechando ambas manos a Talut.

Valez era más joven que su hermana, pero Tulie notó en él, por primera vez, las huellas del envejecimiento. Eso la hizo cobrar súbita conciencia de su propia condición mortal. Siempre había pensado que Marlie y Valez no eran mucho mayores que ella.

–Pero creo que ésta es vuestra mayor sorpresa –continuó Valez–. Cuando Toran llegó corriendo para decirnos que unos caballos estaban cruzando el río junto con vosotros, todos salieron para ver el espectáculo. Y para colmo, alguien divisó al lobo...

–No os pedimos que nos lo contéis ahora –agregó Marlie–, aunque admito que me muero de curiosidad. Tendríais que repetir las cosas demasiadas veces. Preferimos esperar hasta la noche, para que nos enteremos todos al mismo tiempo.

–Marlie tiene razón, por supuesto –dijo Valez, aunque no le habría molestado escuchar el relato allí mismo.

También él se daba cuenta de que su hermana estaba más cansada que nunca. Temía que aquella Reunión de Verano fuera la última para ella. Por eso había aceptado servir de anfitrión al inundarse el lugar escogido previamente a causa de un cambio en el curso del río. Pensaban ceder esa misma temporada su coliderazgo del Campamento.

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