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Authors: Jean M. Auel

Los cazadores de mamuts (58 page)

BOOK: Los cazadores de mamuts
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–La piel de venado. La de reno es buena, aunque es preferible usarla con el pelaje, como abrigo. Cualquier venado sirve: el ciervo común, el alce, el megacero. Pero antes de conseguir el cuero crudo necesitas otra cosa.

–¿Qué?

–Tienes que juntar tus aguas.

–¿Qué aguas?

–Las que orinas. No sólo las tuyas, sino las de cualquiera, aunque lo mejor es la propia. Comienza a juntarlas ahora, aun antes de tener el cuero. Hay que dejarlas un tiempo en sitio abrigado.

–Suelo orinar detrás de la cortina, en cesto con estiércol de mamut y cenizas. Se arroja fuera.

–No lo hagas en el cesto. Guárdala en un cráneo de mamut o en un cesto impermeable. Cualquier cosa que no pierda.

–¿Para qué necesita esa agua?

Crozie hizo una pausa y estudió a la joven antes de responder.

–Estoy envejeciendo y no tengo a nadie –dijo, por fin–, salvo a Fralie. Pero ahora ya ni eso. Habitualmente, la mujer pasa sus secretos a sus hijos y a sus nietos, pero Fralie no tiene tiempo ni le interesa mucho trabajar el cuero; prefiere el bordado y las cuentas. Además, no tiene hijas. Sus varones... todavía son niños. ¿Quién sabe? Pero mi madre me transmitió esa estabilidad, y yo debería pasársela... a alguien. Es difícil tratar el cuero virgen, pero he notado tu capacidad. Las pieles y cueros que trajiste demuestran habilidad y esmero, y eso es lo que se necesita para hacer cuero blanco. Hace muchos años que no me he preocupado de hacerlo, y nadie ha demostrado mucho interés. Pero como tú me lo has preguntado, te lo diré.

La anciana se inclinó para coger entre las suyas la mano de Ayla.

–El secreto del cuero blanco está en el agua que haces, aunque te parezca extraño. Si se la deja un tiempo en un lugar cálido, se transforma. Entonces, si mojas el cuero en ella, todos los restos de grasa se desprenden junto con las manchas. El pelo sale más fácilmente, la piel se deteriora más lentamente y se mantiene suave aun sin ahumarla, de modo que no se pone morena. Más aún; esas aguas blanquean el cuero virgen, aunque sin llegar a una auténtica blancura. Después de lavarlo y escurrirlo varias veces, queda listo para darle el tinte blanco.

Crozie no habría podido explicar que la urea, principal componente de la orina, se descompone en un ambiente cálido, tornándose amoniacal. Sólo sabía que, una vez rancia, se convertía en otra cosa, en algo que disolvía la grasa y actuaba como decolorante, además de proteger el cuero contra la putrefacción bacteriológica. No hacía falta conocer los porqués ni el nombre de amoníaco para saber que daba resultado.

–Y creta..., ¿tenemos creta? –preguntó Crozie.

–Wymez tiene. Dice que su pedernal venía de un barranco de creta; todavía tiene varias piedras cubiertas de eso –respondió Ayla.

–¿Por qué hablaste de la creta con Wymez? –preguntó la anciana, suspicaz–. ¿Cómo sabías que yo accedería a enseñarte?

–No sabía. Hace mucho tiempo quiero hacer túnica blanca. Si tú no enseñas, probar sola, pero no sabía necesario juntar aguas y no habría pensado. Me alegro me enseñes hacerlo bien –explicó Ayla.

–Hummm –fue el único comentario de la anciana, que estaba convencida, aunque no deseaba admitirlo–. Y no dejes de preparar ese sebo –de pronto agregó–: Haz también un poco para el cuero. Creo que sería bueno mezclarlo con la creta.

Ayla apartó la cortina para mirar hacia fuera. El viento del atardecer gemía, modulando un horrible canto fúnebre, acompañamiento adecuado para lo triste y descolorido del paisaje, bajo el cielo cubierto. Andaba buscando algún alivio contra aquel frío que la mantenía enclaustrada, pero la opresiva estación parecía no terminar nunca. Whinney resopló. Ayla se volvió al tiempo que Mamut entraba en el hogar de los caballos. Ella le saludó con una sonrisa.

Desde el comienzo había sentido un profundo respeto por el viejo chamán, pero desde que comenzara su iniciación, ese respeto se había convertido en amor, debido, en parte, a que percibía una fuerte similitud entre este anciano alto, delgado, increíblemente viejo, y el bajo, tullido y tuerto hechicero del Clan: no se trataba de un parecido físico, sino interior. Era casi como si hubiera encontrado otra vez a Creb, o por lo menos una réplica. Ambos profesaban una profunda reverencia y una gran comprensión del mundo de los espíritus, aun cuando los espíritus a los que reverenciaban tuvieran nombres diferentes; ambos podían convocar a poderes sobrecogedores, aunque ellos fueran físicamente frágiles. Y ambos eran sabios en cuanto a las reacciones de la gente. Tal vez la razón más fuerte del amor fuera que tanto Mamut como Creb la habían acogido con bondad, la habían ayudado a comprender, habían hecho de ella una hija de su Hogar.

–Te estaba buscando, Ayla. Se me ocurrió que estarías aquí, con tus caballos.

–Miraba hacia fuera suspirando por que llegue la primavera –dijo Ayla.

–Ésta es la época en que casi todos empiezan a desear un cambio, algo nuevo que hacer o ver. Se aburren, duermen más. Creo que por eso abundan tanto las celebraciones y los festines en esta última parte del invierno. Pronto vendrá el Festival de la Risa; a casi todos les gusta.

–¿Qué es el Festival de la Risa?

–Lo que su nombre dice. Todos tratan de hacer reír a los demás. Algunos se ponen ropas divertidas o prendas al revés; otros hacen muecas, actúan de modo extravagante, inventan bromas o se juegan malas pasadas. Y si alguien se enoja, los demás se ríen de él con más ganas. Casi todos esperan esta fecha con ansias, pero ningún festival es tan deseado como el de Primavera. Por eso, en verdad, te estaba buscando –dijo Mamut–. Aún te queda mucho por aprender hasta que llegue.

–¿Por qué es tan especial el festival de Primavera? –preguntó Ayla, nada segura de esperarlo con impaciencia.

–Por muchos motivos. Es nuestra celebración más solemne y alegre. Marca el fin del frío prolongado e intenso, el principio del calor. Se dice que si se observa el ciclo de las estaciones durante todo un año, se comprende lo que es la vida. Casi todos cuentan tres estaciones. La primavera es la estación del nacimiento; en el brotar de sus aguas nacientes, en los desbordamientos de primavera, la Gran Madre vuelve a traer la vida nueva. El verano, la estación cálida, es el momento del crecimiento y el desarrollo. El invierno es la «pequeña muerte». En primavera la vida vuelve a renovarse, a renacer. Tres estaciones bastan para casi todo, pero el Hogar del Mamut cuenta cinco. Cinco es el número sagrado de la Madre.

A pesar de sus reservas iniciales, Ayla estaba fascinada por la iniciación sobre la que tanto había insistido Mamut. Estaba aprendiendo mucho: nuevas ideas, nuevos pensamientos, nuevos modos de pensar. Era estimulante descubrir y pensar tantas cosas nuevas, verse incluida y no excluida. En sus tiempos con el Clan no había podido alcanzar el conocimiento de los espíritus, de los números, ni siquiera de la caza, pues todo esto quedaba reservado a los hombres. Sólo los mog-ures y sus acólitos los estudiaban en profundidad, y ninguna mujer podía ser mog-ur. Ni siquiera se las admitía en las conversaciones sobre temas tales como espíritus o números. Cazar también fue tabú para ella, pero al menos no se prohibía a las mujeres escuchar; se suponía, simplemente, que no eran capaces de aprender.

–Me gustaría que repasáramos las canciones y los cánticos que hemos estado practicando. Y quiero empezar a enseñarte algo especial: símbolos. Creo que te resultarán interesantes. Algunos son sobre medicina.

–¿Símbolos de medicina? –preguntó Ayla.

Le interesaban, por supuesto. Entraron juntos en el Hogar del Mamut.

–¿Vas a hacer algo con el cuero blanco? –preguntó el anciano, poniendo las esterillas junto al fuego, cerca de su cama–. ¿O piensas guardarlo, como el rojo?

–Sobre el rojo todavía no sé, pero con el blanco quiero hacer una túnica especial. Aprendo a coser, pero soy muy torpe. El cuero blanco salió tan perfecto que no quiero estropearlo. Deegie me enseña, y también Fralie, cuando Frebec no le complica las cosas.

Ayla redujo a astillas algunos huesos para echarlos a las llamas, en tanto Mamut sacaba de entre sus cosas una sección de marfil oval, bastante fina, de superficie grande y curvada; había sido cortada de un colmillo de mamut con un cincel aplicado hasta practicar un profundo surco. Mamut sacó de la fogata un trozo de hueso carbonizado, en tanto Ayla buscaba un cráneo de mamut y un palillo de asta. Con ambos en la manos, se sentó junto al anciano.

–Antes de practicar con el tambor, quiero explicarte ciertos símbolos que utilizamos para ayudarnos a memorizar cosas, como canciones, relatos, proverbios, sitios, fechas, nombres, todo lo que deseamos retener en la memoria –comenzó Mamut–. Tú nos has enseñado a hablar con señas de las manos y con gestos. Me he dado cuenta de que has observado que también nosotros empleamos ciertos gestos, si bien los empleamos menos que el Clan, como los que hacemos con la mano para despedir a alguien o para que venga a nuestro lado. Utilizamos otros símbolos manuales, sobre todo cuando describimos algo o contamos una historia; también cuando Quien Sirve dirige una ceremonia. He aquí uno fácil que te resultará familiar; se parece a un símbolo del Clan.

Mamut hizo un movimiento circular con la mano, mostrando la palma hacia fuera.

–Eso significa «todo» o «todos» –explicó. Después cogió un trozo de hueso carbonizado–. Lo mismo puedo hacer con este trozo de carbón sobre el marfil, ¿ves? –dijo, dibujando un círculo–. Ahora bien, este símbolo significa «todo». Cuando lo veas, aunque no haya sido trazado por otro Mamut, sabrás que significa «todo».

Al anciano chamán le gustaba enseñar a Ayla. Ella era inteligente y aprendía con celeridad. Más aún, aprender le causaba un placer evidente. Su rostro iba reflejando sus sentimientos, su curiosidad e interés, la pura maravilla de comprender.

–¡No se me habría ocurrido nunca! ¿Se puede aprender eso? –preguntó.

–Algunos conocimientos son sagrados; sólo son transmitidos a quienes han sido admitidos en el Hogar del Mamut. Pero casi todos están a disposición de quien demuestre interés. Suele ocurrir que los más interesados acaben por dedicarse al Hogar del Mamut. Los conocimientos sagrados suelen ocultarse tras un segundo significado y hasta tras un tercero. Casi todos saben que este símbolo –trazó un círculo en el marfil– significa «todo» o «todos», pero también tiene otro sentido. Entre los muchos símbolos que representan a la Gran Madre, éste es uno de ellos. Significa Mut, la Creadora de Toda Vida. Hay muchas otras líneas y formas que tienen un significado –prosiguió–. Ésta significa «agua».

Y trazó una línea en zigzag.

–Eso estaba en el mapa, cuando cazamos bisonte –observó Ayla–. Creo quería decir «río»

–Sí, puede representar «río». El significado cambia según cómo, dónde o con qué se dibuje –hizo otro zigzag, con algunas líneas adicionales–. Si está así, significa que el agua no es potable. Y como el círculo, tiene un segundo significado. Es el símbolo de los sentimientos, las pasiones y el amor; a veces es el símbolo del odio. También recuerda un proverbio nuestro: «Cuando el río corre en silencio, el agua que pasa es profunda».

Ayla frunció el entrecejo; tenía la sensación de que el proverbio tenía algo que ver con ella.

–Casi todos los curanderos dan significados a los símbolos para ayudarse a recordar, para recordar los proverbios, por ejemplo. En este caso, esos proverbios se refieren a la medicina, al arte de curar. Por lo común, nadie más los entiende –prosiguió Mamut–. Yo no conozco muchos, pero cuando vayamos a las Reuniones de Verano conocerás a otros curanderos; ellos te dirán más.

Ayla estaba vivamente interesada. Recordaba haber conocido a otras curanderas en las Reuniones del Clan y lo mucho que de ellas había aprendido. Todas le revelaban sus tratamientos y remedios; hasta le enseñaron nuevos ritmos, pero lo mejor era compartir con las demás las propias experiencias.

–Me gustaría aprender más –dijo–. Sólo conozco la medicina del Clan.

–Creo que sabes más de lo que piensas, Ayla. En todo caso, mucho más de lo que los otros curanderos podrán imaginarse al principio. Algunos podrían aprender mucho de ti, pero espero comprendas que tal vez tarden en aceptarte plenamente.

El anciano vio que fruncía el ceño otra vez, lamentando no poder hacer más fácil esa primera presentación. Se le ocurrían varias razones que dificultarían su aceptación por otros Mamutoi, sobre todo en grupos numerosos. Pero todavía no había por qué preocuparse al respecto; por lo tanto, cambió de tema.

–Me gustaría preguntarte algo sobre la medicina del Clan. ¿Todo se basa en los recuerdos? ¿O hay algún modo de ayudarse a recordar?

–Cómo es la planta, en semilla, brote y madura; dónde crece, para qué sirve, cómo se mezcla, prepara y usa: todo eso es de memoria. También recordamos otros tipos de tratamiento. Se me ocurrían modos nuevos de emplear algo, pero eso es porque sé cómo se usa.

–¿No utilizas símbolos ni recordatorios?

Ayla reflexionó un momento. Luego, sonriente, se levantó para ir en busca de su saco de medicinas. Volcó el contenido frente a sí; era un buen surtido de saquitos y paquetes, cuidadosamente atados con cordones y pequeñas correas. Eligió dos de ellos.

–Éste tiene menta –dijo, mostrando uno a Mamut–; éste, brotes de rosal.

–¿Cómo lo sabes? No los has abierto ni olfateado.

–Lo sé porque la menta tiene un cordón hecho con la corteza fibrosa de cierto arbusto y tiene dos nudos en un extremo. El cordón de los brotes de rosal está tejido con pelos largos de cola de caballo; éste tiene tres nudos en hilera, muy juntos. También puedo oler las diferencias si no estoy resfriada, pero algunos remedios muy fuertes tienen poco olor. Se mezclan con hojas de plantas que tengan poco remedio y mucho olor, para no equivocarse. Diferente cordón, diferentes nudos, diferente olor, a veces diferente envoltura. Son recordatorios, ¿no?

–Ingenioso, muy ingenioso –dijo Mamut–. Sí, son recordatorios. Pero aun así debes recordar qué cordones y qué nudos tiene cada cosa, ¿verdad? De cualquier modo, es un buen medio para asegurarse de estar utilizando el remedio adecuado.

Ayla estaba acostada, tenía los ojos abiertos, pero no se movía. Todo estaba oscuro, exceptuando el débil resplandor de las brasas cubiertas de ceniza. Jondalar se acostó, tratando de molestarla lo menos posible al pasar por encima de ella. Ella había pensado en correrse hacia el lado interior, pero decidió no hacerlo; no quería facilitarle las cosas cuando se acostara o se levantara tan en silencio. Él se envolvió en sus propias pieles y permaneció de costado, frente a la pared, sin moverse. Ayla adivinó que no dormía; se moría de ganas de alargar la mano y tocarle, pero ya se había visto rechazada más de una vez y no quería arriesgarse de nuevo. Sufría cuando él decía que estaba cansado, se fingía dormido o no contestaba.

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