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Authors: Jean M. Auel

Los cazadores de mamuts (113 page)

BOOK: Los cazadores de mamuts
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Por fin volvió a la tienda, se deslizó entre sus pieles y cerró los ojos. Pero ni aun así pudo conciliar el sueño. Permaneció despierto pensando en Ayla, en los felices días pasados en el valle, en el amor que fue concentrándose poco a poco. ¡No, la amó desde el primer momento! Lo que sucedió fue que tardó mucho tiempo en reconocerlo y por eso la había perdido. Toda su vida lamentaría haber rechazado su amor. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? No estaba dispuesto a perdonárselo. Jamás olvidaría a Ayla.

Fue una noche larga y difícil. Cuando la primera luz del alba asomó por la abertura de la tienda, Jondalar no pudo soportar más. No podía despedirse de Ayla ni de nadie. Debía partir, simplemente. Sin hacer ruido, recogió sus ropas de viaje, sus mochilas y su equipo de dormir. Cargado con todo, salió en silencio.

–Conque has decidido no esperar –dijo Mamut–. Ya lo suponía.

Jondalar giró en redondo.

–Yo..., eh..., tengo que irme. No puedo seguir aquí. Es hora de...

–Lo sé, Jondalar, y te deseo buen viaje. Te espera un largo camino. Debes decidir por ti mismo lo que creas mejor. Pero recuerda esto: no se puede elegir cuando no hay alternativa –y el anciano desapareció dentro de la tienda.

Cuando Ayla se despertó, el sol entraba a raudales en la tienda. El día era espléndido. Entonces recordó que era el día de la Ceremonia de la Unión, y dejó de parecerle tan espléndido. Sentada en la cama, miró en derredor. Notó algo raro. Tenía la costumbre de mirar hacia el sector de Jondalar apenas despertaba. No estaba allí. «Jondalar se ha levantado muy temprano esta mañana», pensó. No podía quitarse de la cabeza la idea de que algo andaba mal.

Ayla miró hacia el cobertizo de los caballos. Whinney y Corredor parecían estar tranquilos. Lobo estaba con ellos. Volvió a la tienda y echó una ojeada en torno. La mayoría de sus ocupantes ya habían salido. Y entonces notó que el sector de Jondalar estaba desierto; no se había limitado a salir, puesto que faltaban su rollo de dormir y sus mochilas. «¡Jondalar se ha ido!»

Ayla se precipitó fuera, presa del pánico.

–¡Nezzie! ¡Jondalar se ha marchado! ¡Y me ha dejado!

–Lo sé, Ayla. Era de esperar, ¿no lo crees así?

–¡Pero no se ha despedido siquiera! Pensé que se quedaría hasta después de la Ceremonia.

–Eso es precisamente lo que ha querido evitar.

–Pero..., pero... él no me amaba, Nezzie. ¿Qué otra cosa podía hacer yo?

–Todo depende de lo que tú quieras hacer.

–¡Quería irme con él! Pero se ha marchado. ¿Cómo ha podido abandonarme? Iba a llevarme con él, lo teníamos planeado. ¿Qué ha sido de todos nuestros proyectos, Nezzie? –preguntó, en un súbito estallido de sollozos.

La mujer le tendió los brazos y trató de consolarla.

–Los planes cambian, Ayla. La vida cambia, todo cambia. ¿Qué pasa con Ranec?

–No soy la mujer que le conviene. Debería unirse con Tricie. Ella le ama.

–¿Y tú no le amas? Él sí.

–Quería amarle, Nezzie, traté de hacerlo, pero amo a Jondalar. Y ahora él se ha ido –Ayla volvió a sollozar–. No me ama.

–¿Estás segura? –preguntó Nezzie.

–Me ha abandonado sin tan siquiera despedirse, Nezzie. ¿Por qué se ha marchado sin mí? ¿Qué he hecho de malo?

–¿Crees haber hecho algo malo?

Ayla frunció el ceño.

–Ayer quiso hablar conmigo y no se lo permití.

–¿Por qué?

–Porque..., porque él no me quería. Todo el invierno he estado deseando estar con él y él me rehuía. Ni siquiera me dirigía la palabra.

–Y cuando él quiso, por fin, hablar contigo, tú te negaste. A veces ocurre eso.

–Pero sí que quiero hablar con él, Nezzie. Quiero estar con él. Aunque no me ame, quiero estar con él. Pero ya es demasiado tarde, se ha ido. Se levantó y se fue sin más. ¡No, no puede ser! ¡No puede haberme hecho esto!

Nezzie la miró, casi sonriente.

–¿Qué distancia puede haber recorrido caminando, Nezzie? Soy rápida. Tal vez pueda alcanzarle. Tal vez deba seguirle y preguntarle qué era lo que quería decirme ayer. ¡Oh, Nezzie! Debería estar con él... Le amo.

–Entonces ve tras él, hija. Si le quieres, si le amas, ve tras él. Dile lo que sientes. Dale, al menos, la oportunidad de decirte lo que deseaba.

–¡Tienes razón! –Ayla se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano, tratando de pensar–. Eso es lo que debo hacer. Y lo haré ahora mismo.

Ayla echó a correr sendero abajo, aun antes de que Nezzie pudiera agregar una palabra más. Voló por las piedras del río hasta llegar a la pradera. Y allí se detuvo. No sabía hacia dónde ir. Tendría que rastrearlo. Y de ese modo no le alcanzaría jamás.

De pronto, Nezzie oyó dos silbidos penetrantes. Sonrió al ver que el lobo pasaba como una flecha junto a ella. Whinney, con las orejas erguidas, le siguió. Corredor cerraba la marcha. La mujer les siguió con la mirada, cuesta abajo, hacia donde estaba Ayla.

Cuando Lobo llegó junto a ella, le habló, subrayando sus palabras con gestos del Clan.

–Busca a Jondalar, Lobo. ¡Busca a Jondalar!

El animal olfateó el suelo y el aire, y eligió una dirección. Cuando inició la marcha, Ayla reparó en leves marcas de piedras y ramitas rotas. Entonces montó en Whinney de un salto y se lanzó al galope.

Mientras cabalgaba comenzó a hacerse preguntas. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo recordarle que prometió llevarla consigo? ¿Y si se negaba a escuchar? ¿Y si ya no la amaba?

La lluvia había lavado las cenizas volcánicas de los árboles, pero Jondalar caminaba sin preocuparse de la belleza de las praderas y de los bosques que resplandecían en aquel raro día estival. No sabía del todo hacia dónde iba, se limitaba a seguir el río. Pero cada paso que le alejaba del Campamento tornaba sus pensamientos más sombríos.

«¿Por qué la he dejado? ¿Qué me obliga a caminar solo? Tal vez debería dar media vuelta y proponerle que se venga conmigo. Pero ella se niega a seguirte, Jondalar. Es una Mamutoi, está con su pueblo. Ha preferido a Ranec. Sí, ha preferido a Ranec, pero ¿le diste la oportunidad de que eligiera? ¿Qué había dicho Mamut? Había hablado de elección. Ah, sí: “No se puede elegir cuando no hay alternativas”. ¿Qué quería decir?»

Jondalar se había detenido. Exasperado, volvió a ponerse en marcha y, de repente, comprendió. «Nunca le di una oportunidad de elegir. Ayla no eligió a Ranec, al menos al principio. La noche de la adopción sí eligió..., pero ¡aun así! Fue educada por el Clan y jamás se le explicó el significado de la palabra “opción”. Y yo la he rechazado. ¿Por qué me he negado a dejarle una opción antes de irme? Porque no quería escucharte, Jondalar.

»No, porque tenías miedo de que eligiera a otro. ¡Deja ya de mentirte a ti mismo! Ha terminado por cansarse y se ha negado a escucharte. Pero era porque tenías miedo de que prefiriera a otro, Jondalar. Nunca le has dado una opción. ¡Puedes estar orgulloso de ti!

»¿Por qué no te vuelves y le das opción para que elija entre Ranec y tú? ¡Atrévete a ofrecerle tu propuesta! Se está preparando para una ceremonia importante. ¿Qué propuesta le vas a hacer?

»Podrías quedarte. Podrías incluso cohabitar con Ranec. ¿Lo podrías soportar? ¿Aceptarías compartirla con Ranec? Antes que perderla, ¿aceptarías quedarte con los Mamutoi y compartir a Ayla?

Jondalar reflexionó largamente. Sí, se dijo al fin, si no le quedara otro remedio. Pero no era eso lo que él quería. Quería llevársela consigo a su pueblo y establecerse allí con ella. Si los Mamutoi habían aceptado a Ayla, ¿por qué no podían los Zelandonii hacer lo mismo? Habría entre ellos quienes la aceptarían, pero ¿y los demás?

«Ranec puede apoyarse en el Campamento del León y en numerosas relaciones familiares. Pero tú, tú no puedes ofrecerle tu pueblo ni tus relaciones familiares. Existe la contingencia de que los Zelandonii la rechacen, de negarte a ti. Tú no tienes otra cosa que ofrecerle más que a ti.»

¿Qué sería de ellos si los Zelandonii les rechazaban? «Nos iríamos a otra parte. Podríamos volver aquí. No sé. Es un viaje muy largo. Quizá fuera más sensato quedarnos aquí, establecernos aquí. Tarneg andaba buscando un tallador de pedernal para el Campamento que proyectaba fundar. ¿Y qué pinta Ranec en todo esto? Más aún, ¿qué pasa con Ayla? Supongamos que se niega.»

Sumido en sus pensamientos, Jondalar no oyó el sordo golpear de los cascos y se sobresaltó cuando Lobo, bruscamente, saltó sobre él.

–¡Lobo! ¿Qué haces aquí...? –levantó la vista, incrédulo. Ayla descendía de Whinney. La joven se acercó, súbitamente intimidada por la posibilidad de que él la volviera la espalda otra vez. ¿Qué podía decirle? De pronto recordó los primeros días, antes de que ella aprendiera a hablar, y el modo en que la habían enseñado en el Clan a pedir ser escuchada muchos años atrás. Se dejó caer al suelo, con la gracia de una larga práctica, y aguardó con la cabeza inclinada.

Jondalar la contemplaba boquiabierto, sin comprender. Luego recordó la señal. Ella deseaba decirle algo importante, pero no hallaba las palabras apropiadas, por eso empleaba la señal del Clan. ¿Por qué adoptaba esa postura? ¿Qué quería decirle tan importante?

–Levántate –protestó–. No tienes por qué hacer eso.

Entonces le vino a la memoria el gesto adecuado y le dio una palmadita en el hombro. Cuando Ayla levantó los ojos, los tenía llenos de lágrimas. Él se arrodilló en el suelo para limpiárselos.

–¿Por qué haces esto, Ayla? ¿Por qué has venido?

–Ayer trataste de decirme algo, Jondalar, y no te escuché. Ahora soy yo quien pretende decirte algo. Me he sentado al estilo del Clan para pedirte que me escuches. Te lo ruego. ¿Me escucharás sin volverme la espalda?

La esperanza aceleró los latidos del corazón de Jondalar, que quedó enmudecido. Se limitó a asentir con la cabeza, sin soltar las manos de Ayla.

–En otros tiempos querías que yo te acompañara –comenzó ella–, pero yo no quería abandonar el valle –se interrumpió para aspirar profundamente–. Ahora quiero ir contigo adondequiera que vayas. Una vez me dijiste que me amabas, que me querías. Ahora creo que ya no me amas. Aun así quiero ir contigo.

–Levántate, Ayla, por favor –suplicó él, ayudándola a incorporarse–. ¡Yo creía que amabas a Ranec! ¿No ibas a unirte a él? –aún la tenía entre sus brazos.

–No amo a Ranec. Te amo a ti, Jondalar. Nunca dejé de amarte, y no sé por qué perdí tu amor.

–¿Me amas? ¿Todavía me amas? ¡Oh, Ayla, Ayla mía...!

Jondalar la estrechó contra sí, mirándola como si la viera por primera vez, con ojos rebosantes de amor. Ella levantó la cabeza y encontró su boca. Se abrazaron con una pasión desbordada y tierna a la vez, llena de amor, de deseo.

Ayla no podía creer que estuviera en sus brazos, que la deseara, que la amara después del largo tiempo transcurrido. Sus ojos se llenaron de lágrimas que trató de contener, temerosa de que él, de nuevo, la interpretara mal. Luego las dejó fluir libremente, sin importarle.

Él se inclinó hacia su hermoso rostro.

–Estás llorando, Ayla...

–Sólo porque te amo. Tengo que llorar. Ha pasado tanto tiempo y te amo tanto...

Él la besó los ojos, las lágrimas, la boca, y sintió abrirse los labios fememinos para él, con ternura, con firmeza.

–¿Estás realmente aquí, Ayla? Creía haberte perdido y sabía que era por mi culpa. Te amo, Ayla, nunca dejé de amarte. Debes creerme. Nunca dejé de amarte, pero comprendo que hayas pensado lo contrario.

–No querías amarme, ¿verdad?

Él cerró los ojos, con la frente surcada por el dolor de la verdad.

–Me avergonzaba amar a alguien que procedía del Clan, y me odiaba por esa vergüenza. Nunca he sido tan feliz con nadie como contigo. Mientras estuvimos solos, todo fue perfecto. Pero cuando estábamos en compañía..., siempre que hacías algo aprendido del Clan, me sentía abochornado. Y siempre temía que dijeras algo que descubriera tu pasado. Me avergonzaba que se supiera que amaba a una mujer que..., que estaba enamorado de una... abominación.

Le costó decir la palabra. Por fin continuó:

–Todos me decían que toda mujer deseaba ser mía. Que ni la misma Madre podía negárseme. Y parecía verdad. Pero nunca amé realmente a una mujer antes de conocerte. Ahora bien: ¿qué dirían los míos si te llevara conmigo? «Si Jondalar puede tener a la mujer que desee, ¿por qué vuelve con... la madre de un cabeza chata..., con una abominación?» Temía que no te aceptaran y que nos rechazasen a los dos... o que yo acabara rechazándote. No quería optar entre mi pueblo y tú, por temor a que me decantara por ellos.

Ayla, con el ceño fruncido y la vista baja, murmuró:

–No comprendí que era una decisión difícil para ti.

Él le alzó la cara para obligarla a mirarle de frente.

–Te amo, Ayla. Tal vez sólo ahora comprendo lo importante que eres para mí. Y sabiéndolo, sólo tengo una alternativa: tú eres más importante que mi pueblo. Quiero estar dondequiera que estés.

Los ojos de Ayla volvieron a llenarse de lágrimas, por mucho que intentara reprimirlas.

–Si quieres vivir con los Mamutoi –continuó él–, me quedaré y seré Mamutoi. Si quieres que te comparta con Ranec..., lo haré también.

–¿Es eso lo que deseas?

–Si eso es lo que deseas tú... –Jondalar recordó entonces las palabras de Mamut. Tal vez correspondía darle una verdadera oportunidad de elegir, revelándole sus preferencias–. Lo que yo quiero es vivir contigo; eso es lo más importante, créeme. Estaría dispuesto a quedarme, si es lo que deseas. Pero si me preguntas qué es lo que realmente quiero, deseo volver a casa y llevarte conmigo. Eso me haría feliz.

–¿Que te acompañe? ¿Ya no te avergüenzas de mí? ¿No te avergüenzas del Clan y de Durc?

–No. Al contrario, estoy orgulloso de ti. Y tampoco me avergüenzo del Clan. Tú y Rydag me habéis enseñado algo muy importante; quizá sea hora de enseñárselo a los demás. He aprendido muchas cosas que deseo llevar a mi pueblo. Quiero mostrarles el lanzavenablos, los métodos de Wymez para trabajar el pedernal, tus piedras de fuego, el pasahebras, los caballos, el lobo... Con todo eso, tal vez estén dispuestos a escuchar a quien les explique que los del Clan también son hijos de la Madre Tierra.

–Tu tótem es el León Cavernario, Jondalar –dijo Ayla con una certeza absoluta.

–No es la primera vez que me lo dices. ¿Por qué estás tan segura?

–¿Recuerdas lo que te dije? ¿Que era difícil vivir con un tótem poderoso? Sus pruebas son muy duras, pero sus dones, lo que de ellos aprendes, hacen que valga la pena. Has pasado una dura prueba, pero ¿lo lamentas ahora? Este año ha sido difícil para los dos, pero yo he aprendido muchísimo, sobre mí y sobre los Otros. Ya no les tengo miedo. Tú también has aprendido mucho sobre ti y sobre el Clan. Creo que tenías miedo, un miedo diferente. Ahora lo has superado. El León Cavernario es un tótem del Clan, y tú ya no odias a ese pueblo.

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