Pero Nueva Escocia está al este. ¿Qué tiene que ver con los cinco lagos que están a la otra punta?
—
(Dispuesto a discutirlo.)
¿Ah, sí? ¿De manera que está al este?
¿Vas a decírmelo a mí, que he seguido todos tus viajes día por día en el atlas grande del abuelo?
—
(Tose nuevamente cortando el tema.)
Un gran país el Canadá... ¡un gran país! ¿Otra copita?
Sí, gracias.
A mí también; la última.
—
(Sirviendo.)
¿Y qué tal tus negocios?
¿Cuáles?
¿Cuáles van a ser?, las casas, los grandes hoteles.
¿Has hecho alguna iglesia?
No; arquitectura civil nada más.
¡Qué lastima! Me hubiera gustado verte resolver a ti aquel problema de las catedrales góticas; un tercio de piedra, dos tercios de cristal. ¡El trabajo que me dio a mí aquello!
—
(Inquieto.)
¿También has estudiado arquitectura?
No entendía una palabra, pero era una manera de acompañarte desde lejos, cuando los exámenes. ¿Querrás creer que todavía recuerdo algunas fórmulas? "La cúpula esférica, suspendida entre cuatro triángulos curvos, debe tener el diámetro igual a la diagonal del cuadrado del plano." Qué ¿por qué me miras con esa cara? ¿No es así?
—
(Al Abuelo.)
¿Es así?
—
(Ríe nervioso.)
¡Qué bromista! y me lo pregunta a mí. ¿Otra copita, Mauricio?
¡Un vaso, por favor!
¡Bien dicho! A mí también.
Tú no; que se te suba a la cabeza tu nieto, pase, pero con este vino casero, cuidado.
—
(Graciosamente alegre, sin perder dignidad.)
La última de verdad, Fernando, Fernandito, Fernanditito... un dedito así no más... así, así, así...
(Poniéndolo vertical poco a poco. Al ver lo que le sirve.)
¡Tacaño!
De manera que la cúpula esférica suspendida entre cuatro triángulos curvos... ¡Eres formidable, abuela!
Y si un día estudiaras medicina, yo venga microbios. Y si estudiaras astronomía, yo con un gorro de punta y un telescopio así. Pero no; tu oficio es el mejor de todos; los hombres, a hacer casas; las mujeres, a llenarlas...
(Levanta su copa.)
¡Y viva la arquitectura civil!
Vamos abuela; han sido demasiados nervios, y hay que descansar.
¿Esta noche? ¿Dormir yo esta noche después de veinte años esperándola? ¡Esta noche no me lleva a mí a la cama ni la guardia montada del Canadá!
(Bebe.)
Eugenia, por tu bien...
¡Y ahora, música, Isabel! Las ganas que tenía yo de oírte tocar aquella balada irlandesa: "My heart is waiting for you".
¿Qué?
"My heart is waiting for you." ¿No se dice así en inglés?
—
(Aterrada.)
Oh, yes... yes...
Es la canción que más me gusta. La misma que tú estabas tocando el día que te conoció Mauricio ¿no te acuerdas?
—
(Con mayor soltura.)
¡Oh, yes, yes, yes!
¡Al piano, querida, al piano!
(Va al piano sin abandonar su copa, abre la tapa y quita el paño.)
No seas loca ¡música a estas horas!
—
(Rápido a Isabel tomándola de un brazo.)
¿Sabes tocar el piano?
¡El "Bolero" de Ravel, con un dedo!
¡Qué espanto! Esta noche no, abuela: Isabel está rendida del viaje.
No hay descanso como la música. ¡Vamos, vamos!
Mañana, otro día...
¿Y por qué no ahora?
Serán supersticiones pero siempre que Isabel se ha puesto a tocar esa balada, siempre ha ocurrido algo malo.
(En este momento, se oye el cristal de una copa que se rompe. Isabel, que se ha acercado a la mesa, de espaldas al público, da un grito y retira la mano.)
¿No te dije? ¿Qué ha sido?
Nada... el cristal...
¿Te has herido la mano?
No tiene importancia; un arañazo apenas.
Pronto: alcohol, una venda...
Deja; con el licor y el pañuelo es lo mismo.
(Empapa su pañuelo en el licor y le venda la mano.)
Así... pobre hija ¿te duele?
Les juro que no es nada. Lo único que siento es que hemos dejado a la abuela sin música.
Eso no. Tocaré yo algo mío.
¿Pero tú compones también?
A ratos... tonterías para vengarme de los números. Como ésta.
(Se sienta al piano y juega ágilmente los dedos como improvisando.)
El mes de abril en el bosque... está empezando el deshielo. Este es el deshielo.
(Acordes en los graves.)
Las ardillas saltan de rama en rama. Estas son las ardillas.
(Arpegios saltarines en los agudos.)
Y el canto del cuco anuncia el buen tiempo. Aquí está el cuco.
(Canta.)
Cucú, cucú cucú, cucú,
cu-cuando salga el sol
cucú, cucú,cucú, cucú,
florecerá el amor.
El sol dijo "quizá":
la noche dijo "no".
¿Cu-cuándo dirá "sí"
el cuco del amor?
Cucú, cucú cucú, cucú,
¡cu-cuándo dirá sí
cucú, cucú, cucú, cucú,
tu co-co-corazón!
¿Te gusta?
¡Tuya tenía que ser!
(Levanta su copa.)
Por el nieto más nieto de todos los nietos... ¡y viva la música civil! ¡¡Hoopy!!
(Risas.)
A ver, otra vez. ¡Todos! El deshielo; primero el deshielo. Las ardillas: ahora las ardillas. ¡Y ahí sale el cuco!
(Repiten la canción, llevando Mauricio la voz cantante y contestando ellos el canto del cuco y coreando los versos pares. Risas. Aplausos.)
Otro dedito, Fernando. Por el cuco del buen tiempo. El último, último, últ...
(Desfallece un momento llevándose la mano al corazón. Isabel corre a sostenerla.)
¡Abuela!
Basta, Eugenia. A descansar.
—
(Se recobra. Sonríe.)
No ha sido nada. Este maldito pequeño que me da todo lo bueno y todo lo malo. Pero no vayáis a creer que estoy mareada. Un poco de niebla, eso sí... ¿Tengo que acostarme ya, tan pronto?
Es mejor así. Mañana seguiremos.
¡Mañana! Con lo largas que son las noches. Que descanses, Mauricio. Hasta mañana, hija.
(La abraza. Isabel la acompaña hasta la puerta.)
—
(A Mauricio.)
Si tienes costumbre de leer antes de dormir ya sabes dónde está la biblioteca. ¿Quieres algún libro?
¡Un tratado de arquitectura y un atlas del Canadá!
¿Vamos, Fernando? Mañana, la balada irlandesa, ¿eh? Y a ver si sois capaces de soñar algo mejor que vosotros mismos.
(Sale con el abuelo riendo feliz y repitiendo el estribillo. Al quedarse solos, Mauricio resopla desabrochándose el cuello. Isabel se deja caer agotada en un sillón.)
ISABEL y MAURICIO
Vaya, por fin salimos del paso.
Ojalá terminara todo aquí. Yo no he sentido una angustia más grande en mi vida; es como esos equilibristas que andan descalzos entre cuchillos.
Realmente la señora es peligrosa. ¡Tiene una memoria inexorable!
Son años y años de no pensar en otra cosa. ¿Qué sería de esa pobre mujer si de pronto descubriera la verdad?
De nosotros depende. Nos hemos metido en este callejón y ya es tarde para volverse atrás.
¿Y mañana esta farsa otra vez? ¿Y hasta cuándo?
Solamente unos días. Después, un falso cable llamándonos urgentemente, y ahí queda el recuerdo para siempre.
¿Por qué me encargó a mí esto? ¡No puedo, Mauricio, no puedo!
¿Tanto miedo tienes?
Por ella. Será hermoso lo que estamos haciendo, pero al verla entregada como una niña feliz, tuve que hacer un esfuerzo para no gritar la verdad y pedirle perdón. Es un juego demasiado cruel.
Lo que yo me temía: el corazón metiéndose en la comedia. Así no iremos a ninguna parte.
He hecho todo lo que pude. ¿No me he portado bien?
Al principio, sí; aquella timidez de la llegada, aquella escena de la evocación, muy bien. Pero después, aquel sollozo cuando te echaste en sus brazos...
No podía más. También yo sé lo que es vivir sola, y esperando.
Eso es lo que hay que corregir desde el principio. El arte no se hace aquí señorita.
(El corazón.)
Se hace aquí, aquí.
(La frente.)
¿Usted no se emocionó ni un momento?
La emoción verdadera nunca es artística. Por ejemplo; ¿te fijaste con qué ilusión me comí las tortas de nuez con miel? Pues si hay dos cosas que yo no puedo aguantar son la miel y las nueces. Esto es lo que yo llamo una conciencia artística.
(Dando por hecho que no.)
¿A ti te gustaron?
¡Deliciosas!
Es una opinión.
¿Entonces aquel temblor en la voz al verla por primera vez...?
Es un recurso elemental; hasta los racionistas de teatro lo saben.
¿Y aquel abrazo, largo y en silencio, hasta hacerla llorar...?
Todo estaba previsto: con lágrimas en los ojos es más difícil ver claro. ¿Comprendes ahora?
(Isabel lo mira como si hubiera descendido de estatura.)
Ahora sí. Por lo visto tengo mucho que aprender.
Bastante; pero tú llegarás, Isabel.
¿Por qué me sigue llamando Isabel si nadie nos oye? Mi nombre es Marta.
Aquí no. Estamos viviendo otra vida y hay que olvidar completamente la nuestra. Nada de confusiones.
Está bien. Dígame las faltas de esta noche para corregirlas.
Por lo pronto, el beso. Mejor dicho, los dos besos. El primero, demasiado...
¿Fraternal?
Fraternal. Tres años de matrimonio no es tiempo bastante para esa frialdad. En cambio el segundo... ¡el segundo tampoco era un beso de tres años!
¿Demasiado fuerte?
Demasiado. En arte, la medida es el todo.
Disculpe; no volverá a ocurrir.
Así lo espero. Segundo: no me trates nunca de usted. Recuerda que soy tu marido.
Pero estando solos...
Ni estando solos; hay que acostumbrarse. ¿Tú sabes lo que hacen los amantes inteligentes cuando tienen que vivir en sociedad? Se acostumbran a tratarse de usted en la intimidad para no equivocarse luego en público. Nosotros tenemos que hacer lo mismo, al revés.
Perdón, no sabía. Y lo del idioma ¿cómo lo arreglamos?
¿Qué idioma?
El mío, el inglés. La abuela ya has visto que lo sabe. Y yo, por muy básico que sea, no pretenderás que me lo estudie en una noche.
Habrá que hacer un esfuerzo. Hoy el inglés se ha convertido en un idioma tan importante que hasta los norteamericanos van a tener que aprenderlo.
Oh, yes, yes.
¿Te estás burlando?
¿Del maestro? Sería una falta de respeto imperdonable.
No, no, sin ironías; a ti te está pasando algo. Desde hace un momento no me miras como antes. Pareces otra.
¿No serás tú el que me está pareciendo otro a mí?
(Se acerca amistosa.)
Escucha, Mauricio: el otro día cuando me dijiste que tu imitador de pájaros cantaba mejor que el ruiseñor verdadero, hablabas en serio ¿no?
Completamente en serio. Un simple animal, por maravilloso que sea, no puede compararse nunca con un artista.
Entonces ¿de verdad crees que el arte vale más que la vida?
Siempre. Mira ese jacarandá del jardín: hoy vale porque da flor y sombra, pero mañana, cuando se muera como mueren los árboles, en silencio y de pie, nadie volverá a acordarse de él. En cambio si lo hubiera pintado un gran artista, viviría eternamente. ¿Algo más?
Nada más. Es todo lo que quería saber.
(Se dirige a la escalera.)
Un momento. Hasta ahora sólo te he corregido los errores; pero no sería justo si no elogiara también los aciertos.
¿He tenido algún acierto? Menos mal.
Uno sobre todo: el truco para no tocar el piano.
Ah, lo de la mano herida. ¿Estuvo bien?
Ni yo mismo lo hubiera hecho mejor. ¿Con qué te pintaste el rojo de la sangre? ¿Con la barra de labios?
Con la barra de labios.
Me lo imaginé en seguida. ¡Felicitaciones!
(Le estrecha la mano. Isabel reprime una queja retirando la mano. Mauricio la mira sorprendido.)
¿Qué te pasa?
Nada... los nervios.
(Va a la escalera. Mauricio la detiene imperativo y la arranca el pañuelo.)
¡Espera! ¿Pero te has clavado el cristal de verdad?
No se me ocurrió otra cosa. Una mentira hay que inventarla; en cambio la verdad es tan fácil. Buenas noches.
(Vuelve a ponerse el pañuelo y comienza a subir.)
¿No te ofenderás si te digo una cosa?
Di.
Tienes demasiado corazón. Nunca serás una verdadera artista.
Gracias. Es lo mejor que me has dicho esta noche.
(Va a seguir. Se vuelve.)
¿Y tú no te ofendes si yo te digo otra?
Di.
Si algún día tuvieran que desaparecer del mundo todos los árboles menos uno... a mí me gustaría que fuera ese jacarandá. ¿Perdonada?
Perdonada.
Buenas noches, Mauricio.
Hasta mañana... Marta-Isabel.
(Queda apoyado en la baranda mirándola subir. Arriba vuelve a oírse el carillón.)