Lo que no te mata te hace más fuerte (11 page)

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Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
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—Sí, sí, te espero —contestó Gabriella.

—Gracias, muy amable. Debo disculparme, es que aquí hay un poco de lío. ¿Qué te estaba diciendo?

—Estabas hablando de las pequeñas piezas del puzle.

—Sí, eso es. Ensamblamos alguna que otra pieza, siempre hay alguien que comete una imprudencia por muy profesional que sea o que…

—¿Qué?

—… habla, menciona una dirección o algo; en este caso más bien un…

Alona volvió a callarse: nada más y nada menos que el comandante Jonny Ingram, uno de los auténticos peces gordos de la organización, con contactos que llegaban hasta la Casa Blanca, había entrado en la oficina. Era cierto que Jonny Ingram procuraba parecer igual de
cool
y aristocrático que siempre, incluso bromeó con un grupo de gente que había al fondo. Pero no podía engañar a nadie. Por debajo de esa refinada y bronceada fachada —desde su época de jefe del centro de criptografía de la NSA de Oahu lucía el mismo y perfecto bronceado durante todo el año— se intuía en su mirada un fondo nervioso, y ahora parecía reclamar la atención de todos.

—¿Oye? ¿Sigues ahí? —preguntó Gabriella al otro lado de la línea.

—Lo siento. Tengo que cortar. Te volveré a llamar —se disculpó Alona, y colgó. Y en ese preciso momento empezó a preocuparse de verdad.

Se notaba en el ambiente que algo terrible había ocurrido, quizá un nuevo atentado terrorista de grandes dimensiones. Pero Jonny Ingram continuaba tranquilamente su teatro y, aunque retorcía las manos y tenía gotas de sudor en el labio superior y en la frente, insistía una y otra vez en que no había sucedido nada grave. Se trataba tan sólo de un virus, explicó, que se había colado en la intranet a pesar de todas las medidas de seguridad.

—Hemos apagado nuestros servidores para respetar el protocolo de seguridad —dijo. Y por un instante logró calmar el ambiente. «Joder, un maldito virus», parecía pensar la gente. «Pues tampoco será tan grave».

Pero luego el discurso de Jonny Ingram tomó derroteros demasiado prolijos y farragosos, y entonces Alona no pudo controlarse y le gritó:

—¡Habla claro!

—Aún no sabemos gran cosa porque acaba de pasar hace muy poco, pero es posible que hayamos sufrido una intrusión. Os volveremos a informar en cuanto sepamos algo más —respondió Jonny Ingram, de nuevo manifiestamente inquieto. Y un murmullo recorrió la sala.

—¿Son los iraníes otra vez? —quiso saber alguien.

—Creemos… —contestó Ingram.

Pero fue interrumpido. El que, como era lógico, tendría que haber estado allí explicando lo que había pasado desde el principio le cortó en seco mientras se levantaba con su imponente figura de oso, y en ese momento nadie pudo negar que constituía una imagen impactante e intimidatoria. Si Ed Needham se había mostrado derrotado y conmocionado hacía tan sólo un instante, ahora irradiaba una enorme determinación.

—No —le espetó—. Esto es obra de un
hacker
, un puto
superhacker
de mierda al que le voy a cortar los huevos. Y nada más.

Gabriella Grane acababa de ponerse el abrigo para marcharse a casa cuando Alona Casales volvió a llamar. Al principio se molestó, no sólo por el desconcierto creado en su última conversación, sino porque quería irse antes de que la tormenta se volviera ingobernable. Según el pronóstico de la radio, soplarían vientos de hasta cien kilómetros por hora y la temperatura alcanzaría los diez grados bajo cero, y Gabriella llevaba ropa demasiado fina, exageradamente fina.

—Siento la tardanza —empezó diciendo Alona Casales—. Hemos tenido una mañana de locos. Un caos total.

—Aquí también —respondió Gabriella con educación mientras miraba su reloj.

—Pero bueno, como te decía, te llamo por un asunto muy importante, al menos eso es lo que creo. No resulta del todo fácil evaluarlo. Acabo de empezar a investigar a un grupo de rusos, ¿te lo había comentado? —continuó Alona.

—No.

—Bueno, probablemente también haya alemanes y estadounidenses, y hasta es posible que algún que otro sueco.

—¿De qué tipo de grupo estamos hablando?

—De un grupo criminal, unos delincuentes bastante sofisticados que ya no atracan bancos ni venden droga sino que se concentran en robar secretos industriales e información empresarial confidencial.


Black hats
[3]
.

—Sí, pero no sólo son
hackers
. También se dedican al chantaje y a los sobornos. Quizá también a esa cosa tan anticuada que llamamos asesinato. Aunque, para ser sincera, aún no tengo mucho sobre ellos, más que nada una serie de códigos y conexiones sin confirmar, y luego un par de nombres —los de verdad— de algunos jóvenes ingenieros informáticos de rango inferior. En cualquier caso, lo suyo es el espionaje industrial de más alto nivel; por eso el asunto ha acabado en mi mesa. Existe el temor de que parte de nuestra tecnología punta haya terminado en manos de los rusos.

—Entiendo.

—Pero no resulta fácil llegar a ellos. Sus sistemas de encriptación son muy buenos y, aunque me he esforzado mucho, no he podido llegar a la cúpula; lo único que he sacado en claro es que al líder se le conoce como Thanos.

—¿Thanos?

—Sí, una derivación de Thanatos, el dios de la muerte en la mitología griega, hijo de Nyx, la noche, y hermano gemelo de Hypnos, el sueño.

—Qué dramático.

—Qué infantil, diría yo. Thanos es un siniestro malhechor de Marvel Comics, ya sabes, esos cómics que tienen héroes como Hulk, Iron Man y el Capitán América, y eso, para empezar, no es muy ruso que digamos, pero sobre todo es…, ¿cómo te lo diría…?

—¿Travieso y soberbio a la vez?

—Pues sí, como si se tratara de una pandilla de arrogantes universitarios que nos estuvieran tomando el pelo, y eso me fastidia muchísimo. Bueno, la verdad es que hay un montón de detalles en esta historia que me fastidian. Por eso me interesé tanto cuando, a través de la inteligencia de señales, nos enteramos de que esa red podría haber tenido entre sus filas a un desertor, alguien que quizá nos habría podido ofrecer un poco de información si hubiéramos sido capaces de echarle el guante antes de que lo hicieran ellos. Pero ahora que hemos estudiado el tema más detenidamente nos hemos dado cuenta de que las cosas no son como pensábamos. En absoluto.

—¿En qué sentido?

—El que había desertado no era un criminal, sino una persona honrada que había abandonado una empresa en la que esta organización criminal tiene topos, alguien que tal vez se haya enterado, por mero azar, de algo decisivo.

—Sigue.

—Y consideramos que existe una amenaza real y seria contra él. Necesita protección. Hasta hace bien poco no teníamos ni idea de dónde buscarlo. No sabíamos ni siquiera en qué empresa había trabajado. Pero ahora creemos haberlo localizado —continuó explicando Alona—. Hace unos días uno de esos personajes insinuó por pura casualidad, como de pasada, algo sobre esta persona. Dijo que con él se les habían jodido todas las malditas «T».

—¿Las malditas «T»?

—Sí, sonaba de lo más críptico y raro, pero tenía la gran ventaja de que era algo concreto, perfectamente abierto a búsquedas. Luego, bueno, la frase exacta «malditas T» no dio resultado alguno, claro, pero las «T» en general, evidentemente, sí; y las palabras con «T» relacionadas con las empresas —de alta tecnología, se suponía— conducían siempre a lo mismo: a Nicolas Grant y a su máxima «Tolerancia, Talento y Transversalidad».

—O sea, Solifon —dijo Gabriella.

—Creemos que sí. Al menos nos dio la sensación de que todas las piezas encajaban. Luego empezamos a investigar quién se había ido de Solifon hacía poco, algo que al principio no nos llevó a ningún sitio, pues, como te puedes imaginar, es una empresa con mucha movilidad. Creo, incluso, que es uno de los pilares de su filosofía: que haya un flujo constante de superdotados que vayan entrando y saliendo. Pero después nos centramos en lo de las «T». ¿Sabes qué es lo que Grant quiere decir con eso?

—No del todo.

—Es su receta para la creatividad. Con «Tolerancia» quiere transmitir la necesidad de consentir tanto las ideas extrañas como a las personas extrañas. Cuanta más amplitud de miras haya hacia aquellos que se desvían de lo normal o hacia las minorías en general, más receptividad habrá hacia las nuevas formas de pensamiento. Es un poco como Richard Florida y su índice gay, ya sabes: donde hay tolerancia para gente como yo, hay también una mayor amplitud de miras y creatividad.

—Las organizaciones demasiado homogéneas y dogmáticas no consiguen nada.

—Exacto. Y el Talento —bueno, en realidad habla de Talentos— no sólo logra buenos resultados, sino que también atrae a otros talentos. Se crea así un ambiente donde es atractivo moverse. Para Grant era más importante, ya desde el principio, atraer a los tipos más creativos e inteligentes que a unos expertos muy especializados en una determinada materia. Hay que dejar que los talentos decidan la orientación del trabajo y no al revés, decía.

—¿Y la Transversalidad?

—Que las ideas boten de un lado a otro sin impedimentos ni obstáculos. Que dichos talentos estén cerca unos de otros y que no haya que pasar por ninguna enrevesada y compleja burocracia para verse. Que no haya que concertar citas ni hablar con secretarias. Que resulte muy fácil entrar por la puerta y ponerse a hablar con quien sea. Como seguramente sabrás, Solifon tuvo un éxito extraordinario. Desarrollaron tecnología punta y rompedora en toda una serie de ámbitos…, bueno, incluso —y que esto quede entre tú y yo— aquí, en la NSA. Pero luego apareció un nuevo genio, un compatriota tuyo, y con él…

—… se jodieron todas las malditas «T».

—Exactamente.

—Y ése era Balder.

—En efecto, y no creo que sea una persona que tenga problemas con la tolerancia, ni con la transversalidad tampoco. Pero desde el primer momento propagó a su alrededor una especie de veneno y se negó a compartir con nadie nada de lo que estuviera haciendo. En un pispás consiguió estropear el buen ambiente que había entre los investigadores de élite de la empresa, y el hecho de que empezara a acusar a la gente de ser unos ladrones y unos simples copiones no mejoró mucho las cosas. Encima le montó una buena al jefe, a Nicolas Grant. Pero Grant se ha negado a contar aquel episodio, tan sólo se ha limitado a decir que fue un asunto privado. Poco tiempo después, Balder abandonó la empresa.

—Sí, ya lo sé.

—Bueno, supongo que para la mayoría de sus compañeros su marcha no provocó más que alegría. Se empezó a respirar mejor ambiente y, de nuevo, los unos comenzaron a fiarse de los otros, por lo menos más que antes. Pero Nicolas Grant no estaba contento, y mucho menos sus abogados: Balder se había llevado consigo aquello que había desarrollado en Solifon, y existía un sentir general —los rumores se sucedían quizá, precisamente, porque nadie había podido ver lo que había hecho— de que se hallaba en posesión de algo sensacional que podía revolucionar ese ordenador cuántico que Solifon estaba fabricando.

—Además, en términos jurídicos, lo que él había hecho en Solifon pertenecía a la empresa, no a él.

—Exacto. Así que por muchos escándalos que Balder les montara y por mucho que les gritara que eran todos unos ladrones, en realidad allí no había más ladrón que él, razón por la cual dentro de poco, como sabes, lo llevarán a juicio, a no ser que Balder sea capaz de meterles el miedo en el cuerpo a esos abogados de altos vuelos con lo que sabe. Ése es su seguro de vida, dice, y puede que así sea. Pero en el peor de los casos también podría significar…

—Su muerte.

—Eso es lo que me preocupa —continuó explicando Alona—. Estamos viendo indicios cada vez más sólidos de que algo serio se está cociendo, y ahora tengo entendido por tu jefa que tú nos podrías ayudar con algunas piezas del puzle.

Gabriella contempló la tormenta; añoraba su casa y sentía un intenso deseo de escapar de todo aquello. Aun así, se quitó el abrigo que se acababa de poner e, invadida por una sensación de profunda inquietud, volvió a sentarse en su silla.

—¿En qué os puedo ayudar?

—¿Qué crees tú que sabe?

—¿Debo interpretar eso como que no habéis podido pinchar su teléfono ni
hackear
su ordenador?

—No puedo contestarte a eso, corazón. ¿Qué crees tú?

Gabriella recordó ese día no muy lejano en el que Frans Balder se presentó en su despacho y le comentó en voz baja que estaba soñando con «una nueva vida», fuera lo que fuese lo que había querido decir con ello.

—Supongo que ya estás al tanto —dijo Gabriella— de que Balder sostiene que, antes de irse a Solifon, alguien le robó su investigación en Suecia. La FRA indagó en el tema y realizó un estudio bastante profundo que acabó por darle la razón parcialmente, aunque no fueron capaces de avanzar en el asunto. Conocí a Balder a raíz de esa investigación, y no me cayó muy bien, la verdad. Me ponía la cabeza como un bombo y se mostraba insensible a todo lo que no fuera él o sus indagaciones. Recuerdo haber pensado que ningún éxito merece tal obsesión; si para llegar a ser una figura mundial se necesita una actitud así, yo no quiero serlo ni en sueños. Pero quizá me influyera la sentencia que se dictó en su contra.

—¿La sentencia de la custodia?

—Sí, acababa de perder todos los derechos que tenía sobre su hijo autista, ya que lo desatendió por completo, tanto que un día al pobre niño se le vino encima prácticamente toda una librería que Frans tenía en su casa, de modo que cuando me enteré de que había terminado enemistándose con todo el mundo en Solifon lo entendí a la perfección. «Tú te lo has buscado», pensé más o menos.

—¿Y qué pasó después?

—Regresó, y entonces se habló de que deberíamos darle algún tipo de protección, así que volví a verlo. Hará sólo un par de semanas, y la verdad es que fue increíble. Estaba muy cambiado. No sólo porque se hubiese afeitado la barba y estuviera peinado y más delgado, sino porque también se mostraba más callado, hasta un poco inseguro. Ya no quedaba ni rastro de aquel carácter obsesivo, y me acuerdo de que le pregunté si le preocupaban esos juicios que le esperaban. ¿Y sabes lo que me contestó?

—No.

—Me soltó con un tremendo sarcasmo que no estaba preocupado, puesto que todos éramos iguales ante la ley.

—¿Y qué quiso decir con eso?

—Que somos iguales si pagamos lo mismo. En su mundo, decía, la ley no era más que una espada con la que se atravesaba a personas como él. De modo que sí, estaba preocupado por eso. Y también porque sabía cosas que le pesaban, aunque era eso lo que lo podía salvar.

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