Ella levantó el vaso y bebió el contenido con un brusco movimiento del brazo, sin doblar la muñeca, como hacía Gerald cuando bebía su whisky. Lo bebió antes de pensar la práctica que demostraba y lo poco propio de una dama que era el ademán. Él no perdió el detalle y sonrió con ironía.
—Siéntate y hagamos unos cuantos agradables comentarios sobre la elegante recepción a que hemos asistido.
—Estás borracho —dijo Scarlett fríamente—, y yo me voy a la cama.
—Estoy muy borracho y tengo la intención de estar más borracho todavía antes de que acabe la noche. Pero tú no te vas a ir a la cama; todavía no. Siéntate.
Su voz tenía un resto de su frío acento; pero bajo las palabras se podía notar la violencia que luchaba por subir a la superficie, violencia tan cruel como el chasquido de un látigo. Ella vaciló un momento, pero Rhett se colocó a su lado, cogiéndola del brazo con garra que hería. La retorció un poco y Scarlett se sentó rápidamente con un grito de dolor. Ahora tenía miedo, más miedo que había tenido en su vida. Cuando él se inclinó sobre ella, pudo ver que su rostro era de un rojo oscuro y que su mirada brillaba con terrible fulgor. Había algo que ella no podía reconocer, que no podía comprender, algo más hondo que ira, más fuerte que dolor, algo que la dominaba, hasta que sus ojos se pusieron rojos como carbones ardientes. La miró durante un rato tan largo que la mirada de ella, desafiadora, tuvo que ceder, y entonces él se dejó caer en una silla y se sirvió otro vaso. Scarlett reflexionó rápidamente, intentando trazarse una línea de defensa. Pero, hasta que él hablase, no podía saber qué decir, porque no sabía exactamente de qué la iba a acusar.
Él bebió despacio, mirándola a través del vaso; y ella dominó sus nervios tratando de no temblar. Por un momento, el rostro de Rhett no varió de expresión, pero, por fin, se echó a reír, sin dejar de mirarla, y, al oírle, ella no pudo reprimir un temblor.
—Fue una comedia divertidísima la de esta noche, ¿verdad?
Scarlett no contestó, retorciendo sus dedos en el deseo de dominar su miedo.
—Una comedia divertidísima, sin una falla. Todo el pueblo reunido para lanzar la piedra a la mujer perdida, el marido engañado al lado de su mujer, como debe estar un caballero, la mujer engañada adelantándose con espíritu cristiano y extendiendo la sombra de su reputación inmaculada sobre todo ello, y el amante...
—Por favor...
—No hay favor. Esta noche, no. Es demasiado divertido. Y el amante con el aspecto de un condenado y deseando haberse muerto. ¿Qué efecto hace, querida mía, el ver a la mujer odiada defenderle a uno y cubrir misericordiosamente sus culpas? Siéntate.
Scarlett se sentó.
—No la aprecias ni una pizca más por eso. Me imagino que te preguntas si está enterada de todo sobre Ashley y tú; que te preguntas por qué hizo eso si lo sabe. Si lo hizo sencillamente por no quedar ella en ridículo. Y piensas que ha sido una loca al hacerlo, aunque así haya salvado tu propio pellejo, pero...
—No quiero escuchar.
—Ya lo creo que me escucharás. Y voy a decirte esto para aliviar tu tormento. Melanie es una loca, pero no del estilo que tú te imaginas. Estaba claro que alguien se lo había dicho, pero ella no lo creyó. Aunque lo viera, no lo creería. Es demasiado honrada para concebir la deshonra en alguien a quien ama. Yo no sé qué mentira le diría a Ashley Wilkes, pero pudo ser de lo más torpe, porque Melanie quiere a Ashley y te quiere a ti. Te aseguro que no puedo comprender por qué te quiere a ti, pero te quiere. Ése será uno de tus suplicios.
—Si no estuvieses tan borracho y tan insultante, te lo explicaría todo —dijo Scarlett, recobrando cierta dignidad—. Pero ahora...
—No tengo ningún interés en oír tus explicaciones. Sé la verdad mejor que tú. ¡Por Dios, si te levantas de esa silla una vez más...! Y lo que encuentro más divertido en toda la comedia de esta noche es el hecho de que, mientras me has estado negando tan virtuosamente las dulzuras de tu lecho, a causa de mis muchos pecados, has estado pecando en tu corazón con Ashley Wilkes. Pecando en tu corazón. Es una bonita frase. ¿Verdad? Hay frases bonitas en este libro. ¿No es cierto?
¿Qué libro? ¿Qué libro? La imaginación de Scarlett corría como loca, mientras lanzaba miradas frenéticas por la habitación, observando lo mate que resultaba la plata maciza con aquella luz, lo terriblemente oscuros que estaban los rincones.
—Y me negabas esas dulzuras, porque mis groseros ardores eran demasiado para tu refinamiento, porque no querías más hijos. ¡Qué daño me hace eso, corazón mío! ¡Qué daño me hace! Así, yo me marché y encontré agradables compensaciones y te dejé entregada a tus refinamientos. Y tú pasaste todo ese tiempo persiguiendo al sufrido señor Wilkes. ¡Maldito sea! ¿Qué le atormenta? ¿No puede ser fiel a su mujer con su mente e infiel con su cuerpo? A ti no te importaría tener hijos de él, ¿verdad?..., y hacerlos pasar por míos.
Scarlett se puso en pie dando un grito, y Rhett se acercó a ella, riendo con la risa suave que le helaba la sangre. La obligó a sentarse y se inclinó sobre ella.
—Mira mis manos, querida —dijo, moviéndolas ante sus ojos—. Podría hacerte pedazos con ellas sin ningún trabajo y lo haría si con eso pudiese arrancarte a Ashley de la imaginación. Pero no lo conseguiría. Y por eso estoy pensando: verás cómo voy a arrancártelo. Voy a poner mis manos así a cada lado de tu cabeza y te voy a aplastar el cráneo entre ellas como si fuese una nuez, y así te lo sacaré.
Rhett cogió con sus manos la cabeza de Scarlett por debajo del rizado cabello y duramente la obligó a volver hacia él el rostro. Ella estaba mirando la cara de un extraño, un extraño, borracho, de voz pastosa. Nunca había carecido de valor animal y frente al peligro sintió de nuevo que corría por sus venas, que enderezaba su busto y daba vida a sus ojos.
—¡Loco borracho! —dijo—. ¡No me toques!
Con gran sorpresa vio que él la soltaba y sentándose en el borde de la mesa se servía otro vaso de brandy.
—Siempre he admirado tu sangre fría, querida, pero nunca como ahora, que estás acorralada.
Ella se ciñó más la bata. ¡Oh, si pudiese por lo menos llegar a su cuarto y cerrar la puerta con llave y quedarse sola! No tenía más remedio que dominar a aquel Rhett desconocido, que obligarle a dejarla. Se levantó de prisa aunque le temblaban las rodillas, se cruzó la bata y se echó atrás el pelo que le caía sobre la cara.
—No estoy acorralada —dijo, valiente—. Tú no me acorralarás ni me asustarás nunca, Rhett Butler. No eres más que una bestia borracha, y has pasado tanto tiempo con malas mujeres, que no puedes comprender otra cosa que no sea maldad. No puedes entendernos ni a Ashley ni a mí. Has vivido en el cieno demasiado tiempo para conocer nada más. Estás celoso de algo que no puedes comprender. Buenas noches.
Se volvió rápidamente, dirigiéndose hacia la puerta, pero una carcajada la obligó a detenerse. Lo miró y entonces él cruzó la habitación, tambaleándose, hasta llegar a su lado. ¡Dios santo, si pudiese dejar de reírse de aquel modo! ¿Qué había digno de risa en todo aquello? Cuando Rhett llegaba a su lado ella estaba de espaldas a la puerta. Él apoyó pesadamente las manos sobre sus hombros y la apretó contra la pared.
—No te rías así.
—Me río porque me das lástima.
—¿Lástima de mí? Ten lástima de ti mismo.
—¡Sí, Dios mío! Me da lástima de ti, loca querida. Te duele, ¿verdad? No puedes soportar ni la risa ni la lástima. ¿No es así?
Cesó de reír, apoyándose con tanta fuerza sobre sus hombros que le hizo daño. Su rostro cambió de expresión y se inclinó tan cerca de Scarlett que el fuerte olor del whisky obligó a ésta a volver la cabeza.
—Estoy celoso —dijo—. ¿Y por qué no? Sí, es verdad. Estoy celoso de Ashley Wilkes. ¿Por qué no? No trates de hablar y de explicar. Ya sé que físicamente me has sido fiel. ¿No era eso lo que me querías decir? ¡Oh, lo he sabido todo el tiempo, todos estos años! ¿Que cómo lo sabía? ¡Oh, bien conozco a Ashley Wilkes y su educación! Sé que es honrado y un caballero. Y eso, querida mía, es más de lo que podría decir de ti o de mí, en este asunto. Ni soy caballero, ni tú eres una señora, ni tenemos honor, ¿verdad? Por eso prosperamos como árboles verdes.
—Déjame marchar. No voy a quedarme aquí para que me insultes.
—No te insulto; estoy ponderando tus virtudes físicas. Y no me has engañado un solo momento. ¿Tú crees que los hombres son tan locos, Scarlett? No debías rebajar la fuerza y la inteligencia de tu antagonista. Yo no soy idiota. ¿Crees que no sé que has estado en mis brazos intentando hacerte la ilusión de que estabas en los de Ashley Wilkes?
Los ojos de ella se abrieron desmesuradamente y el miedo y el asombro se dibujaron en su rostro.
—Agradable cosa en verdad, aunque algo fantástica. Como el estar tres en un lecho en que sólo deben estar dos.
Rhett se encogió ligeramente de hombros, hipó y rió burlonamente.
—¡Oh, sí, me has sido fiel porque Ashley no te ha querido! Pero yo no le hubiera negado tu cuerpo. Sé lo poco que valen los cuerpos, especialmente los de las mujeres. Pero le negaría tu corazón y tu querida, dura y obstinada alma. Él no quiere tu alma, el muy idiota, y yo no quiero tu cuerpo. Puedo comprar los cuerpos de mujeres que quiera, y baratos. Pero quiero tu corazón y tu alma, y nunca los tendré. Lo mismo que tú no tendrás nunca la mente de Ashley. Y por eso es por lo que te compadezco.
Aun a través del miedo y del asombro, el sarcasmo de Rhett la hirió.
—¿Compadecerme... a mí?
—Sí, te compadezco porque eres muy chiquilla, Scarlett. Una chiquilla encaprichada con la luna. ¿Qué haría una chiquilla con la luna si la consiguiese? ¿Y qué harías tú con Ashley? Sí, me das lástima, me da lástima ver que tiras la felicidad con ambas manos e intentas alcanzar algo que nunca te hará feliz. Me das lástima porque eres tan loca que no sabes que no puede haber felicidad más que cuando se juntan los que se parecen. Si yo me muriese, si Melanie se muriese y tuvieras, por fin, a tu honrado amante, ¿crees que ibas a ser feliz con él? ¡Cielos! ¡No! ¡Nunca lo conocerías, nunca sabrías lo que estaba pensando, nunca lo comprenderías, como no comprendes la música, la poesía, ni nada que no sea dólares y centavos. He aquí por qué, esposa de mi alma, nosotros hubiéramos podido ser perfectamente felices si hubieras puesto en ello el menor interés; porque nos parecemos tanto. Los dos somos unos bribones, Scarlett, y nada se nos pone por delante cuando queremos algo. Hubiéramos podido ser felices, Scarlett, porque yo te quiero y te conozco hasta la médula de los huesos, de un modo que Ashley no podrá conocerte nunca... Y te despreciaría si te conociera. Pero no; te pasarás la vida suspirando por un hombre a quien no puedes comprender. Y yo, vida mía, seguiré suspirando por las prostitutas. Y me atrevo a decir que acertaremos más que muchos matrimonios.
La soltó de repente y volvió con pasos vacilantes hacia la botella. Por un momento, Scarlett permaneció como si hubiera echado raíces, barajando los pensamientos en su mente tan rápidamente, que no podía detenerse en ninguno de eEos lo bastante para examinarlos. Rhett había dicho que la quería. ¿Lo pensaba realmente? ¿O era sencillamente que estaba borracho? ¿O bien sería una de sus horribles burlas? Corrió como una flecha hasta el oscuro vestíbulo. ¡Oh, si pudiese llegar a su cuarto! Se torció el tobillo y la chinela casi se le salió; cuando se detuvo para quitársela de un puntapié, Rhett, corriendo silencioso como un indio, había llegado a su lado en la oscuridad. Sintió sobre su cara su aliento cálido y sus manos la rodearon rudamente, por debajo de la bata, en contacto con su piel desnuda.
—Me echaste fuera de tu alcoba, mientras le dabas caza. ¡Por Dios, que ésta es la noche en que va a haber dos en mi cama!
La balanceó en sus brazos y echó a correr con ella escaleras arriba. Le apretaba la cabeza contra su pecho; Scarlett percibía el latir como de martillazos de su corazón. Le hizo daño y ella gritó ahogadamente, asustada. Él subía en la profunda oscuridad sin detenerse, y ella estaba loca de terror. Era un loco desconocido, y los rodeaban unas tinieblas que ella también desconocía, más negras que la muerte. Parecía que la muerte la llevase entre los brazos, lastimándola. Scarlett chilló, ahogada contra él, y él, deteniéndose rápidamente en el descansillo y volviéndola, se inclinó y la besó tan salvajemente, que borró de su mente todo, excepto la oscuridad en la cual se hundía y los labios que oprimían los suyos... Rhett temblaba cual si lo sacudiese un fuerte viento, y sus labios, corriéndose desde los labios de ella adonde la bata se había soltado de su cuerpo, cayeron sobre su suave carne. Murmuraba cosas que ella no podía oír, sus labios evocaban sensaciones que nunca había experimentado. Ella era oscuridad y él era oscuridad, y no habían sido nunca nada hasta aquel momento; sólo oscuridad, y los labios de él sobre ella. Scarlett intentó hablar, pero la boca de Rhett estaba de nuevo en la suya. De repente, sintió un estremecimiento salvaje, como nunca lo había sentido, alegría, miedo, excitación, rendición a los brazos que eran demasiado fuertes, a los labios demasiado magulladores, al destino demasiado arrollador. Por primera vez en su vida sentía a alguien más fuerte que ella, alguien a quien no podía dominar ni romper, alguien que la estaba dominando, con quien no podía jugar. Sin saber cómo, sus brazos rodearon el cuello de Rhett y sus labios temblorosos buscaron los de él, mientras ambos subían, subían en la oscuridad, una oscuridad que era suave, acariciadora y envolvente.
Cuando Scarlett se despertó a la mañana siguiente, Rhett se había marchado y, a no ser por la almohada arrugada que ella tenía a su lado, hubiera podido creer los acontecimientos de la pasada noche un sueño salvaje y absurdo. Al recordarlos se puso como la grana y, cubriéndose con las ropas de la cama, permaneció bañada por la luz del sol, procurando analizar las impresiones que se mezclaban en su mente.
Dos cosas resultaban evidentes. Había vivido durante años con Rhett, dormido con él, comido con él, disputado con él, dado a luz a su hija y, a pesar de todo, aún no lo conocía. El hombre que la había llevado en sus brazos escaleras arriba, en la oscuridad, era un extraño cuya existencia ni siquiera había sospechado. Y ahora, aunque intentaba odiarlo, indignarse, no lo conseguía. La había humillado e insultado, había abusado de ella brutalmente durante toda una noche salvaje y loca, y ella lo había soportado con alegría.