Scarlett, asustada e intrigada, miró a Melanie y luego al agotado Ashley, y poco a poco empezó a comprender. Iba a gritar: «¡Pero si no puede estar bebido!». Mas ahogó sus palabras. Comprendió que estaba presenciando una comedia, una desesperada comedia en la que se jugaban las vidas de aquellos hombres. Se dio cuenta de que ni ella ni tía Pittypat tomaban parte en la representación. Pero todos los demás sí, y se lanzaban réplicas uno a otro como los actores de un drama bien ensayado. Sólo entendió a medias, pero lo suficiente para callarse.
—¡Póngalo en la silla! —gritó Melanie indignada—. Y usted, capitán Butler, salga de esta casa inmediatamente. ¿Cómo se atreve usted a presentarse delante de mí, trayéndomelo otra vez de ese modo?
Los dos hombres instalaron a Ashley en una mecedora, y Rhett, tambaleándose, se agarró al respaldo de la silla para sostenerse y se dirigió al capitán con voz de disgusto:
—Bonito modo de darme las gracias, ¿verdad? Yo por evitar que la policía lo recogiera y lo trajera a casa y él vociferando y queriendo arañarme.
—¡Y tú, Hugh Elsing, me avergüenzo de ti! ¿Qué diría tu pobre madre? Bebido y de juerga con un amigo de los yanquis como el capitán Butler.
—¡Cielos, señor Wilkes! ¿Cómo ha podido hacer tal cosa? —Melanie, yo no estoy tan, tan... bebido —balbuceó Ashley; y con estas palabras cayó de bruces sobre la mesa con la cabeza sepultada entre los brazos.
—Archie, llévatelo a su cuarto y mételo en la cama, como siempre —ordenó Melanie—. Tía Pitty, por favor, corre a arreglarle la cama y... —De repente prorrumpió en sollozos—. Oh, ¿cómo ha podido, después de tanto como me prometió...
Archie había pasado el brazo por los hombros de Ashley, y Pittypat, asustada e inquieta, se había levantado, cuando el capitán se interpuso. —¡No lo toquen! Está detenido. ¡Sargento!
Al adelantarse el sargento arrastrando el rifle, Rhett, haciendo visibles esfuerzos por sostenerse, apoyó su mano en el brazo del capitán y con dificultad dirigió hacia él su mirada.
—¿Por qué lo arrestas, Tomás? No está tan bebido. Otras veces lo he visto peor.
—¡Al diablo la bebida! Por mí puede dormir en la cuneta si quiere: poco me importa. Yo no soy policía. Él y el señor Elsing están detenidos por complicidad en una salida del Klan esta noche, en Shantytown. Un negro y un hombre blanco han sido muertos. El señor Wükes era el que los dirigía.
—¿Esta noche? —Rhett se echó a reír. Reía tan locamente que tuvo que sentarse en el sofá y apoyar la cabeza entre las manos—. Esta noche es imposible, Tomás —dijo cuando por fin pudo hablar—. Los dos han estado conmigo esta noche, desde las ocho, cuando los creían en el mitin.
—¿Contigo, Rhett? Pero... —Frunció el ceño, y miró indeciso al dormido Wilkes y a su desconsolada mujer—. Pero... ¿dónde estabais?
—No me hace mucha gracia decirlo —repuso Rhett, lanzando una astuta mirada de beodo a Melanie.
—Preferirías...
—Salgamos al porche y allí te diré dónde estábamos.
—Dímelo ahora.
—Me molesta decirlo delante de señoras. Si ustedes, señoras, quisieran salir a otra habitación...
—No saldré —gritó Melanie, limpiándose furiosamente los ojos con su pañuelo—. Tengo derecho a saber dónde estaba mi marido. ¡Tengo derecho!
—En casa de Bella Watling —dijo Rhett, con acento confuso—. Él estaba allí, y Hugh, y Frank Kennedy, y el doctor Meade, y... una porción más. Teníamos una juerga. Una juerga estupenda. Champañia, mujeres...
—¿En casa de Bella Watling?
La voz de Melanie sonó con un dolor tal, que todas las miradas se volvieron asustadas hacia ella. Llevóse al pecho las crispadas manos y antes de que Archie pudiera sostenerla cayó al suelo desmayada. Se produjo una gran confusión. Archie la levantó, India corrió a la cocina a buscar agua, Pittypat y Scarlett la abanicaban y le frotaban las muñecas, mientras Hugh Elsing gritaba una y otra vez:
—¡Buena la habéis hecho! ¡Buena la habéis hecho!
—¡Ahora se va a enterar toda la ciudad! —gritó furioso Rhett—. Ya puedes estar satisfecho, Tomás. Mañana no habrá una mujer en toda Atlanta que dirija la palabra a su marido.
—¡Diablos, no tenía ni idea! —A pesar del viento helado que entraba de la puerta abierta a su espalda, el capitán estaba sudando—. Pero, vamos a ver: ¿Repites bajo juramento que estaban en... en casa de Bella?
—¡Demonios, sí! —gruñó Rhett—. Ve y pregúntaselo a la misma Bella, si no me crees a mí. Y ahora déjame llevar a la señora Wilkes a su habitación. Démela, Archie. Si puedo llevarla... Señorita Pitty, vaya delante con una lámpara.
Tomó sin esfuerzo alguno el frágil cuerpo de Melanie de los brazos de Archie.
—Usted lleve al señor Wilkes a su cuarto, Archie. No volveré a poner mis manos en él después de lo de esta noche.
Las manos de Pitty temblaban de tal modo, que la lámpara era un peligro para la seguridad de la casa; pero no obstante la sostuvo y caminó con ella hacia la oscura habitación. Archie, con un gruñido, cogió por los hombros a Ashley y lo llevó.
—Pero... yo he venido a arrestar a estos hombres.
Rhett se volvió en el sombrío camino.
—Arréstalos por la mañana, entonces. No pueden ir muy lejos en este estado, y es la primera vez que oigo decir que sea ilegal el emborracharse en una casa de placer. Por Dios santo, Tomás, hay cincuenta testigos para probar que estaban en casa de Bella.
—Siempre hay cincuenta testigos para probar que un hombre del Sur estaba allí donde no es cierto que estuviese —murmuró el capitán, malhumorado—. Usted, venga conmigo, señor Elsing. Dejaré al señor Wilkes bajo palabra de...
—Yo soy hermana del señor Wilkes y puedo responder de que no saldrá de aquí —dijo India fríamente—. Y ahora, ¿quiere hacer el favor de marcharse? Ya ha causado suficiente trastorno para una noche.
—Lo lamento muchísimo. —El capitán se inclinó violento—. Deseo que pueda probar su presencia en... casa de la... señorita Watling. Me hará el favor de decirle a su hermano que tendrán que comparecer ante el preboste de la gendarmería, mañana por la mañana, para el interrogatorio.
India se inclinó secamente y, poniendo la mano en el pomo de la puerta, indicó que la rápida marcha del capitán sería vista con agrado. El capitán y el sargento se retiraron, y con ellos Hugh Elsing;
día
cerró violentamente con un portazo. Sin siquiera mirar a Scarlett, se dirigió una después de otra a cada ventana y bajó las persianas. Scarlett, con las rodillas temblorosas, se agarró para sostenerse a la silla en que Ashley había estado sentado. Al mirarla distraídamente, vio una oscura mancha húmeda, más grande que su mano, en el respaldo de la silla. Intrigada, la tocó, y observó con espanto que ¿parecía en su palma una raya roja.
—India —balbuceó—, Ashley... ¿Está herido?
—Pero, loca, ¿creíste realmente que estaba borracho?
India dejó caer la última persiana y se precipitó volando en la alcoba, con Scarlett, terriblemente angustiada, pisándole los talones. El corpachón de Rhett interceptaba la puerta, pero por encima de su hombro Scarlett pudo ver a Ashley, que pálido y rígido yacía en el lecho. Melanie, con agilidad extraña en una persona que acaba de sufrir un desmayo, cortaba rápidamente con unas tijeras de bordar la camisa de Ashley manchada de sangre. Archie sostenía una lámpara sobre el lecho para alumbrar, y uno de sus encallecidos dedos estaba en el puño de Ashley.
—¿Está muerto? —exclamaron a una las dos muchachas.
—No, simplemente desvanecido por la pérdida de sangre. Es una herida en el hombro —dijo Rhett.
—¿Para qué lo ha traído aquí, insensato? —gritó India—. Déjeme ir con él. Déjeme pasar. ¿Para qué lo ha traído aquí? ¿Para que lo arresten?
—Estaba demasiado débil para viajar. No había ningún otro sitio «donde llevarlo, señorita Wilkes. Además, ¿quiere usted verlo en el lestierro como a Tony Fontaine? ¿Querría usted que más de una docena de vecinos suyos tuvieran que vivir en Texas, bajo nombres supuestos por el resto de su vida? Hay una posibilidad; podemos larvarios a todos si Bella...
—Déjeme pasar.
—No, señorita Wilkes, hay también trabajo para usted. Tiene usted que ir a llamar a un médico, no al doctor Meade. Está complicado en esto y probablemente ahora estará explicándose con los yanquis. Traiga algún otro médico. ¿Tiene usted miedo a salir sola por la noche?
—No —dijo India, brillándole los claros ojos—, no tengo miedo. —Cogió la capa con capucha de Melanie, que estaba colgada en una percha del vestíbulo—. Iré a buscar al doctor Dean—. Con gran esfuerzo consiguió serenar su voz—. Siento mucho haberle llamado espía y loco. No comprendía... Le estoy profundamente agradecida por cuanto ha hecho por Ashley... Pero le desprecio a pesar de todo.
—Estimo la franqueza, y le doy las gracias por ella. —Rhett se inclinó y sus labios se fruncieron en una sonrisa divertida—. Y ahora vaya de prisa por caminos poco frecuentados, y a la vuelta no entre en casa si ve la menor señal de soldados en sus alrededores.
India lanzó una última mirada de angustia a su hermano, se embozó en su capa y, corriendo ligera a través del vestíbulo, desapareció silenciosamente en la noche por la puerta trasera.
Scarlett, contemplando a Ashley desde un lado de la habitación, se sintió emocionada al verle abrir los ojos. Melanie cogió una toalla limpia del estante del lavabo, la apretó contra su hombro sangrante y él sonrió débilmente procurando tranquilizarla. Scarlett notó fijos en ella los penetrantes ojos de Rhett, sintió que su corazón se reflejaba plenamente en su rostro, pero no le importó. Ashley estaba desangrándose, tal vez muriéndose, y ella, que le quería con toda su alma, era quien había abierto aquel agujero en su hombro. Deseaba correr a la cama, dejarse caer a su lado y estrecharle en sus brazos; pero sus rodillas temblaban de tal modo que no podía ni entrar en la habitación. Con la mano apoyada en la boca contemplaba fijamente cómo Melanie ponía otra toalla sobre la herida, apretándola mucho, cual si quisiera retener la sangre dentro de su cuerpo. Pero la toalla se enrojecía como por arte de magia.
¿Cómo podía un hombre sangrar tanto y vivir todavía? Pero, gracias a Dios, no había burbujas de sangre en sus labios. ¡Oh, aquellas espantosas burbujas sanguinolentas, precursoras de la muerte, que ella conocía tan bien desde el espantoso día de la batalla de Peachtree Creek, cuando los huidos habían caído en el césped de tía Pittypat con las bocas ensangrentadas!
—Anímese —dijo Rhett; y había un leve matiz de escarnio en su voz—, no se va a morir. Ahora coja la lámpara y sosténgala para alumbrar a la señora de Wilkes. Necesito a Archie para unos recados.
Archie miró a Rhett a la luz de la lámpara.
—No recibo órdenes de usted —dijo brevemente, moviendo en la boca el tabaco que mascaba.
—Haz lo que él mande —dijo Melanie—, y hazlo pronto. Haced todo lo que el capitán Butler diga. Scarlett, coge la lámpara.
Scarlett se adelantó y tomó la lámpara, sosteniéndola con ambas manos para que no se le cayera. Ashley había cerrado de nuevo los ojos. Su pecho se levantaba despacio y se hundía rápido, y el rojo se deslizaba por entre los valientes deditos de Melanie. Confusamente oyó a Archie atravesar la habitación y oyó a Rhett hablar con rápidas palabras. Su imaginación estaba tan pendiente de Ashley que de las primeraspalabras de Rhett sólo entendió:
—¡Coja mi caballo... atado fuera... y corra como el viento!
Archie murmuró alguna pregunta, y Scarlett oyó contestar a Rhett:
—La plantación del viejo Sullivan. Encontrará los trajes levantando la chimenea. Quémelos.
—¡Hum! —gruñó Archie.
—Y hay dos... hombres en el sótano. Colóquelos sobre el caballo lo mejor que pueda y lléveselos al solar que hay detrás de casa de Bella, el que está entre la casa y el tendido del ferrocarril. Tenga cuidado. Si alguien le ve, le ahorcarán lo mismo que a todos nosotros. Déjelos en ese solar y ponga unas pistolas a su lado. Tome. Aquí tiene las mías.
Scarlett, mirando a través del cuarto, vio a Rhett levantar los faldones de su capote y sacar dos pistolas, que Archie cogió y hundió en su ancho cinturón.
—Dispare una bala de cada uno; debe aparecer como un caso de riña. ¿Comprende?
Archie movió la cabeza cual si comprendiera admirablemente, y un involuntario relámpago de respeto brilló en sus fríos ojos. Pero Scarlett estaba aún muy lejos de comprender. La última media hora había sido tan de pesadilla, que le hacía el efecto de que ya nunca nada volvería a ser sencillo y claro. Sin embargo, Rhett parecía perfectamente dueño de la situación y eso era un pequeño alivio.
Archie se disponía a marcharse; de pronto volvió la cabeza y luego miró a Rhett inquisitivamente.
—¿Él?
—Sí. i Archie gruñó y escupió en el suelo.
—¡Demonios! —dijo mientras cruzaba renqueando la habitación lacia la puerta posterior.
Algo en el último intercambio de palabras en voz queda que hizo nacer en el pecho de Scarlett nuevos temores y sospechas que crecían como espumeante burbuja. Y cuando la burbuja se rompió...
—¿Dónde está Frank?
Rhett llegó ligero atravesando el cuarto. Se acercó a la cama; su corpulenta figura se deslizaba tan silenciosa como la de un gato.
—Cada cosa a su tiempo —dijo con una leve sonrisa—. Tenga firme la lámpara, Scarlett. No querrá usted abrasar al señor Wilkes, señorita Melanie...
Melanie levantó la vista como un buen soldado en espera de una orden, y tan forzada era la situación que no se le ocurrió pensar que por primera vez Rhett la estaba llamando familiarmente por el nombre que sólo la familia y los amigos antiguos usaban.
—Le ruego me perdone, quería decir señora Wilkes...
—¡Oh, capitán Butler, no me pida perdón! Me sentiré honrada si me llama usted Melanie sin el señorita. Me siento como si fuera usted mi..., mi hermano o... mi primo. ¡Qué bueno es usted y qué inteligente! ¿Cómo podré nunca agradecerle lo bastante...
—Gracias —dijo Rhett, y por un momento pareció casi azorado—. Nunca hubiera esperado tanto. Señorita Melanie —y su voz tenía un matiz cual si se disculpase—, siento haber dicho que el señor Wilkes estaba en casa de Bella Watling, siento haberlos envuelto, a él y a los otros, en... Pero tenía que discurrir rápidamente mientras galopaba en su busca, y éste fue el único plan que se me ocurrió. Sabía que mi palabra sería aceptada, porque tengo muchos amigos entre los oficiales yanquis. Me hacen el dudoso honor de considerarme casi como uno de los suyos porque conocen mi... ¿llamémosla impopularidad?, entre mis conciudadanos. Yo, ¿ve usted?, estaba jugando al poker a primera hora del anochecer en el bar de Bella. Hay docenas de soldados yanquis que pueden afirmarlo. Y Bella y sus muchachas estarán encantadas de jurar y perjurar que el señor Wilkes y los otros estuvieron arriba todo el tiempo. Y los yanquis las creerán. Los yanquis son raros en algunas cosas. No se les ocurre pensar ni remotamente que mujeres de esa... profesión sean capaces de lealtad y patriotismo intensos. Los yanquis no creerían en la palabra de una de las más encantadoras damas de Atlanta respecto a lo que se refiere a los caballeros que se supone estuvieron en el mitin, pero creerán en la palabra de... esas otras mujeres. Y yo espero que entre la palabra de honor de un
scallawag
y la de una docena de esas señoras tenemos alguna probabilidad de saCharles del aprieto.