Libertad (77 page)

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Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Novela

BOOK: Libertad
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Joey se encogió de hombros.

—No lo sé. ¿Hay dos versiones?

—¡Sí que las hay! Tu madre me ha hecho algo terrible. Algo increíblemente doloroso.

—La verdad es que no quiero más información —atajó Joey—. Además, seguramente ya me lo contó, creo. No me apetece tomar partido.

—Te lo contó ¿cuándo? ¿Cuánto hace?

—La semana pasada.

Joey sabía, pues, lo que había hecho Richard: lo que Walter había permitido que hiciera su mejor amigo, su amigo la estrella de rock. Ahora su empequeñecimiento a ojos de su hijo ya era total.

—Como es mi cumpleaños, voy a tomar una cerveza —anunció.

—¿Podemos tomar otra Connie y yo?

—Sí, por eso os pedimos que vinierais un poco antes. En realidad, Connie puede beber lo que quiera en el restaurante, tiene ya veintiún años, ¿no es cierto?

—Sí.

—Y por pura información, sin ánimo de agobiar: ¿le has dicho a tu madre que te has casado?

—Estoy en ello, papá —respondió Joey con la mandíbula tensa—. Déjame hacerlo a mi manera, ¿vale?

A Walter siempre le había caído bien Connie (incluso, en secreto, le había caído bastante bien la madre de Connie, por cómo coqueteaba con él). Llevaba unos tacones peligrosamente altos y demasiada sombra de ojos para la ocasión; aún era tan joven como para querer aparentar más edad. En
La Chaumiére
, Walter observó con el corazón henchido la ternura con que Joey la atendía, inclinándose a un lado para leer la carta con ella y coordinar los platos elegidos, y que Connie, como Joey aún era menor de edad, rechazó el cóctel que le ofreció Walter y pidió una Coca-Cola light. Tenían entre sí un trato de confianza tácita, un trato que le recordó a Walter el de Patty y él cuando eran muy jóvenes, el trato de una pareja que formaba un frente ante el mundo; se le empañaron los ojos al fijarse en sus alianzas nupciales. Lalitha, incómoda, intentando distanciarse de la joven pareja y alinearse con un hombre que le doblaba la edad, pidió un Martini y procedió a llenar el vacío en la conversación con comentarios sobre Espacio Libre y la crisis demográfica mundial, que Joey y Connie escucharon con la exquisita cortesía de una pareja que se sentía segura en su mundo bipersonal. Si bien Lalitha evitó toda alusión posesiva respecto a Walter, a éste no le cupo duda de que Joey sabía que ella era algo más que su ayudante. Mientras bebía su tercera cerveza de la velada, se avergonzó cada vez más de lo que había hecho y agradeció cada vez más que Joey se mostrara tan indiferente. A lo largo de los años nada en Joey lo había enfurecido tanto como su caparazón de indiferencia, ¡y cuánto lo agradecía ahora! Su hijo había ganado esa guerra, y él lo agradecía.

—Entonces, ¿Richard sigue colaborando con vosotros? —preguntó Joey.

—Mmm, sí —respondió Lalitha—. Sí, está siendo de gran ayuda. De hecho, acaba de decirme que los
White Stripes
quizá colaboren en nuestro gran festival de agosto.

Joey, mientras reflexionaba al respecto con el entrecejo fruncido, se cuidó mucho de mirar a Walter.

—Tendríamos que ir —le propuso Connie a Joey. Y volviéndose hacia Walter, preguntó—: ¿Te parece bien si vamos?

—Claro que sí —contestó él con una sonrisa forzada—. Seguro que será muy divertido.

—A mí me gustan mucho los
White Stripes
—declaró Connie alegremente, y sin dobleces, como era propio de ella.

—Y tú me gustas mucho a mí —dijo Walter—. Me alegro mucho de que formes parte de nuestra familia. Me alegro mucho de que estés aquí esta noche.

—Yo también estoy muy contenta.

A Joey no pareció molestarle esta charla sentimental, pero era evidente que tenía la cabeza en otra parte. En Richard, en su madre, en el desastre familiar que estaba desarrollándose. Y Walter no podía decir nada para facilitarle las cosas.

Cuando estaban de nuevo en la mansión, ya solos, Walter le dijo a Lalitha: —No puedo, es superior a mí. No soporto que ese gilipollas siga metido en esto.

—Esa discusión ya la tuvimos —respondió ella, y se alejó enérgicamente por el pasillo hacia la cocina—. El asunto ya quedó zanjado.

—Pues habrá que volver a tenerla —dijo él, persiguiéndola.

—No, ni hablar. ¿Has visto cómo se le iluminaba la cara a Connie cuando he mencionado a los
White Stripes
? ¿Quién más puede conseguirnos a gente con tanto talento? Ya tomamos una decisión, una buena decisión, y francamente no me interesa oír lo celoso que estás de la persona con quien tu mujer tuvo relaciones sexuales. Estoy cansada y he bebido más de la cuenta; necesito acostarme.

—Era mi mejor amigo —musitó Walter.

—Me da igual. De verdad que me da igual, Walter. Sé que me ves como a otra persona joven más, pero en realidad soy mayor que tus hijos, tengo casi veintiocho años. Sabía que era un error enamorarme de ti. Sabía que no estabas preparado, y ahora estoy enamorada de ti, y tú sólo puedes seguir pensando en ella.

—Pienso en ti continuamente. Dependo mucho de ti.

—Te acuestas conmigo porque te deseo y porque puedes. Pero el resto del mundo sigue girando en torno a tu mujer. Nunca entenderé qué tiene ella de tan especial. Se pasa la vida dando disgustos a la gente. Y yo necesito descansar de eso, para poder dormir. Así que esta noche quizá deberías dormir en tu propia cama y pensar qué quieres hacer.

—Pero ¿yo qué he dicho? —preguntó Walter con tono suplicante—. Pensaba que estábamos celebrando un agradable cumpleaños.

—Estoy cansada. Ha sido una velada agotadora. Ya nos veremos mañana.

Se despidieron sin un beso. En el contestador del teléfono fijo, Walter encontró un mensaje de Jessica, dejado expresamente a la hora en que calculó que estaría cenando fuera, felicitándole el cumpleaños. «Perdona por no haberte devuelto los mensajes —decía—. La verdad es que he estado muy ocupada y no sabía bien qué decir. Pero hoy he estado pensando en ti, y espero que hayas pasado un buen día. Quizá podamos charlar en algún momento, aunque no sé muy bien cuándo tendré un rato.»

Clic.

A lo largo de la semana siguiente fue un alivio dormir solo. Estar en una habitación todavía llena de ropa y libros y fotos de Patty, aprender a endurecerse frente a ella. Durante el día, tenía mucho trabajo atrasado en el despacho: sistemas de gestión de la tierra que organizar en Colombia y Virginia Occidental, una contraofensiva mediática que lanzar, nuevos donantes que buscar. Incluso había pensado en la posibilidad de tomarse un descanso en la relación sexual con Lalitha, pero la proximidad cotidiana no lo permitía: necesitaban más y más. Aun así, para dormir, él se retiraba a su propia cama.

La noche anterior al viaje a Virginia Occidental, mientras preparaba la maleta, recibió una llamada de Joey para informarle que había decidido no descubrir el pastel en cuanto a LBI y Kenny Bartles.

—Son repugnantes —dijo—. Pero mi amigo Jonathan insiste en que si lo hago público, el único perjudicado seré yo. Estoy planteándome, pues, donar el dinero sobrante. Así al menos me ahorraré un montón de impuestos. Pero quería asegurarme de que aún consideras que es lo correcto.

—Me parece bien, Joey —contestó Walter—. Por mí, muy bien. Sé lo ambicioso que eres, sé lo difícil que debe de ser renunciar a todo ese dinero. Eso ya es mucho.

—Bueno, no es que haya salido perdiendo en el negocio; simplemente no he ganado nada. Y ahora Connie puede volver a la universidad, y eso es bueno. Estoy pensando dedicarme un año a trabajar para que ella se ponga a la par de mí.

—Eso es fantástico. Es fantástico veros a los dos cuidaros mutuamente de esa manera. ¿Alguna otra novedad?

—Bueno, sólo que he visto a mamá.

Walter sostenía aún en las manos dos corbatas, una roja y una verde, entre las que intentaba elegir. La decisión, comprendió, no tenía especial trascendencia.

—¿Ah, sí? —dijo a la vez que escogía la verde—. ¿Dónde? ¿En Alexandria?

—No; en Nueva York.

—Así que está en Nueva York.

—Bueno, en Jersey City, concretamente —informó Joey.

A Walter se le tensó el pecho y se le quedó así.

—Sí, Connie y yo queríamos decírselo en persona. Ya sabes, lo de la boda. Y la verdad es que no fue muy mal. La verdad es que se portó bastante bien con Connie. Ya sabes, en plan paternalista, un poco falsa, por cómo se reía, pero sin maldad. Tiene la atención puesta en otras muchas cosas, supongo. El caso es que nos pareció que todo fue relativamente bien. O al menos eso le pareció a Connie. A mí más bien me pareció que la cosa fue regular. Pero quería que supieras que ella ya lo sabe, o sea que… no sé… si alguna vez hablas con ella, ya no es un secreto.

Walter se miró la mano izquierda, ahora pálida, y se le antojó muy desnuda sin la alianza nupcial.

—Está viviendo en casa de Richard, ¿verdad? —consiguió decir.

—Mmm, creo que sí, de momento —respondió Joey—. ¿No tenía que habértelo dicho?

—¿Él estaba allí cuando fuisteis?

—Pues sí. Allí estaba. Y Connie se lo pasó muy bien, porque le va mucho su música. Richard le enseñó sus guitarras y todo. No sé si te he contado que Connie está pensando en estudiar guitarra. Tiene muy buena voz.

Walter no habría sabido decir dónde creía que Patty podía haberse instalado. Con su amiga Cathy Schmidt, o con otra de sus antiguas compañeras de equipo, o tal vez con Jessica, o incluso cabía la posibilidad de que estuviera con sus padres. Pero después de oírla afirmar tan sinceramente que todo había terminado entre Richard y ella, ni se le habría pasado por la cabeza que pudiera estar en Jersey City.

—¿Papá?

—Qué.

—Mira, ya sé que es raro, ¿vale? Todo esto es muy raro. Pero tú también tienes novia, ¿no? Así que eso es lo que hay, ¿no? Ahora las cosas son distintas y todos deberíamos empezar a afrontarlo. ¿No crees?

—Sí —dijo Walter—. Es verdad. Tenemos que afrontarlo.

En cuanto colgó, abrió un cajón de la cómoda, sacó la alianza nupcial del estuche de gemelos donde la había dejado y la tiró al váter. Barriendo con el brazo las fotografías de Patty en el tocador de ella, las lanzó todas al suelo —Joey y Jessica sin tener culpa de nada, instantáneas del equipo de baloncesto femenino con sus uniformes de un conmovedor estilo años setenta, sus retratos de él preferidos y más favorecedores— y aplastó e hizo añicos a pisotones los marcos y cristales hasta que perdió interés y tuvo que darse cabezazos contra la pared. Enterarse de que Patty había vuelto con Richard debería haber sido una liberación, debería haberle dado libertad para disfrutar de Lalitha con la conciencia totalmente tranquila, pero no lo vivió como una liberación; lo vivió como una muerte. Ahora comprendía (como Lalitha había comprendido desde el principio) que las últimas tres semanas no habían sido más que una especie de venganza, una satisfacción que se le debía en recompensa por la traición de Patty. Pese a haber declarado que su matrimonio había terminado, en el fondo no se lo había creído en absoluto. Se echó en la cama y lloró en un estado ante el cual cualquier otro estado anterior de su existencia era, en comparación, infinitamente preferible. El mundo seguía adelante, el mundo estaba lleno de ganadores: LBI y Kenny Bartles se forraban, Connie volvía a la universidad, Joey actuaba como era debido, Patty vivía con una estrella de rock, Lalitha libraba su guerra justa, Richard volvía a su música, Richard recibía buena prensa por ser mucho más ofensivo que Walter, Richard fascinaba a Connie, Richard aportaba la participación de los
White Stripes
… mientras que Walter se rezagaba con los muertos y los moribundos y los olvidados, las especies en peligro de extinción de este mundo, los incapaces de adaptarse…

A eso de las dos de la mañana, entró tambaleante en el cuarto de baño y encontró un antiguo frasco de trazodonas de Patty caducado hacía dieciocho meses. Se tomó tres, sin saber si aún le harían efecto, pero por lo visto sí se lo hicieron: lo despertó Lalitha a las siete con enérgicas sacudidas. Él aún llevaba puesta la ropa del día anterior, todas las luces estaban encendidas, la habitación se hallaba patas arriba, tenía la garganta irritada a causa de sus propios ronquidos, presumiblemente violentos, y le dolía la cabeza por muy diversas y buenas razones.

—Tenemos que coger un taxi ahora mismo —dijo Lalitha tirándole del brazo—. Pensaba que ya estabas listo.

—No puedo ir.

—Venga, ya vamos con retraso.

Él se incorporó e intentó mantener los ojos abiertos.

—Debería ducharme, en serio.

—No hay tiempo.

Se durmió en el taxi y despertó todavía en el taxi, en la autovía, en medio de un atasco debido a un accidente. Lalitha hablaba por teléfono con la aerolínea.

—Tenemos que ir vía Cincinnati —le explicó—. Hemos perdido el vuelo.

—¿Por qué no pasamos de todo? —propuso él—. Estoy harto de ser el bueno de la película.

—Nos saltaremos el almuerzo e iremos directo a la fábrica.

—¿Y si fuera el malo? ¿Seguiría gustándote?

Ella lo miró con expresión ceñuda.

—Walter, ¿has tomado alguna pastilla?

—Hablo en serio. ¿Seguiría gustándote?

Lalitha frunció aún más el cejo, y no contestó. Él se durmió en la sala de embarque del National, en el avión a Cincinnati, en Cincinnati, en el avión a Charleston, y en el coche de alquiler que Lalitha pilotó a altas velocidades hasta Whitmanville, donde despertó ya mejor, de pronto hambriento, bajo un cielo encapotado de abril y un paisaje rural bióticamente desolado, de esos en los que Estados Unidos había acabado especializándose. Megaiglesias con revestimiento vinílico, un Walmart, un Wendy's, amplios carriles de giro a la izquierda, fortalezas automóviles blancas. Allí no había nada que pudiera atraer a un ave silvestre a menos que el ave en cuestión fuera un estornino o un cuervo. La fábrica de blindaje corporal (ARDEE, UNA COMPAÑÍA DE LA FAMILIA DE COMPAÑÍAS LBI) se hallaba en una gran estructura de bloques de hormigón cuyo aparcamiento recién asfaltado tenía los contornos irregulares y se desintegraba entre las malas hierbas. El aparcamiento estaba llenándose de grandes vehículos de pasajeros, incluido un Navigator negro del que se apeaban Vin Haven y unos hombres trajeados justo en el momento en que Lalitha detuvo el coche de alquiler con un chirrido.

—Sentimos habernos perdido el almuerzo —le dijo a Vin.

—Me parece que la cena será la mejor comida del día —contestó él—. O eso espero, después de lo que hemos visto en el almuerzo.

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