Las seis piedras sagradas (16 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
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—¿Detrás de ellos? —preguntó Lily.

Lachlan sonrió.

—Sí. Hemos verificado los datos que nos enviasteis desde Dubai, los datos de las notas del Mago sobre el Sol Oscuro y su velocidad de aproximación. Parece como si viniera hacia nosotros desde detrás de Júpiter. De ahí la importancia de este acontecimiento celestial, el ascenso de Saturno detrás de Júpiter. Es, por decirlo de una manera sencilla, algo valiosísimo porque nos permitirá, por primera vez, ver ese temible Sol Oscuro.

—¿Cómo? —quiso saber Zoe, que se volvió en el asiento del conductor—. Creía que no podíamos verlo en nuestro espectro de luz.

—Bueno, no lo veremos, pero sí veremos el espacio oscuro que ocupa —dijo Julius—. ¿Conoces el concepto del espacio-tiempo?

—Para ser más exactos, la curvatura del espacio-tiempo —añadió Lachlan.

—Sí, una buena aclaración, hermano —lo felicitó Julius.

—Gracias.

—Más o menos —admitió Zoe—. La atracción gravitacional de un planeta curva el espacio a su alrededor. Una vez oí que lo comparaban con una lámina de goma tensada con unas canicas colocadas encima.

—Así es —dijo Lachlan—, y cada canica marca una ligera depresión en la lámina que indica la curvatura del espacio-tiempo. Por tanto, si estuvieras en una nave espacial que viajara junto a esos planetas, tu trayectoria se doblaría al pasar, a menos, por supuesto, que aplicases más potencia.

—Sí…

—Bueno, lo mismo ocurre con la luz —señaló Julius—. La luz también se curva cuando pasa a través de los campos gravitacionales de los planetas y las estrellas.

—Los grandes planetas como Júpiter la curvan más que los pequeños como Mercurio —precisó Lachlan.

—Correcto —asintió Julius—. Así que esta noche, mientras observamos a Júpiter desde Stonehenge y vemos a Saturno alzarse por detrás, atisbaremos, aunque sólo sea por un momento, gracias a la peculiar desviación de la luz alrededor de estos dos planetas, una sección de espacio oculta detrás de Júpiter.

Zoe frunció el entrecejo.

—Si el
Sa-Benbén
está en su lugar en ese momento, colocado en lo alto de la Piedra de Ramsés de Stonehenge, ¿qué pasa entonces?

Julius miró a Lachlan.

Lachlan miró a Julius.

Luego ambos se volvieron para mirar a Zoe y se encogieron de hombros al mismo tiempo.

—Eso —dijo Julius— es lo que vamos a averiguar.

El coche prosiguió su viaje en la noche.

STONEHENGE

5 de diciembre de 2007, 3.22 horas

Estacionaron en el arcén de grava, a unos centenares de metros de Stonehenge.

La luna brillaba sobre la amplia llanura como un inmenso reflector que iluminaba el implacable paisaje llano hasta el horizonte.

Stonehenge se alza en el cruce de la A303 y una pequeña carretera lateral.

Dos guardias de seguridad montaban guardia cerca de las grandes piedras en sombra, recortadas bajo la luz de la luna. Vieron detenerse el Honda pero no fueron a ver de quién se trataba: a menudo, los viajeros provenientes de Londres paraban a contemplar las piedras mientras estiraban las piernas.

Zoe se acercó a unos cincuenta metros de los dos guardias y levantó rápidamente un objeto parecido a una caja con una empuñadura y un gatillo, lo apuntó a los hombres y llamó: «¡Eh!»

Los guardias se volvieron.

Entonces Zoe apretó el gatillo. De su artilugio brotó un relámpago acompañado por un profundo sonido —¡bang!—, y de inmediato los dos guardias cayeron al suelo como marionetas a las que les hubieran cortado los hilos, inconscientes.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Julius al tiempo que se acercaba a Zoe.

—¿Dónde podemos conseguir uno? —añadió Lachlan.

—Es un arma paralizante LaSon-V —respondió ella—. Es un paralizante no letal, un destello láser acompañado por una descarga sónica. En un principio fue diseñado para ser utilizado en los aviones por los alguaciles federales para capturar a los secuestradores aéreos sin riesgo de perforar una ventanilla y provocar una pérdida de presión en la cabina. La descarga sónica por lo general basta para tumbar a un atacante agresivo, pero el destello también los ciega. No hay efectos secundarios, excepto un tremendo dolor de cabeza. Algunas personas creen que esto fue lo que se utilizó para desorientar al chófer de la princesa Diana cuando se produjo su accidente fatal.

—Vaaaaleee… —repuso Julius—. Y, tras este bonito apunte, vamos a trabajar.

Abrieron un agujero en la tela metálica que rodeaba Stonehenge y Zoe y los gemelos se apresuraron a pasar con una carretilla cargada con el equipo, seguidos por los chicos.

Al llegar frente a las piedras se detuvieron por un momento, impresionados. Los imponentes pilares se alzaban hacia el cielo por encima de ellos, enormes a la luz de la luna, poderosos, temibles, antiguos. El mayor de ellos, el solitario pilar del Gran Trilito, alcanzaba una altura de 7,9 metros, con una «lengua» de piedra cónica en la punta como la señal de un dintel que una vez había estado apoyado encima.

—¿A qué hora tiene lugar el «ascenso del Titanic»? —preguntó Zoe.

—Júpiter debería estar en el horizonte —contestó Alby, ocupado en instalar un telescopio en la hierba junto a las viejas piedras tumbadas—. Titán ascenderá a las 3.49; Saturno, dos minutos después; luego, mientras asciende, aparecerá un hueco entre Saturno y Júpiter.

—Y será entonces cuando veremos nuestro Sol Oscuro.

—Correcto.

Zoe consultó su reloj. Eran las 3.25.

—Hora de moverse. Disponemos de veinticuatro minutos.

Con la ayuda de una linterna Julius consultó un plano de Stonehenge más reciente, que mostraba la disposición de las piedras que aún quedaban en pie:

—Tres de los cinco trilitos centrales están intactos —dijo—. Uno arriba a la derecha del Gran Trilito todavía está de pie, y otro aquí abajo, también a la derecha.

—¿Qué hay de la Piedra del Altar? —preguntó Lachlan.

—Está tumbada.

—¿Cuál es? —quiso saber Zoe.

—Ésa.

Lachlan, que se movía entre las imponentes piedras, se acercó a una tumbada, una enorme lápida horizontal medio enterrada en la hierba dentro del círculo central. Medía unos dos metros cuarenta de longitud y era de poco grosor. Junto a ella había un pequeño agujero rectangular en la tierra.

Lachlan miró uno de los extremos y advirtió:

—¡Aquí tiene una depresión! De forma cuadrada. Quizá de unos veinte por veinte centímetros.

—Ahí podría encajar el
Sa-Benbén
—dijo Zoe. Miró la lápida horizontal y se sorprendió por lo que iba a añadir—: Muy bien. Vamos a levantarla.

Se movieron de prisa pero con cuidado, para no causar ningún daño en las piedras de cuatro mil quinientos años de antigüedad.

Colocaron unas cuerdas alrededor de la Piedra del Altar y la levantaron con un sistema de poleas y un cabrestante accionado por un motor diesel.

Lily, por su parte, limpió el agujero cerca de la base de la Piedra del Altar. Alby estaba enfocando el telescopio en el horizonte noreste.

—¡Veo Júpiter! —anunció.

A través del telescopio veía un pequeño punto naranja que flotaba en el horizonte, alineado al milímetro con el anillo exterior de dinteles de Stonehenge y su famosa Piedra Talón.

—¡De prisa! —les pidió Zoe a los gemelos.

—No voy a darme prisa con un tesoro nacional —dijo Julius, indignado.

Poco a poco, el cable levantó la gran piedra hacia arriba, y con un ¡chunk! —Julius brincó al oírlo— se deslizó bruscamente hacia abajo para encajar en el agujero donde había estado en su origen, hacía más de cuatro mil años.

Zoe consultó su reloj.

Las 3.48.

Faltaba un minuto.

Entonces sacó algo de su mochila.

La parte superior del piramidión dorado.

El
Sa-Benbén.

La Piedra de Fuego.

Era algo asombroso de ver. Resplandecía en la noche, los lados dorados brillantes, su pico cristalino deslumbrante.

Zoe subió a una escalera y lo colocó en lo alto de la ahora erguida Piedra del Altar.

Miró la depresión en la parte superior plana de la piedra y vio que, sí, encajaba a la perfección con el tamaño de la base de la Piedra de Fuego.

—Muy bien —dijo con voz suave para sí—. La Gran Pirámide y Stonehenge. Vamos a ver qué sale de aquí.

Con gran reverencia, colocó la base cuadrada de la Piedra de Fuego en el agujero y, de pronto, la Piedra del Altar mostró una apariencia del todo nueva: parecía un miniobelisco rodeado por los trilitos, guardianes en la noche.

Su reloj señaló las 3.49.

—Veo Titán… —informó Alby.

A través de su telescopio de alta potencia, la mayor luna de Saturno parecía poco más que un punto detrás de la gran bola naranja que era Júpiter. Se levantaba por detrás del planeta, con el aspecto de una estrella muy débil.

Pasó un minuto. Los gemelos pusieron en marcha las cámaras de vídeo digitales que habían colocado en varios lugares. También tenían preparadas cámaras de fotos.

Pasó otro minuto.

—¡Ahora veo Saturno…, caray!

Un punto mayor ascendió por detrás de Júpiter moviéndose muy poco a poco, sus anillos apenas aparentes, hasta que superó el horizonte de Júpiter y apareció una brecha entre los dos planetas.

En ese momento, Stonehenge, silencioso y misterioso durante más de cuarenta y cinco siglos, cobró vida súbita y espectacularmente.

Una fuerza de luz invisible cruzó por encima del horizonte desde el Sol Oscuro, rozó la Piedra Talón en una línea recta y siguió a través del círculo exterior de dinteles como una flecha hasta alcanzar la Piedra de Fuego colocada en lo alto de la Piedra del Altar situada en el centro.

La Piedra de Fuego cobró vida con un fuerte resplandor.

Una brillante luz púrpura apareció a su alrededor iluminando el anillo de trilitos con un resplandor sobrenatural.

Entonces, rayos de luz púrpura —seis rayos brillantes y poderosos— se desplegaron alrededor de la Piedra de Fuego como si fueran los radios de una rueda y tocaron la parte superior de los trilitos.

Zoe y los demás sólo podían mirar atónitos el espectáculo de luz, un espectáculo que no se había visto durante más de cuatro mil quinientos años.

Entonces, ocurrió algo más.

Los líquenes de la superficie de los trilitos, las extrañas algas y hongos que no podían existir a esa distancia del mar, comenzaron a resplandecer con un color verde pálido.

De pronto, a medida que ese débil resplandor de los líquenes se combinaba con las grietas y los surcos de las piedras erguidas, comenzaron a formarse imágenes en los trilitos, imágenes que no eran visibles antes.

Zoe las miraba asombrada.

Las imágenes de los trilitos parecían curiosamente familiares, algo así como los continentes de la Tierra, pero no del todo. Eran un tanto diferentes, las costas conocidas deformadas. Un par de trilitos reflejaban lo que parecían ser los bordes de los continentes.

—Es el mundo —susurró Lachlan—. Se combinan para crear un mapa de la Tierra tal como era hace millones de años.

—¿Qué? —susurró Zoe, sin darse cuenta de que susurraba.

Lachlan señaló con un gesto las resplandecientes imágenes de las piedras.

—Son los continentes de nuestro planeta. Están en sus actuales posiciones, pero antes de que la elevación de los océanos les diera sus actuales costas. Quien sea que construyó esto lo construyó hace mucho tiempo.

Zoe se volvió para mirar las resplandecientes imágenes en las piedras, y vio que tenía razón.

Allí estaba África…

Aquello otro era parecido a Asia…

La piedra que representaba África estaba atravesada por dos de los rayos púrpuras: un rayo la penetraba cerca de la punta norte, el segundo la tocaba en el extremo sur.

—¿Estáis fotografiando todo esto? —gritó Zoe.

Los gemelos ya estaban haciendo fotos de las piedras iluminadas y los haces de luz que parecían rayos láser con las cámaras digitales, al tiempo que sus cámaras de vídeo lo filmaban todo.

—¿Qué pasa con esos dos? —preguntó Zoe, que señaló los dos que parecían representar los bordes de los continentes.

—Océanos, supongo —contestó Julius—, pero es difícil saber cuáles, dado el cambio de las costas. En el mundo hay tres océanos principales, el Pacífico, el índico y el Atlántico, un tercer océano podría haber estado en uno de los caídos. Tiene sentido. Nadie ha deducido nunca por qué Stonehenge tiene diez piedras verticales. Eso lo explicaría: siete continentes y tres océanos.

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