Las ranas también se enamoran (5 page)

Read Las ranas también se enamoran Online

Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Las ranas también se enamoran
12.8Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Me llamo Karen —se presentó la
guiri
extendiéndole la mano—. Y te agradezco mucho lo que has hecho por mi amiga y por mí.

Marta centró su atención en la chica rubia y, tomándole la mano, respondió con una calurosa sonrisa.

—Encantada, Karen. Soy Marta. Ha sido un verdadero placer ayudarte.

—Por favor, disculpa a mi hermano Phil.

—Tranquila. En diez minutos se me olvida. Pero tu hermano debería pensar las cosas un poquito antes de actuar. Creo que se ha precipitado al juzgar. Porque oye, una es de barrio, pero tiene sus valores.

Sorprendida por aquello Karen miró a la muchacha y dijo:

—Te aseguro que la primera sorprendida he sido yo. Él nunca se comporta así. Es más, suele ser tremendamente educado. Su norma número uno es pasar desapercibido.

—Pues hija, no es por nada, pero cada vez que tu hermano y yo nos hemos cruzado, lo que menos ha hecho es pasar desapercibido.

—¿Os conocéis? ¿Conoces a Phil?

—No exactamente —rió Marta haciéndola sonreír—. Más bien nos desconocemos. Pero siempre que coincidimos terminamos discutiendo. Debe ser que somos tan opuestos que con vernos se nos erizan los pelos.

Ambas se carcajearon, mientras Philip las observaba desde su posición, ¿de qué se reían aquellas dos?

En ese momento el camarero puso en la barra dos bandejas con las bebidas que habían pedido y las avisó. Ambas tras coger sus bandejas comenzaron a caminar hacia la salida.

—Bueno Karen, me tengo que marchar. Ha sido un placer conocerte.

—Lo mismo digo, Marta. Espero volver a verte.

Marta le guiñó el ojo con gracia antes de marcharse y con la bandeja de las bebidas en las manos, al pasar junto a Philip, le miró y con todo el descaro del mundo le susurró lo suficientemente alto como para que Karen y él la escucharan.

—Hasta nunca,
merluzo.

Dicho eso se perdió entre el gentío dejando a Karen muerta de risa y a Philip con cara de pocos amigos.

Capítulo 7

La noche en Sevilla se volvió más fresca. El grupo de Lola tras pasar por la casa de ésta, ver a Vanesa, que al final se marchó a dormir con una de las amigas y cambiarse de vestidos, llegó de nuevo al Real dispuesto a pasarlo en grande. Para la noche Marta se puso un vestido en color azulón con topos grandes blancos y una flor blanca en la cabeza. Para aplacar la bajada de temperatura se echó un precioso mantón de manila en tono blanco por los hombros. Estaba preciosa.

Nada más llegar a la caseta del amigo de su jefa, los hombres de la noche anterior las sacaron inmediatamente a bailar. A las tres de la madrugada estaban agotadas y con los pies destrozados.

—Creo que es hora de tomarse un caldito con su hierbabuena. ¿Os apetece, niñas? —preguntó Lola a las muchachas.

Asintieron, agotadas y derrengadas de tanto
bailesito
. Adrian y Lola se levantaron, quedando ellas dos solas en las sillas.

—Dios... el juanete del pie derecho me va a explotar —se quejó Patricia.

—Calla... que la tirilla del tanga, me está dando una noche fina —rió Marta.

Pero de pronto Patricia murmuró:

—No me lo puedo creer, la madre que lo parió...

—¿Qué pasa?

Con gesto risueño Patricia exigió con rapidez:

—¡Sonríe! ¡Sonríe!

—¡¿Cómo?!

—Dientes... dientes, ¡pero ya!

Rápidamente Marta se calzó una de sus maravillosas sonrisas pero volvió a preguntar:

—¿Me puedes decir qué narices pasa?


Uis
Marta. No mires para la puerta. El impresentable del Musaraña acaba de llegar agarrado del brazo de una churri de lo más barriobajero.

«Mi ex, ¿aquí?» pensó Marta volviéndose hacia la puerta. Y casi gritó cuando le vio saludando a uno de los amigos de Lola. En los años que habían sido novios, él había asistido con ellos a la feria de abril y le conocía.

—La madre que lo parió —dijo Adrian uniéndose a ellas con tres vasitos de caldito. Lola se había quedado en la barra hablando con unos amigos—. ¿Habéis visto quién ha llegado con un grupo de cutrosos?

—Sí, hijo sí. El Musaraña —asintió Patricia con gesto grave.

Marta volviéndose con gesto de horror miró a sus amigos.

—¿Por qué? ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¿Qué hace él aquí?


Uis
nena, está claro. Aprovecharse de los contactos que hizo cuando estaba contigo. Gracias a ello le han dejado pasar a esta caseta, ¡será caradura!

—...de momento no te ha visto. Pero no creo que tarde mucho —susurró Patricia—. Si se acerca a ti, por favor, dale una patada donde más duele o se la daré yo. Te lo juro.

Eso hizo reír a Marta, quien tras retirar el caldito con hierbabuena de su lado bebió del
rebujito
que tenía delante para calmarse. Diez minutos después reía con sus amigos mientras la música y el calor de la caseta hacía que todos los asistentes bailaran y bebieran como cosacos.

—¡Te acabas de beber mi JB! —acusó Adrian.

—Lo sé... lo sé, pero es que lo necesito —sonrió Marta.

—¡Ehhhh, Marta nuestra canción! ¿Vamos a bailar? —gritó Patricia muerta de risa.

Sonaba la rumbita «Lloraré las penas» del rubio Bisbal y como locas comenzaron a mover el esqueleto junto a dos morenazos de muy buen ver que las sacaron a bailar.

Marta suspiró. Su ex no le quitaba ojo. Estaba tan guapo como siempre y aunque una parte de ella deseó correr hacia él, ni se movió. Ese impresentable se la volvería a jugar como ya había hecho en otras ocasiones.

—Ni le mires, que te ha visto —murmuró Patricia.

—Sí, ya me he dado cuenta —asintió Marta bebiéndose de golpe un nuevo
rebujito
que Adrian le acercaba—. Pero para mí ya sabes que está más muerto que el
pescaíto
frito que nos cenamos ayer. Por lo tanto, muerto y enterrado.

—No te quita ojo el muy ladrón —espetó Adrian.

Con una sonrisa picaruela, Marta se volvió en un requiebro y tras mover los hombros al mejor estilo rumbero dijo tras mirar a su exnovio.

—Que mire... que mire y vea lo que ha perdido —y con un simpático gesto gritó tras trincarse la cerveza de Adrian—. |Qué viene el estribillo, canta conmigo!

Y junto a varias personas más cantaron:

«Lloraré las penas de mi corazón enamorado. Sufriré el lamento de este corazón ilusionado. Pero no te voy a perdonar. Yo sé que no volveré a pecar. Esas viejas trampas no funcionaránnnnnnnnnnnnn»

Durante el resto de la noche Marta se divirtió junto a sus compañeros. Por suerte para ella, su ex ni se le acercó. Se limitó a lanzarle las típicas miraditas
made in
Musaraña, pero al final al ver que aquella no se le acercaba, se marchó con el grupo que había llegado. Incluida la rubia que sujetaba por la cintura.

Con varias copas de más Marta y Patricia, sentadas al fondo de la caseta hablaban de sus cosas.

—¿De verdad le dijo eso a Vanesa?

—Sí. El muy merluzo se tomó la licencia de darle ¡a mi niña! un paquetito con hachís para que se lo llevara al hermano de un amigo que ella iba a ver. ¿Te lo puedes creer? Pero le trinqué por la pechera y le eché de mi casa. ¡Mi casa! —asintió Marta achispada—. Y si no es por Vanesa, te juro que le habría pateado el culo allí mismo. Es un desgraciado y no se merece que desperdicie un solo minuto más de mi tiempo pensando en él.

—Tienes razón —asintió Patricia.

—Y si prefiere a esa rubia tintada antes que a mi moreno natural ¡que le den morcilla! —dijo tras acabar con su Bacardi con Coca-cola.

—Totalmente de acuerdo, pero oye... yo soy castaña tintada también.

Marta al escucharla sonrió, y dijo a modo de disculpa:

—Sí, Patri, pero tu color es más natural, ¿dónde va a parar?

—Tienes razón, ¿dónde?, ¿dónde va a parar? —respondió Patricia divertida.

En ese momento Marta se llevó las manos a la cabeza y murmuró tras un lamentoso quejido:

—Lo malo de todo es que el Musaraña era tan monooooooooooooooooo. Me gustaba salir con él los domingos a hacer rutas con las motos y... y...

Pero Patricia no la dejó terminar y tras dejar con rapidez su
rebujito
a un lado y abrazarla le susurró al oído:

—Vamos a ver. Cuantas veces nos hemos dicho la una a la otra que ningún tío se merece nuestras lágrimas.

—Muchas... Demasiadas, creo.

—No seas tonta. Olvídate de él, y que se busque otra víctima. Tú ya lo has sido durante muchísimo tiempo. ¡Acaso has olvidado cómo ese chuleta de pacotilla te dijo que se iba de viaje de trabajo y luego nos lo encontramos en la terraza del Buda! O cuando tú habías planeado todo el viaje para ir a la quedada de Pingüinos y él te dejó tirada y se fue con un grupo suyo de amigos. ¡Oh! Por favor, ¡despierta ya!

Marta, al recordarlo, se secó las lágrimas y asintió, pero Patricia continuó:

—O la vez que te llamó para decirte que no te podía acompañar a la fiesta de carnaval porque estaba en Bruselas, y el muy... muy desgraciado estaba en Canarias, en los carnavales con sus amigotes.

—Sí, la verdad es que he hecho el tonto con este tío como nunca en mi vida —murmuró al recordar aquello.

—Por eso querida mía, debes hacer lo que yo siempre hago: «A rey muerto, rey puesto» y aquí, esta noche, hay una cantidad de reyes increíbles.

—¿Qué me estás queriendo decir con eso?

—Que te lances. Que te desmelenes. Que dejes de lamentarte. Que no dejes para mañana lo que puedas disfrutar hoy.

Que el idiota del Musaraña no es el único hombre en la tierra que te hará tener un orgasmo alucinante. Que hay otros hombres mucho mejores que ese y que estoy segura de que estarán encantados de conocerte.

—Pero Patricia —resopló Marta—, lo que menos me apetece es volver a conocer a nadie y mucho menos volver a contar mi vida. ¡Es patética!

—No es patética. Pero me lo parecerá si vuelves a decirlo, ¿entendido?

—Vale.

—Creo que debes de dejar de buscar al príncipe azul, ¿aún no te has dado cuenta que el mundo está lleno de ranas?

—Y sapos, que es peor —asintió Marta cogiendo el
rebujito
de su amiga.

—Exacto... ranas y sapos ¿Cuál es la diferencia?

—Prefiero las ranas. El sapo me da más asquito.

—Perfecto. Pues a partir de ahora jugaremos al juego de la rana.

Sorprendida por aquello, Marta dio un trago del
rebujito
y con una sonrisa preguntó:

—¿Cuál es el juego de la rana?

Con una pícamela sonrisa en los labios contestó Patricia:

—Como el de la oca. Pero esta vez se dice: de rana en rana y busco otra porque me da la gana.

—Ah... pensé que era de rana en rana y me tiro otra porque me da la gana.

—Mujer... pretendía ser más flaca y elegante —se carcajeó aquella.

—El problema Patri, es que yo no soy así. Soy rematadamente decente y tonta.

—Pues tienes que intentar ser algo indecente, principalmente por ti. Necesitas pasarlo bien, sin exclusivas y sin compromisos. Y eso, querida, solo lo lograrás buscando una rana que te haga sonreír y no un principito celeste que te quite
to er sentío
común.

Al decir aquello ambas se carcajearon y fueron a la barra a pedir otro
rebujito
.

—Mira, allí están Adrian y Lola. Vayamos con ellos. Marta asintió.

—Sí, pero antes tengo que ir al baño. Tengo el desagüe a rebosar.

Medio achispada, Marta se dirigió hacia el baño de la caseta. Como era de esperar, una enorme fila de mujeres esperaban su turno. Juntando sus piernas, se apoyó en la pared y pidió la vez.

«Uf... qué habré bebido» pensó al sentirse mareada.

Diez minutos después, aquello no se había movido y no podía aguantar más. Por ello sin importarle nada, se dio la vuelta y abrió la puerta del servicio de caballeros. Con cuidado miró. No había nadie. Entró a toda prisa y se encerró en uno de los aseos.

«Qué me meo... que me meo... Uf... ¡qué asco de tíos! Todos apuntan fuera» pensó al ver el baño sucio.

Escaló al retrete como pudo. Se subió el vestido de gitana y se bajó las medias y el tanga, y haciendo equilibrismos se puso de cuclillas. Pero claro, estaba tan incómoda que el chorrillo se desvió, y terminó bajándole por la pierna.

—¡Mierda... mierda! —gritó molesta.

Con rapidez se bajó de la taza y, sacando de su bolso un
kleenex
, se limpió.

«¿Por qué me tiene que pasar ahora esto? Lo odio» pensó molesta. Cuando iba a salir, la puerta se abrió y oyó a dos hombres hablar. Volvió a encerrarse en el aseo para intentar que no la pillaran.

—¿Cuándo irás para Bruselas?

«Vaya, otro que va a Bruselas» pensó Marta con una sonrisilla tonta.

—Al final, dentro de dos semanas. Jonas y McKerrigan han pospuesto la reunión. Por lo visto tenían problemas con la fabricación de una de las piezas y primero querían resolver el problema.

—Casi nos viene mejor, Phil. Por cierto, ¿qué tal se quedó tu padre en Londres? Sé lo importante que para él es la feria.

Tras cruzar una mirada más que expresiva entre ambos, el otro comentó:

—Se quedó gruñendo. Sigue convaleciente de su operación de rodilla. Se empeñó en venir, pero no se lo permití. Ya vendrá el año que viene.

Tras un momento de silencio entre ellos, dijo:

—Me alegro que por fin rompieras lo tuyo con Juliana.

—Lo sé, Marc. Pero prefiero no hablar de ello.

Bastante tenía con verla en la prensa todos los días hablando de su ruptura.

—Lo entiendo. Pero he oído que...

—Sí. Está embarazada. Pero no es mío y estoy tranquilo. Como era de esperar, una más que quiere que sea el padre de su hijo por dinero.

Al decir aquello se le erizaron los pelos. Sabía que Juliana sacaría esa noticia en portada y pronto todos los periódicos ingleses publicarían aquella mentira. Algo que le molestaba. No era la primera que le acusaba de dejarla embarazada siendo mentira.

Aquello llamó la atención de Marta y abrió un poquillo la puerta para cotillear. Quería ver quién era el que tenía acento extranjero. La voz le sonaba.

«No me lo puedo creer, ¡el
guiri
otra vez!» pensó incrédula.

—Vamos a ver, ¿qué tienes tú para que estén todas deseando pescarte?

Philip le miró y lavándose las manos aclaró en tono jocoso:

—Dinero, ¿te parece poco?

Ambos rieron y el más rubio dijo:

Other books

Targets of Revenge by Jeffrey Stephens
Judgement Call by Nick Oldham
Blood Lyrics by Katie Ford
The Curse of the Dragon God by Geoffrey Knight