Las ranas también se enamoran (4 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Las ranas también se enamoran
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La miró boquiabierto durante unos segundos y alejando sus brazos de ella indicó:

—Es usted muy desagradable, señorita.

—Ya somos dos —se mofó ella y mirándole dijo— ¿Sabe una cosa?

Sin amilanarse por el carácter de aquella descarada la miró.

—Dígame, señorita.

—Me encanta ser así de desagradable. En especial con los Idiotas estirados y trajeados como usted que se creen alguien ante los currantes mileuristas como yo.

«Pero, ¿de qué está hablando esta mujer?» pensó Philip sin entenderla.

Dispuesto a perderla de vista se dio la vuelta y la ignoró. Ella diría su última palabra, pero él sería quien le haría el último desprecio.

—Vámonos de aquí, antes de que le tenga que dar su merecido al
guiri
—dijo Marta cogiendo su copa ofuscada ante las carcajadas de los amigotes de aquel.

Cuando se hubieron alejado lo suficiente, Adrian, acalorado, murmuró:

—Uf, Martita de mis amores ¿tú has visto como estaba ese pedazo de
guiri
? Por cierto, me suena su cara y no sé de qué.

—¡Es un cañonazo de tío! —murmuró Patricia y de pronto abriendo los ojos descomunalmente dijo—: Ay, Dios... pero no es Ronan Keating. El cantante.

Los tres volvieron la mirada hacia aquel que continuaba hablando con los mismos hombres.

—Tiene sus hechuras, pero no es él. Pero os digo nenas que yo a ese macizorro le he visto en algún lado— indicó Adrian mirándole.

—Vamos a ver, ¿quién es ese Ronan Keating? —preguntó Marta curiosa.

—Un cantante. Excomponente del grupo inglés Boyzone —Marta puso cara de no conocerle—. Sí, hombre, sí... es el que canta la canción principal de la película Notting Hill... ¡Oh, Dios! ¡¡Está que cruje!! Cuando vayas a mi casa te lo enseño que tengo la peli y sale el vídeo de él cantando mientras está sentado en un banco en el parque.

—En dos palabras IM-PREZIONANTE —murmuró Adrian.

Marta, incrédula por la cantidad de tonterías que decían los dos, se volvió hacia aquel que ni la miraba y torció el gesto.

—Rubio, trajeado y
guiri
¡qué horror! Para vosotros. No es mi tipo. Además, como dice la canción... Que yo no quiero problemassssssssssss —dijo justo antes de empezar a bailar.

El resto de la noche lo pasaron estupendamente. Bailaron, cantaron y cuando llegaron a la cama cayeron desplomados.

Capítulo 6

Los meses pasaron y llegó abril. Aquel año para la feria, los diseños de Lola Herrera, paseaban con estilo por el Real. Como cada año, Lola invitó a Marta, Vanesa, Patricia y Adrian a pasar la Feria con ella. Eran su familia.

El lunes por la noche junto a cientos de sevillanos se pusieron
moraos
a
pescaíto
frito, pijotas, boquerones, adobo y calamares, jamón ibérico, chacinas ibéricas y langostinos. Todo ello acompañado de vinito,
rebujito
, cerveza y manzanilla. Una vez acabaron fueron testigos del
alumbrao
de la portada del Real, donde aplaudieron como descosidos. La Feria había comenzado con fuerza y luces. Sus casetas con suelo de tablas y sus farolillos de colores inducían a pasarlo bien y a bailar.

Lola, como buena sevillana, les llevó a la caseta de un amigo donde fueron recibidos con alegría, música y cordialidad. Allí degustaron buen jamoncito, excelente vinito y
rebujitos
y, sobre todo, se arrancaron por sevillanas. Se lo pasaron bomba hasta el amanecer cuando derrotados se fueron a descansar.

Al día siguiente llegaron al Real en un lujoso y precioso coche de caballos. Vanesa, la hija de Marta, no se lo podía creer. Lola había contratado un precioso coche engalanado por un chofer bien acicalado y perfumado, que les llevó hasta el Real. Horas después degustaron papas con chocos en una de las casetas y, con el estómago a rebosar, decidieron descansar sentados en una de las terrazas. Hacía solecito y un rato de tranquilidad les vendría bien.

—Ven,
miarma
. ¿Quieres continuar con nosotros o prefieres que te llevemos a los cacharritos? —llamó Lola a Vanesa.

—Lola, ¿de verdad crees que a mí, con mi edad, me gustaría montar en los cacharritos de la feria? —preguntó divertida la muchacha mirándola con guasa.

—Todavía tienes dieciséis, no lo olvides —recalcó Marta ganándose una reprochadora mirada de su hija.

—¡Mamá! No me rayes y no empecemos con lo de siempre —contestó rápidamente Vanesa.

Al escuchar la contestación de la muchacha todos sonrieron. Atrás quedaron los años en que Vanesa les hacía meterse en «la calle del infierno», un lugar con infinidad de atracciones, para montarla durante horas en los cacharritos.

—Ven,
miarma
. Por allí viene mi primo Pepe el canastero con sus nietos. Estoy segura de que con ellos lo pasarás mejor que con nosotras.

Ver a aquellos muchachos con los que solo coincidía un par de veces al año, alegró a Vanesa. Con rapidez la muchacha saludó a los chicos que al reconocerla la abrazaron con cariño.


Ainss
, mi niña ya no es una nenita —suspiró Marta mirándola.

—¿Niña? Menudo cuerpazo tiene la niña. Pero si tiene más pechuga que yo —se guaseó Patricia.

Y era cierto. Vanesa era casi más alta que su madre y tenía unas curvas impresionantes. Curvas que el vestido de gitana acentuaba más y que hacía que muchos hombres la mirasen.

—Pues no me dice la mocosa que quiere hacerse un
piercing
— cuchicheó Marta

—¿Dónde se quiere taladrar la muy insensata? —preguntó Adrian

—Mientras no sea en la pepitilla... vamos bien —rió Patricia con guasa—. Tengo una amiga con uno puesto en los labios internos de la susodicha pepitilla que se acostó con un tipo con un
piercing
en el pito y tuvieron que llamar al Samur.

—¿Por qué? —preguntó Marta horrorizada.

—¡Se quedaron enganchados!

—Oh Diossssss, ¡qué momentazo! —exclamó Adrian al escucharla mientras se reían a carcajadas.

Vanesa, la niña, acercándose hasta ellos murmuró:

—Mami, ¿te importa si me voy con ellos? —señaló a los familiares de Lola.

—¿Llevas el móvil? —la cría asintió y Marta, tras darle un beso, dijo—: Anda ve, diviértete, pero ten cuidado.

Dos minutos después Vanesa se marchaba con aquellos muchachos de su edad a pasear por el Real en busca de diversión.

—No te preocupes, cielo —murmuró Lola al ver como miraba a su hija alejarse—. Son buenos
siquillos
. Se tomarán algún
rebujito
, con alguna
aseitunita
, se echarán algún
bailesito
y se lo pasarán bomba. Los nietos de mi primo Pepe y Candela son muy buenos niños. He quedado en que luego la lleven a casa. Lo dicho... no te preocupes.

—Vale, Lola. Me fío de tus familiares —sonrió Marta.

—Ay, jefa... es llegar a tu tierra y todavía tienes más deje andaluz ¡que grasiosa eres
siquilla
! —se mofó Adrian haciéndoles reír.

—¿Sabéis lo que me dijo anoche un tipo mientras bailaba una sevillana con él? —todos dispuestos a reírse miraron a Patricia y esta con arte le imitó—. Me dijo
«Siquilla, me tienes engorilao perdió.»

—¿
Engorilao perdió
? ¿Te dijo eso? —rió Lola al escuchar aquello.

—Te lo juro, Lola.

—Oy... oy, que asalvajao
. ¿Dónde puedo conseguir yo uno de esos? —se guaseó Adrian.

Pasaron más de una hora riendo y divirtiéndose sin parar hasta que Lola sintió la boca seca.

—Ay, por Dios ¡Qué pecha a reír! Tengo la boca como una suela de lija ¡seca!

Marta, muy flamenca con su traje en color malva, y la flor en el pelo, se ofreció para traer algo de beber. Con una sonrisa en la boca se acercó hasta la caseta municipal más cercana y esperó su turno para pedir mientras escuchaba a un grupo flamenco cantar y veía a la gente animada bailar. Mientras esperaba en la cola se fijó en las dos mujeres que tenía delante de ella. Eran extranjeras. Su acento, su pelo rubio y sus pintas lo gritaban a los cuatro vientos. Pero lo que realmente llamó su atención fue ver que los vestidos que llevaban eran de su tienda. Eso le gustó.

«Vaya... a las
guiri
s les sientan bien» rio mirándolas. De pronto dos borrachines se acercaron hasta las
guiri
s y balbucearon:

—Moverse para atrás
blondies
que aquí nos ponemos nosotros.

Las
guiri
s al escucharles se miraron y una de ellas soltó en perfecto castellano.

—Creo que no, listillo. Si quieres beber te pones en la fila y esperas tu turno como todo el mundo.

Eso hizo sonreír a Marta. La
guiri
sabía defenderse. Pero cuando vio a los idiotas plantarse ante aquellas con todo el descaro del mundo les miró y gritó.

—Eh... iluminaos
¿No lo habéis oído?

Los hombres la miraron y Marta prosiguió con gesto furioso.

—Llevo esperando aquí veinte minutos a que me toque la vez. Por lo tanto, si queréis beber, respetad el turno. Porque delante de mí no vais a pasar.

—¿Pero qué dice la morenita? —rieron aquellos que estaban como dos cubas.

Antes de que ella pudiera responder, fue la
guiri
quien respondió y empujándoles de la fila dijo:

—Ha dicho lo que yo. Qué respetéis vuestro turno y no seáis cara dura.

En ese momento quedó libre la barra y los señoritingos se dieron la vuelta con rapidez y comenzaron a pedir. Pero la
guiri
y Marta no se lo iban a permitir y, tras mirarse con complicidad, se pusieron cada una de ellas a ambos lados de aquellos y sin mediar palabra les cogieron del cuello y les quitaron de en medio echándoles para atrás. Los hombres al ver aquello se enfadaron. Dos mujeres habían pisoteado su honor de machitos. Y cogiendo a la pobre
guiri
que no hablaba español por el vestido, le arrancaron un volante de la falda de un tirón.


Oh, my God!
—gritó aquella llevándose las manos a la cabeza.

Marta al escuchar las voces de la
guiri
se volvió y, al verla del color de un tomate Raf con el vestido descosido, sin pensárselo dos veces empujó a uno de los hombres, con tal mala suerte que este al caer se llevó por delante a las dos
guiri
s que terminaron espanzurradas en el suelo con él.

—¡Lo siento! —se disculpó Marta ayudando a la
guiri
a levantarse.

—No te preocupes. Ha sido sin querer —respondió la que sabía hablar español.

En ese momento se formó un buen
guiri
gay. La gente comenzó a gritar y a separarse de ellos cuando el otro borrachín intentó atacar a Marta. Pero la
guiri
se lanzó con rapidez sobre aquel y terminaron ella, Marta y el borracho rodando por el suelo.

—Ahora te he tirado yo a ti —se disculpó la
guiri
y Marta se carcajeó.

Levantándose con rapidez al ver que el otro borracho cargaba contra la
guiri
la empujó para que no la dañara y, como buena karateka, le paró y en pocos segundos estaba en el suelo junto a su compañero. Una vez los tuvieron controlados, Marta y la
guiri
comenzaron a pedir sus bebidas, mientras la otra se marchaba al baño para intentar arreglar su vestido.

—Gracias —sonrió la
guiri
divertida.

—De nada, mujer. Estos idiotas que se creen los dueños del mundo me sacan de mis casillas. Mírales —les señaló Marta mientras se los llevaban los de seguridad fuera de la caseta—, solos no son nadie, pero cuando se juntan dos se creen los reyes del mambo.

En ese momento se acercó hasta ellas un hombre, intercambió unas palabras con la
guiri
en inglés y esta se encaminó hacia el baño para ayudar a su amiga. Volviéndose hacia Marta exclamó:

—No me lo puedo creer. ¿Usted otra vez?

Al escuchar aquello Marta le miró y al darse cuenta de quién era pensó «pero qué he hecho yo para encontrarme continuamente con este petardo» y, separándose de él, le advirtió:

—Mire, oiga. No hay problema. Hagamos como que no nos hemos visto. Estoy segura que no nos será difícil a ninguno de los dos.

Dicho esto Marta se dio la vuelta dispuesta a recoger sus bebidas e irse, pero él no estaba dispuesto a dejarla marchar. Y la agarró del brazo con gesto impávido.

—Se va usted a disculpar ante las señoritas —gruñó señalando a una de las
guiri
s que andaba hacia ellos.

—¡¿Yo?! —gritó Marta incrédula—. Pero si he sido yo quien las ha defendido.

—Además de una maleducada, ¿es una mentirosa?

Escuchar aquello sacó a Marta de sus casillas y, plantándose ante él con cara de advertencia, le gruñó dispuesta a hacer con él lo que había hecho con los dos borrachines.

—Usted y yo vamos a tener un problema muy grande. Oh, sí... ¡lo estoy viendo venir! Pero bueno, ¿cómo puede ser tan merluzo y acusarme de algo así?

En ese momento la mujer que había defendido su puesto en la barra junto a ella llegó.

—¿Qué ocurre ahora? —preguntó al ver que discutían.

Marta fue a responder, pero aquel enorme trajeado se le adelantó.

—Le estaba pidiendo a esta señorita, por llamarla de alguna manera, que se disculpara con vosotras. He visto como te empujaba y tiraba al suelo, aunque ella se empeñe en decirme que es mentira.

—Es que es para pegarte y no dejar que te levantaras en un mes —gruñó Marta incrédula por lo que escuchaba de la boca de aquel merluzo.

Al ver las caras que ponían ambos, la
guiri
se interpuso entre los dos titanes.

—Pero Phil, ¿qué barbaridad estás diciendo? Ella lo único que ha hecho ha sido ayudarnos. Si me ha empujado ha sido para evitar que uno de esos tipos me golpeara —dijo mirando fijamente al hombre.

El hombre al escuchar aquello miró a Marta, que con gesto de mala leche dijo:

—Es para pegarte o no... precioso.

. La mujer al ver como se miraban se volvió rápidamente hacia ella y con la mejor de sus sonrisas le indicó.

—Lo siento. Perdona a mi hermano. Phil a veces es...

—¡Idiota! Entre otras muchas cosas —gruñó Marta.

Él la miró pero no contestó, mientras su hermana sonreía. Nunca había visto a una mujer hablar así a su recto hermano y eso le divertía. Las mujeres le veneraban y besaban por donde él pisaba. Algo que, extrañamente, aquella joven ni siquiera pretendía.

Molesto por como aquella le miraba, Philip se dio la vuelta y se unió al grupo con el que estaba. Casi todos extranjeros. Marta le siguió con la mirada. Aquel estirado la sacaba de sus casillas.

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