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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Las ranas también se enamoran (38 page)

BOOK: Las ranas también se enamoran
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—¿Qué haces?

—Limpiando la casa. La mierda ya anda sola y me saluda al llegar.

Patricia sonrió. Marta era una obsesiva de la limpieza.

—¡Qué exagerada eres, reina! Por cierto, ¿estás hoy mejor?

—Sí... hoy ya comienzo a ser persona. Creo que me debió sentar mal la ensaladilla que comimos.

—Oye... quería disculparme por lo del otro día.

Al escuchar el tono de voz, Marta sonrió. Si algo tenía claro era que su amiga nunca haría nada para perjudicarla, por ello con una voz divertida preguntó:

—¿Por qué? ¿Por ponerte morada de donuts delante de mí sin piedad? Eso que yo sepa es una terrible crueldad. Y más, sabiendo lo mucho que me gustan.

—Lo siento de verdad. A veces me olvido que los buenos tíos existen.

—Pues no deberías olvidarlo, Patri. Incluso deberías darle una oportunidad a ese poli. Quizás te sorprenda y no te arrepientas.

—Ya lo sé, pero no puedo. Me cuesta fiarme de él.

Marta suspiró al escuchar aquello. Su amiga había sufrido mucho en su última relación. Un idiota que la anuló e incluso llegó a ponerle la mano encima.

—De todos modos —continuó Patricia— no debería pensar tan mal del
guiri
. Creo que es una buena persona por mucho que me empeñe en pensar lo contrario. Haces bien, Marta. Haces bien intentando rehacer tu vida, y por Vanesa no te preocupes. Tarde o temprano se dará cuenta.

—No me lo está poniendo fácil. Pero bueno...

—¿Quizá esté celosa? Para ella verse relegada a un segundo plano le puede ocasionar cierto recelo.

—Patricia, por Dios. Que he salido con el Musaraña tres años y ella estaba encantada.

—Es normal que le gustara el Musaraña. Un tío como él, al que le gusta siempre la fiesta y el cachondeo, ¿a quién no le gusta? —Marta sonrió—. Si le comparas con el pulcro y serio inglés con el que te estás amancebando, pues hija es como comparar un diamante con un melón. Pero lo dicho, tarde o temprano se dará cuenta que la vida es algo más que estar en una continua juerga.

—Vanesa me ha dicho que teme que Philip intente llevarnos a Londres. Dice que no quiere dejar su casa, ni sus amigos.

—Esta niña es tonta —resopló Patricia—. Pero déjala. Tarde o temprano ella sólita se dará cuenta que el
guiri
es lo mejor para ella también.

Tras hablar durante diez minutos finalmente colgaron y Marta con una alegre sonrisa continuó arreglando la casa. Sobre las nueve de la noche, cansada de tanta limpieza, decidió darse un descanso. Cogió la correa de
Feo
, se encendió un cigarrito y bajó con él a pasear. La tarde era apetecible.

En ese intervalo su hija Vanesa llegó a casa. No había nadie. Había pasado la tarde con unos amigos en una de las plazas del barrio donde se encontró con el Musaraña y algunos amigos de su madre. Como buen vividor, le preguntó por su madre y le indicó que era el cumpleaños de Antonio, el Pistones, un amigo del grupo al que Marta siempre había tenido un cariño especial, y le recordó que estarían todos los amigos aquella noche celebrándolo en El Picotazo, un bareto de moteros que había en la carretera de Boadilla del Monte.

Abriendo la nevera Vanesa miró en su interior. Estaba repleta. Su madre había pasado por el Mercadona. Tras escanear con la mirada su interior decidió coger un yogur griego ¡le encantaban! Sonó el teléfono y con rapidez lo cogió.

—Sí. Dígame.

—Hola,
honey
.

«El
guiri
» pensó al reconocer su voz. Al darse cuenta que aquel era el inglés pensó colgar. Pero al ver que este, como todo el mundo, la había confundido con su madre, sonrió y contestó con maldad.

—Hola, Philip. ¿Qué tal tu viaje?

—Bien... bien —sonrió sentado en su mullido asiento de cuero, feliz por hablar con ella—. Ahora estoy en mi avión rumbo a Madrid. He adelantado mi viaje porque estoy deseando verte, preciosa ¿Nos vemos esta noche? Llegaré al aeropuerto sobre las diez. Puedo estar en tu casa sobre las once más o menos. ¿Te apetece que nos veamos?

Al escuchar aquello la muchacha enseguida contestó sin casi esperárselo.

—Uf... esta noche no me viene bien. Tengo planes.

—¿Tienes planes? —preguntó molesto.

—Pues sí. Voy a ir con unos amigos a una fiesta. Si me hubieras avisado con antelación podría verte hoy. Pero no. Definitivamente no puedo faltar. Defraudaría al Pistones.

Aquella contestación dejó a Philip sin palabras. Llevaba días ansiando verla. Incluso había adelantado su regreso para estar con ella y ahora que la podía ver, ella anteponía unos amigos a él. Eso le enfadó.

Vanesa al notar su silencio se apresuró a contestar.

—De todas maneras si quieres puedes venir al local donde estaré. Se llama El Picotazo y está en la carretera de Boadilla del Monte. No tiene pérdida. Verás muchas motos aparcadas fuera. Estaré allí con mis amigos. Con mi gente. Aunque conociéndote si vas al Picotazo, estoy segura de que te sentirás fuera de lugar. Ese ambiente no es para ti.

Cada vez más molesto por la frialdad y indiferencia en su voz dijo en tono ácido.

—Entonces no iré. No quiero molestar.

Feliz al escuchar la sequedad en su voz, la niña decidió cortar la comunicación.

—Muy bien, Philip. Te voy a dejar. Me tengo que arreglar y tengo prisa.

Dicho esto y sin darle tiempo para despedirse cortó la comunicación con una extraña sonrisa de triunfo en la cara. Pero esa sonrisa cuando fue consciente de lo que había hecho se le heló. No había procedido bien. Diez minutos después apareció Marta con
Feo
, que se pusieron contentos al verla.

—Hola cariño, pensaba que vendrías más tarde.

Rápidamente la niña se acercó a ella y la besó. Deseaba decirle lo que había hecho pero fue incapaz. Le daba vergüenza. Marta extrañada por aquel beso y aquella receptividad intuyó que su hija quería algo. Dejó la correa de
Feo
en la entrada y mirándola preguntó:

—Desembucha lo que tienes en tu interior, jovencita.

Acercándose a ella la muchacha dijo para su sorpresa:

—Mami, he visto a Antonio, el Pistones. Me ha dicho que esta noche no podemos faltar a su cumpleaños. Lo celebra en el Picotazo a partir de las diez. Por eso he venido pronto. Para que vayamos juntas.

Al escuchar aquello, Marta resopló. Tal y como tenía la casa patas arriba, lo último que le apetecía era marcharse de cumpleaños, y menos al Picotazo. Un lugar donde solían pasarlo muy bien. Y donde con seguridad le darían las tantas de la madrugada.

—Pues siento decirte que...

—Jo, mami... no me digas que no —protestó la niña—. Anda venga, anímate. Llevamos tiempo sin divertirnos juntas. Además, el Pistones siempre se ha portado muy bien con nosotras y se lo merece. Venga mami. ¡Porfi!

Al verla tan alegre y receptiva no pudo decir que no. Aquella celebración podía ser un encuentro entre ambas y se dio por vencida. No le apetecía nada, pero por ella, por verla contenta, asistiría.

—De acuerdo, cabeza loca. Iremos.

Vanesa gritó y saltó de alegría. Aunque algo en su interior le taladraba por lo que había hecho. Aquella noche, vestidas con sus vaqueros y cazadoras de cuero se montaron en la moto de Marta y tras ponerse sus cascos, se marcharon dispuestas a divertirse a El Picotazo.

Philip, cansado del largo viaje desde China, llegó a su casa de la Moraleja. Un chalet amplio de aspecto minimalista que compró con las primeras ganancias que le ofreció su empresa. El servicio le recibió como siempre, con cariño. Deseaba tener un sitio de referencia en España. Y aquel era su hogar. Cuando era pequeño durante unos años vivió en Madrid, en el chalet de su padre, en Somosaguas. Le encantaba vivir en España. Pero cuando su madre enfermó, su padre decidió vender la casa y que todos se trasladaran a vivir a Londres. Allí su madre estuvo acompañada durante años por toda su familia hasta que murió. Luego Karen y Philip habían rehecho sus vidas y Antonio decidió permanecer en Londres por sus hijos.

Tras saludar a Simona y José, los guardeses, se dirigió a su despacho. Soltó unos papeles encima de su oscura mesa de roble y se sentó en su sillón de cuero negro. Echó un vistazo a su bonito reloj Armani y maldijo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué hacia pensando en una mujer que había pasado de él? Llevaba sin verla días y lo que más le apetecía era eso, verla. Pero la desgana de ella le había dejado frío como el acero. ¿Habría ella vuelto a las andadas en referencia a su relación?

Pensó en ir a aquel bar, El Picotazo. Pero sería ridículo. Ella estaría con sus amigos pasándolo bien y él allí solo estorbaría. Su indiferencia al teléfono se lo había dejado claro.

Finalmente malhumorado por aquel desplante, decidió no acudir donde ella estaba. Nunca había ido detrás de una mujer y menos si ella no quería. Por ello sacó su móvil y tras buscar en su agenda un nombre, marcó un teléfono.

—Hola, Ana ¿Cómo estás? —dijo.

Media hora después, tras cambiarse de ropa. Philip, aún ceñudo, cogió su biplaza y se marchó. Tenía una cita.

En El Picotazo Marta y Vanesa reían con sus amigos. Todos eran ruidosos y divertidos. El Musaraña al verlas aparecer sacó toda su galantería a relucir, aunque a Marta aquello no le importó. Le conocía muy bien. Tenía muy claro que aquel no volvería a formar parte de su vida, se pusiera su hija como se pusiera.

Durante gran parte de la noche bailó con todos, hasta con su ex. Todos eran unos locos del rock and roll, la cerveza, las motos y la música country. Por ello, Mario, el dueño del bar, cerraba el local cada vez que iba ese gran grupo de moteros. Solo con la caja que hacía aquella noche con estos, tenía más que suficiente.

Sobre las tres de la mañana Marta agotada se sentó y miró el reloj. Estaba cansada y deseaba irse adormir. Pero veía a su hija divertirse tanto que no quería, como ella diría, cortarle el rollo. Pensó en Philip y sonrió. No se lo podía imaginar en aquel cochambroso bar, bailando como sus amigos. Deseaba volver a verle y eso le hacía pasar alguna que otra noche en vela. Anhelaba sentir la seguridad y tranquilidad que él le proporcionaba, y suspiró como una tonta al recordar cómo le hacía el amor. Solo pensarlo la excitó y una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Por fin te pillo a solas —dijo el Musaraña sentándose a su lado en el banco, con una cerveza Mahou en las manos.

Marta con gesto relajado le miró. Ante ella tenía al hombre que le había partido el corazón en varias ocasiones hasta que finalmente despertó de su sueño y se dio cuenta que era un sapo más en la gran charca de la vida.

—Estás preciosa.

—Gracias —sonrió ella bebiendo a morro de su cerveza sin alcohol.

Durante unos segundos ambos miraron a la pista sin saber qué decir. En ese momento sonaron los primeros acordes de la canción «No rompas más» de Coyote Dax, su canción. Eso les hizo sonreír mientras veían a los amigos agruparse para bailarla.

—Si antes me siento contigo, antes la ponen —murmuró aquel.

—No te preocupes, no pasa nada —se mofó Marta—. Lo tengo superado.

Él la miró y extendiendo la mano le tocó la cabeza. Marta tenía un precioso y ensortijado pelo que siempre le había encantado. Al notar el calor de su mano cerca de ella Marta se retiró.

—No iba a hacerte nada —protestó él.

—Ya lo sé. Pero no quiero que me toques. ¿Lo has entendido? —aclaró poniéndose seria—. Creo que lo que hiciste la última vez no estuvo bien y lo sabes. Una cosa es que tú, como adulto que eres, fumes lo que te dé la gana, pero ¿cómo se te ocurrió darle hachís a Vanesa?

Tras dar un largo trago de su cerveza él contestó. Sabía que aquella conversación estaba pendiente y cuando antes la tuvieran mejor para los dos.

—No era para ella. Era para un amigo.

—Me importa un pepino para quien fuera. Mi hija no tiene por qué tener eso encima, ni llevarlo. ¿No ves que eso puede inducirla a fumarlo?

—Lo sé, Marta. Lo sé y por eso te pido disculpas. Sabes que nunca había hecho algo así. Pero ese día estaba pillado de tiempo, Vanesa me dijo que iba a ver a un amigo al que yo le tenía que dar lo que había pillado para él y...

—Y decidiste que mi hija te evitara un viaje, ¿verdad?

Él asintió. Se sentía mal por aquello, pero Marta estaba exagerando como siempre.

—Que no se te vuelva a ocurrir. Porque si yo me entero que haces algo así otra vez, te juro por mi hija que es lo que yo más quiero en la vida, que te busco las cosquillas. Conmigo como pareja has podido jugar durante años, pero con mi hija no se juega a nada. ¿Me has entendido?

Volvió a asentir. No le podía decir nada porque tenía razón. Dando un largo trago a su cerveza reunió fuerzas para hablar.

—Marta, te echo de menos.

—Pues yo a ti, no.

—¿No me echas de menos? —murmuró acercándose a ella. —No. Absolutamente nada —respondió separándose en el banco.

Aquella conversación comenzó a ponerla nerviosa. El Musaraña era un tipo muy insistente y, si a eso le unías lo guapo que estaba aquella noche, y su sonrisa dulzona, era una tentación. Pero no. Su historia con él estaba finiquitada para siempre.

—Este tiempo que he estado sin ti me ha dado qué pensar.

Eso la hizo reír y, tras dar un nuevo trago de su bebida se mofó:

—Me alegra saber que no tienes atrofiado el cerebro y puedes pensar. Eso es bueno. Sigue practicándolo.

Él continuó su acercamiento hasta que consiguió acorralarla contra la pared.

—¿Sabes que me gustas mucho verdad?

—No comencemos y aléjate de mí —protestó.

—No voy a darme por vencido así como así.

Molesta por aquel acoso Marta se retiró el pelo de la cara y con gesto agrio dijo:

—Vamos a ver. Me conoces. ¿Qué pretendes? Tener un problema conmigo ¿o qué?

En ese momento Vanesa se fijó en su madre y no le gustó la actitud del Musaraña.

—Pretendo tener lo que tuvimos. Venga Marta... no te hagas de rogar. Seguro que me echas de menos tanto como yo a ti —ella se carcajeó y él continuó—. La Vane me ha perdonado. ¿Por qué tú no me puedes perdonar para que todo vuelva a ser como era?

Incrédula por lo que decía le miró y se levantó de su silla.

—Porque ahora soy yo la que decido, cuándo y con quién quiero estar. He tomado las riendas de mi vida y he decidido que no me interesan los hombres como tú y...

Sin dejarla terminar de hablar él soltó:

—Ah... y por eso te has liado con ese
guiri
ricachón.

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