Las ranas también se enamoran (17 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Las ranas también se enamoran
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Con los ojos chispeantes Marta le miró y dijo retirándose el pelo de la cara.

—¡Caray!... Philip pues te recomiendo que pierdas el tiempo y la veas. Estoy segura de que te hará pasar un rato agradable. Tienes que verla —al ver la alegría en sus ojos él sonrió. Era deliciosa. Realmente cautivadora—. Esa película tiene dos frases maravillosas que con seguridad ningún hombre del siglo XXI diría
ni jarto
de vino. Pero cuando el increíble y siempre guapo Dermot Mulroney mira a Debra Messing y le dice «Prefiero discutir contigo a hacer el amor con otras» o esa otra de «Si no te hubiera conocido te echaría de menos» Oh, Dios... Oh, Dios... mío — levantó las manos al techo dejándole boquiabierto—. Es lo más bonito que he escuchado nunca decir a un tío. Solo de pensar en cómo se las dice me excita. Qué maravilla de película, de Dermot y de frases. Lo dicho. Tienes que verla.

Al ver que él la miraba con su gesto inexpugnable, paró de hablar y dijo:

—Vale... me callo. Sigue preguntando.

—¿Cuál es tu apellido?

—Rodríguez. Un apellido muy latino. Lo sé. Es como yo, del montón. Él sonrió.

—¿Tienes novio o alguien especial? Recuerdo que Lola comentó que habías roto con tu novio y...

Marta no le dejó terminar y con un cinismo que bien le habría valido un Goya señaló:

—No. A excepción de mi fiel
Feo
—dijo mirando a la mata de pelo que echada en la puerta les miraba—. Nunca he querido, ni necesitado, marido. No me gustan los contratos matrimoniales, ni unirme a un hombre del que estoy segura me cansaría o él me aborrecería pasados unos años. Lo reconozco, ¡soy insoportable!, a la par que independiente —él rio—. Sobre mi ex, rompí con él hace meses. Hoy por hoy es un amigo especial como tú y otros cuantos —mintió como una bellaca imaginándose una mujer moderna—. Yo no creo en el amor, ni en la pareja, ni en nada por el estilo. Y como en más de una ocasión le he dicho a mi amiga Patricia: el romanticismo es algo pasado de moda, el amor caduca como los yogures y ya nadie regala rosas sin esperar un buen revolcón después.

Aquella desvergonzada continuó comiendo galletas compulsivamente tras revelarle aquello y Philip boquiabierto hizo esfuerzos por continuar allí sentado. No sabía por qué pero algo en él le decía que aquella pequeña morena le estaba engañando. Pero si lo hacía, lo hacía muy, muy bien.

—Mira Philip. Yo sola, sin la ayuda de un hombre al lado, he criado a mi hija. Con ella y
Feo
, soy feliz ¿Por qué complicarme la vida? Por eso he decidido vivir con la misma libertad con la que vivís el género masculino desde hace siglos. Nada de obligaciones con ningún hombre. Solo amistad y buen sexo cuando yo quiera, y con quien me apetezca.

Él asintió. Tenía amigas de ese estilo en Londres. Pero esas amigas nunca despreciarían una buena boda y una mejor vida. Cada vez más atraído por aquella mujer preguntó:

—¿Puedo hacerte una pregunta algo más personal?

—Vale... venga —sonrió ella contenta por lo bien que estaba capeando aquellas preguntas.

—¿Cuántos años tienes? ¿Dónde está el padre de tu hija?

Sorprendida por el cariz que estaba tomando la conversación respondió, intentando no ponerse demasiado seria.

—Esas son dos preguntas muy, muy personales. Hemos dicho que solo somos amigos. Además, habías dicho una.


Touché
—rió al escucharla, mientras daba un sorbo a su café.

—Pero para que veas que soy una buena amiga te contestaré. En cuanto a tu primera pregunta, treinta y dos. A la segunda, murió para mí. Nunca le necesité.

Al ver que él la miraba impresionado Marta suspiró y con una sonrisa en los labios, aunque con una tristeza en la mirada que dejó a Philip sin palabras, le explicó:

—Mi vida no es muy agradable de contar, y cuanto más la acorte, ¡mejor!

—¿Por qué no es agradable?

—No todos hemos nacido en el seno de una buena familia de condes —se mofó ella.

—Vamos a ver, Marta —insistió él—. El nacer en una familia de condes no te garantiza la felicidad. Aunque en mi caso mis padres me hicieron muy feliz. Pero tú eres muy joven para haber tenido una vida no muy agradable y que no quieras recordar —insistió.

Marta tras dar un sorbo de su café continuó sin saber porqué.

—Me crié en una casa de acogida desde que nací hasta los once años cuando una familia me recogió. Pero de allí escapé al sentir que el hombre no me miraba con buenos ojos. Durante casi cuatro años viví en la calle y mientras las chicas de mi edad aprendían a hacer ballet, yo aprendí cosas no muy recomendables, pero sobreviví —Philip sorprendido la miró—. Me enamoré del padre de Vanesa cuando tenía catorce años. Pero cuando quedé embarazada desapareció, y aún siendo una niña decidí seguir adelante sin él. Con el tiempo conocí a Lola. ¡Mi hada madrina! Ella y Blas, su difunto marido, han sido mi única familia junto a mi hija Vanesa, hasta que Patricia y Adrian entraron en mi vida —al decir aquello se emocionó y mirando aquel rostro imperturbable preguntó—.
Joer
. Menuda charla te he dado ¿He satisfecho tu curiosidad para que entiendas por qué para mí no es agradable recordar?

Philip no esperaba nada de aquello y conmovido por la dura vida de aquella joven no supo qué decir. Ahora entendía en cierto modo su autodeterminación y autoprotección.

Marta, al verle tan confundido, enseguida salió en su ayuda a pesar de sus ojos vidriosos.

—Siento haberte impresionado con mi aburrida vida. Pero, ¡eh, amigo! Tú has sido quien me ha preguntado.

Philip soltó la taza. Le quitó a ella la suya de las manos, bajó la bandeja al suelo y abrazándola le susurró mientras le besaba en el cuello.

—Felicidades, campeona. Eres una auténtica luchadora. Una mujer increíble y una magnífica madre que ha sabido ganarle la partida a la adversidad. Ahora, tras saber eso, me alegro más que nunca de haberte conocido.

«Caray... esto bien vale por una frase de Dermot Mulroney» pensó halagada, mientras se tragaba las lágrimas y mordisqueaba una galleta.

—Oh, Dios... disculpa. Me he puesto demasiado petarda — sonrió Marta, incrédula de que un hombre le hubiera dicho algo tan bonito.

—Mira... hagamos una cosa —dijo él separándose de ella para hacerla sonreír. —Comencemos de nuevo.

Sin entender a qué se refería, Marta vio que este se levantaba, le quitaba la galleta, cogía la bandeja con los cafés y salía de la habitación. Atónita por aquello, miró la puerta. De pronto este entró con una sonrisa maravillosa y sentándose en la cama soltó la bandeja y le susurró acercándose de nuevo a ella.

—Buenos días,
honey
. No estás sola y vamos a pasar un maravilloso día juntos.

Con una sonrisa que hizo que a Philip le saltara su duro corazón, se puso de pie en la cama. Le descolocó otra vez el pelo y tras hacerle soltar la bandeja se tiró a sus brazos y dándole un apasionado beso que le hizo temblar de pies a cabeza le susurró:

—Vayamos a la ducha y comencemos ese maravilloso día.

Con unas divertidas sonrisas entraron en el baño. Sin demora, Marta abrió el agua y tras empujarle para meterle bajo el chorro, le hizo el amor.

Después de un sábado de ensueño, al día siguiente Philip se marchó de su casa. Debía regentar una empresa. Cuando este se montó en el ascensor, antes de cerrar la puerta la miró en espera de algo. Pero ella se limitó a sonreír y a decirle adiós con la mano. No pidió que la llamara. Ni siquiera le insinuó verse en Londres para la boda de Lola. Solo le sonrió y se despidió.

Cuando llegó al portal, se quedó durante unos segundos parado. ¿Debía pedirle su teléfono? Pero tras aclarar sus ideas, y pensar en el trato hecho con ella, fue hasta su coche y se marchó. Debía regresar a Londres.

Marta tras despedirse de él con la mejor de sus sonrisas, cerró la puerta de su casa y se encogió en el recibidor de espejos. Odiaba sentirse así, pero aquel tipo trajeado y culto le había hecho pasar un par de días maravillosos. Quizá demasiado bonitos para ser verdad.

«Soy idiota. Definitivamente idiota. Esto es un rollete de fin de semana y no debo de pensar en nada más» pensó. Comparar a Philip con el Musaraña, era como comparar el jamón ibérico de bellota con el chóped de aceitunas. Ambos eran hombres. Pero todo lo que tenía de galán Philip, lo tenía de macarra el Musaraña.

—Bueno, cenicienta. ¡Espabila! La rana ya se ha marchado en su preciosa calabaza y una jovencita con seguridad te espera —pensó mirándose en el espejo.

Una hora después, Marta cogió su moto, dos cascos y se marchó a buscar a su hija. La vida continuaba y pensaba cobrarse el vale oro de su hija.

Capítulo 19

En Londres, a la llegada de Philip, la cosa se complicó. Los periódicos sensacionalistas desde hacía días hablaban del embarazo de Juliana con el titular «Philip Martínez y actriz de musicales, ¿futuros padres?». Leer aquello le sacó de sus casillas. ¿Cómo su ex, a la que tanto había amado, podía estar cayendo tan bajo? Tanto ella como él sabían que aquel bebé no podía ser hijo suyo. Llevaban ocho meses separados y sin contacto físico.

Cansado del acoso de la prensa quedó con Juliana una noche en la casa que ella compartía con su último novio. Necesitaban hablar. Pero al bajar del coche maldijo al encontrarse a la prensa esperándole. Con rabia en el rostro llamó al portero automático y entró.

—Phil, cariño —saludó esta vestida con un sugerente camisón a juego con una batita color lavanda que dejaba entrever su abultada tripa.

Sin demora ni florituras Phil dejó su chaqueta encima del sofá y mirándola le preguntó:

—¿Me puedes aclarar qué es lo que estás haciendo? ¿Por qué dices mentiras en referencia a ese bebé?

Al sentir el tono de su voz, Juliana dio un paso atrás y apoyándose sobre la mesa respondió tocándose su abultada barriga.

—Cielo, este bebé puede ser tuyo. ¿Quién dice que no lo puede ser?

—Yo, Juliana. Yo lo digo. Y por favor limítate a llamarme por mi nombre. No quiero ningún apelativo cariñoso de ti hacia mí.

—No te pongas así, tesoro —insistió ella en un tono que a él no le gustó. Le estaba buscando las cosquillas y no le daría el gusto, por lo que mirándola dijo lo más calmado que pudo.

—Hace más de ocho meses que tú y yo no tenemos nada que ver. No ha existido ningún tipo de relación, ni personal ni sexual ¿Pretendes que me crea que ese bebé es mío?... Venga ya Juliana, que soy adulto y no me considero tonto. ¿Por qué has caído tan bajo?

Juliana le entendió. Sabía lo que a Philip le molestaba aquella mentira. Ya había pasado antes por aquello con otras mujeres y siempre supo que aquel error él nunca se lo iba a perdonar.

—Por cierto, ¿dónde está tu novio?

Incómoda por aquello, ella se movió de lugar. Pero seguía sin dar su brazo a torcer.

—Trevor ha salido. He hablado con mi abogado y tendrás que hacerte las pruebas de paternidad. Aunque tú creas que no puedes ser el padre del niño, hasta que no se demuestre, no lo sabrás. Me hicieron una amniocentesis...

—Por supuesto que me las haré ¿acaso lo has dudado? — Asintió asombrado por aquello.

—No —respondió ella retirando la mirada.

—Lo único que te pido es discreción, Juliana —protestó él.

—¡Imposible! He firmado un contrato con una revista cuando salgan las pruebas y...

Al oír aquello Philip blasfemó. ¡Cómo podía ser tan ruin! Y mirándola dijo con gesto agrio.

—Estás manchando tanto tu credibilidad como mujer como mi honor.

—¡¿Honor?! —gritó ella—. ¿Acaso crees que me importa tu honor?

—No. Lo único que te importa es el beneficio que estas sacando con todo esto. ¿Acaso crees que las entrevistas o los programas de televisión no se acabarán cuando esto se aclare? ¿O es que buscas promocionar tu musical a costa de mí y de ese bebé?

Con una frialdad que dejó sorprendido a Philip, aquella mujer a la que había amado y defendido durante tantos años le miró fijamente.

—Sí, cielo. Y por eso voy a aprovecharlo —con rabia clavó sus impactantes ojos claros en él y gritó—: ¡Tú siempre has tenido una buena vida repleta de comodidad y lujo! ¿Crees que yo no quiero tenerla?

—Disculpa por ello, Juliana. Pero te recuerdo que mis padres fueron quienes se encargaron de facilitármela. Tú lo que pretendes es conseguirla a costa de falsas acusaciones hacia mí. ¿No te avergüenza?

—No... Precisamente por el bienestar de este niño es por quien hago esto.

Al escuchar aquello Philip sonrió con amargura y clavó sus impactantes ojos azules en ella.

—Tú solo buscas el dinero. Ni ese bebé, ni yo, te importamos absolutamente nada.

—¡Qué sabrás tú! —respondió dándose la vuelta.

Asiéndola del brazo Philip hizo que lo mirara.

—Te conozco, Juliana y sé que ni ese niño ni yo te importamos. Me compadezco de tu hijo. Solo buscas la fama y el dinero y siento decirte para tu desgracia, que no te hará feliz. Cada vez querrás más y eso acabará contigo. Recuérdalo.

De un tirón se soltó de su brazo.

—Phil no voy a escucharte —dijo con gesto agrio.

—Oh, claro... no me escuches. Tú solo sigue haciendo caja conmigo mientras puedas. Por cierto ¿no te parece extraño que la puerta de tu casa esté llena de fotógrafos a esta hora?

Ella no contestó y él continuó.

—Estoy convencido que una llamadita tuya les alertó, ¿verdad?

—Mira, Phil. Este es mi momento y si para ello tengo que hablar de ti o de cualquier otro lo voy a hacer.

—Siento mucho lo que ese pobre bebé va a tener que sufrir.

—Necesito ese dinero y no hay más que hablar —susurró con rabia.

—De acuerdo, Juliana. No hay más que hablar —dijo él cogiendo su chaqueta para dirigirse a la puerta—. Por mi parte queda todo hablado. Me haré las pruebas de paternidad y una vez estén los resultados, no quiero volver a saber nada más de ti. ¿Me has entendido?

Ella no contestó. Se limitó a mirarle con gesto de odio y este abriendo la puerta se marchó. Con decisión Phil se enfrentó a la nube de periodistas que fuera de la casa de Juliana le esperaban, y sin responder a ninguna pregunta se montó en su coche y se marchó.

Durante aquella semana en Madrid, Marta se pilló pensando en aquel trajeado todos los días. ¿Pero cómo no pensar en él? Su breve rollo con Philip había sido lo más bonito, morboso y dulce que había vivido en su vida. Lola se marchó para Londres el miércoles con Antonio. Debían organizar la fiesta que allí darían por su enlace y la posterior boda. El jueves Marta llevó a Vanesa a que le hicieran el puñetero
piercing
. Adrian tenía un conocido y se fio de lo que este le dijo. Todo fue bien y la niña lució a partir de ese día su pequeño pendiente en la aleta derecha de la nariz.

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