Las puertas de Thorbardin (41 page)

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Authors: Dan Parkinson

Tags: #Fantástico

BOOK: Las puertas de Thorbardin
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Jilian no había sido capaz de volver a mirar.

Por primera vez en su vida, la muchacha experimentaba el peso de las montañas encima de ella, la presión de la piedra a través de la que se abrían paso.

—Quizá podamos retroceder y ayudarlos —susurró—. Cuando hayas llevado a cabo lo que tienes que hacer, quiero decir...

Delante, Chane logró meter sus anchos hombros por una fisura, después de lo cual torció hacia otro lado, deteniéndose sólo un momento para asegurarse de que Jilian lo seguía. Y, aunque a la enana le constaba que también Chane sufría por los amigos, él no dijo nada.

Otra angosta y dentada abertura entre derrumbadas piedras, una vuelta más, y Jilian oyó cómo Chane contenía el aliento. El enano penetró como pudo por una hendedura y, desde dentro, le dio la mano a la muchacha. Todo él se hallaba envuelto en una luz verdosa, que iluminaba la caverna descubierta. Chane y Jilian recorrieron con la vista lo que los rodeaba. La luz que veían era el resplandor de Rastreador, que se reflejaba en las inclinadas paredes y en el techo de un amplio y excavado espacio. Unos cuantos escombros yacían esparcidos entre ordenadas pilas de piedras. Cerca de allí había una vieja vagoneta volcada.

—Una terminal de transporte —indicó Chane.

Seguidamente señaló hacia la izquierda. Allí se abría un limpio túnel que se perdía en la oscuridad. Rastreador pulsó, y de nuevo apareció en el polvoriento suelo la débil guía verde. Conducía ésta en línea recta a un montón de piedra machacada, subía hasta la punta y acababa allí junto a un pequeño cono de luz verde, cuyo centro era rojo.

Chane se acercó al montón, que más o menos tenía la altura de su cabeza, y permaneció unos momentos a la escucha de algo que sólo él podía oír. Luego se sacó del bolsillo al Sometedor de Hechizos. La gema roja latió con calor, y su brillo adquirió el tono de la luz de Lunitari. El enano depositó la piedra preciosa sobre el montón de piedras, allí donde fulguraba el punto rojo.

A través de la puerta que ellos habían cruzado, les llegó entonces el sonido de un trueno lejano. La luminosidad del Sometedor de Hechizos se hizo más intensa, lanzó grandes destellos en el interior de la caverna y, luego, se redujo a un cálido y constante resplandor que parecía llenar el ambiente de suave música.

—Ven —dijo Chane, tomando a Jilian de la mano—. Rastreador ha devuelto al hogar al Sometedor de Hechizos. Ahora debemos darnos prisa.

—¿No podemos retroceder? —preguntó la joven.

Como si fuera una respuesta, el trueno aumentó en el exterior, y toda la cueva tembló de manera ominosa. Chane enfiló a toda prisa el túnel de la izquierda sin soltar a Jilian. Los truenos parecían perseguirlos.

Dejada atrás la caverna, el constante resplandor verde de Rastreador iluminó un bien excavado túnel que, por lo visto, continuaba sin obstrucciones.

—¡Corre! —jadeó Chane.

Detrás de ellos, el trueno se convirtió en el rugido de una sólida roca que se desmoronaba, seguido de una lluvia de rocalla. Una gran nube de polvo oscureció la entrada de la cueva, y la débil luz roja se apagó con un parpadeo.

—Se ha cerrado —gruñó Chane—. Ya no podrá entrar la magia. Es lo que quería lograr Grallen.

—¿Y adonde conduce esto? —inquirió Jilian, señalando los cables para el transporte de vagonetas.

—Pues... ¡a donde siempre condujo! —contestó Chane Canto Rodado—. ¡A Thorbardin!

La joven miró otra vez hacia atrás.

—Me gustaría volver a ver el exterior... en alguna ocasión. ¿Crees que será posible?

—Quizá... —respondió Chane con dulzura—. Incluso confío en verlos a ellos de nuevo, algún día...

En la frente del enano, Rastreador latió con su verde pulso, como si quisiera tranquilizarlo al respecto. Chane tuvo la sensación de que el yelmo de Grallen acababa de hacerle una promesa.

33

Un rutilante día de primavera, llegó a la ciudad un hombre procedente de las solitarias montañas. Iba en un caballo robusto y avezado, y se le notaba que había corrido mucho mundo. Entró en la plaza principal de Barter, allí donde se cruzaban varias calles, y desmontó. No lejos de allí, unos cerdos alados daban vueltas alegremente encima de una posada, y algo más allá se extendían unos pabellones de vivos colores, lo que indicaba que era la temporada comercial de primavera. Entre esos pabellones destacaba uno rojo y dorado, que se alzaba en medio de incontables puestos y mostradores.

—Hebilla de Oro está aquí —observó el hombre hablando consigo mismo y con su caballo, como quien ha estado largo tiempo lejos y solo.

La sonrisa del hombre fue sarcástica cuando desató un paquete que había llevado sujeto a la silla, y que contenía una exquisita colección de tallas de marfil procedentes de Abanasinia.

—A ese viejo ladrón se le caerá la baba cuando vea esto —le dijo al noble bruto—. Pero le costará lo suyo conseguirlo.

Tomó al animal de las riendas y se encaminó al pabellón del mercader daewar, pero una estridente y excitada vocecilla gritó entonces:

—¡Caramba! ¡Mira quién aparece por aquí!

Era Chestal Arbusto Inquieto, que se abrió paso entre una muchedumbre de comerciantes para correr hacia él.

—¡Ala Torcida! ¡Creía que habías muerto, o...!

El kender se paró de golpe y dirigió una luminosa sonrisa al hombre.

—También
Geekay
salió con vida! ¡Qué formidable! ¿No oíste hablar de Chane Canto Rodado? —agregó—. ¡Se ha hecho rico y famoso, tal como pronostiqué yo! Los mercaderes de Thorbardin no cesan de hacer comentarios sobre él. Rogar Hebilla de Oro no para de pavonearse desde que llegó, contándole a todo el mundo que él es amigo personal de Chane Canto Rodado. Ahora también tiene autorización para vender los artículos de los hylar. ¡Diantre! Todos te creían muerto. ¿Cómo sobreviviste a aquella tormenta?

—Yo... —comenzó Ala Torcida.

—Habías visto alguna vez una tormenta semejante? ¡Qué barbaridad! ¡Qué vendaval! Vi una roca como una casa, que rodaba empujada por el viento. ¡Nunca había vivido nada parecido! La mayor parte de la gente no me cree cuando lo explico, pero no exagero. ¿Y tú que hiciste? ¿Buscar un refugio? Después que nos separamos, quiero decir. Porque es lo que hice yo. Me metí a gatas en un agujero y permanecí allí hasta que Zas hubo saciado su deseo.

—Yo... —intentó de nuevo Ala Torcida.

—Apuesto cualquier cosa a que no esperabas encontrarme aquí, ¿verdad? Y no habría estado, de no ser porque Bobbin era incapaz de dar con el camino de regreso, sin alguien que lo guiara. Siempre lo había visto todo desde el aire y, cuando Zas lo derribó, abajo nada le parecía igual. La cosa es que se perdió. No sé si te he dicho que... No, creo que no... Bobbin trabaja en un nuevo invento. Se trata de una especie de pez de hierro, aunque no estoy muy enterado. Ya sabes cómo son los gnomos: o bien no te cuentan nada, o no te dejan meter baza. Ahora dice que quiere buscar un océano, apenas lo tenga terminado. ¿Vas a visitar a Rogar Hebilla de Oro? Ya sabrás que está aquí. Su pabellón es...

—Chess, yo...

—... aquel de las colgaduras rojas y amarillas. Dentro hay cosas realmente bonitas. Yo encontré un...

—¡Chess!

—... saco entero de cuentas de colores, que alguien había perdido u olvidado pero los enanos de la puerta me lo hicieron dejar... Y no me importa. También hallé otras cosas, y puedo volver atrás en busca de más, en cualquier momento, digan ellos los que quieran...

—¡Chestal Arbusto Inquieto!

El kender parpadeó sorprendido.

—¿Qué..., qué pasa?

—Que no has cambiado en absoluto.

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