Las puertas de Thorbardin (21 page)

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Authors: Dan Parkinson

Tags: #Fantástico

BOOK: Las puertas de Thorbardin
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—Me parece prudente alejarnos un poco más de este sendero. Acampar aquí sería como intentar dormir en una vagoneta de un túnel, vuelta del revés. ¡Qué barbaridad de tráfico!

Avanzaron alrededor del saliente, siempre apartados del camino, rodearon una escarpada curva y se encontraron, delante, con una cuesta muy pedregosa. Después de comprobar su consistencia, Chane empezó a trepar por ella. El kender lo seguía con el ganso colgado del hombro. En realidad, el ave era casi tan grande como él.

Subían a la luz de la luna cuando, por fin, alcanzaron una tranquila plataforma, suficientemente distanciada de la ruidosa vereda por la que corrían de estampida tantos animales.

—Aquí estaremos bien —opinó Chane—. Yo encenderé un fuego detrás de esta roca, y tú puedes cocinar el ganso.

—¿Hallaste algunas bayas? —preguntó Chess, esperanzado.

—No tuve ocasión, amigo. Tendremos que pasar sin ellas.

* * *

Cuando el ganso estuvo asado, tanto la luna blanca como la roja asomaban por entre los picachos, confiriendo un resplandor bicolor a las escarpadas pendientes y a las copas de los árboles del lejano valle. Cenaron los dos en silencio, con excepción de los súbitos comentarios y parloteos del kender, que Chane prefería pasar por alto. Él enano permanecía sumido en sus profundos pensamientos y, de vez en cuando, se frotaba la frente, en la que sentía hormigueo cuando la luz de la luna roja la rozaba. Una puerta secreta para entrar en Thorbardin, que Grallen conocía. Una tercera puerta... Una que nadie conocía...

Chane recordó Thorbardin, y en su mente exploró los incontables caminos y laberintos del subterráneo reino. Al menos, todo cuanto había visto y aquello de lo que podía hacer memoria. Lo que con más claridad logró reproducir fue la ciudad de los daewar, el único hogar que había conocido, y la red de pasadizos donde, en ocasiones, le había tocado trabajar para mantenerse. Primero cuidando campos y, después, ayudando en las constantes cavas con las que los enanos procuraban aumentar sus cosechas conseguidas debajo de tierra. Vio claramente la Calzada Duodécima, por la que de niño había pasado con tanta frecuencia. Con menos exactitud se acordaba de las Calzadas Décima, Undécima, Decimotercera y Decimocuarta, a través de las cuales Daewar comerciaba con otras ciudades de Thorbardin.

Durante una breve visita había visto el impresionante Árbol de la Vida, hogar de los hylar. Su ciudad había sido excavada en una gigantesca estalactita que pendía sobre el enorme mar de Urkhan, igualmente subterráneo. De niño, Chane ya tenía el aspecto de un hylar por su constitución y sus facciones, y también después, de mayor, sus barbas crecían hacia atrás, por las mejillas, en vez de colgar resignadas hacia abajo. Cuando era pequeño, el enano había creído que los hylar tenían una apariencia noble y violenta..., e indudablemente algunos eran así, pero asimismo abundaban los hylar que en la práctica no resultaban más nobles que el promedio de los daewar.

En cualquier caso, la barba de Chane crecía al estilo hylar, y no le disgustaba que lo hiciese parecer tan firme y enérgico como si plantara cara a un fuerte vendaval.

El Valle de los Thanes, el lugar más distinguido de todo Thorbardin, sólo había sido visitado una vez por Chane, y éste se preguntó ahora si el presunto «camino secreto» conduciría allí. El valle era sagrado para los enanos, ya que encerraba una mágica tumba flotante..., lugar del último reposo del gran rey Duncan, según afirmaban algunos. Y la tumba de Grallen, situada cerca en la orilla, era al fin y al cabo el único lugar de Thorbardin que daba al aire libre. Pero los tres únicos accesos al Valle de los Thanes eran tres caminos que partían del interior de Thorbardin. Y, desde luego, si existiera el más mínimo punto de paso a través de las Murallas de la Guardia, alguien lo habría descubierto ya.

El enano decidió que, en consecuencia, no podía tratarse del Valle de los Thanes.

Ni de la Puerta Sur, que desde el Cataclismo era la entrada común de Thorbardin; ni tampoco de la Puerta Norte, prácticamente abandonada, con su medio destruida fachada delantera. Sin embargo, Chane se dijo que, aunque la Puerta Norte no fuese utilizada en la actualidad, no por eso estaba indefensa. Precisamente contaba con las mismas fuertes medidas de seguridad que la Puerta Sur.

Quizá se tratase de algún túnel olvidado, o de un protegido paso que penetrara en uno de los laberintos o llegara a una de las ciudades inferiores: Kiar, Theiwar o... ¿Daergar? Pero eso no parecía probable. Porque también eso lo habría descubierto alguien.

—Hay una criatura de largos y flexibles brazos, sin un solo hueso en su cuerpo.

Chane alzó la vista.

—¿Qué? ¿Dónde?

—En el mar de Sirrion —dijo el kender—. ¿Es que no me prestas atención? ¡Te estoy hablando del mar de Sirrion! También dicen que allí hay una isla enorme y flotante, suficientemente apartada de la isla de Sancrist para no ser vista, pero que no es en realidad una isla, sino que se trata de un barco de gnomos, construido hace siglos y siglos, que se movía impulsado por una barra con contrapeso, acoplada a un mecanismo de engranajes. La causa de que esté varado en el mar, según se dice, es que los gnomos que lo construyeron zarparon en dirección al oeste, pero no llegaron muy lejos, pues la enorme biela se atascó en el lecho del océano. Los gnomos no cesan de trabajar en eso, intentando resolver los fallos técnicos, pero sólo han conseguido que el tamaño del ingenio haya ido creciendo más y más.

Chane Canto Rodado emitió un gruñido y volvió a sus pensamientos. ¿Sería la Calzada Primera? ¿O una de las Salas de los Tribunales? Había tantas cosas en Thorbardin, y tantos lugares en el reino situado debajo de las montañas Kharolis... Él había visto muy pocas cosas, y casi ninguna de las partes exteriores, ni de los picachos de protección del reino de los enanos.

Chane suspiró y trató de imaginarse otro camino.

Según Irda, Grallen había averiguado que existía una entrada secreta, pero que esa entrada podría constituir una amenaza de invasión. Mas... ¿dónde se hallaba? Grallen no estaba en Thorbardin al enterarse, sino que estaba lejos, peleando en la Guerra de Dwarfgate. Grallen no había vuelto vivo, pero al menos había intentado descubrir el pasadizo secreto o cerrarlo de algún modo.

El enano se frotó la barbilla. ¿Adónde había ido Grallen? Con ayuda del cristal, Chane pudo ver la línea verde que él intentaba seguir. Confiaba en que fuese el sendero marcado por Grallen. Pero... ¿adonde llevaba?

—Cinco unicornios —dijo Chestal Arbusto Inquieto.

El enano inquirió:

—¿Dónde?

—¿Qué?

—Acabas de decir «cinco unicornios». ¿Dónde están?

—Oh, en todas partes... —se encogió de hombros el kender—. No sé si creerle, ¿sabes? Capstick Pluma Alta tiene fama de exagerado. Pero es lo que él dice. Afirma haber visto cinco unicornios. Yo, hasta ahora, sólo vi uno.

—Lo que yo quisiera, es que volviese el mago —murmuró el enano.

—¿Por qué? Creí que no te caía simpático.

—Y así es, pero sabe un montón de cosas referentes al mundo exterior que yo ignoro.

—¿Es eso todo? —sonrió el kender—. Yo estuve fuera toda mi vida. ¿Qué quieres saber?

—Para empezar, ¿sabes dónde estaba Grallen exactamente cuando murió?

—No tengo ni la más vaga idea —contestó Chess—. Pregúntame otra cosa.

Chane sacudió la cabeza, exasperado, y se dedicó de nuevo a su jeroglífico.

«¿Cómo voy a encontrar una entrada secreta, si nadie me facilita ninguna clave? —se preguntó. Y, aunque exista una entrada secreta y yo la descubra, ¿qué voy a hacer con ella? Por lo visto, el único que supo algo acerca de ello era Grallen, y él murió hace mucho, mucho tiempo atrás sin habérselo confiado a nadie... ¿O no fue así?»

El enano no sabía qué pensar. Si Grallen le había hablado a alguien de esa puerta, ¿cómo no hizo nadie nada respecto de ella? ¿Ni después?

«¿Por qué yo, ahora?»

—Enanos y humanos —dijo el kender—. Al menos es lo que yo...

—Quieres callar, por favor? —protestó Chane—. ¿No te das cuenta de que intento pensar?

—Pues lo que yo intento es decirte que allí abajo hay enanos y humanos.

—¿Dónde?

—Allá en el camino, donde pasaban antes los animales. Ahora ya no queda casi ninguno, pero veo gente que baja todo lo aprisa posible. Algunas de esas personas sangran. Me pregunto qué ocurre.

16

Desde la punta de una roca, Chane y Chess pudieron dominar el sendero. Quedaba bastante abajo y a cierta distancia, y la luz de las lunas arrojaba misteriosas sombras sobre las laderas. Era una vista impresionante, y el enano se agachó para contemplar asombrado las oscuras figuras que descendían por el acortado camino. Sumaban docenas y eran personas de todos los tamaños. Algunos debían de ser enanos, y los otros, más altos, quizá fuesen humanos. Varios corrían sendero abajo, volviendo la cabeza con frecuencia. Otros se movían con mayor lentitud, agarrándose entre sí. Había quien sostenía a un compañero, y algunos heridos tenían que ser transportados.

Detrás de la primera oleada de fugitivos apareció un pequeño grupo de figuras que blandían lanzas y espadas y avanzaban despacio. Algunos les gritaban a los que iban delante, dándoles prisa. Otros, los de la retaguardia, miraban hacia atrás con las armas a punto.

—Alguien los persigue —murmuró Chess—. Me pregunto quién será.

Los fugitivos continuaron la bajada por la angulosa senda, desapareciendo en grupos de dos y tres al alcanzar el inicio de la base y dar la vuelta a un desnivel del terreno. Hasta ellos llegaban las voces y los gritos, aunque desfigurados por las fragosidades y quebraduras de la ladera y también por la distancia.

—Acerquémonos más —propuso Chane— Desde aquí no puedo enterarme de nada.

Al ponerse de pie, comprobó que el kender ya había emprendido la marcha y bajaba casi a trompicones, saltando de una piedra a otra para ver mejor el camino. Chane corrió detrás de él.

Tanto el enano como su compañero tardaron en distinguir el sendero, pero al fin fueron a parar a un saliente que caía sobre él, y pudieron seguir desde allí el curso de la senda. Ahora, ésta parecía vacía. En cambio, en un sombrío cañón que tenían enfrente, y de donde partía el camino, algo se movía en dirección a la curva. Unas plúmbeas pisadas crujieron contra el pedregoso suelo. Pisadas... y una profunda y áspera voz que estalló en crueles carcajadas.

—¡Mira cómo corren! —tronó el vozarrón desde las sombras—. ¿Por la sangre y los cuchillos! ¡Ah, iré en su busca! Aplastaré sus cráneos y les romperé todos los huesos... ¿Dejarlos escapar? ¡Ja, ja! No uno como yo. ¡No Loam!

La figura emergida de la oscuridad era enorme: un ser macizo y ancho que se lanzó sendero abajo sobre unas piernas torcidas y nudosas. En una mano llevaba una tremenda porra, que agitaba como si fuera una débil rama.

—Los haré correr como desesperados! —bramó el ser cuando pasaba justamente debajo del enano y el kender—. ¡Los haré huir...! Los haré morir después de una espantosa agonía... Ja, ja, ja!

Resbaló con las piedras, vaciló unos instantes y cambió de dirección para precipitarse hacia donde aquella pobre gente había escapado.

—¿Qué demonios es eso? —susurró Chane.

—Horrible, ¿no? —asintió el kender—. ¡Pues todavía son más feos de frente! Ahora lo verás.

Antes de que el enano pudiese reaccionar, el kender puso a punto su honda de la jupak y disparó un guijarro contra el monstruo. La piedra golpeó la cabeza de éste con un sordo y lejano ruido. Con un aullido bestial, el gigantesco ser se llevó una manaza a la parte dolorida y miró furibundo a su alrededor. Unos ojos colorados como la luna, bajo poderosas cejas, escudriñaron todas las cercanías y finalmente se posaron en el enano y el kender.

—¡Huy! —jadeó Chess.

Con un rugido que resonó en los picachos, la descomunal criatura empezó a subir hacia donde estaban ellos, amenazándolos con la porra.

—Por lo menos, ahora tienes ocasión de verlo mejor —dijo Chess— ¡Apuesto algo a que nunca te habías enfrentado a un ogro!

—¡Insignificantes miserias! —ululó el monstruo— ¿Arrojarme una piedra a mí? ¡Loam será lo último que veáis en este mundo!

—Para qué diantre hiciste eso? —gruñó el enano—. ¿Ahora qué?

—No esperaba que fuese tan irritable —contestó el kender y, sin detenerse a reflexionar, le arrojó un nuevo guijarro al ogro, que esta vez le dio en plena narizota. Brotó de ella una sangre negra, que goteó hasta cubrirle la grotesca boca. El enorme ser emitió otro rugido y salió disparado hacia ellos.

»
Creo que está enfadado de verdad —musitó el kender—. ¿Sabes qué? ¡Te dejo éste para ti, y yo me voy a ver si hay otros!

—¿Cómo?

Chane dio media vuelta, pero el compañero ya se había largado y saltaba con asombrosa agilidad de una roca a otra, montaña arriba, y sólo hacía una pausa de cuando en cuando para echar un vistazo al sombreado sendero que discurría por las profundidades.

—¡Rayos y centellas! —exclamó el enano sin apartar los ojos del monstruo que se avecinaba y que, dada su estatura, incluso podría alcanzarlo con su porra en el saliente de roca donde él se hallaba acurrucado.

Y aquella bestia estaba cada vez más cerca. Chane acarició la empuñadura de su espada, pero finalmente decidió utilizar el martillo.

—¡Que Kharas me asista! —jadeó.

Retrocedió un metro, dirigió una breve mirada a la cumbre iluminada por las lunas, se arrodilló y tomó impulso. Golpeó la piedra con el extremo puntiagudo del martillo y blandió de nuevo el arma. Pero tuvo que agacharse rápidamente cuando una mano del tamaño de su propia espalda que apareció encima de la piedra lo atacó con la tremenda porra, la que por suerte pasó silbando a poca distancia de su cabeza.

El martillo de Chane castigó repetidamente la superficie de la roca. La clava, por su parte, se alzó sobre él para descender con infernal fuerza, pero chocó contra la roca con el fragor de un trueno. Atacó de nuevo el ogro, y ahora el enano tuvo que rodar hacia un lado para no ser aplastado. Se corrió un poco, volvió a enderezarse y levantó el martillo. La punta de éste se hundió en la piedra e hizo un nuevo agujero alineado con los anteriores, con los que el enano esperaba marcar una débil grieta en la roca.

Fue precisamente detrás del saliente, y desde debajo de él, donde el monstruo dio un salto. Por espacio de un instante, sus ojos quedaron al mismo nivel que los del enano. Se echó Chane hacia atrás, y la porra golpeó de nuevo el suelo y levantó una nube de polvo de piedra. El rugido del ogro fue como un nuevo trueno de odio. La clava azotaba aquí y allá el saliente, en busca de la víctima... Luego se produjo una pausa. Los ruidos indicaron al enano que el monstruo progresaba en su ascenso. Chane examinó la línea de martillazos y dio uno más con toda su energía.

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