Las nieblas de Avalón (112 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

BOOK: Las nieblas de Avalón
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—¡No, no! Te deseo.

Y lo estrechó fogosamente contra ella, guiándolo con las manos. Recibió casi con gozo el dolor súbito, la sangre, la culminación del frenético deseo de Kevin, y se aferró a él, jadeando, alentándolo con exclamaciones apasionadas. En el último instante lo apartó de sí, sofocado y suplicante.

—¿Eres mío? ¡Júramelo!

—¡Lo juro! Ah, no soporto… no puedo… deja que…

—¡Espera! ¡Júralo! ¿Eres mío? ¡Dilo!

—Lo juro, lo juro por mi alma.

—Por tercera vez: eres mío.

—¡Soy tuyo! ¡Lo juro!

Y Nimue percibió su brusco espasmo de miedo al comprender lo que había sucedido. Pero ahora era prisionero de su frenesí; se movía sobre ella como desesperado, boqueando, gimiendo como en un tormento insoportable. En el momento exacto de la marea más baja, cuando la magia del hechizo descendió sobre ellos, Kevin lanzó un grito y cayó pesadamente sobre su cuerpo. Quedó inmóvil, como si estuviera muerto, y ella se estremeció. No encontraba en aquello el placer del que le habían hablado, pero sí algo más satisfactorio: un triunfo enorme. Pues el embrujo los rodeaba densamente y ella era dueña de su espíritu, su alma, su esencia. En el instante en que se invertía la marea, buscó con los dedos el esperma mezclado con la sangre de su doncellez; con eso marcó la frente de Kevin. El contacto obró el hechizo; él se incorporó, laxo y sin vida.

—Kevin —le indicó—. Monta a caballo.

Él se levantó con movimientos de plomo y se volvió hacia el caballo.

—Primero vístete —especificó Nimue.

Mecánicamente él se puso la túnica y la ciñó a la cintura, con gestos rígidos. A la luz de las estrellas Nimue vio el brillo de sus ojos: ahora sabía, bajo el dominio del embrujo, que lo había traicionado. Con la garganta anudada por la angustia y una salvaje ternura, sintió el impulso de atraerlo otra vez hacia sí, romper el hechizo, cubrirle la cara de besos y llorar por la traición de ese amor.

«Pero yo también he jurado y así lo manda el destino.»

Se puso la túnica y montó. Ambos tomaron silenciosamente el camino de Avalón. Al amanecer, la barca los estaría esperando en la orilla.

Unas horas antes del alba Morgana despertó de un sueño inquieto, presintiendo que Nimue había cumplido su misión. Después de vestirse en silencio, despertó a Niniana y a las sacerdotisas que la asistían. El cortejo descendió lentamente a la orilla, con vestimentas oscuras, las cabelleras peinadas una sola trenza y las hoces de mangos negros atadas a la cintura. En silencio, las mujeres aguardaron a que el cielo empezará a encenderse con el matiz rosado de la primera luz; entonces Morgana ordenó por señas que la barca partiera y la vio desaparecer entre la bruma.

Esperaron. La luz se hizo más fuerte. En el momento en que asomaba el sol, la barca volvió a surgir de entre la niebla Morgana vio a Nimue en la proa, alta y erguida, pero con la cara oculta por la sombra de la capucha. En el fondo de la embarcación había un bulto caído.

«¿Qué le ha hecho? ¿Lo trae muerto o embrujado?» Morgana se descubrió deseando que estuviera muerto, que se hubiera quitado la vida por desesperación o terror. Dos veces había imprecado a Kevin, tachándolo de traidor a Avalón; sobre su tercera traición no había dudas: retirar la Regalía Sagrada de su escondite. Oh, merecía la muerte, sí, incluso la muerte que sufriría esa mañana. Todos los druidas habían confirmado que tenía que morir en el robledal, sin la prontitud de la misericordia. Traición como la suya no se conocía en toda la Britania desde los tiempos de Eilan, la que había divulgado falsos oráculos para impedir que las Tribus se alzaran contra los romanos.

Dos miembros de la tripulación ayudaron al Merlín a levantarse. Iba a medio vestir, con la túnica mal puesta, ocultando apenas su desnudez. Estaba desaliñado y pálido… ¿Drogado o embrujado? Trató de caminar, pero al faltarle sus bastones se tambaleó y tuvo que aferrarse a lo que encontró a mano. Nimue permanecía inmóvil, sin mirarlo, con el rostro escondido en el manto. Pero al elevarse los primeros rayos del sol se echó la capucha atrás; en aquel momento el encantamiento abandonó a Kevin y a sus ojos asomó la conciencia: sabía dónde estaba y qué había sucedido.

Morgana vio que miraba a Nimue, parpadeando al reconocer la barca de Avalón. De pronto fue plenamente consciente de la traición; entonces bajó la cabeza, con horror y vergüenza.

Luego miró a Nimue. La muchacha estaba pálida y débil, despeinada, aunque había intentado trenzarse el pelo apresuradamente. Con labios trémulos, se apresuró a apartar la mirada.

«Ella también lo amaba —pensó Morgana—. Debí prever que un hechizo tan poderoso afectaría a quien lo utilizara.»

Pero Nimue se inclinó profundamente, como lo exigía la costumbre de Avalón.

—Señora y madre —dijo, inexpresivamente—, os he traído al perjuro que entregó la Regalía Sagrada.

Morgana se adelantó para abrazarla, aunque la muchacha rehuyó el gesto.

—Celebro tu regreso a nosotras, Nimue, sacerdotisa y hermana.

Y le dio un beso en la mejilla húmeda. La angustia de Nimue era perceptible en todo su cuerpo. «Ah, Diosa, ¿esto la ha destruido a ella también? En tal caso, hemos comprado la vida de Kevin a un precio demasiado alto.»

—Ya puedes irte, Nimue —añadió, compasiva—. Deja que te lleven a la Casa de las doncellas; tu misión está cumplida. No es necesario que presencies lo que ha de suceder. Has hecho tu parte y sufrido lo suficiente.

Nimue susurró:

—¿Qué será de… de él?

Morgana la estrechó con fuerza.

—Hija, hija, no tienes por qué preocuparte por eso. Has cumplido tu parte con valor y fortaleza. Con eso basta.

La muchacha contuvo el aliento como si estuviera al borde del llanto. Miró a Kevin, pero él no alzó los ojos. Por fin, temblando tanto que apenas podía caminar, se dejó llevar por dos de las sacerdotisas, a las que Morgana dijo en voz baja:

—No la atormentéis con preguntas. Dejadla en paz.

Luego se volvió hacia Kevin. Al mirarlo a los ojos la asaltó el dolor. Ese hombre había sido su amante, pero más que eso: fue el único que nunca trató de enredarla en maniobras políticas; nunca intentó utilizarla por su nacimiento ni su posición elevada; tampoco le había pedido nada, salvo amor. En Tintagel la había arrancado del infierno, presentándose a ella como el Dios. La suya bien podía ser la única amistad que hizo en toda su vida.

Forzó el paso de las palabras por el tremendo nudo de su garganta.

—Y bien, arpista Kevin, falso Merlín, Mensajero perjuro, ¿tienes algo que decir antes de enfrentarte a la condena de la Diosa?

Él negó con la cabeza.

—Nada que podáis considerar importante, Dama del Lago.

Morgana recordó, en un fogonazo de dolor, que había sido el primero en darle ese título.

—Sea. —Su cara parecía de piedra—. Llevadlo a su condena.

Kevin dio un paso vacilante entre sus captores, pero de in mediato echó la cabeza atrás, desafiante.

—No, esperad —dijo—. Creo que tengo algo que deciros Morgana de Avalón, pese a todo. Una vez os dije que mi vida era poca cosa para comprometer ante la Madre. Tenéis que saber que por Ella he obrado así.

—¿Estáis diciendo que por la Diosa entregasteis la Regalía Sagrada a los curas? —Acusó Niniana, con la voz cortante de desprecio—. ¡Entonces no sois sólo perjuro, sino también loco! ¡Llevaos a ese traidor!

Pero Morgana hizo un gesto.

—Escuchémosle.

—Es precisamente así —dijo Kevin—. Como os dije cierta vez, señora: los días de Avalón han terminado. El Nazareno ha vencido: tendremos que adentrarnos más y más en las brumas, hasta no ser más que una leyenda y un sueño. ¿Queréis llevaros la Regalía Sagrada a esa tiniebla, protegiéndola cuidadosamente para el amanecer de otro día que jamás llegará? Aunque Avalón perezca, creo que los objetos sacros tienen que permanecer en el mundo, al servicio de lo divino, cualquiera que sea el nombre que se dé a los dioses. Y por lo que he hecho la Diosa se ha manifestado, al menos una vez, en ese otro mundo, de un modo que jamás será olvidado. El paso del Grial será recordado, Morgana mía, cuando vos y yo seamos sólo leyendas para contar junto al fuego. No creo que eso sea en vano. Tampoco tendríais que pensarlo vos, que llevasteis ese cáliz. Y ahora haced conmigo lo que queráis.

Morgana inclinó la cabeza. El recuerdo de ese momento de éxtasis y revelación, en que había ofrecido el Grial bajo la forma de la Diosa, la acompañaría hasta la muerte; para quienes habían experimentado esa visión la vida ya no volvería a ser la misma. Pero ahora tenía que enfrentarse a Kevin como Diosa vengadora, la Parca, la Cerda furiosa capaz de devorar a su cría, el Gran Cuervo, la Destructora…

No obstante, la Diosa había recibido mucho de él. Le tendió la mano… y se detuvo, pues bajo los dedos vio otra vez lo que había visto antes: una calavera.

«Está condenado y ve su muerte. Yo la veo también… Pero no ha de sufrir ni será torturado. Dijo la verdad: ha hecho lo que la Diosa le ordenó y yo debo hacer lo mismo.»

Afirmó la voz antes de hablar. Se oyeron truenos lejanos.

—La Diosa es misericordiosa. Llevadlo al robledal, corno ha sido ordenado, pero allí matadlo con celeridad, de un solo golpe. Enterradlo debajo del roble grande, que en adelante será evitado por todos los hombres. Kevin, último de los Mensajeros de la Diosa, te maldigo condenándote a olvidarlo todo, a renacer sin sacerdocio y sin iluminación; que todo lo que hayas hecho en tus vidas anteriores quede borrado; que tu alma regrese a los que sólo han nacido una vez. Cien veces volverás, arpista Kevin, siempre buscando a la Diosa sin hallarla. Pero te digo que, finalmente, si Ella quiere volverá a encontrarte.

Kevin la miró a los ojos, esbozando esa sonrisa dulce y extraña; luego dijo, casi en un susurro:

—Adiós, pues, Dama del Lago. Decid a Nimue que la amé… O tal vez se lo diga yo mismo. Pues creo que pasará mucho tiempo antes de que vos y yo nos reencontremos, Morgana.

Otra vez un trueno lejano subrayó sus palabras. Morgana, estremecida, lo vio alejarse cojeando, sin mirar atrás, apoyado en los brazos de sus custodios.

«¿Por qué me siento avergonzada? Fui misericordiosa. Podría haberlo hecho torturar. También a mí me considerarán débil y traidora por no haberlo hecho pedir a gritos la muerte… ¿Soy débil por no permitir que torturaran al hombre que una vez amé? ¿Será su muerte tan fácil que la Diosa busque venganza contra mí? Sea, aunque yo deba enfrentarme a la muerte que no ordené para él.»

Y contempló las nubes de tormenta con una mueca de dolor. «Kevin ha sufrido toda la vida. No sumaré a su destino otra cosa que la muerte.» En el cielo estalló un relámpago. Morgana se estremeció… ¿O era solo el viento frío que se levantaba con la tormenta? «Así perece el último de los grandes Merlines, con la tempestad que ahora se abate sobre Avalón», pensó.

Hizo un gesto hacia Niniana.

—Id a ver que mi sentencia sea cumplida al pie de la letra. Que lo maten de un solo golpe y no dejen su cuerpo sobre tierra ni siquiera una hora.

Vio que su compañera la observaba, como si todos supieran que él había sido su amante. Pero Niniana se limitó a preguntar:

—¿Y vos?

—Iré a reunirme con Nimue. Me necesita.

Pero Nimue no estaba en la Casa de las doncellas. Morgana cruzó deprisa los patios barridos por la lluvia, pero tampoco la halló en la recoleta vivienda que había ocupado con Cuervo. No estaba en el templo. Una de las sacerdotisas le dijo que Nimue había rehusado aceptar comida, vino e incluso un baño. Morgana sentía crecer en ella, con cada chasquido de los rayos, una terrible aprensión. La tempestad iba en aumento. Convocó todos los criados del templo para iniciar la búsqueda, pero entonces regresó Niniana, muy pálida, acompañada por los hombres a quienes había encomendado la ejecución de Kevin

—¿Qué pasa? —interpeló Morgana, con voz fría— porqué no se cumplió mi sentencia?

—Fue ejecutado de un solo golpe, Dama del Lago —susurró Niniana—, pero con ese único golpe cayó un rayo que partió en dos al gran roble sagrado. Está hendido de la copa a la raíz

Morgana sintió un nudo en la garganta. «No es tan extraño Hay tormenta y los rayos siempre caen en el punto más alto Pero que sucediera a la misma hora en que Kevin profetizaba el fin de Avalón…»

Para que no la vieran temblar, se abrazó el cuerpo con los brazos bajo el manto. ¿Cómo haría para separar ese mal presagio de la inminente destrucción de Avalón?

—El Dios ha preparado un lugar para el traidor. Enterradlo dentro de la hendidura del roble.

Todos se inclinaron en señal de aquiescencia y se alejaron, entre el tronar y el súbito repiqueteo de la lluvia. Morgana, afligida, cayó en la cuenta de que se había olvidado de Nimue. Pero una voz dentro de ella decía: «Ya es demasiado tarde.»

La encontraron a mediodía, cuando salió el sol, ya pasada la tormenta. Flotaba entre los juncos del lago, con el cabello extendido en la superficie, como si fueran algas. Y Morgana, aturdida de pena, no lamentó del todo que el arpista Kevin no hubiera partido solo hacia la tierra de las sombras, más allá de la muerte.

12

E
n los lúgubres días que siguieron a la muerte de Kevin, Morgana se dijo a menudo que, en verdad, la Diosa había asumido la misión de destruir a los caballeros de la mesa redonda. Pero ¿por qué deseaba destruir también Avalón?

«Estoy envejeciendo. Cuervo ha muerto y también Nimue, que habría tenido que ser la Dama después de mí. Y la Diosa no ha designado a ninguna otra profetisa. Kevin yace sepultado dentro del roble. ¿Qué será ahora de Avalón?»

Era como si el mundo estuviera mudando de sitio; más allá de las brumas, se movía a una velocidad cada vez mayor. Ya nadie podía abrir la entrada entre las nieblas, salvo ella y una o dos de las sacerdotisas de más edad. Y a veces, cuando salía a caminar, ya no veía el sol ni la luna; así se percataba de que había cruzado las fronteras del país de las hadas, aunque muy rara vez entreveía a su gente entre los árboles y nunca a la reina.

«La Diosa vino al mundo por última vez cuando recorrió el salón de Camelot con el Grial en las manos», pensó. Y luego, confundida, se preguntó si había sido en verdad la Diosa la que lo hiciera o sólo ella y Cuervo, creando ilusiones.

«He convocado a la Diosa y la hallo dentro de mí misma.»

Y Morgana supo que ya nunca podría buscar consuelo o consejo fuera de sí misma: sólo en su interior. De vez en cuando, siguiendo la costumbre de toda una vida, trataba de invocar la imagen de la Diosa para que la guiara, pero no veía nada; a veces, la cara de Igraine, joven y bella. En ocasiones, la de Viviana.

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