Las llanuras del tránsito (103 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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–La llegada de unos visitantes –dijo Ayla–. Están honrando a los visitantes.

–Sí, los visitantes. –El tono en que la mujer pronunció estas palabras denunciaba su incertidumbre–. Recordad que ésa fue la excusa de Attaroa para induciros a regresar. Quiero haceros una advertencia. No bebáis ni comáis nada que no hayan probado primero los demás. Attaroa conoce muchas sustancias perjudiciales que pueden disimularse con el alimento. Si es necesario, consumid únicamente lo que vosotros mismos trajisteis. Yo he controlado con sumo cuidado estos canastos.

–¿Incluso aquí? –se extrañó Jondalar.

–Nadie se atreve a entrar sin mi autorización –dijo La Que Servía a la Madre–, pero aun así es conveniente vigilar. Y una vez fuera de este lugar, permaneced siempre alerta. Attaroa y Epadoa han estado reunidas la mayor parte del día. Están tramando algo.

–Y cuentan con muchos auxiliares, nada menos que todas las Lobas. Pero a nosotros, ¿quién podrá ayudarnos? –preguntó Jondalar.

–Casi todos los restantes pobladores desean un cambio.

–Pero ¿quién ayudará? –inquirió Ayla.

–Creo que podemos contar con Cavoa, mi servidora.

–Pero está embarazada –dijo Jondalar.

–Eso contribuirá a que se decida a actuar. Todos los signos indican que tendrá un varón. Luchará por la vida de su hijo; incluso si tuviera una niña, lo más probable es que Attaroa no le permita vivir mucho tiempo después de destetar a la pequeña, y Cavoa lo sabe.

–¿Qué nos dices de la mujer que habló hoy? –dijo Ayla.

–Se llama Esadoa, y es la madre de Cavoa. Sin duda podéis contar con ella, pero dice que soy tan culpable como Attaroa por la muerte de su hijo.

–Recuerdo haberla visto en el funeral –dijo Jondalar–. Arrojó algo a la tumba, y eso irritó a Attaroa.

–Sí, algunas herramientas para usarlas en el otro mundo. Attaroa había prohibido que se les diera nada que pudiese ayudarles en el mundo de los espíritus.

–Creo que tú la apoyaste.

S’Armuna se encogió de hombros, como si el asunto careciera de importancia.

–Le dije que una vez entregadas las herramientas, no es posible recuperarlas. Ni siquiera ella se atrevió a retirarlas de la tumba.

–Estoy seguro de que todos los hombres que están en el cercado nos ayudarán –dijo el hombre.

–Por supuesto, pero primero hay que liberarlos. Las guardianas desempeñan con gran celo su trabajo. No creo que nadie pueda entrar allí en este momento. Quizá dentro de unos días. Y eso nos dará tiempo para sondear a las mujeres. Cuando sepamos cuántas están dispuestas a ayudarnos, podremos trazar un plan para dominar a Attaroa y sus Lobas. Me temo que será preciso luchar contra ellas. Es el único modo de sacar del cercado a los hombres.

–Creo que tienes razón –dijo Jondalar con expresión sombría.

Ayla sacudió la cabeza, preocupada ante aquella idea. El campamento ya había presenciado tanto sufrimiento, que la idea de combatir, de provocar más dificultades y dolor, resultaba inquietante. Deseaba que hubiera otro modo de resolver el problema.

–Dijiste que habías suministrado a Attaroa una pócima para dormir a los hombres. ¿No podrías hacer lo mismo con Attaroa y sus Lobas? Si ellas se adormecieran... –se aventuró a decir Ayla.

–Attaroa está en guardia. No comerá ni beberá nada que no haya sido probado antes por otra persona. Es lo que hacía Dolan en otros tiempos. Ahora creo que ella utilizará con el mismo fin a uno de sus niños –dijo S’Armuna, mientras miraba hacia fuera–. Ya casi ha oscurecido. Si estáis preparados, es hora de que comience el festín.

Ayla y Jondalar retiraron los canastos depositados en la cámara interior; después, La Que Servía a La Madre cerró de nuevo. Una vez fuera, vieron que habían encendido una gran hoguera frente a la morada de Attaroa.

–Me preguntaba si os invitaría a entrar en su vivienda; sin embargo, parece que, a pesar del frío, el festín se hará al aire libre –dijo S’Armuna.

Cuando se aproximaron, cada uno con su canasto, Attaroa se volvió a mirarles.

–Como deseabais compartir este festín con los hombres, me pareció lo mejor comer aquí, pues de ese modo podréis verles –explicó. S’Armuna tradujo lo que Attaroa acababa de decir, aunque Ayla comprendió perfectamente las palabras de la mujer, e incluso Jondalar conocía la lengua de los s’armunai lo suficiente para entender el significado.

–Pero es difícil verlos en la oscuridad. Sería conveniente encender otra hoguera cerca de donde están ellos –dijo Ayla.

Attaroa se quedó unos instantes en suspenso, y después se echó a reír, pero no hizo nada para satisfacer la sugerencia de la joven.

El festín parecía una comilona extravagante de muchos platos, pero en realidad consistía principalmente en carne magra con muy poca grasa, acompañada de una reducida cantidad de verduras, granos o raíces abundantes en almidón, sin rastro de frutas secas ni de productos dulces, ni tan siquiera de lo que podía obtenerse de la cara interior de la corteza de árbol. Había un poco del brebaje levemente fermentado que se preparaba con la savia del alerce, pero Ayla decidió que no lo bebería, y le agradó ver que una mujer se acercaba y servía una infusión caliente de hierbas en las tazas de aquellos a quienes les apetecía. Ayla había probado el brebaje de Talut y sabía que podía enturbiar su lucidez; precisamente aquella noche necesitaba reflexionar con absoluta claridad.

Ayla pensó que, en conjunto, el festín era bastante pobre, aunque los habitantes del campamento no pensaran lo mismo. La comida estaba compuesta por la clase de alimentos que quedaban al final de la temporada, en vez de los que podían obtenerse mediado el invierno. Unas cuantas pieles habían sido distribuidas alrededor de la plataforma elevada de Attaroa, cerca de la gran hoguera destinada a los invitados. El resto de la gente había llevado sus propias pieles, para sentarse encima mientras comían.

S’Armuna condujo a Ayla y a Jondalar a la plataforma cubierta de pieles de Attaroa, y allí permanecieron de pie, esperando que la jefa se acercara. Ésta aparecía ataviada con sus mejores prendas de piel de lobo y los collares de caninos, hueso, marfil y concha, todo ello adornado con trozos de piel y plumas. Pero lo que más llamó la atención de Ayla fue el bastón que sostenía, el cual había sido fabricado con un colmillo de mamut enderezado.

Attaroa mandó que sirvieran la comida, y con una mirada intencionada a Ayla, ordenó que la parte separada para los hombres fuera llevada al cercado, incluido el cuenco aportado por Ayla y Jondalar. Acto seguido tomó asiento en su plataforma. Todos los demás interpretaron su acción como la señal para sentarse en sus respectivas pieles. Ayla vio que el asiento elevado proporcionaba una situación de superioridad a la jefa. Situada a cierta altura con respecto a los demás, podía ver y observar por encima de sus cabezas. Ayla recordó que siempre habían surgido ocasiones en las que alguien se subía a un trono o a un montón de piedras, cuando había que decir algo a un grupo y deseaba que todos lo oyesen; pero siempre había sido de forma transitoria.

Mientras observaba las posturas y los gestos inconscientes de la gente a su alrededor, Ayla comprendió que Attaroa había elegido un lugar preponderante. Todos parecían expresar, con relación a Attaroa, la actitud de deferencia que las mujeres del clan adoptan cuando se sentaban en silencio frente a un hombre, esperando el golpecito en el hombro que les concedía el derecho de expresar sus pensamientos. Sin embargo, existía una diferencia que no era fácil definir; en el clan nunca notó resentimiento alguno por parte de las mujeres, circunstancia que a todas luces se daba en el campamento, ni tampoco falta de respeto en el caso de los hombres. Era simplemente el modo de hacer las cosas, el comportamiento natural, espontáneo y no impuesto, y permitía que todos prestaran total atención a la comunicación entre ellos, la cual se expresaba principalmente por medio de signos y gestos.

Mientras esperaba que les sirvieran, Ayla trató de examinar mejor el bastón de la jefa. Era similar al Báculo Que Habla usado por Talut y el Campamento del León, con la diferencia de algunas tallas muy extrañas, en absoluto parecidas a las del bastón usado por Talut, a pesar de lo cual le resultaban vagamente conocidas. Ayla recordó que Talut utilizaba el Báculo Que Habla en distintas ocasiones, incluidas ciertas ceremonias, pero en particular durante las asambleas o los debates.

El Báculo Que Habla confería a quien lo empuñaba el derecho de hablar, y permitía que cada individuo formulara una declaración, o expresase un punto de vista sin ser interrumpido. La siguiente persona que tenía algo que decir pedía entonces el artefacto. En principio, se suponía que hablaba únicamente quien tenía el báculo, aunque en el Campamento del León, y sobre todo en medio de una discusión o un diálogo acalorado, la gente no siempre esperaba su turno. Pero si hacía alguna advertencia al respecto, Talut por lo general podía conseguir que la gente se atuviera a la norma, de modo que quien quisiese hablar tenía la oportunidad de decir unas palabras.

–Es un Báculo Que Habla muy extraño, y tiene tallas muy hermosas –dijo Ayla–. ¿Puedo verlo?

Attaroa sonrió al oír la traducción de S’Armuna. Acercó el objeto a Ayla y lo puso más cerca del fuego, pero no se lo entregó. Pronto fue evidente que no tenía la menor intención de soltarlo y Ayla intuyó que la jefa estaba utilizando el Báculo Que Habla para asumir el poder que emanaba del objeto. Mientras Attaroa lo tuviera, todo aquel que pretendiese hablar tenía que solicitar su permiso y, por extensión, otras actividades –como, por ejemplo, cuándo servir los alimentos o cuándo empezar a comer– debían esperar su autorización. Ayla comprendió que, al igual que la plataforma, era un medio para condicionar y controlar el comportamiento de la gente. El asunto dio mucho que pensar a Ayla.

El báculo en sí era bastante extraño, saltaba a la vista que no se trataba de una talla reciente. El color del marfil de mamut había comenzado a adquirir un tono amarillento, y el puño aparecía gris y brillante, a causa de la suciedad acumulada y el sudor de las numerosas manos que lo habían sostenido, puesto que se había utilizado durante muchas generaciones.

El motivo tallado en el colmillo enderezado era una abstracción geométrica de la Gran Madre Tierra, formada por óvalos concéntricos que constituían los pechos colgantes, el vientre redondeado y los muslos voluptuosos. El círculo era el símbolo de todo, la globalidad, la totalidad del mundo conocido y el desconocido, y simbolizaba a la Gran Madre de Todos. Los círculos concéntricos, y sobre todo el modo en que eran utilizados para sugerir los atributos maternos importantes, reforzaban el simbolismo.

La cabeza era un triángulo invertido, cuya punta formaba el mentón, en tanto que la base se curvaba lentamente para adoptar la forma de una bóveda en el extremo superior. El triángulo que apuntaba hacia abajo era el símbolo universal de la Mujer, la forma externa de su órgano generador, y por tanto también simbolizaba la maternidad de la Gran Madre de Todos. La zona de la cara contenía una serie horizontal de barras dobles paralelas, con las que se unían las líneas grabadas lateralmente, que iban desde el mentón puntiagudo hasta la posición de los ojos. El espacio más amplio entre el conjunto superior de líneas horizontales dobles y las líneas curvas que corrían paralelas al extremo superior curvado estaba ocupado por tres conjuntos de líneas dobles que eran perpendiculares, uniéndose donde hubieran debido estar los ojos.

Pero los dibujos geométricos no constituían una cara. Excepto por el detalle de que el triángulo invertido ocupaba el lugar de una cabeza, las marcas talladas ni siquiera sugerían una cara. La expresión sobrecogedora de la Gran Madre superaba las posibilidades del ser humano común que quisiera contemplarla. Sus poderes eran tan grandes que Su Mirada por sí sola podía deslumbrar. El abstracto simbolismo de la figura del Báculo Que Habla de Attaroa expresaba con sutileza y elegancia este significado de poder.

Gracias a las enseñanzas que había comenzado a recibir de Mamut, Ayla recordó el sentido más profundo de algunos símbolos. Los tres lados del triángulo –tres era el número primario de la Madre– representaban las tres estaciones principales del año, es decir, la primavera, el verano y el invierno, aunque también se admitía la existencia de dos estaciones secundarias adicionales, el otoño y la mitad del invierno, las estaciones que señalaban los cambios futuros, con lo cual se obtenía el número de cinco. Ayla había aprendido que cinco era el número oculto, el número del poder de la Madre, pero los tres triángulos invertidos estaban al alcance de la comprensión de todos.

Recordó las formas triangulares en las tallas de la mujer-pájaro, las cuales representaban a la Madre trascendente transformándose para adoptar Su forma de pájaro, las formas que Ranec había creado... Ranec... De pronto, Ayla recordó dónde había visto antes la figura del Báculo Que Habla de Attaroa. ¡La camisa de Ranec! Aquella hermosa camisa de suave cuero blanco amarillento que él vestía en la ceremonia de la adopción de Ayla. La prenda en cuestión causó un auténtico revuelo en parte a causa de su estilo desusado, con el cuerpo angosto y las mangas anchas y flotantes. Además, debido a su color, hacía un bonito contraste con la tez morena de Ranec, si bien el atractivo provenía sobre todo de los diseños decorativos.

Estaba adornada con espinas de puercoespín teñidas de colores brillantes e hilos de tendón con una figura abstracta de la Madre, la cual podría muy bien haber sido copiada directamente de la talla que aparecía en el báculo de Attaroa. Tenía los mismos círculos concéntricos, la misma cabeza triangular; sin duda, los s’armunai eran parientes lejanos de los mamutoi, es decir, de donde provenía originariamente la camisa de Ranec. Al menos, eso pensó Ayla. Si ellos habían seguido la ruta del norte sugerida por Talut, tenían que haber pasado por aquel campamento.

Después de que ellos partieron, el hijo de Nezzie, llamado Danug, el joven que estaba convirtiéndose en la viva imagen de Talut, le había dicho que algún día él haría un viaje al país de los zelandonii, para visitarles a ella y a Jondalar. ¿Qué sucedería si Danug, en efecto, decidía realizar ese viaje cuando tuviera algunos años más y atravesaba aquellos parajes? ¿Qué ocurriría si Danug u otro mamutoi caían prisioneros en el campamento de Attaroa y sufrían las consecuencias? Semejante pensamiento fortaleció su decisión de ayudar a aquella gente a aniquilar el poder de Attaroa.

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