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Authors: Camilla Läckberg

Las huellas imborrables (49 page)

BOOK: Las huellas imborrables
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–Bien pensado, Gösta –lo felicitó Martin muy asombrado–. Lo haremos mañana mismo. ¿Algo más? ¿Qué es eso que hemos pasado por alto?

–¿Qué es eso que hemos pasado por alto? –Se oyó una voz desde la puerta. Mellberg entró seguido de
Ernst
, que iba jadeando ligeramente. El animal olisqueó enseguida los trozos de galleta que Gösta había desechado y se acercó corriendo a sentarse suplicante a sus pies. La actitud pedigüeña del chucho dio resultado y las galletas se esfumaron de un lametón.

–Sólo estábamos haciendo un repaso, tratamos de averiguar si hemos pasado algo por alto –contestó Martin señalando los documentos que tenían encima de la mesa–. Justo estábamos diciendo que mañana tendremos que tomarle una muestra de saliva a Axel y a Frans.

–Sí, sí, adelante –aprobó Mellberg impaciente, temeroso de que lo arrastraran al trabajo real–. Seguid con lo que tenéis entre manos. Tiene buena pinta. –Dicho esto, llamó a
Ernst
, que, meneando la cola, lo siguió hasta su despacho. Una vez allí, el animal se tumbó en su lugar habitual, a los pies de Mellberg, bajo el escritorio.

–Lo de encontrar a alguien que se haga cargo del chucho parece haber caído en el olvido –comentó Paula riendo.

–Creo que podemos contar con que el perro ya tiene quien se haga cargo de él. Aunque a saber quién se ocupa de quién, en realidad. Además, corre el rumor en el pueblo de que Mellberg se ha convertido en el rey de la salsa, a su edad –dijo Gösta entre risitas.

Martin bajó la voz y les reveló en un susurro:

–Sí, ya nos hemos dado cuenta… Y esta mañana, cuando entré en su despacho, me lo encontré sentado en el suelo «haciendo estiramientos».

–Anda ya, estás de broma –repuso Gösta con los ojos como platos–. ¿Y cómo coño se las arreglaba?

–Pues mal –admitió Martin muerto de risa–. Se supone que quería tocarse con las manos las puntas de los pies, pero se lo impedía la barriga. Eso por nombrar sólo una razón.

–Oye, que es mi madre la que da el curso de salsa al que asiste Mellberg –advirtió Paula en tono recriminatorio. Gösta y Martin la miraron perplejos–. Y mi madre lo invitó el otro día a comer en casa… y he de decir que fue bastante agradable –concluyó.

Martin y Gösta estaban boquiabiertos.

–¿Que Mellberg va a las clases de salsa que organiza tu madre? ¿Y que ha ido a almorzar a tu casa? Te veo llamando a Mellberg «papá» –dijo Martin entre carcajadas, que Gösta secundó de buena gana.

–Venga, ya vale –protestó Paula poniéndose de pie malhumorada–. Bueno, ya hemos terminado, ¿no? –Dicho esto, salió muy digna de la habitación. Martin y Gösta se miraron desconcertados, pero enseguida estallaron en nuevas carcajadas. Aquello era demasiado bueno para ser verdad.

El fin de semana había desencadenado la guerra declarada. Dan y Belinda se lo pasaron gritándose y Anna pensó que iba a estallarle la cabeza con tanto jaleo. Tuvo que llamarlos al orden varias veces y pedirles que tuvieran consideración con Emma y Adrian, y, por suerte, el argumento resultó efectivo. Aunque Belinda no estuviese dispuesta a admitirlo sin ambages, Anna se había percatado de que le gustaban sus hijos, lo que, a sus ojos, redimía a la jovencita de su rebeldía adolescente. Además, en ciertas ocasiones le parecía que Dan no comprendía exactamente lo que la mayor de sus hijas estaba pasando ni por qué reaccionaba así. Era como si hubiesen llegado a un punto muerto, del que ninguno de los dos supiera salir. Anna suspiraba mientras iba recogiendo los juguetes que los niños, con precisión admirable, habían logrado esparcir por cualquier espacio libre de mobiliario.

Por si fuera poco, los últimos días había tenido que asimilar la certeza de que Dan y ella iban a tener un hijo. Las ideas se precipitaban en su mente como un huracán y tuvo que invertir no poca energía en aplacar el miedo que aquello le inspiraba. Además, había empezado a sentirse tan mareada como en los embarazos anteriores. No vomitaba con la misma frecuencia, pero se pasaba los días con una pertinaz sensación de angustia en el estómago, como de mareo a bordo de un barco. Dan se mostró preocupado al advertir que Anna no tenía tanto apetito como era habitual en ella, y la perseguía como la mamá gallina a sus polluelos, intentando tentarla con diversos platos.

Anna se sentó en el sofá y apoyó la cabeza en las rodillas, mientras trataba de concentrarse en respirar para mantener a raya las náuseas. Durante el último embarazo, el de Adrian, las náuseas persistieron hasta el sexto mes. Aquello se le hizo eterno… En el piso de arriba volvió a oír voces airadas que subían y bajaban de volumen, como acompañamiento a la música atronadora de Belinda. No lo soportaba más. Sencillamente, no lo soportaba más. Sintió las arcadas y la boca se le llenó del agrio sabor a bilis. Se levantó a toda prisa y se dirigió corriendo al baño de la planta baja y, de rodillas ante el retrete, intentó deshacerse de aquello que subía y bajaba por la garganta… Pero sin resultado. Sólo produjo arcadas vacías que no le procuraron el menor alivio.

Se levantó resignada, se limpió la boca con la toalla y se miró en el espejo del baño. Se asustó al verse. Estaba tan pálida como la toalla blanca que tenía en la mano y tenía los ojos abiertos y desencajados. Más o menos como cuando vivía con Lucas. Aun así, ahora era todo bien distinto. Mucho mejor. Se pasó la mano por la barriga, aún plana. Tantas esperanzas. Y tanto miedo. Todo concentrado en un punto diminuto alojado en su barriga, en su vientre. Algo tan indefenso, tan pequeño. Claro que había acariciado la idea de tener hijos con Dan, pero aún no, no tan pronto. Algún día, en un futuro lejano y por determinar. Cuando las cosas se hubiesen calmado y estabilizado. Pese a todo, no se le pasó por la cabeza ponerle remedio ahora que había ocurrido. El lazo estaba ya establecido. Ese lazo invisible y frágil, y, al mismo tiempo, inquebrantable entre ella y aquello que aún no era visible al ojo humano. Respiró hondo y salió del baño. Fuera, las voces airadas se trasladaban escaleras abajo, hacia el vestíbulo.

–O sea, que sólo voy a ir a casa de Linda, ¿cómo coño puede ser tan difícil de entender? Amigas sí podré tener, ¿no? ¿O es que ni eso puedo hacer, viejo pesado?

Anna oyó literalmente a Dan tomar impulso para darle una respuesta contundente, cuando se le acabó la paciencia. Con un par de zancadas, llegó hasta donde se encontraban padre e hija y proclamó a los cuatro vientos:

–¡Vosotros dos, cerrad la BOCAZA ahora mismo! ¿Entendido? ¡Os estáis portando como dos niños pequeños, y eso se va a terminar a la de YA! ¡Ahora mismo! –Hablaba amonestándolos con un dedo acusador, y continuó antes de que ninguno de los dos atinase a interrumpirla–. ¡Tú, Dan, vas a dejar de gritarle a Belinda, y comprenderás que no puedes encerrarla en una torre y arrojar la llave al mar! ¡Tiene diecisiete años y es normal que quiera salir y ver a sus amigas!

El rostro de Belinda se iluminó con una amplia sonrisa de satisfacción, pero Anna no había terminado.

–¡Y tú vas a dejar de comportarte como una niña pequeña y vas a empezar a actuar como una adulta, si es que quieres que se te trate como tal! Y no quiero oír ni una queja más sobre el hecho de que los niños y yo vivamos aquí, porque así son las cosas, vivimos aquí quieras o no, y estamos dispuestos a ser amigos tuyos, ¡si nos das una oportunidad!

Anna hizo una pausa para recobrar el aliento y continuó en un tono que dejó aterrados a Dan y a Belinda, y firmes como soldaditos de plomo:

–Y, además, si tu plan es que mis hijos y yo nos larguemos de aquí, ya puedes olvidarlo, porque tu padre y yo vamos a tener un hijo, de modo que mis hijos y tú y tus hermanas quedaréis unidos por un medio hermano. Y yo tengo muchísimo interés en que nos llevemos bien, pero no puedo hacerlo sola, ¡tenéis que ayudarme! Pase lo que pase y me aceptes o no, en esta casa nacerá un bebé en primavera, y ¡os garantizo que no pienso aguantar esta situación hasta entonces, joder! –Anna rompió a llorar sin poder contenerse mientras padre e hija la miraban como petrificados. Al cabo de unos instantes, Belinda dejó escapar un sollozo, clavó la mirada en Dan y Anna y salió a todo correr hacia la calle, dando un portazo.

–Estupendo, Anna. ¿De verdad crees que ha sido lo mejor? –preguntó Dan en tono cansino. Emma y Adrian también habían reaccionado al alboroto y se habían asomado al pasillo totalmente desconcertados.

–Bah, vete a la mierda –le soltó Anna cogiendo una cazadora. Por segunda vez en pocos minutos, la puerta se cerró de un portazo.

–¡Hola! ¿Dónde has estado? –Patrik le abrió la puerta a Erica y le dio un beso en los labios. Maja también quería un beso, y corrió hacia ella tambaleándose con los brazos extendidos.

–Podría decir sin exagerar que he mantenido dos conversaciones interesantes –declaró Erica quitándose la cazadora antes de seguir a Patrik camino de la sala de estar.

–Ajá, ¿sobre qué? –preguntó Patrik con curiosidad. Se sentó en el suelo y continuó con lo que estaban haciendo Maja y él cuando llegó Erica, a saber: construir la torre de bloques más alta del mundo.

–¿No sería más bien Maja quien debería practicar con los bloques? –rio Erica sentándose con ellos. Observó muerta de risa cómo su marido, muy concentrado, intentaba colocar un bloque rojo en la cima de una torre que ya era más alta que Maja.

–Chist… –le advirtió Patrik con la punta de la lengua asomando por la comisura de los labios, mientras con toda la firmeza de que era capaz colocaba la pieza en la cima de tan inestable construcción.

–Maja, ¿le alcanzas a mamá el bloque amarillo? –le susurró Erica a la pequeña en plan teatral, señalando el bloque que había en la base. A Maja se le iluminó la cara ante la idea de hacerle un favor a mamá, se inclinó y sacó rauda la pieza, lo que provocó el derrumbe inmediato de la construcción que con tanto cuidado había levantado papá.

Patrik se quedó con la pieza en el aire.

–Oye, muchas gracias –dijo escuetamente mirando a Erica con fingido encono–. ¿Tienes idea de cuánta habilidad es preciso desplegar para construir una torre tan alta como esa? ¿La precisión milimétrica y la firmeza necesarias?

–Vaya, parece que hay alguien aquí que empieza a entender a qué me refería todo el año pasado cuando me quejaba de estar infravalorada, ¿no?

–Ummm… Sí, empiezo a comprenderlo –reconoció Patrik besando a su mujer, aunque con algo de lengua en esta ocasión. Erica correspondió al envite y lo que empezó como un beso fue ampliándose a tímidas caricias que no se interrumpieron hasta que Maja tiró una de las piezas a la cabeza de Patrik con certera puntería.

–¡Ay! –exclamó llevándose la mano a la cabeza y señalando a Maja con un dedo acusador–. ¿Qué comportamiento es ese? ¡Mira que tirarle bloques de madera a papá! Para una vez que tiene ocasión de morrearse con mamá…

–¡Patrik! –exclamó Erica dándole un manotazo en el hombro–. ¿Tú crees que es apropiado enseñarle a la niña la palabra «morrearse», a su edad?

–Si quiere tener hermanitos, no le quedará más remedio que acostumbrarse al espectáculo de ver morrearse a papá y a mamá –sentenció Patrik. Y Erica le vio ese destello tan particular en la mirada…

Y se puso de pie.

–Lo de los hermanitos vamos a tomárnoslo con calma por un tiempo. Pero lo que sí podemos hacer es practicar un poco esta noche… –Le propuso con un guiño antes de encaminarse a la cocina. Por fin habían logrado reactivar en serio esa parte de la vida en común. Era inenarrable el efecto devastador que la llegada de un bebé podía desencadenar en la vida sexual de la pareja, pero después de un año de gran penuria en ese ámbito, la cosa empezaba a rodar de nuevo. Aunque, claro, tras haber pasado un año en casa con la pequeña, a Erica ni se le había pasado por la cabeza lo de darle hermanitos. Sentía la necesidad de aterrizar de nuevo en la vida adulta, antes de volver al mundo infantil.

–Bueno, ¿y qué conversaciones tan interesantes son esas que decías? –quiso saber Patrik dirigiéndose también a la cocina.

Erica le refirió las dos excursiones que había hecho aquel día a Uddevalla, y lo que había sacado en claro de ellas.

–Es decir, que no te suenan los nombres, ¿no? –preguntó Patrik con el ceño fruncido tras oír lo que le había dicho Herman.

–Sí, eso es lo más extraño. No recuerdo haberlos oído y, aun así, hay algo que… No sé. Paul Heckel y Friedrich Hück. Me suenan de algo, a pesar de todo.

–Y Kjell Ringholm y tú habéis hecho frente común para intentar localizar al tal… Hans Olavsen, ¿no es eso? –preguntó Patrik escéptico. Erica comprendió adónde quería ir a parar.

–Sí, ya sé que parece rebuscado. No tengo ni idea de cuál fue su papel, pero algo me dice que es importante. Y, bueno, aunque no guarde relación con los asesinatos, pareció ser importante para mi madre y, por lo que a mí respecta, así fue como empezó todo. Lo único que me interesa es averiguar más cosas sobre ella.

–Sí, vale, pero ten cuidado –le aconsejó Patrik mientras ponía una olla con agua al fuego–. En fin, ¿quieres un té?

–Sí, gracias –Erica se sentó a la mesa–. ¿Cuidado? ¿A qué te refieres?

–Pues que, según tengo entendido, Kjell es un periodista bastante curtido, así que procura que no te utilice sin dar nada a cambio.

–Bah, no sé cómo iba a hacer tal cosa. Claro que puede quedarse con la información que yo le dé y no darme nada a cambio, pero eso es lo peor que podría pasar, supongo. Hemos acordado que yo hablaré del noruego con Axel Frankel y, además, comprobaré si figura en los archivos suecos; y él hablará con su padre. Aunque no asumió la tarea con gritos de júbilo, precisamente.

–No, esos dos no parecen mantener buenas relaciones –convino Patrik mientras servía el agua hirviendo en dos tazas con sendas bolsitas de té–. He leído bastantes de los artículos que ha escrito, y la verdad es que crucifica a su padre de todas todas.

–Pues entonces será una charla interesante –repuso Erica lacónica cogiendo la taza que le daba Patrik. Mientras sorbía el té ardiendo, se quedó mirándolo. En la sala de estar se oía el parloteo de Maja con un interlocutor desconocido. Seguramente la muñeca, que, en los últimos días, siempre había tenido consigo.

–¿Cómo te sientes al no participar en el trabajo de la comisaría, dadas las circunstancias? –preguntó.

–Mentiría si dijera que no es difícil, pero soy consciente de la oportunidad que supone poder estar en casa con Maja, y el trabajo seguirá esperándome cuando vuelva. Bueno, no es que desee que se produzcan más asesinatos que investigar, pero… en fin, ya sabes a qué me refiero.

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