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Authors: Elaine Cunningham
—Seiscientas piezas de oro —contestó Elaith, sobresaltado—. ¿Por qué?
—Bastante cara para tratarse de un simple cristal.
El elfo la miró como si no supiera si sentirse confundido o indignado.
—Explícate —exigió fríamente.
—Sigues vivo —declaró la semielfa con una débil sonrisa gélida—. Sabes qué soy, o mejor dicho, qué fui. Hay suficiente ira en mi interior para que la Mhaorkiira tuviera dónde afianzarse. Cualquier excusa me bastaría para matarte.
»Y sobre todo, Danilo sigue vivo. Incluso lo ayudaste. Dudo de que lo hubieras hecho de haber estado bajo la influencia de la gema oscura.
Cuando respondió, la sonrisa de Elaith fue amarga.
—No conoces toda la leyenda, princesa. Si hay una semilla de maldad, la gema oscura la hace crecer, mientras que aquellas personas que ya están más allá de toda redención la pueden manejar con impunidad. Sigo teniendo la mente clara y soy capaz de tomar decisiones a mi antojo. ¿Qué dice eso de mí?
Arilyn jamás había contemplado tal vacío en unos ojos vivos ni tampoco tal desesperación. Pero todo ello la reafirmó.
—Es una falsificación —insistió—. Condúceme al perista que te la vendió y te lo demostraré.
El elfo accedió y la condujo a una tienda del distrito del castillo. Arilyn se aproximó, muy decidida, al hombre con un solo ojo y dejó la gema sobre el mostrador.
—¿Tú vendiste esto?
La mirada del hombre voló de Arilyn a Elaith, como si pidiera permiso para hablar. El elfo hizo un gesto de asentimiento.
—Sí. ¿Por qué?
—Es una falsificación. Un cristal.
El perista se irguió cuan alto era, indignado.
—Soy un experto en piedras preciosas. Es un rubí. Me jugaría la vida.
—Mala elección de palabras, teniendo en cuenta con quién estás tratando — interpuso Elaith con afabilidad—. Convénceme.
El perista tomó la gema y una lupa para estudiarla. Casi inmediatamente, su confianza se desvaneció y alzó una mirada de horror hacia los clientes.
—Éste no es el rubí que os vendí.
—Te aseguro que es el mismo.
Arilyn comenzó a comprender qué había ocurrido.
—¿Alguien más examinó la gema?
—Dos o tres personas. Recuerdo a una en particular: una joven vestida con lujo y muy altanera. Tenía ojos verdes y el pelo de un rojo brillante.
La semielfa le arrebató la piedra y agarró a Elaith por un brazo. Antes de que el elfo pudiera protestar, lo sacó a empujones de la tienda.
—Errya Eltorchul —anunció lacónicamente—. Tenemos que hablar con ella.
Elaith asintió y comenzó a ascender por los peldaños excavados en el grueso muro de piedra de la tienda de un zapatero. La semielfa se dio cuenta de qué pretendía y lo siguió. Fueron avanzando por los tejados hacia la mansión Eltorchul siguiendo una ruta secreta sólo conocida por aquellos que se movían en las sombras.
A Arilyn no le costó ningún esfuerzo seguir el rápido ritmo que imponía el elfo.
Sin hablar, rodearon los tejados alrededor de la villa Eltorchul hasta localizar a Errya.
Estaba en el jardín. Ambos saltaron desde el muro y aterrizaron uno a cada lado para impedirle la huida. Elaith la apuntó con una varita. Una esfera reluciente voló hacia ella, le rodeó la cabeza y los hombros, e interrumpió bruscamente su chillido. Quiso echar a correr, pero la semielfa la sujetó y la obligó a sentarse de nuevo en el banco.
Pero la atención de Arilyn estaba en otra parte. Un gato de aspecto familiar había saltado del regazo de Errya y se había agazapado a unos metros de distancia. Era un gato atigrado, que movía la cola gris agitadamente, aunque sus ojos reflejaban una expresión de ira que no tenía nada de felina.
Era el mismo gato que Errya tenía en brazos el día en que Danilo y ella habían ido a informar de la muerte de Oth. Y era el gato que Arilyn había visto en el dormitorio que Isabeau ocupaba en la finca campestre de los Eltorchul.
En definitiva, era un gato muy viajero, si es que realmente era un gato.
Arilyn se lanzó hacia él con los brazos extendidos para atraparlo. La criatura se desvaneció en un estallido de acre humo azul.
—¡Por los Nueve Infiernos! ¿Qué ha sido eso? —exclamó Elaith.
Arilyn bajó la vista hacia la noble y vio confirmadas sus sospechas en su mirada, mezcla de pánico y furia.
—Eso —dijo enfáticamente— era Oth Eltorchul.
—Todo encaja —dijo Danilo, pensativo, cuando se lo explicaron—. ¿Él anillo que viste a Isabeau en la finca de los Eltorchul era como el que encontramos en la mano cercenada?
—No se me había ocurrido, pero ahora que lo mencionas es cierto que ese anillo se me antojó familiar. Era de oro y tenía una gema rosa.
—Apuesto a que el anillo que encontramos era una mera ilusión. Y la mano también, sin duda. —Danilo comenzó a caminar de un lado a otro—. ¿Recuerdas en qué estado hallamos el estudio de Oth? Mesas volcadas, suelo lleno de piezas de loza rotas e ingredientes de hechizos muy comunes, aunque los estantes, que estaban atestados de valiosas ampollas, pergaminos y cajas, no se habían ni tocado.
—No es extraño que la familia Eltorchul mantuviera en secreto la muerte de Oth —dijo la semielfa—. Pero ¿qué razón podría tener él para fingir su muerte?
—Yo puedo responder a eso —intervino Elaith—. La mayor parte ya lo sabéis gracias a esa bocazas de Myrna Cassalanter. La importación y exportación ilegal que entra y sale de esta ciudad están sujetas a un estricto control secreto. Durante muchos años, me he dedicado a levantar un imperio propio. —Sonrió apenas—. Supongo que debería halagarme el hecho de que me consideren una amenaza. Las sietes familias me han enviado advertencias, unas sutiles y otras menos.
—Por ejemplo, el ataque tren en la mansión Thann —apuntó Arilyn.
—Ésa fue muy poco sutil —repuso el elfo secamente—. No te inquietes, lord Thann, no fue organizada por tu familia. Naturalmente quien lo preparó esperaba que yo culpara a los Thann y tratara de vengarme. Ello hubiera dado a la familia Thann motivos para unirse a los demás en sus intentos por derrocarme.
—Así pues, ¿lady Cassandra no tiene nada que ver en esto?
—Yo no he dicho eso. Es posible que no haya tenido más remedio que pasar a la acción.
—¿Qué tipo de acción? —preguntó Arilyn.
El elfo meditó largamente la respuesta.
—Pensaba que tenía en mis manos la Mhaorkiira. Tenía buenas razones para creerlo. Tomé medidas para asegurarme de que determinadas personas usaran las esferas de sueños para así obtener información, que luego empleaba para atacar al consorcio de las dos ciudades.
—¿Por ejemplo? —preguntó Danilo con recelo.
—Para empezar, yo no tuve nada que ver con la muerte de tu hermana.
—Fue Oth —afirmó Arilyn con convicción—. Si es capaz de adoptar la forma de un gato, ¿por qué no la de un tren? Desde luego, Isabeau tenía motivos para huir de él, pues a juzgar por lo que dice Elaith, no le robó una sola vez, sino dos. Probablemente, Isabeau acusó a Elaith por rencor. ¿Y Belinda Gundwynd?
—Sospecho que fue Ilzimmer —dijo el elfo en tono cansino—. El camino que lleva hasta él es bastante tortuoso. En el curso de un duelo, maté a un capitán mercenario al servicio del clan Ilzimmer. El arma asesina era de los Amcathra y fue robada durante la emboscada.
Danilo lo miró sin comprender.
—¿Qué tiene eso que ver con el clan Gundwynd?
—Es de todos sabido que la familia Amcathra no forma parte del consorcio de las dos ciudades. Ésa es la razón por la cual te hablé de Regnet —admitió el elfo—. No fue más que un intento de desviar la atención. Tal como había previsto, los Ilzimmer creyeron que el arma que usé apuntaba a los Gundwynd. Después de todo, fue robada de su caravana. El hecho de que fuese empleada para matar a un soldado a sueldo de los Ilzimmer, especialmente teniendo en cuenta que era el capitán de la caravana, podría ser visto como una acusación directa. La muerte de Belinda fue un aviso.
—¿Y también los ataques contra Danilo y contra mí? ¿Qué me dices de Simón Ilzimmer?
—Eso fue cosa mía —admitió Elaith con una despiadada sonrisa y sin el menor indicio de remordimiento—. La cortesana era empleada mía y se estaba consumiendo por una enfermedad de los pulmones. Unas pocas ilusiones, unas pocas monedas bien gastadas..., y muchos estuvieron dispuestos a jurar que vieron a Simón Ilzimmer salir de su habitación.
—No puedo decir que me caiga simpático, pero no apruebo tus métodos — protestó Danilo acaloradamente—. Dejemos de lado si Simón es inocente, en sentido general, o únicamente en ese caso concreto. ¿Y qué me dices de quienes testificaron?
Supongo que fueron elegidos para implicar a otra familia y avivar las llamas, ¿no es cierto?
Elaith hizo un gesto de asentimiento.
—Trataré de enmendar lo que sea posible. Dijiste que ese mismo día tuviste unas palabras con Simón Ilzimmer. ¿Recuerdas la hora?
—Las campanas del templo de Ilmater estaban sonando —recordó Arilyn.
—Ahí tenemos la respuesta —dijo Elaith con satisfacción—. La hora es bastante cercana. Podrás exculparlo, y ello contribuirá a las buenas relaciones entre las familias Ilzimmer y Thann. Será sencillo culpar a Oth. Sabemos que ha cometido asesinatos adoptando otras formas. ¿Por qué no afirmar que adoptó la forma física de Simón Ilzimmer?
Danilo quiso protestar, pero enseguida accedió con una inclinación de cabeza.
—Antes de poder acusar a Oth tenemos que encontrarlo. La pregunta es cómo.
—Yo veo varios caminos posibles, ninguno de ellos demasiado atractivo —dijo el elfo—. Uno es dejarlo en manos de los Señores de Aguas Profundas, aunque son acusaciones difíciles de probar, y tal vez no sirviera para más que para intensificar la enemistad entre las familias. Otra posibilidad sería dejar que las familias solucionen este asunto solas y esperar que el derramamiento de sangre sea mínimo. Esta opción es mi preferida, excepto porque tanto tú como la princesa podríais sufrir represalias.
Danilo hizo una mueca.
—¿O?
—Podríamos entregar a Oth a las familias —sugirió el elfo con una fría y despiadada sonrisa—. Claro está que antes tendríamos que encontrarlo y atraparlo.
—No es tarea fácil encontrar a un muerto capaz de cambiar de aspecto —señaló Arilyn.
—Será más fácil de lo que imaginas. —El elfo se sacó el cristal rojo del bolsillo y lo arrojó encima de la mesa—. Oth me ha estado enviando información a través de esta piedra; cosas que quiere que sepa. Nos quiere ver a los tres muertos y trata de hacernos caer en una trampa. Se lo serviremos en bandeja de plata.
—He oído otros planes mejores, aunque sigue. Peor no puede ser —comentó Danilo secamente.
Elaith extendió un brazo y dio suaves golpecitos a la gema.
—Dentro de dos noches, se producirá un ataque masivo coordinado de los tren
contra miembros de las familias Thann e Ilzimmer.
—¿Por qué haría Oth tal cosa?
—Por varias razones. Existe una rivalidad entre ambas familias que viene de lejos.
Las dos creerán que los ataques han sido propiciados por el clan rival y devolverán el golpe. Lucharán hasta que se debiliten. Más pronto o más tarde, las demás familias tendrán que intervenir para zanjar la disputa.
—¿Por qué quiere Oth crear problemas entre las familias? —se preguntó Danilo.
—Te recuerdo que los Eltorchul se están arruinando.
—No me extraña nada —dijo Arilyn—. Excavar nuevos túneles no es nada barato, ni tampoco contratar los servicios de asesinos tren.
—Ni la investigación —añadió Danilo—. Seguramente tuvo que gastarse una verdadera fortuna para desarrollar las esferas de sueños.
Elaith sacudió la cabeza.
—No fue tanto en comparación con el provecho que Oth podría sacarles si conseguía introducir a su clan en el tráfico entre las dos ciudades. A través de las esferas de sueños, podía averiguar información suficiente sobre el comercio clandestino para presentar una oferta convincente. Por suerte, su plan más ambicioso fracasó: me atrajo al comercio con las esferas de sueños con la esperanza de que me sintiera tentado a utilizarlas para mí mismo y, de ese modo, revelarle secretos que no confío a nadie. Si tenía éxito allí donde las siete familias fallaban y ponía en sus manos mi destino, las otras familias lo recibirían en el consorcio con los brazos abiertos.
—Aún quedan algunos cabos sueltos —dijo Arilyn—. Es evidente que la nobleza de Aguas Profundas no acepta a los elfos, aunque la familia Eltorchul parece tenerles una aversión especial.
La explicación se la proporcionó Danilo.
—Oth es un hombre arrogante, y la mera idea de que algún tipo de magia esté fuera de su alcance le resulta profundamente ofensiva. Deberías haberle visto la cara en el Baile de la Gema cuando me pidió que le enseñara el canto hechizador.
—Tienes toda la razón —convino con él Elaith—. Hace algunos años, Oth trató de comprar hechizos élficos a los sacerdotes del templo del Panteón. Desde luego, le dieron calabazas.
—Sibylanthra Dezlentyr era maga —recordó Arilyn—. Es posible que también ella desairara a Oth. Tal vez para entonces Oth ya estaba trabajando con la Mhaorkiira.
Si temió que Sibylanthra hubiera adivinado cuáles eran sus intenciones, es posible que considerara necesario silenciarla.
Elaith se sobresaltó, aunque enseguida se enfureció.
—Yo diría que es muy probable.
—Sí, las piezas encajan —caviló Arilyn—. Posiblemente fue asesinada con veneno. Diloontier vende venenos y actúa de intermediario para quien quiere contratar los servicios de los tren. Está claro que Oth tiene algún contacto con el perfumista. Eso explicaría también el intento de asesinato de Myrna Cassalanter.
—No, fui yo —confesó Elaith cándidamente. Ante las incrédulas miradas de ambos se encogió de hombros—. Se lo merecía. ¿Quién creéis que ordenó el ataque contra Danilo fuera de la casa de Regnet?
Danilo se masajeó las sienes.
—Ya hablaremos de eso en otro momento. Supongo que sabes dónde se producirán los ataques.
—Sí. —Elaith lanzó un hondo suspiro de frustración—. Por desgracia, no cuento con hombres suficientes para contrarrestarlos. Pese a que tengo muchos empleados, no confío en ninguno de ellos cuando se trata de este asunto. La remesa de esferas de
sueños que conseguí en Puerto Calavera es una miseria en comparación con las que, sin duda, posee Oth. Apostaría a que han llegado ya a manos de cualquier hombre, mujer o monstruo a los que se ha visto frecuentar mis establecimientos o recibir un pago de mí.