Las amistades peligrosas (45 page)

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Authors: Choderclos de Laclos

Tags: #Novela epistolar

BOOK: Las amistades peligrosas
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Además, ¿por qué no está usted ahí para contestarme, para guiarme si me extravío, para hablarme de mi Cecilia, para aumentar, si es posible, la felicidad que al amarla siento, con la dulce idea de que es amiga suya la mujer a quien amo? Sí, lo confieso; el amor que ella me inspira es para mí más precioso todavía desde que usted ha querido escuchar mis confidencias.

¡Me gusta tanto abrirle mi corazón, llenar el suyo de mis sentimientos, y depositarlos en él sin reservas! Paréceme que los aprecio en más a medida que usted se digna recogerlos; y por fin, la contemplo, y digo: “En ella se encierra toda mi dicha”.

No tengo nada nuevo que decirle sobre mi situación. La última carta que he recibido de ella aumenta y asegura mi esperanza; pero la retarda todavía. Sin embargo, los motivos en que se funda son tan honrados y tan tiernos, que no puedo censurarla ni quejarme. Quizá no entienda usted desde ahí bien lo que le digo: pero ¿por qué no está aquí? Aunque se cuente todo a la amiga, no se atreve uno a escribírselo todo. Los secretos del amor, sobre todo, son tan delicados, que no pueden confiarse a la salvaguardia de la buena fe. Si alguna vez se les permite que salgan, no se les debe al menos perder de vista. Es necesario, en cierto modo, verlos entrar en su nuevo asilo. ¡Ah! Vuelva pronto, mi querida amiga; usted ve bien claramente que su regreso es necesario. Olvide, en fin, las mil razones que la detienen en donde está, o enseñe a vivir donde usted no se encuentre.

Tengo la honra de ser, etc.

París, 19 de octubre de 17…

CARTA CXIX

LA SEÑORA DE ROSEMONDE A LA PRESIDENTA DE TOURVEL

Aunque todavía estoy mala, querida amiga, trato de escribirle a usted por mí misma, con objeto de poder hablarle de lo que le interesa. Mi sobrino continúa tan misántropo como siempre. Envía diariamente a preguntar cómo me encuentro, pero no ha venido ni una sola vez en persona, por más que yo se lo he suplicado varias veces; de modo que no lo veo más que si estuviera en París. Le he encontrado, sin embargo, esta mañana donde no lo esperaba, en mi capilla, a la que había yo bajado por primera vez después de mi dolorosa enfermedad. He sabido hoy que desde hace cuatro días va puntualmente allí a oír misa. ¡Dios quiera que esto dure!

Cuando entré, vino a mí y me felicitó muy afectuosamente por mi mejoría. Como iba a empezar la misa, abrevié la conversación, con el propósito de reanudarla después; pero desapareció antes de que pudiese unirme a él. No ocultaré a usted que lo he encontrado algo cambiado. Pero, querida mía, no me dé motivos para arrepentirme de mi confianza en su buen juicio con inquietudes demasiado vivas; y sobre todo, esté segura de que más preferiría afligiros que engañaros.

Si mi sobrino continúa tan displicente conmigo, tomaré, tan pronto como me sea posible, la resolución de ir a verle en su cuarto, y trataré de inquirir la causa de esta singular manía, a la cual creo que contribuye usted no poco.

Le comunicaré lo que haya averiguado. Termino aquí, porque apenas si puedo ya mover los dedos; y además, porque si Adelaida supiese que le he escrito, se pasaría la tarde reconviniéndome.

Adiós, querida mía.

Castillo de…, 20 de octubre de 17…

CARTA CXX

EL VIZCONDE DE VALMONT AL PADRE ANSELMO
(Religioso del convento de la calle de Saint-Honoré)

No tengo la honra de conocerle, señor; pero conozco la confianza absoluta que usted inspira a la señora presidenta de Tourvel, y en qué persona tan digna ha depositado tal confianza. Creo, pues, poder dirigirme a usted sin ser indiscreto, con objeto de pedirle un gran favor, verdaderamente propio de su santo ministerio, y en el cual está la señora de Tourvel tan interesada como yo.

Tengo en mi poder documentos importantes que con ella se relacionan, que no pueden ser confiados a nadie, y que no debo ni quiero poner sino en manos de usted. No tengo medio alguno de dar conocimiento a esta señora de los papeles mencionados, porque, razones que acaso conozca usted por ella misma, y que yo creo que no me es permitido darle ahora, le han movido a adoptar la resolución de cortar conmigo toda correspondencia; resolución que hoy, confieso sinceramente, que no tengo motivos para censurar; porque ella no podía prever acontecimientos que yo mismo estaba muy lejos de esperarme, y que no es posible atribuir más que a la fuerza sobrehumana que hay que reconocer en todo esto.

Le ruego pues, señor, que tenga a bien comunicarle mis nuevas resoluciones, y pedirle que me conceda una entrevista privada, en la cual pueda yo al menos, reparar en parte mis yerros con mis disculpas; y, por medio de este último sacrificio, desvanecer ante sus ojos las mismas trazas que aún existen de un error o de una falta que me ha hecho aparecer culpable ante ella.

Sin esta expiación preliminar, no me atrevo a depositar a los pies de usted la confesión humillante de mis prolongados extravíos, ni a implorar su intervención para obtener una reconciliación mucho más importante todavía y desgraciadamente más difícil.

¿Puedo esperar de usted, señor, que no me niegue ayuda tan necesaria y preciosa, y que se dignará sostener mi debilidad y guiar mis pasos por una nueva senda que deseo ardientemente seguir, pero que ruborizándome confieso que desconozco todavía?

Espero su respuesta con la impaciencia del arrepentido que desea reparar sus errores; y le ruego que me crea con tanta gratitud como respeto.

Su muy humilde, etc.

P. D. —Autorízole, señor, en el caso de que lo juzgue conveniente, para transmitir esta carta íntegra a la señora de Tourvel, a la que me consideraré toda mi vida obligado a respetar, y a quien nunca dejaré de honrar como a la persona de quien el cielo se ha servido para conducir mi alma al camino de la virtud por el conmovedor espectáculo de la suya.

Castillo de…, 22 de octubre de 17…

CARTA CXXI

LA MARQUESA DE MERTEUIL AL CABALLERO DANCENY

He recibido su carta, mi demasiado joven amigo; pero antes de dar gracias a usted, es preciso que le riña; y le prevengo, que si no se corrige, no tendrá más respuesta mía. Abandone, pues, ese tono de zalamería, pura jerga ficticia, que no es verdadero lenguaje del afecto. ¿Es ese el estilo de la amistad? No, amigo mío, cada sentimiento tiene su lenguaje; servirse de otro, es disfrazar el pensamiento que quiere expresarse. Ya sé que nuestras mujeres no entienden nada de lo que quiere decírseles, si no se les traduce en la jerga usual; pero yo creo merecer el que usted me distinga de ellas. Mucho me enoja verme tan mal juzgada.

Usted encontrará en mi carta lo que falta en la suya, franqueza y sencillez. Le diré, por ejemplo, que tendría un gran placer en verle, y que me contraría mucho no tener cerca de mí sino gentes que me enojan, en lugar de gentes que me agraden; pero usted traduciría sin duda esta misma frase: aprenda usted a vivir lejos de donde vivo; de modo que cuando se encuentre cerca de su amada, usted no sabrá vivir sin mi presencia tampoco. ¡Qué piedad! ¿y esas mujeres a quienes falta tan bien ser como yo (tal, según usted, le acontece a la joven Cecilia), no harán sin mí la dicha de usted? He aquí dónde conduce un lenguaje, que, por el abuso, está aún por debajo de la torpe jerga de cumplimiento, simple protocolo a quien no se da más fe que a un servidor cualquiera.

Amigo mío, cuando usted me escriba, que sea para decirme su modo de pensar y de sentir, y no para enviarme frases que encontraré sin duda en la primera novela del día.

Espero que no se ofenda por cuanto le digo, aunque en ello tal vez descubra algún mal humor, que no niego tener: pero para evitar en todo el defecto que en usted reprocho, no le diré que mi disgusto provenga de su alejamiento. Me parece que, no obstante, usted vale más que un proceso y dos abogados, y aún más que el atento Belleroche.

Ya ve que en vez de atormentarse con mi ausencia, debiera felicitarse de ella; pues nunca había hecho a usted tan bello cumplimiento. Veo que el ejemplo me contagia, y que a mi vez voy a caer en la adulación; pero no, prefiero atenerme a mi franqueza; ella tan sólo le asegurará de mi tierna amistad. Es muy grato tener un amigo joven cuyo corazón se encuentra en otra parte. No es éste el sistema de todos las mujeres, pero es el mío. Creo preferible entregarse a un sentimiento del que nada se teme: por eso he sido para usted una confidente tal vez demasiado joven; pero como usted elige sus amores tan jóvenes, me ha hecho apercibir, quizás antes de tiempo, que soy un tanto vieja. Hace bien en prepararse para una larga y duradera confianza, y yo le prometo que en nada me opondré a este lazo recíproco.

Razón tiene usted en parar mientes en los motivos tiernos y honrados que, según me indica, retrasan su ventura. La defensa obstinada es el único recurso que resta a quienes deben sucumbir en el asedio; y lo que yo encontraría imperdonable en otra que no fuera la pequeña Volanges, sería el no saber escapar de un peligro de que ha sido advertida sobradamente por la confesión de su amor. ¡Los hombres no tienen idea de lo que es la virtud, y de lo mucho que el sacrificarla cuesta! Pero a poco que una mujer razone, debe saber cómo, independientemente de su falta, una debilidad es para ella la mayor de las desgracias; y me parece imposible que ninguna incurra en tal flaqueza si ha tenido un solo momento para reflexionar.

No trate usted de combatir esta idea: ella es la que principalmente me impulsa a la amistad que le profeso. Usted me salvará de los peligros del amor, y aunque hasta el presente he sabido defenderme bien, consiento en reconocerme agradecida, y esta gratitud redobla mi afecto.

A Dios ruego que lo tengo en su santa guarda.

Castillo de…, 22 de octubre de 17…

CARTA CXXII

LA SEÑORA DE ROSEMONDE A LA PRESIDENTA DE TOURVEL

Esperaba, querida hija mía, poder calmar sus inquietudes, y voy a aumentarlas. Tranquilícese usted, no obstante; mi sobrino en nada peligra: no puede decirse que esté en realidad enfermo. Pero algo extraordinario pasa en él. Nada comprendo, y he salido, sin embargo, de su habitación con un sentimiento de tristeza, casi de horror, que me reprocho de comunicarle, y que, no obstante, es imposible que omita en mi carta. He aquí el relato de lo ocurrido; puede estar segura usted de su fidelidad: que muchos años he de vivir para olvidar la triste escena presenciada.

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