Adiós, amiga mía; piense que Danceny debe venir a mi casa cerca de las cuatro.
En…, a 8 de setiembre de 17…
EL CABALLERO DANCENY AL VIZCONDE DE VALMONT
(Inclusa en la presedente.)
¡Ay! Amigo mío, estoy desesperado; he perdido todo; no me atrevo a confiar al papel el secreto de mis penas; pero tengo necesidad absoluta de depositarlas en el pecho de un amigo seguro y fiel. ¿A qué hora podré ir a verle y buscar en su amistad consuelos y consejos? ¡Era yo tan feliz el día en que le abrí mi corazón! Ahora, ¡qué diferencia! Todo se ha mudado. Todo lo que sufro por mi parte no es sino la mínima porción de mis tormentos; pero mi inquietud, mi desasosiego por el objeto que más amo en el mundo, ¡ay! esto es lo que no puedo soportar. Más dichoso que yo, usted puede ir a verla, y cuento con que su amistad no me rehusará este servicio; pero antes es preciso que yo le hable y le informe. Usted me compadecerá, usted me ayudará; no tengo esperanza sino en usted, que es sensible, conoce el amor, y es el único a quien puedo confiarme; no me niegue sus auxilios.
El sólo alivio que experimento en mi dolor, es pensar que me queda un amigo como usted. Hágame saber, por Dios, a qué hora podré encontrarle. Si no puede ser por la mañana, desearía que fuese poco después de medio día.
En…, a 8 de setiembre de 17…
CECILIA VOLANGES A SOFÍA CARNAY
Compadece a tu Cecilia, que es muy desgraciada, mi querida Sofía. Mamá se ha enterado de todo; no concibo cómo ha podido sospechar la menor cosa; y, no obstante, todo lo ha descubierto. Ayer noche creí, en verdad, que tenía un poco de mal humor; pero no puse mucha atención, y mientras acababa su partida hablé muy festivamente con la señora de Merteuil, que había cenado aquí, y charlamos mucho de Danceny. No creo hayamos podido ser oídas. Dicha señora se fue, y yo me retire a mi cuarto. Ya me estaba desnudando, cuando mamá entró, y mandó salir a la doncella. Luego me pidió la llave de mi papelera. El tono con que lo hizo me causó un temblor tan grande, que apenas podía sostenerme. Yo hacía como que no la encontraba, pero al fin fue preciso obedecer. El primer cajoncillo que abrió era justamente el que contenía las cartas del caballero Danceny. Yo estaba tan turbada, que cuando me preguntó qué era aquello, no pude sino responder que no era nada; pero cuando la vi que empezaba a leer la primera carta, entonces no tuve tiempo más que para echarme en un sillón, donde me desvanecí. Cuando volví en mí, mamá, que había llamado a la doncella, se retiró, mandándome acostar, y llevándose las cartas de Danceny.
Toda la noche la he pasado llorando, y tiemblo cada vez que pienso que he de volver a su presencia.
Te escribo al rayar el día, esperando que vendrá Pepa. Si puedo hablarle a solas, le suplicaré que lleve a casa de la señora de Merteuil un billete que voy a escribir; sino lo incluiré en tu carta, y tú me harás el favor de enviárselo como cosa tuya. Sólo ella puede procurarme algún consuelo. Hablaremos de él, pues ya no cuento con verle más. ¡Soy muy desdichada! Acaso tendrá la bondad de encargarse de una carta para Danceny. No me atrevo a fiarme para esto de Pepa, y mucho menos de mi doncella; porque tal vez ésta será la que habrá dicho a mi madre que yo tenía cartas en mi papelera.
Quiero que no me falte tiempo para escribir a la señora de Merteuil, y también a Danceny, y no te escribo más largo; después me volveré a la cama, para que me encuentren acostada cuando entren en mi cuarto. Diré que estoy mala, para no tener que ir al de mi madre. Y no mentiré mucho, pues sufro más, ciertamente, que si tuviese calentura. Los ojos me arden a fuerza de tanto como he llorado, y tengo un gran peso en el estómago que me impide respirar.
Cuando pienso que no volveré a ver más a Danceny, preferiría estar muerta. Adiós, mi querida Sofía. No puedo decirte más, las lágrimas me sofocan.
En…, a 7 de setiembre de 17…
LA SEÑORA DE VOLANGES AL CABALLERO DANCENY
Después de haber abusado, caballero, de la confianza de una madre y de la inocencia de una niña, no sorprenderá a Ud. no verse más recibido en una casa en que ha correspondido a las pruebas más sinceras de amistad con el proceder más impropio de un hombre honrado. Prefiero suplicarle que no vuelva a poner los pies en mi casa, a dar a mi portero unas órdenes que nos comprometerían a los dos igualmente, por las observaciones que los criados no dejarían de hacer. Tengo derecho a creer que usted no me obligará a acudir a este medio tan poco favorable para ambos.
Le prevengo también que, si en lo sucesivo hace la menor tentativa para mantener a mi hija en el descarrío en que la ha precipitado, una clausura austera y eterna la sustraerá a sus pesquisas. Por consiguiente, a usted toca el ver si temerá tan poco el ocasionar su infortunio, como ha temido poco el intentar colmarla de deshonor.
Por lo que hace a mí, tengo tomado este partido y se lo he dicho. Adjunto hallará usted el paquete de sus cartas. Cuento con que en cambio me devolverá todas las de mi hija, y que se prestará así a no dejar traza alguna de un suceso de que no podríamos conservar el recuerdo, yo sin indignación, ella sin vergüenza y usted sin remordimiento.
Tengo el honor de ser, etc.
En…, a 7 de setiembre de 17…
LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT
Claro que puedo explicarle el billete de Danceny. El suceso que se lo hizo escribir es obra mía, y en mi sentir obra maestra. No he perdido tiempo desde que recibí la última carta de usted, y he dicho como el arquitecto de Atenas: “Lo que él dice yo lo haré”. ¡Con que son necesarios obstáculos a ese bello héroe de novela y se duerme en el seno de su dicha! ¡Descuide en mí! Yo le daré en qué ocuparse, y apuesto que su sueño no será en adelante tan tranquilo. Era menester enseñarle lo que vale el tiempo, y me lisonjeo de que ahora siente el que ha perdido. Era menester, dice usted también, que necesitase de más misterio: pues bien, esta necesidad tampoco le faltará y tengo eso de bueno, que apenas se me hacen conocer mis faltas, no me sosiego hasta repararlas del todo. Y vea, pues, lo que he hecho.
Entrando en mi casa antes de ayer mañana, leí la carta de usted y la hallé luminosa. Persuadida de que había indicado perfectamente la causa del mal, me ocupé únicamente en encontrar el modo de curarle. Sin embargo, empecé por acostarme, porque mi infatigable caballero no me había dejado dormir un instante y creía tener sueño; pero no era así, enteramente ocupada de Danceny, el deseo de sacarle de su indolencia o de castigarle por ella no me dejó pegar los ojos; y sólo cuando hube concertado mi plan, pude reposar dos horas.
Fui por la noche a casa de la señora de Volanges, y según mi proyecto le confié que creía estar cierta de que existía entre su hija y Danceny una amistad peligrosa. Esta mujer, tan perspicaz respecto a usted, estaba tan ciega que me respondió al instante que seguramente me engañaba; que su hija era una niña, etc., etc. Yo no podía decirle cuanto sabía, pero le cité ciertas expresiones, ciertas miradas que alarmaban mi virtud y mi amistad. Hablé en fin casi tan bien como podría hacerlo una devota, y para dar el golpe decisivo me extendí hasta decir que creía haber visto dar y recibir una carta. “Esto me recuerda que un día abrió ella delante de mí un cajón de su papelera en el cual vi muchos papeles que sin duda guardará. ¿Sabe usted si tiene alguna correspondencia frecuente?” Entonces el rostro de la señora Volanges se mudó y vi que se le saltaban las lágrimas. “Doy a usted mil gracias, mi buena amiga, me dijo apretándome la mano. Yo me enteraré”.
Después de esta conversación, demasiado corta para que la niña sospechase nada, me acerqué a ella, y me separé de ella en breve, para decir a la madre que no me comprometiera con su hija. Me lo prometió con tanto más gusto, cuanto que le hice observar que sería una fortuna que la chica tomase bastante confianza conmigo, para abrirme su corazón y ponerme en aptitud de darle mis prudentes consejos. Lo que me hace esperar que me guardará la promesa, es que no dudo que quiera jactarse con su hija de su propia penetración. De esta manera yo quedaba autorizada a continuar en mi tono de amistad con la muchacha sin parecer falsa a los ojos de su madre, lo que quería yo evitar. Ganaba además el quedarme en lo sucesivo con ella cuanto tiempo y cuan íntimamente quisiese.
Aproveché de ello la noche misma, y cuando acabé mi partida, llevé a un rincón a mi jovencita y entablé la conversación acerca de Danceny, sobre el cual nunca le falta que decir. Me divertí en levantarla de cascos hablándola del gusto que tendría al verle al día siguiente, y no hubo género de locuras que no le hiciese decir. Era necesario darle en esperanzas cuanto le quitaba en realidad, y además todo esto debía hacerle el golpe más sensible, porque está persuadida de que cuanto más haya sufrido, tanta más prisa se dará en desquitarse a la primera ocasión. Últimamente, bueno es acostumbrar a los grandes lances a aquél que se destina a grandes aventuras.
En suma, ¿no debe pagar con algunas lágrimas el placer de gozarle ese Danceny? Está loca por él; pues bien, yo le aseguro que le logrará, y también que no lo habría tenido sin esta tempestad. Es un sueño desagradable cuyo despertar será delicioso, y todo bien calculado, me parece que debe estarme agradecida; en efecto, aunque haya habido de mi parte cierta malicia, es preciso divertirse un poco:
Para deleite nuestro hay tontos en el mundo.
En fin, me retiré muy contenta de mí misma.
O Danceny, me decía yo, excitado con los obstáculos va a estar doblemente enamorado, y entonces le serviré con toda mi eficacia; o si no es más que un tonto, como a veces lo creo, se desesperará y se dará por batido: en tal caso al menos me habré vengado de él cuanto habrá estado en mi mano y de paso me habré granjeado más la estimación de la madre, la amistad de la hija y la confianza de ambas. En cuanto a Gercourt, he de ser muy desgraciada o muy torpe, si dueña ya del corazón de su mujer, no hallo mil medios de hacer que sea lo que yo quiero. Con este agradable plan en la cabeza me acosté y dormí muy bien, y desperté muy tarde.
Al abrir los ojos me encontré con dos billetes: uno de la madre y otro de la hija; y no pude menos de reirme leyendo en ambos esta misma frase: “De usted sólo espero algún consuelo”. ¿No es curioso consolar en pro y en contra, y ser único agente de dos intereses directamente opuestos? Véame pues usted ya como la Divinidad, recibiendo los deseos encontrados de los ciegos mortales y no cambiando en nada mis inmutables decretos. He abandonado, sin embargo, este empleo por el de ángel consolador, y, según el precepto, he ido a visitar a mis amigos afligidos.