La Yihad Butleriana (22 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
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De todos modos, cada persona interpretaba un papel en la gigantesca maquinaria de la civilización. Iblis tenía que asegurarse de que funcionara bien, al menos bajo su control.

El líder de la cuadrilla no tenía por qué estar presente en la obra. Sus subordinados de confianza podían supervisar los trabajos bajo el ardiente sol, pero Iblis prefería esto a sus otras responsabilidades. Al ver que les vigilaba, parecía que los esclavos atacaban sus tareas con más vigor. Se enorgullecía de lo que eran capaces de lograr, si se les llevaba bien, y ardían en deseos de complacerle.

De lo contrario, dedicaría interminables horas a preparar nuevos esclavos y a distribuirlos entre las diversas cuadrillas. Con frecuencia, los indisciplinados necesitaban un adiestramiento especial, o bien se rebelaban con violencia, problemas que alteraban la tranquilidad del trabajo cotidiano.

Erasmo, el independiente y excéntrico robot, había dado en fecha reciente la orden de inspeccionar a los esclavos hrethgir capturados en Giedi Prime, en particular cualquier humano que mostrara cualidades de independencia y liderazgo. Iblis estaría alerta al descubrimiento del candidato adecuado…, sin atraer la atención sobre sí mismo.

Le importaban un bledo los objetivos de Omnius, pero como capataz gozaba de ciertas consideraciones basadas en la productividad. Si bien tales prebendas hacían la vida tolerable, distribuía la mayor parte de las recompensas entre sus cuadrillas.

Iblis, de cara ancha y pelo espeso que caía sobre su frente, poseía una apariencia fuerte y viril. Capaz de hacer trabajar más a sus esclavos que cualquier capataz, conocía las mejores herramientas e incentivos, la manipulación de las promesas antes que las amenazas. Comida, días de descanso, servicios sexuales proporcionados por las esclavas en edad fértil, lo que fuera necesario para motivarles. Incluso le habían pedido que divulgara sus opiniones en la escuela de sirvientes humanos, pero sus técnicas no habían sido adoptadas por casi ningún humano privilegiado.

La mayoría de los capataces se decantaban por las privaciones y la tortura, pero Iblis lo consideraba un desperdicio. Había ascendido a su cargo gracias a la fuerza de su personalidad y la fidelidad que inspiraba a sus esclavos. Hasta los hombres más difíciles sucumbían a su voluntad. Las máquinas intuían su capacidad innata, de modo que Omnius le concedía libertad para trabajar a su antojo. Iblis contó media docena de monolitos que rodeaban el Foro, construido en lo alto de una colina, y cada pedestal sostenía la estatua gigantesca de uno de los Veinte Titanes, empezando por Tlaloc, seguido de Agamenón, Juno, Barbarroja, Tamerlán y Alejandro. Una inmensa reproducción de Ajax ocuparía el siguiente, no porque Ajax fuera tan importante, sino debido a su violenta impaciencia. Dante podía esperar, y Jerjes también.

Iblis era incapaz de recordar de memoria al resto de los titanes, pero siempre aprendía más de lo que deseaba cada vez que se erigía una estatua. Este trabajo nunca terminaba. Iblis había colaborado en la construcción de todas las ostentosas esculturas durante los últimos cinco años, primero como esclavo y luego como capataz.

El verano llegaba a su fin, pero la temperatura era superior a la normal. Sus esclavos utilizaban ropas resistentes de color marrón, gris y negro, que solo necesitaban lavado o remiendos muy de vez en cuando.

Bajo la plataforma de Iblis, el jefe de una cuadrilla ladró órdenes. Algunos robots supervisores deambulaban entre los obreros, sin hacer el menor gesto por ayudarles. Ojos espía flotaban en lo alto, grabando todo para Omnius. Iblis ya apenas se fijaba en ellos. Los humanos eran laboriosos, ingeniosos y, al contrario que las máquinas, dúctiles, siempre que se les concedieran incentivos y recompensas, se les alentara de la forma correcta y guiara hacia el comportamiento adecuado. Las máquinas pensantes no podían entender las sutilezas, pero Iblis sabía que cada recompensa sin importancia multiplicaba por diez el rendimiento de sus trabajadores.

Lo normal era que los esclavos entonaran canciones de trabajo y se enzarzaran en competiciones entre las cuadrillas, pero ahora estaban silenciosos, y gruñían mientras levantaban bloques, si bien a veces también se quejaban en sus cubículos. Los cimeks estaban ansiosos por ver el pedestal terminado para erigir la estatua de Ajax, que otra cuadrilla estaba construyendo en otro lugar. Cada parte del proyecto seguía un calendario muy apretado, y los retrasos o la falta de calidad no estaban permitidos.

De momento, Iblis estaba contento de que su gente pudiera trabajar en paz, sin el escrutinio aterrador de Ajax. Iblis ignoraba dónde se encontraba el titán en este momento, pero rezó para que estuviera acosando a otros individuos indefensos. Tenía que trabajar y cumplir un programa.

En su opinión, los monolitos eran inútiles, enormes obeliscos, columnas, estatuas y fachadas grogipcias para edificios vacíos e innecesarios, pero no estaba en situación de cuestionar tales proyectos. Iblis sabía muy bien que los monumentos complacían una necesidad psicológica de los tiranos usurpadores. Además, las obras mantenían ocupados a los esclavos, y se convertían en resultados visibles de su esfuerzo.

Tras la humillante derrota sufrida a manos de Omnius siglos antes, los titanes se habían esforzado sin tregua por recobrar su influencia perdida. Iblis pensaba que los cimeks habían perdido la razón, por mandar construir estatuas ciclópeas y pirámides solo para sentirse importantes. Se paseaban en espectaculares pero anticuados cuerpos mecánicos, y se jactaban de sus conquistas militares.

Iblis se preguntaba hasta qué punto eran ciertas. Al fin y al cabo, ¿quién podía contradecir a los que controlaban la historia? Era muy probable que los humanos asilvestrados de los planetas de la liga sostuvieran un punto de vista muy diferente sobre las conquistas.

Se secó el sudor de la frente y percibió el olor del polvo que se alzaba de la obra. Echó un vistazo a la libreta electrónica que sostenía en la mano, y comparó los progresos con el calendario. Todo marchaba bien, tal como era de esperar.

Divisó con sus ojos penetrantes a un hombre apoyado contra una pared a la sombra, que se estaba tomando un descanso no autorizado. Con una sonrisa, Iblis apuntó al individuo un arma
estimulante
y rozó su pierna izquierda con un rayo de energía. El esclavo se dio una palmada en la piel irritada y levantó la vista hacia Iblis.

—¿Intentas dejarme en mal lugar? —gritó Iblis—. ¿Y si Ajax apareciera de repente y te viera dormitando? ¿A quién mataría primero, a ti o a mí?

El hombre, avergonzado, se abrió paso a codazos entre los obreros sudorosos y reanudó su trabajo con renovados bríos.

Algunos capataces consideraban necesario matar a esclavos para dar ejemplo a los demás, pero Iblis nunca había acudido a esa táctica y juraba que nunca lo haría. Estaba seguro de que rompería el inexplicable hechizo que proyectaba sobre sus hombres. Le bastaba con demostrar decepción, y así trabajaban más.

Cada pocos días pronunciaba un discurso improvisado. En tales ocasiones, los esclavos recibían agua y períodos de descanso, lo cual les proporcionaba renovadas energías que compensaban el período de ocio. Su forma de hilvanar frases solía suscitar vítores y entusiasmo, y muy pocas preguntas por parte de los esclavos más atrevidos, los cuales no acababan de explicarse por qué debían sentirse emocionados por un monumento más. El talento del capataz residía en que podía ser muy convincente.

Iblis odiaba a las máquinas, pero ocultaba sus sentimientos con tal eficacia que sus superiores confiaban en él. Por un momento imaginó la destrucción de la supermente, y que él ocupaba su lugar. Mucho más que un simple esclavo humano de confianza. Menuda perspectiva: ¡Iblis Ginjo, dueño y señor absoluto de todo!

Desechó la fantasía. La realidad era un profesor muy duro, como ver a un cimek en un día hermoso. Si Iblis no terminaba obelisco a tiempo, Ajax pensaría en algún castigo extravagante para todos ellos.

El capataz haría lo imposible por cumplir los plazos.

30

Cada uno de nosotros influye en los actos de la gente que conocemos.

X
AVIER
H
ARKONNEN
, comentario a sus hombres

Durante días, el tercero Xavier Harkonnen se quedó trabajando hasta muy entrada la noche en los planes defensivos para la liga. Desde su dulce noche con Serena (una brillante promesa de su futuro), se había dedicado en cuerpo y alma a la protección de la humanidad libre.

En Salusa, llevó a cabo simulacros de misiones, entrenó a nuevos combatientes, aumentó el número de naves de vigilancia en el perímetro del sistema y extendió la red de exploración para potenciar la capacidad de alerta. Ingenieros y científicos desmontaron y estudiaron las formas de combate abandonadas por los cimeks entre las ruinas de Zimia, con la esperanza de descubrir defectos y fallos. Cada vez que respiraba con sus pulmones nuevos, sentía más odio contra las máquinas pensantes.

Deseaba pasar más tiempo con Serena, soñar con dónde irían después de la boda, pero impulsado por la rabia y la culpabilidad de lo sucedido en Giedi Prime, Xavier se sumergió en el trabajo. Si se hubiera concentrado en su misión principal, en lugar de fantasear como un colegial enamorado, tal vez habría reparado en los puntos débiles defensivos y ayudado al magno a prepararse. Hasta animar a terminar cuanto antes el generador de escudo secundario habría podido ser fundamental. Pero ahora ya era demasiado tarde.

Equivocaciones en teoría carentes de importancia podían dar como fruto acontecimientos de enorme trascendencia. Xavier se prometió que nunca más olvidaría sus responsabilidades, por ningún motivo. Si eso significaba pasar menos tiempo con Serena, ella lo comprendería.

Las reuniones de emergencia del estado mayor dieron como resultado una revisión de la estructura militar de la Armada, combinando los recursos y numerosas naves de guerra de todas las milicias locales planetarias. Se discutieron en detalle las necesidades defensivas especiales y la importancia táctica de cada planeta de la liga. El reclutamiento de la Armada aumentó hasta niveles inusuales. Las fábricas trabajaban día y noche para producir más naves y armas.

Xavier esperaba que fuera suficiente.

En su despacho, situado en el último piso del edificio del alto mando conjunto, mapas estelares electrónicos cubrían las paredes. Todas las mesas estaban sembradas de gráficas e informes. En cada fase del trabajo obtenía la aprobación del comandante supremo, quien a su vez repasaba los elementos clave con el virrey Butler.

Cuando dormía, Xavier lo hacía en su despacho o en los barracones subterráneos. Estuvo días sin ir a su mansión de Tantor, aunque su madre enviaba con frecuencia al pequeño Vergyl para entregarle platos preparados especialmente para él.

No sabía nada de Serena, y supuso que la hija del virrey estaría ocupada en su propio trabajo. Los dos jóvenes amantes eran iguales en su capacidad para imaginar prioridades a largo plazo… y en su independencia.

Decidido a renovar las defensas de la liga, Xavier se mantenía activo a base de cápsulas y bebidas estimulantes. Apenas reparaba en si era de día o de noche, enfrascado en la próxima reunión de su agenda. Miró las calles tranquilas y las luces de la ciudad desde la ventana de su oficina. ¿Desde cuándo había anochecido? Las horas se encadenaban unas con otras, y le arrastraban como un guijarro en un desprendimiento de tierra.

A la postre, ¿qué podía hacer un hombre solo? ¿Estaban ya condenados algunos planetas de la liga, a pesar de sus esfuerzos? Debido a las distancias entre los planetas y la lentitud de los viajes espaciales, las comunicaciones eran lentas, y las noticias solían llegar con mucho retraso a Salusa Secundus.

Su apego a los estimulantes le hacía sentir nervioso y cansado. Estaba despierto, pero tan destrozado por la fatiga que ya no podía concentrarse. Exhaló un profundo suspiro y parpadeó. En una esquina del despacho, su ayudante, el cuarto Jaymes Powder, había despejado un trozo de mesa y apoyado la cabeza sobre la madera pulida.

Cuando la puerta se abrió, el cuarto Powder no se movió, ni siquiera roncó, sino que siguió durmiendo como un muerto. Xavier se sorprendió al ver entrar al virrey Butler, también muy cansado.

—Hemos de poner en práctica lo que tengas preparado, Xavier. Los fondos están garantizados. Con el fin de levantar su moral, el pueblo ha de ver que hacemos algo.

—Lo sé, pero necesitamos más de una solución, señor. Que lord Bludd anime al sabio Holtzman a presentar las ideas preliminares que esté desarrollando. —Se frotó los ojos—. Como mínimo, nos son precisas nuevas opciones para nuestro arsenal.

—Ya hablamos de esto anoche, Xavier, in extenso. —El virrey le miró de una forma extraña—. ¿No te acuerdas? Tiene varios prototipos casi terminados.

—Sí…, claro. Solo os lo estaba recordando.

Xavier cruzó la habitación y se sentó ante una pantalla de información interactiva, un sistema de alta seguridad que flirteaba con los peligros de un ordenador. El sistema electrónico era capaz de organizar y proporcionar datos fundamentales, pero carecía de conciencia. Muchos nobles, sobre todo Bludd de Poritrin, rechazaban el uso de esos toscos ordenadores, pero en momentos como el actual, dichos sistemas eran vitales.

Xavier pasó la mano sobre la pantalla, efectuó modificaciones en su informe al Parlamento, incluyendo un compendio de apéndices con datos específicos de cada planeta, e imprimió el documento, copias del cual serían enviadas a cada planeta de la liga. Entregó la pila al virrey, quien leyó las recomendaciones y firmó su aprobación. A continuación, el padre de Serena salió a toda prisa del despacho, dejando abierta la puerta.

El cuarto Powder se removió y despertó, con ojos turbios. Xavier se acomodó en la silla de su mesa. Al otro lado de la habitación, la pantalla se encendió en una aurora de luz, cuando los técnicos la examinaron para comprobar que el sistema no contenía inteligencia artificial.

Mientras su ayudante volvía a dormitar, Xavier se sumió también en el sueño. Soñó que Serena había desaparecido, junto con una nave y un equipo militar. Se le antojó surrealista, aunque plausible…, y después comprendió sobresaltado que ya no estaba dormido.

Powder estaba de pie ante su mesa con otro oficial, escuchando las malas noticias.

—¡Se ha llevado un forzador de bloqueos, señor! Modificado con blindajes y armas costosas. La acompaña un comando, bajo las órdenes de un antiguo veterano, Ort Wibsen.

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