La Yihad Butleriana (13 page)

Read La Yihad Butleriana Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
9.11Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se había acostumbrado a que Norma desgranara en voz alta formulaciones oscuras. Puede que se basara en la geometría clásica, pero aplicaba sus conocimientos de maneras mucho más complejas.

—Puedo imaginar cálculos hasta el infinito —dijo Norma, como en trance—. No me hace falta escribirlos.

Y ni tan siquiera necesita drogas para lograrlo
, se maravilló Aurelius.

—En este preciso momento, imagino un edificio inmenso y utilitario, que podría ser construido por un coste razonable, de unos diez kilómetros de largo, y basado en la proporción de la sección áurea.

—Pero ¿quién necesitaría algo tan inmenso?

—No puedo escudriñar el futuro, Aurelius —bromeó Norma. Después, se adentró en la selva, todavía intrigada y entusiasmada por lo que podría descubrir. Su rostro brillaba de energía—. Pero podría haber algo…, algo en lo que todavía no he pensado.

17

Los preparativos y defensas más minuciosos jamás pueden garantizar la victoria. Sin embargo, hacer caso omiso de estas precauciones es una receta casi segura para la derrota.

Manual de estrategia de la Armada de la Liga

Durante cuatro meses, el tercero Xavier Harkonnen y sus seis naves de reconocimiento de la Armada viajaron siguiendo una ruta predeterminada, se detuvieron para inspeccionar y analizar las instalaciones militares y preparativos defensivos de los planetas de la liga. Después de muchos años de conocer tan solo unas pocas escaramuzas, nadie sabía dónde atacaría Omnius la siguiente vez.

Xavier nunca había renegado de la difícil decisión que había tomado durante el ataque cimek contra Zimia. El virrey le había alabado por su temple y determinación. Aun así, Manion Butler había alejado del planeta al joven oficial durante el período de reconstrucción, con el fin de conceder tiempo a los salusanos de curar sus heridas sin buscar un chivo expiatorio.

Xavier no quiso escuchar las excusas de los nobles cicateros que no deseaban aportar los recursos necesarios. No había que reparar en gastos. Cualquier planeta libre que cayera en las garras de las máquinas significaría una pérdida para toda la raza humana.

Las naves de reconocimiento viajaron desde las minas de Hagal a las anchas llanuras bañadas por ríos de Poritrin, y luego se dirigieron a Seneca, donde el clima era detestable y la lluvia tan corrosiva que hasta las máquinas pensantes se oxidarían al poco tiempo de la conquista.

A continuación, visitaron los planetas de Relicon, Kirana III, después Richese, con sus industrias de alta tecnología que tanto inquietaban a otros nobles de la liga. En teoría, los sofisticados aparatos de fabricación no funcionaban con informática o inteligencia artificial, pero siempre había preguntas, siempre había dudas.

Por fin, el equipo de Xavier arribó a su última escala, Giedi Prime. La gira estaba a punto de concluir. Podría volver a casa, ver a Serena de nuevo, y así cumplir las promesas que se habían hecho…

Todos los demás planetas de la liga habían instalado torres descodificadoras. Las conocidas debilidades de los escudos aprovechadas por los cimeks no desvirtuaban por completo la ingeniosa obra le Holtzman, y las costosas barreras todavía proporcionaban una protección sustancial contra los ataques de las máquinas pensantes. Además, todos los planetas humanos habían acumulado mucho tiempo antes enormes reservas de armas atómicas, en caso de una defensa desesperada. Con tantas cabezas nucleares, un gobernador planetario decidido podía convertir su planeta en escoria antes que entregarlo a Omnius.

Aunque las máquinas pensantes también tenían acceso a ingenios atómicos, Omnius había llegado a la conclusión de que este tipo de armas constituían una forma ineficaz y poco selectiva de imponer el control, y la posterior limpieza de la radiactividad era difícil. Además, con sus recursos ilimitados y una reserva de paciencia inagotable, la supermente no necesitaba de tales armas.

Cuando Xavier desembarcó de la nave insignia en el espaciopuerto de Giedi City, parpadeó a causa del intenso sol. La bien conservada metrópoli se extendía ante él, con sus complejos de viviendas, edificios industriales, parques impolutos y canales. Los colores eran brillantes y vivos, y las flores estallaban en lechos decorativos, si bien con sus nuevos pulmones y tejidos tlulaxa apenas podía percibir los aromas más potentes, incluso cuando respiraba hondo.

—Me gustaría venir con Serena algún día —dijo con añoranza. Si se casaba con ella, tal vez este sería el planeta apropiado para pasar su luna de miel. Durante la gira de inspección había mantenido los ojos bien abiertos, con la esperanza de encontrar un lugar adecuado.

Después de cuatro meses en el espacio, Xavier echaba de menos a Serena terriblemente. Sabía que estaban hechos el uno para el otro. Su vida seguía un camino bien definido. Cuando volviera a Salusa, se prometió que formalizaría su relación. Era absurdo esperar más.

El virrey Butler ya le trataba como a un hijo, y el joven oficial había recibido la bendición de su padre adoptivo, Emil Tantor. Por lo que Xavier sabía, todos los miembros de la liga opinaban que sería una estupenda unión de dos casas nobles.

Sonrió, mientras pensaba en el rostro de Serena, en sus intrigantes ojos lavanda…, y entonces vio que el magno Sumi se acercaba a las naves. Acompañaban al líder elegido por votación democrática una docena de miembros de la milicia local de Giedi Prime.

El magno era un hombre delgado de edad madura, piel clara y pelo rubio grisáceo que le caía hasta los hombros. Sumi levantó una mano.

—¡Ah, tercero Harkonnen! Damos la bienvenida a la Armada de la Liga, ansiosos por saber cómo puede Giedi Prime mejorar sus defensas contra las máquinas pensantes.

Xavier le dedicó una breve reverencia.

—Vuestra colaboración me complace, eminencia. Contra Omnius no debemos utilizar materiales baratos ni sistemas defensivos que no protejan como es debido a vuestro pueblo.

Después de la batalla de Zimia, el cuerpo de ingenieros de Xavier había exigido mejoras estratégicas en toda la liga. Los nobles se rascaron los bolsillos, aumentaron los impuestos a sus súbditos y gastaron el dinero necesario en potenciar sus defensas. En cada escala, planeta tras planeta, mes tras mes, Xavier había asignado equipos de ingenieros y tropas de la Armada a los lugares más necesitados.

Pero pronto volvería a casa. Pronto. A medida que se acercaba el momento, pensaba más y más en Serena.

Bien vestida y bien armada, la milicia local se puso firmes alrededor de las naves de reconocimiento. El magno Sumi indicó con un gesto a Xavier que le siguiera.

—Deseo aclarar todos los puntos oscuros en el curso de un suntuoso banquete, tercero Harkonnen. He ordenado que preparen doce refinados platos, con bailarines, música y nuestros mejores poetas. Vos y yo podremos relajarnos en mi residencia gubernamental mientras trazamos planes. Estoy seguro de que llegaréis cansado de vuestro viaje. ¿Cuánto tiempo podréis quedaros con nosotros?

Xavier formó una sonrisa tensa, y pensó en lo lejos que se encontraba de Salusa Secundus. Incluso después de partir de Giedi Prime, las naves necesitarían otro mes de viaje para regresar a casa. Cuanto antes marchara de aquí, antes volvería a abrazar a Serena.

—Eminencia, esta es la última escala de nuestro largo periplo. Si no os molesta, preferiría dedicar menos tiempo a festejos y más a la inspección. —Indicó su nave—. Hemos de cumplir un horario. Temo que solo puedo conceder dos días a Giedi Prime. Será mejor que nos concentremos en nuestro trabajo.

El magno pareció decepcionado.

—Sí, supongo que una celebración no es lo más pertinente después de la tragedia de Salusa Secundus.

Durante dos días, Xavier dedicó a las defensas planetarias una rápida inspección, casi superficial. Descubrió que Giedi Prime era un planeta deslumbrante y próspero, tal vez incluso apropiado para establecerse algún día.

Su valoración fue positiva, aunque acompañada de una advertencia.

—Se trata sin duda de un planeta que las máquinas querrán conquistar, eminencia. —Estudió los planos de la ciudad y la distribución de los recursos en los principales continentes—. Cualquier ataque cimek procurará mantener las industrias intactas, para que los robots puedan explotarlas. Omnius predica la eficacia.

A su lado, el magno Sumi reaccionó con orgullo. Señaló subcentrales en el diagrama.

—Tenemos la intención de instalar torres de transmisión de escudo secundarias en diversos puntos estratégicos. —Mientras hablaba, aparecieron luces en la pantalla del plano—. Ya hemos construido una estación de transmisiones en una de las islas deshabitadas del mar del norte, capaz de proporcionar protección total desde una proyección polar. Confiamos en tenerla en funcionamiento dentro de un mes.

Xavier asintió, distraído, con la mente cansada tras muchos meses de atender a detalles semejantes.

—Me alegra saberlo, aunque dudo que un segundo complejo transmisor sea necesario.

—Queremos sentirnos seguros, tercero.

Cuando los dos hombres pasearon bajo las torres parabólicas que se alzaban sobre Giedi Prime, Xavier inspeccionó los terraplenes de plasmento que bloqueaban el acceso a vehículos de gran tamaño. No le cupo la menor duda de que un guerrero cimek los destrozaría con facilidad.

—Eminencia, sugiero que apostéis más tropas terrestres y obstáculos aquí. Aumentad el número de baterías de misiles planetarias para protegeros de cualquier invasión desde el espacio. En Salusa, la estrategia de los cimeks consistió en concentrar todo su ataque en la destrucción de las torres, y puede que vuelvan a intentarlo. —Golpeó con los nudillos la columna de apoyo de pariacero de la torre—. Estos escudos son vuestra primera y última línea de defensa, vuestra barricada más eficaz contra las máquinas pensantes. No los descuidéis.

—De ninguna manera. Nuestras fábricas de municiones están construyendo artillería pesada y vehículos terrestres blindados. Nuestra intención es rodear lo antes posible este complejo con una enorme concentración de poder militar.

En cuanto a la estación generadora secundaria incompleta, estaba demasiado aislada para protegerla de un ataque masivo, pero daba la impresión de que su existencia tranquilizaba al magno y a su pueblo.

—Estupendo —dijo Xavier, y después consultó el cronómetro de pulsera. Todo iba muy bien, y tal vez sus naves podrían despegar antes del ocaso…

El magno continuó, con voz vacilante.

—Tercero, ¿estáis preocupado por las limitadas defensas espaciales de Giedi Prime? Nuestra milicia local cuenta con pocas naves grandes en órbita para repeler un ataque de las máquinas, y nuestras naves de vigilancia y reconocimiento son mínimas. Admito que me siento vulnerable en ese aspecto. ¿Y si Omnius nos ataca desde la órbita planetaria?

—Tenéis misiles tierra-aire, y siempre han demostrado su eficacia. —Impaciente, Xavier alzó la vista hacia el cielo azul—. Creo que lo mejor sería proteger vuestro complejo descodificador terrestre. Ninguna armada, por numerosa que sea, puede compararse con el poder de los escudos descodificadores. Cuando la flota robot que atacó Salusa se dio cuenta de que no podían neutralizar los descodificadores, se batió en retirada.

—Pero ¿y si bloquean Giedi Prime desde la órbita?

—Vuestro planeta es lo bastante autosuficiente para resistir cualquier asedio hasta la llegada de las fuerzas de la liga. —Ansioso por volver al espaciopuerto, Xavier decidió tranquilizar al gobernador—. No obstante, recomendaré que uno o dos destructores de clase jabalina sean estacionados en las cercanías de Giedi Prime.

Aquella noche, el magno ofreció un banquete de despedida a los hombres de la Armada.

—Algún día —dijo— quizá os demos las gracias por salvarnos la vida.

Xavier se excusó a mitad del ágape. Era como si la comida y el vino carecieran de sabor.

—Ruego me disculpéis, eminencia, pero mi escuadrón ha de aprovechar el momento óptimo de despegue.

Hizo una reverencia en la puerta, y después corrió a su nave. A algunos de sus soldados les habría gustado quedarse unos días más, pero la mayoría estaban ansiosos por volver a casa. Les esperaban sus novias y sus familias, y se habían más que ganado un permiso.

Una vez concluida la gira de inspección, Xavier abandonó el delicioso Giedi Prime, confiado en que había visto y hecho todo lo necesario.

Pero inconsciente por completo de los puntos débiles que no se había molestado en descubrir…

18

Durante el proceso de convertirnos en esclavos de las máquinas, les transferimos conocimientos técnicos, en lugar de impartir sistemas de valores apropiados.

P
RIMERO
F
AYKAN
B
UTLER
,
Memorias de la Yihad

El
Viajero onírico
se acercaba a la Tierra, cuna de la humanidad y ahora el planeta sincronizado central. Aunque permanecía atento, Seurat permitió que Vorian pilotara la nave.

—Estos riesgos me divierten.

Vor resopló, y echó un vistazo a la expresión indescifrable de la piel cobriza de la máquina.

—He demostrado ser un piloto muy competente, tal vez el mejor de todos los humanos.

—Para ser un humano no está mal, con reflejos lentos y las debilidades de un cuerpo físico proclive a las enfermedades.

—Al menos, mis chistes son mejores que los tuyos.

Vor tomó los controles de la nave. Demostró su habilidad cuando esquivó restos procedentes de asteroides, al tiempo que aceleraba en curva abierta alrededor de la potente gravedad de Júpiter. Se encendieron alarmas en los paneles de diagnóstico.

—Vorian, nos estás conduciendo más allá de los parámetros aceptables. Si no conseguimos vencer la gravedad de Júpiter, nos abrasaremos. —El robot se dispuso a recuperar el control en el puente de mando—. No has de poner en peligro la actualización de Omnius que transportamos…

Vor rió de la broma que le había gastado.

—¡Te la jugué, Mentemetálica! Cuando no estabas mirando, manipulé la calibración del sensor de alarmas. Comprueba tus instrumentos, y verás que nos queda mucho espacio para maniobrar.

Se alejaron con facilidad del gigante gaseoso.

—Estás en lo cierto, Vorian, pero ¿por qué hiciste algo tan imprudente?

—Para ver si un robot es capaz de mearse en los pantalones. —Vor calculó un vector de aproximación final entre las estaciones de vigilancia, operadas por robots, y los satélites que orbitaban en torno a la Tierra—. Nunca comprenderás las bromas pesadas.

Other books

A Splash of Red by Antonia Fraser
The Kings of London by William Shaw
Arctic Chill by Arnaldur Indridason
Snowfire by Terri Farley
Castaway Planet by Eric Flint, Ryk E Spoor