La vida perra de Juanita Narboni (2 page)

BOOK: La vida perra de Juanita Narboni
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Pero lo que soy yo, para mí se quede. Lo que yo estoy pasando, sólo Dios y yo lo sabemos. Ya sé por qué me has invitado, porque te encuentras sola, cabrona, y sabes que con este levantazo hoy no aparecerá nadie por aquí. Unos cuantos chiflados, como siempre. De eso entiendo yo un rato largo. ¿Qué me vas a decir a mí? ¿A quién se le ocurre venir hoy a la playa si no es a una chiflada como yo? ¿A una bujali que prefiere la soledad fuera de casa? Bandera negra, y esa prenda bañándose, y yo nerviosa, y ésta sin enterarse de nada. ¿Cómo se puede ser tan torpe para no adivinar que hoy haría levante? Si ya a mí, ayer, en cuanto abrí la ventana y presentí la quietud y vi aquella gaviota blanca acercarse peligrosamente a los pinares, me lo calculé. Y mi pierna izquierda, que ésa no me engaña nunca, desde que me torcí el tobillo bajando las escaleras del Cine American. Nadie. Ni un alma. Ni Lunita Josán, ni los Panadés, ni Estrella con su hija Alegría, ni Ana María con los niños... Rupert, ese inglés con su morito de turno, y yo. Y ese niño. Ese negro
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. Prenda maldita que se me va a ahogar por imprudencia y va a morir en la flor de la edad. ¡Qué gracia!, cuando me veo reflejada en el cristal del fondo, noto que el bronceado de «Bella Nora» no me sienta nada mal. Lo que yo nunca podré hacer es salir a esas calles sin medias, como esa ida de Elizabeth. ¡Qué disparate! Amiga de la maldita de mi hermana para que sea buena. Otra que tal. Moderna. Mujeres modernas. Y, ahora, esta imbécil empieza a contarme su vida. ¿Qué dices? ¿Una villa junto al lago de Como? ¿En qué película lo vio? ¿A mí me la vas a dar, bendita? Estás borracha. Todos sabemos que llegaste a la ciudad de contrabando, en una barcaza. Si aquello fue cuando lo de los apaches italianos, que disparaban sin ton ni son, como en Chicago
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. Si me acordaré bien, que una tarde que volvíamos del Alkázar, nos pilló el jaleo cerca del Café Central, y tuvimos que correr, esa perra de mi hermana y yo, por la calle del Comercio, porque las balas nos volaban por encima de la cabeza, y refugiamos en la tienda de El Rubito. Y, ahora, por favor, no me hables de tu marido. Todos sabemos que estás aquí de encargada porque te acostaste con el gobernador, que eso lo sabe todo el mundo. Es del dominio público, mi reina. Y las malas lenguas, la primera Caridad, dice que le dijeron y que estaba a punto de asegurarlo, que lo envenenaste. Que envenenaste a Freddy. Si aquí, en esta maldita ciudad, lo sabemos todo. Conque una villa en el lago de Como, ¿eh? Con la comida que a ti te va a sobrar hoy —porque, ni lo sueñes, no va a venir nadie— tengo yo para una semana. Me estoy meando viva.

No me he traído nada que leer. ¡Qué locura! Y maldita la gana que tengo de volver a casa temprano. Sigue, hija, sigue, si yo te escucho, te escucho y te sonrío, y te digo con la cabecita que sí, que no, según como convenga al aire de tu conversación, como ese angelito de escayola que los padres franciscanos ponen en el Nacimiento de la Purísima, y que hace lo mismito que yo cuando alguien le echa una moneda. Al atardecer este viento amaina y es como un alivio. Te estoy escuchando, burra. Tienes razón, se está poniendo todo imposible —mira tú a quién se lo vas a contar—. ¿Lasagna verde o spaghetti al burro? Lasagna. Y chianti. Y ese parmesano rayado. ¡Anda, disimula, hija, que tú también empinas el codo lo tuyo! Y ese bendito niño sin volver. ¡Que no pase la boya! Ya sé que nada como un dios, pero sería una pena que le ocurriera un mal. Y yo aquí, tan tranquila, saboreando esta aceitunita. ¡Qué ensalada más buena! Buenísima: bonito, tomate, huevo duro, lechuga y muy bien aliñada. Mastica despacio, mi vida. Despacito, como te aconsejó el doctor Many. Y disfruta mirando ese mar enfurecido, porque sabe Dios cuándo te verás en otra. Al menos, mientras dure este maldito levante. Hasta que no cambie la luna.. Este desvergonzado ventarrón que te alza las faldas y tiene que enseñar una lo que Dios le dio. Que te abofetea como si fuera un chulo y tú una mujer cualquiera, y te hace subir la cuesta de la Playa a trompicones, sintiéndote observada detrás de los miradores... Como que estoy por beber todo el chianti que pueda, porque si luego me tambaleo, podré irme a casa en cuanto acabe de comer y nadie se dará cuenta de mi borrachera. Dios bendito quiera que las bragas que dejé tendidas en el patio no se las haya llevado el viento y aparezcan tumbadas en un macizo del jardín de Eugenia. No sería la primera vez, pero es que éstas tienen un remiendo, y estoy yo ahora como para ir a La Sultana a comprarme unas nuevas. Sí, te escucho, encanto. Te escucho: sin la sombra de un hombre no se puede vivir. Aunque tú no te podrás quejar, tu vida ha sido siempre un teatrito de sombras chinescas. La mía, en cambio, sombras del pasado; que cada día que pasa me acuerdo más de cuando éramos niñas, y aún vivían papá y mamá. Y ya no puedo más. Me meo. «Perdona, Giannella, voy al tocador un momento.» No está mal el hijo de Isabelita. Tiene una dentadura preciosa. Bendita juventud. Juani, por favor te lo pido, no tropieces al levantarte, que te delatas, hija. Bueno. Ya estoy de vuelta, reina de mi vida. ¡Qué descansada se queda una! Y ese niño sin volver. Me va a dar la comida. ¿Para qué tendré yo que preocuparme? Pero me molesta tantísimo que muera la gente guapa, cuando hay cada hija de la gran puta viva. Feísima. Picaré de la ensalada. El bonito, delicioso. Le has echado limón, maldita. Mamá siempre le echó vinagre. Bueno, mucho vinagre no. Pero ese saborcito... Se me está subiendo a la cabeza el chianti. ¡Claro, como que es de la marca «Il Bambino»! Ese angelito, ese angelito pecador. Y el otro, el otro que se ha lanzado al mar, y a lo peor a estas horas ya está comido por los marrajos, o escondido entre las algas. Esta lechuga... ¿es lechuga o escarola? ¡Qué bendición, endivias! Mira lo que te digo, Giannella, mi alma, y esto para mí se quede, cada momento que pasa te odio menos. Sigue, sigue con tu historia. Esa historia absurda en la que has metido a Badoglio
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. No me extrañaría nada que acabaras diciendo que eres prima bastarda del Duce. Y, ahora que me acuerdo, no sé si habrá ido a casa esa memloca de Hamruch. Hace lo que le da la gana. Lo bueno que tiene es que no es surraca. Nunca se llevó nada que no fuera suyo. Está muy vieja, la pobre. Siempre estuvo vieja. La descansada de mamá la llamaba la tortuga, porque es de lenta. Bueno, ella ya sabe dónde escondo el llavín, debajo de una piedra, en el macizo de dompedros. Mejor, así me recogerá todo lo que me dejé tendido. Cositas de nada. Prendas íntimas. Las servilletas. Me falta una. Ahora que me acuerdo, de las verdes me falta una. Mejor no pensarlo. De todo lo que ocurre tiene la culpa el viento. Cuando no es levante, es poniente, y cuando no, es el cherki. Y este calor, aquí encerrados, como en una jaula de cristal y de mampostería. ¡Rupert, hijo, cómo cuidas de tu monto! Y el chiquillo, inquieto y desconfiado porque cree que todo lo que prueba es jalufo. Lo malo es que esa tonta de Hamruch me cambiará la cama de sitio. Parece aragonesa. Como se le meta algo en esa cabecita de tortuga, hasta que no se sale con la suya, no para. Se empeñó y lo conseguirá. Y hace lo que le da la gana. Y no quiero. No me importa mucho la cosa, pero no me gusta. Mi cuarto queda muy a la vista. Conozco el percal. Se me está subiendo el chianti a la cabeza, seguro. La lasagna verde estaba de morir. Y, ahora, un quesito. Y ésta, dando cabezadas. Está peor que yo. Y ese niños... ¡No puedo más! No tengo más remedio que mirar por el catalejo. Me levantaré. Sin tropezar, Juanita, por favor, con naturalidad. Duerme inconsciente, duerme. ¡Qué horror! Yo sufriendo y él tan tranquilo, sentado en la balsa. Cecilia, cariño, no sabes cómo lo estoy pasando por culpa de esa prenda de hijo que tienes. Si pudiera me buscaba una hamaca. Ahí viene el hijo de Isabel. Comme il est gentil! Me has adivinado el pensamiento, cabrón. Tienes unos dientes, niño... Sí, criatura, sí, una hamaquita, eso es. En la parte de atrás, a la sombra, protegida del viento, esperando que pase el Tánger-Fez, viendo los balcones del Hotel Rif y cómo el morado de las uñas de gato
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me come los ojos. Dejando pasar con menosprecio toda la arenisca del mundo. Duerme, Giannella, duerme. Duerme y sueña con esa villa que nunca tuviste, y mucho menos en el lago de Como, y con Badoglio, si quieres. Ya no te faltaba más que cantar «Fascetta Nera»...
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. Bien que lo pasó aquella maldita pecadora de mi hermana en Villa Harris, cuando el Gran Bailo di Primavera
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, bailando con todo quisque, mientras yo me quedaba en casa atendiendo las vomiteras de papá. La verdad sea dicha: he comido muy bien. Y, a veces, pienso que todo el mundo es muy bueno conmigo. Pero la compasión es tan molesta, la puñetera. La odio. No quiero que nadie me compadezca. ¿Dónde me habré dejado las gafas de sol? No me digas que va a mear. Tiene que ser algún obrero. Y justo enfrente. Delante mía. ¿No le da vergüenza? ¡Qué poquísima tienes, hijo! ¡Qué hombres éstos! Ojalá pase ahora un mercancías. ¿Ese niño no come? ¿Es que se piensa pasar todo el santo día sentado en la balsa? ¡Qué rarito es! El pobrecito tiene a quién parecerse, porque Cecilia tampoco es manca, y lo que es Rodolfo. Con ése tendría que haberse casado mi hermana, la perra, no que ahora, sabe Dios lo que será de ella, en ese Casablanca
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que no puedo ver. El pequeño París de las puñetas. A última hora, la niña nos salió republicana y a ella lo único que le interesó de la República fue lo de hijos sí, maridos no. «La Contraria», el Café de Cádiz, como la llamaba mamá, que en Gloria esté. Y, sin embargo, que Dios me perdone por todo lo que he soltado por esta boca, pero la echo de menos. Al fin y al cabo, es sangre de mi propia sangre. ¡Lo que es la vida Dios santo! ¿Qué pensará la gente de mí? Que estoy chiflada. La pobre de Juanita. Si ellos supieran... Pobre. Eso es lo que no saben ellos. Sol y Louisette deben estar a estas horas en el cine. No lo comprendo, unas mujeres que siempre se asustaron de la oscuridad, se meten en el cine a las tres de la tarde. No puedo con el cine. Bueno, según como me pille. Y es que una no tiene ánimos para nada, está una tan cansada de todo. Sí, hijo, mea que de lo tuyo meas. Ya te quedaste tranquilo, ya hiciste lo que querías, con este sol, ahora te cierras la bragueta y en paz. Pues cuando yo era niña y un día vi mear a un niño, Yolanda Nohan me dijo: «No mires, no mires tanto, Juanita, que luego te quedas embarazada.» Y me asusté. ¡Cosas de niños! Ahí me las den todas, cabrito, tú a lo tuyo. Ya se despertó la de la villa en el lago de Como. Me levantaré, ¡qué remedio! Ahora que yo me estaba quedando como amodorrada. No quiero preguntar por ese niño, porque ésta es de las que se las saben todas, y como es muy tuna... Nada. ¡Qué dolor en esta pierna! Y eso que llevo las medias puestas, no como esa negra de Elizabeth, que desde que salió en
La bien pagada
se cree con derecho a todo
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. ¡Qué remedio! Ya viene éste a avisarme que tengo que hacer de dama de compañía, seguro. Gracias, mi rey. Puedo seguir durmiendo. Creí que ibas a ser tan cruel —no por tu culpa, bendito—, menos mal, creí que ibas a despertarme. Algo querrá hacer ella que yo no vea. Tanta bondad nunca es normal. Ya ves, yo ningún interés. Jamás me interesó la vida de nadie. Sin embargo no parece sino que todo el mundo estuviera pendiente de la mía, de lo que yo digo, de lo que yo hago... Toda la culpa la tiene esa hija de puta de mi hermana. Como hubo una temporada en la que salíamos juntas, se pensaron que todo el monte era orégano. Me dejaba llevar. Toda mi vida me he estado dejando llevar como un pañuelito empujado por el viento. ¡Qué sueño tengo, qué sueñecito! ¡Que le den por saco a ese niño!

Se me torció el tacón. Ya lo sabía. El único par que de estos zapatos tenía El Rubito. Modele unique. En la vida he subido la cuesta de los Siaghins a esta velocidad. «Pharmacie Bouchard.» Ahora que me acuerdo, mamá dijo que le compráramos
pillules des Vosges.
«Las Campanas. Tostadero de café.» Tostada estoy. No llegaremos nunca. Y estas perras malditas, ellas van a lo suyo. Los tíos las vuelven locas. Y yo, cojeando. Llegaremos tarde, como siempre. Con lo que me gusta a mí llegar al cine a tiempo y verlo todo. Pero ellas, a lo suyo. ¡Corre que te corre! Juanita, ¡qué sofoco! Siento un calor por todo el cuerpo... Ya estamos en la calle Italia. Ya hemos atravesado los arcos, gracias a Dios. ¡Tardísimo! ¡Pero si es tardísimo! Llegaré al cine con el corazón en la boca. Lo que faltaba... ahora querrán entrar en Furlán y comprar caramelos «Perugina». Menos mal. No paran de hablar, las cabronas. No entiendo nada. Hablan en clave para que no me entere. ¡Que les den por saco! Siempre están hablando de lo mismo. ¡Como me pierda
La cucaracha,
que dicen que es la primera película en colores naturales
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, no se lo voy a perdonar en la vida! ¿Qué dan luego? Un drama. Eso leí esta mañana en
El Porvenir
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.
¡Un drama! ¡Qué sofoco! ¿Por qué me excitaré tanto? No soy como ellas. Ojalá hubiera venido con mamá, tranquilitas las dos, siempre a tiempo. Mamá obedece, pero estas cabronas me arrastran. No hay nadie en la puerta. Ya entraron. Ya empezó. ¿No te lo decía? No me da tiempo ni a pedir un prospecto. Me va a pasar igualito que con
La verbena de la Paloma
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,
que me perdí el prospecto, y era precioso, en forma de abanico. ¡Mohamed, hijo! No. Aunque grite, no me oye. Está mirando a estas putas. A mí, ni caso. ¡Sin numerar, encima sin numerar! Estará todo lleno y tendremos que sentamos en lo peor. Al tuntún. ¡Y para colmo de males, meándome viva! ¿Qué dan? Todavía está la Fox. Llegaremos a tiempo. ¿Qué dice este loco? Le pregunto por
La cucaracha
y me contesta con gusanos. No sabe lo que dice. ¿No te lo digo? Todo lleno. Nos sentarán separadas. Luego, cuando se enciendan las luces, a lo mejor nos sentamos juntas. Yo aquí sólita. Porque a Juani se la manda, y ella obedece. Menos mal que es pasillo. Bien está. ¡Qué pestazo a colonia Pompeya! Será un pescador. Hombre sí es, hombre, hombrazo. ¡Qué bestia! Me ha rozado una mano y ya parece que tiene escamas. Un poco bestia, por no decir bestia del todo. De Tarifa, seguro. Y el muy cabrón fuma picadura, que no hay cosa que haga llorar más. De fuerte que es. Visto así de reojo... ¿Y a mí qué leche me importa lo que esté pasando en Abisinia?
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. Se acabó.

Y ahora, el descansito. ¡Qué chusmerío! Para ser en colores naturales, parece mentira que no hayan subido el precio. ¡Y este humo! «Flor de Cuba» es lo que fuma éste que está a mi lado. Lo mismo que papá. Y los lía muy bien. Con paciencia. Lo admiro. Con menos clase que papá, pero con más eficacia. Porque a él siempre se le cae algo. Y deja la alfombra de lo peor. Los obreros siempre han tenido eficacia. Las mañas de la gente pobre. Me quedaría mirando esa liada toda la noche. Mejor dejarlo. Y siempre me sorprendió la habilidad de los otros. No miro, porque aquellas putas pensarán lo peor.

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