Para más información:
B
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, J. –
Las esculturas de Franz Hutting
. París, Galerie Maillard, 1965.
J
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, B. –
Hutting o sobre la angustia
. Forum, 1967, 7.
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, F. –
Manifiesto del Mineral Art
. Bruselas, Galerie 9+3, 1968.
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Of Stones and Men
. Urbana Museum of Fine Arts, 1970.
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Towards a Planetary Consciousness: Grillner, Hagiwara, Hutting
. In: S. Gogolak (Ed.),
An Anthology of Neocreative Painting
. Los Angeles, Markham and Coolidge, 1974.
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Las brumas del ente. Ensayo sobre la pintura de Franz Hutting
. París, XYZ, 1974.
X
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, A. de –
Hutting retratista
, Cahiers de l’art nouveau, Montreal, 1975, 3.
Una habitación pequeñísima en el último piso, debajo del tejado, ocupada por una joven inglesa de dieciséis años, Jane Sutton, que está
au pair
en casa de los Rorschash.
La chica está de pie junto a la ventana. Con la cara iluminada de gozo, lee —y hasta es posible que relea por enésima vez— una carta, al tiempo que come un trozo de pan. En la ventana está colgada una jaula; encierra un pájaro de plumaje gris que lleva una anilla de metal en la pata izquierda.
La cama es muy estrecha; en realidad es un colchón de espuma puesto sobre tres cubos de madera, que hacen de cajones, y cubierto con edredón de patchwork. En la pared, encima de la cama, está fijada una placa de corcho, de unos sesenta centímetros por un metro, en la que están clavados varios papeles —las instrucciones para el uso de un tostador de pan eléctrico, un resguardo de una lavandería, un calendario, el horario de clases de la Alliance Française— y tres fotos en las que se ve a la chica —dos o tres años más joven— en distintas obras de teatro representadas por su escuela, en Inglaterra, Greenhill, junto a Harrow, a la que, unos sesenta y cinco años antes, había ido Bartlebooth, como lo hicieran antes Byron, sir Robert Peel, Sheridan, Spencer, John Perceval, lord Palmerston y muchos más hombres igualmente ilustres.
En la primera foto, Jane Sutton aparece de pie, vestida de paje; lleva calzas de brocado con adornos dorados, medias color naranja claro, camisa blanca y jubón corto, sin cuello, rojo, de mangas ligeramente abullonadas y bordes de seda amarilla desflecada.
En la segunda hace de princesa Béryl y está arrodillada junto a la cama de su padre, el rey Utherpandragon («
Cuando el rey Utherpandragon se sintió atacado por el mal de muerte, mandó llamar a su lado a la princesa
…»).
La tercera foto muestra catorce muchachas alineadas. Jane es la cuarta contando por la izquierda (la señala una cruz sobre la cabeza, sin lo cual sería difícil reconocerla). Es la escena final de
El conde de Gleichen
de Yorick.
El conde de Gleichen cayó prisionero en un combate con los sarracenos y fue condenado a ser esclavo. Lo enviaron a trabajar a la huerta del serrallo, por lo que reparó en él la hija del sultán. Le pareció hombre de calidad, se enamoró de él y le prometió favorecer su huida, si se casaba con ella. Él le hizo responder que estaba casado, lo cual no despertó escrúpulos en la princesa, acostumbrada al rito de la pluralidad de esposas. Pronto llegaron a un acuerdo, se hicieron a la mar y tomaron puerto en Venecia. El conde fue a Roma a exponer a Gregorio IX todos los pormenores de su historia. Con la promesa que hizo de convertir a la sarracena, el papa le dio dispensa para quedarse con sus dos mujeres.
La primera de éstas experimentó un júbilo tan grande con el regreso de su marido, que, fueran cuales fueran las condiciones de su vuelta, consintió en todo y aun manifestó a su bienhechora una gratitud sin límites. Cuenta la historia que la sarracena no tuvo hijos y amó con amor de madre a los de su rival. ¡Qué pena que no diera a luz a una criatura parecida a ella!
En Gleichen se enseña la cama donde dormían juntos los tres insólitos personajes. Los enterraron en el mismo sepulcro, en el monasterio benedictino de San Petersburgo; y el conde, que sobrevivió a sus dos mujeres, ordenó que pusieran en el sepulcro, que sería más tarde el suyo, el siguiente epitafio que había compuesto él mismo:
«Aquí yacen dos mujeres rivales que se amaron como hermanas y me amaron por igual. Una abandonó a Mahoma para seguir a su esposo y la otra corrió a echarse en brazos de su enemiga, que se lo devolvía. Unidos por los lazos del amor y el matrimonio, sólo tuvimos un lecho nupcial en vida y nos cubre una misma losa después de muertos». Junto a la tumba, como corresponde, se plantaron un roble y dos tilos.
El otro único mueble de la habitación es una mesita baja que llena el poco espacio disponible entre la cama y la ventana y en la que están puestos un tocadiscos —uno de esos pequeñísimos aparatos llamados tragadiscos— y una botella de pepsi-cola con sólo un cuarto de su contenido, una baraja y un cactus en una maceta adornada con piedrecitas de colores, un diminuto puente de plástico y una minúscula sombrilla.
Debajo de la mesita se apilan varios discos. Uno de ellos, fuera de la funda, se mantiene casi verticalmente contra el borde de la cama; es un disco de jazz —
Gerry Mulligan Far East Tour
—: en la funda hay una, fotografía de los templos de Angkor Vat anegados en una bruma matinal.
Detrás de la puerta hay una percha en la que están colgados un impermeable y una larga bufanda de cachemira.
Una última fotografía, cuadrada, de gran formato, clavada con chinchetas en la pared de la derecha, no lejos de donde está la chica, representa un gran salón con parquet de Versalles, sin ningún mueble, a excepción de un sillón gigantesco tallado de estilo Napoleón III; a su derecha, con una mano puesta en el respaldo, la otra apoyada en la cadera y sacando la barbilla, está un hombre pequeñísimo, disfrazado de mosquetero.
En las dos últimas plantas de la casa, completamente a la derecha, el pintor Hutting ha juntado ocho habitaciones de servicio, un trozo de pasillo y los falsos desvanes correspondientes, para construirse un estudio inmenso, rodeado en tres de sus cuatro lados por un espacioso altillo en el que se encuentran varias habitaciones. Alrededor de la escalera de caracol que sube a este altillo se ha instalado una especie de saloncito donde le gusta descansar entre dos sesiones de trabajo y recibir durante el día a sus amigos o a sus clientes. Está separado del estudio propiamente dicho por un mueble en forma de L, una estantería sin fondo, de estilo vagamente chino, es decir pintada de laca negra con incrustaciones que imitan el nácar y herrajes de cobre labrado; es alta, ancha y larga —el lado más largo pasa de dos metros y el más corto tiene metro y medio—. En lo alto de este mueble se alinean unos vaciados de escayola: una vieja Marianne
6
de alcaldía, grandes jarrones y tres hermosas pirámides de alabastro, mientras los cinco estantes contienen montones de bibelots, curiosidades y gadgets: unos cuantos objetos
kitsch
procedentes de un concurso Lépine
7
de los años treinta: un cuchillo para pelar patatas, una batidora de mayonesa con un embudo pequeño para echar el aceite gota a gota, un instrumento para cortar huevos duros en rodajas muy finas, otro para hacer rizos de mantequilla y una especie de berbiquí tremendamente complicado que sin duda no es más que un sacacorchos perfeccionado; unos ready-made de inspiración surrealista —una barra de pan enteramente plateada— o pop: una lata de seven-up; flores secas enmarcadas en cristal con pequeños decorados románticos o rococó de cartón pintado y tela, preciosos
trompe-l’oeil
en los que cada detalle está minuciosamente reproducido, ya sea un tapetillo de encaje encima de un velador de dos centímetros de alto o un parquet en espinapez cuyas tablas no miden más allá de dos o tres milímetros; toda una colección de viejas postales que representan Pompeya a principios de siglo: Der Triumphbogen des Nero (Arco di Neroni, Arco de Nerón, Nero’s Arch), la Casa dei Vetti («
uno de los mejores ejemplos de una noble villa romana; las bellas pinturas y los ornamentos de mármol se han dejado tal como se encontraron en el peristilo que estaba adornado con plantas
…»), Casa di Cavio Rufo, Vico de Lupanare, etc. Las mejores piezas de esta colección son unas delicadas cajas de música; una de ellas, considerada antigua, es una iglesia cuyo carillón, cuando se levanta ligeramente el campanario, toca el famoso
Smanie implacabili che m’agitate
de
Cosi fan tutte
; otra es un precioso reloj de chimenea cuyo movimiento anima a una ratita vestida de bailarina.
En el rectángulo delimitado por este mueble en forma de L, cada uno de cuyos lados acaba en una abertura que puede taparse con unas cortinas de cuero, Hutting ha colocado un diván bajo, unos cuantos pufs y un bar móvil provisto de botellas, vasos y una cubitera procedente de un célebre night-club de Beirut, The Star: representa un monje, gordo y bajo, sentado, que tiene un cubilete en la mano derecha; viste un largo hábito gris ceñido con un cordón; la cabeza y los hombros están metidos en una capucha negra que constituye la tapa de la cubitera.
La pared de la izquierda, que mira hacia el lado más largo de la L, está tapizada con papel de corcho. Por un riel fijado a unos dos metros cincuenta del suelo se deslizan varias barras metálicas de las que ha colgado el pintor unas veinte telas suyas, casi todas de tamaño pequeño: la mayoría pertenece a un estilo antiguo del artista, que él mismo llama su «
periodo bruma
» y con el que conquistó la fama; se trata, por lo general, de copias de cuadros célebres realizadas con mucha finura —
La Gioconda, El Angelus, La retirada de Rusia, El almuerzo sobre la hierba, La lección de anatomía
, etc.—, en las que después pintó efectos más o menos acusados de bruma, consiguiendo una grisura imprecisa de la que emergen apenas las siluetas de sus prestigiosos modelos. La inauguración de la exposición en París, Galerie 22, en mayo de 1960, estuvo acompañada de una niebla artificial, que la afluencia de invitados, fumadores de puros o de pitillos, hizo aún más opaca, para mayor regocijo de los gacetilleros. El éxito fue inmediato. Le gastaron bromas dos o tres críticos, entre ellos el suizo Beyssandre, que escribió: «Los grises de Hutting no recuerdan el
Cuadrado blanco sobre fondo blanco
de Malevitch, sino más bien el combate de negros en un túnel tan estimado por Pierre Dac y por el general Vermot». Pero casi todos se entusiasmaron con lo que uno de ellos llamó ese
lirismo meteorológico
que, según él, colocaba a Hutting al nivel de su célebre casi homónimo Huffing, el campeón neoyorquino de
L’arte brutta
. Hábilmente aconsejado, Hutting se quedó cerca de la mitad de sus telas y aún hoy se niega a desprenderse de ninguna de ellas, si no es en condiciones exorbitantes.
Hay tres personas en este saloncito. Una de ellas es una mujer de unos cuarenta años; está bajando la escalera que conduce al altillo; viste un conjunto tipo mono de piel negra y lleva en las manos un puñal oriental, primorosamente labrado, que limpia con una gamuza. Según asegura la tradición, este puñal es el que sirvió al fanático Sulayman el Halebi para asesinar al general Jean-Baptiste Kléber en El Cairo el catorce de junio de mil ochocientos, cuando el genial estratega, dejado por Bonaparte en Egipto, tras el éxito a medias de su célebre campaña, acababa de responder al ultimátum del almirante Keith llevándose la victoria de Heliópolis.
Los otros dos ocupantes están sentados en dos pufs. Son un matrimonio de unos sesenta años. La mujer viste una falda patchwork, que le llega a las rodillas, y unas medias de mallas muy anchas; aplasta su cigarrillo, manchando de rojo un cenicero de cristal cuya forma evoca una estrella de mar; el hombre lleva un traje oscuro a rayas rojas muy finas, una camisa azul pálido y, haciendo juego con ellos, una corbata y un pañuelo en el bolsillo superior de la chaqueta azules con rayas rojas; su cabello entrecano está cortado a cepillo. Tiene sobre las rodillas un pequeño opúsculo titulado
El código impositivo
.
La joven del mono de piel es la secretaria de Hutting. El hombre y la mujer son unos clientes austriacos. Han venido ex profeso de Salzburgo a negociar la compra de una de las
brumas
más valoradas de Hutting, la que tuvo por modelo nada menos que
El baño turco
, copiosamente provisto de vapor gracias al tratamiento que le impuso Hutting. La obra, vista de lejos, se parece curiosamente a una acuarela de Turner,
Harbour near Tintagel
, que Valène, en la época en que le daba clases a Bartlebooth, mostró varias veces a su alumno como ejemplo perfecto de lo que se puede llegar a hacer en acuarela y de la que el inglés fue a hacer una copia exacta a Cornualles.
Aunque rara vez está en su domicilio de París, ya que reparte su tiempo entre un
Loft
neoyorquino, una casona en Dordoña y una masía cerca de Niza, Hutting ha regresado a la capital para asistir a la recepción de los Altamont. En este preciso instante está trabajando en una de las habitaciones de arriba, en la que ni que decir tiene que está terminantemente prohibido molestarlo.
Durante mucho tiempo, el pisito de dos habitaciones del quinto izquierda estuvo ocupado por una señora sola, la señora Hourcade. Antes de la guerra trabajaba en una fábrica de cartonajes, en la que se hacían fundas para libros de arte, con cartón bien forrado de seda, piel o imitación ante y títulos grabados en frío, archivadores, estuches publicitarios, objetos de escritorio, álbumes en tela de color rojo oscuro o verde imperio con filetes de oro fino, cajas fantasía —para guantes, cigarrillos, bombones, dulces de fruta— pintadas con estarcido. Evidentemente, Bartlebooth le encargó a ella, en mil novecientos treinta y cuatro, pocos meses antes de su marcha, las cajas en las que Winckler debía meter sus puzzles, a medida que los fuera haciendo: quinientas cajas absolutamente idénticas, de veinte centímetros de largo, doce de ancho y ocho de alto, de cartón negro, cerradas con una cinta negra que Winckler sellaba con lacre, sin otra indicación que una etiqueta oval que llevaba las iniciales P. B., seguidas de un número.