La vida, el universo y todo lo demas (23 page)

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Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La vida, el universo y todo lo demas
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- Me temo - dijo al cabo - que la Pregunta y la Respuesta se excluyen mutuamente. El conocimiento de una impide lógicamente la aprehensión de la otra. Es imposible que puedan conocerse ambas en el mismo Universo.

Hizo otra pausa. La decepción asomó al rostro de Arthur, acomodándose en su lugar acostumbrado.

- A menos que, si eso ocurriera - dijo Prak, tratando de ordenar una idea -, la Pregunta y la Respuesta se anularan mutuamente llevándose consigo al Universo, en cuyo caso quedaría sustituido por algo aún más extraño e inexplicable - y añadió con una débil sonrisa -: Pero hay en ello cierta cantidad de Incertidumbre.

Esbozó una sonrisita.

Arthur se sentó en un taburete.

- Pues vaya - dijo con resignación -, esperaba que hubiese alguna razón.

- ¿Conoces la historia de la Razón? - preguntó Prak.

Arthur dijo que no, y Prak afirmó que sabía que no la conocía. Se la contó.

Dijo que una noche apareció una nave en el cielo de un planeta por el que nunca se había visto ninguna. El planeta se llamaba Dalforsas; la nave era en la que estaban.

Surgió como una estrella nueva y brillante que se movía silenciosa por el firmamento.

Tribus primitivas que se sentaban acurrucadas en las Laderas del Frío levantaron la vista de sus humeantes copas nocturnas y señalaron con dedos temblorosos, jurando que habían visto una señal, un signo de sus dioses que les indicaba que debían levantarse al fin y matar a la maligna Princesa de las Llanuras.

En las altas torres de sus palacios, la Princesa de las Llanuras alzó la vista y vio la estrella brillante, que sin lugar a dudas interpretó como una señal de los dioses para atacar a las malditas tribus de las Laderas del Frío.

Y entre ambos, los Habitantes del Bosque miraron al cielo y vieron la señal de la nueva estrella; sintieron miedo y recelo, pues aunque nunca habían visto antes nada parecido, sabían exactamente lo que presagiaba, e inclinaron la cabeza con desesperación.

Sabían que cuando llegaran las lluvias, habría una señal.

Cuando las lluvias terminaran, habría una señal. Cuando el viento se levantara, habría una señal. Cuando el viento cesara, habría una señal.

Cuando en aquella tierra naciera una cabra con tres cabezas a media noche de un día de luna llena, habría una señal.

Cuando a alguna hora de la tarde naciera en aquella tierra un gato o un cerdo enteramente normales sin ninguna complicación en el parto, o incluso un niño con nariz respingona, eso también se tomaría a menudo como una señal.

De modo que no cabía duda alguna de que una estrella nueva en el cielo era una señal de un tipo particularmente espectacular. Y cada nueva señal significaba lo mismo: que la Princesa de las Llanuras y las Tribus de las Laderas del Frío estaban a punto de armar otro alboroto.

Eso no sería tan malo si la Princesa de las Llanuras y las Tribus de las Laderas del Frío no decidieran siempre armar jaleo en el Bosque, y si en los enfrentamientos no llevaran siempre la peor parte los Habitantes del Bosque, aunque por lo que les concernía nunca habían tenido nada que ver en ello.

Y a veces, después de algunos de los peores atropellos, los Habitantes del Bosque enviaban un mensajero al jefe de la Princesa de las Llanuras o al de las Tribus de las Laderas del Frío exigiendo saber la razón de aquella conducta intolerable.

Y el jefe, cualquiera que fuese, llevaba al mensajero aparte y le explicaba la razón despacio, cuidadosamente, prestando gran atención a todos los detalles.

Y lo terrible residía en que era una razón muy buena. Muy clara, muy sensata y firme.

El mensajero bajaba la cabeza sintiéndose triste y estúpido por no haber comprendido la complejidad y dureza del mundo real y las dificultades y paradojas que había que aceptar si se vivía en él.

- ¿Comprendes ahora? - decía el jefe. El mensajero asentía en silencio.

- ¿Y entiendes que estas batallas debían librarse?

Otra seña muda.

- ¿Y por qué debían llevarse a cabo en el Bosque, y por qué son en beneficio de todos, incluso de los Habitantes del Bosque?

- Pues...

- A la larga.

- Pues, sí.

El mensajero comprendía la razón y volvía al Bosque con su gente. Pero al acercarse a ellos, al caminar por el Bosque, entre los árboles, descubría que lo único que recordaba de la Razón era lo tremendamente claro que le había parecido la argumentación. No recordaba en absoluto de qué trataba.

Lo que, por supuesto, constituía un gran alivio cuando las Tribus y la Princesa entraban en el Bosque a sangre y fuego, matando a todos los Habitantes del Bosque que se presentaban a su paso.

Prak hizo una pausa en la historia y tosió lastimosamente.

- Yo fui el mensajero - anunció - a raíz de las batallas provocadas por la aparición de vuestra nave, que fueron particularmente feroces. Murieron muchos de los nuestros. Creí que podía llevarles la Razón. Fui ante el jefe de la Princesa, que me la dijo, pero a la vuelta se me escapó de la mente fundiéndose como nieve al sol. Eso fue hace muchos años, y desde entonces han pasado muchas cosas.

Miró a Arthur y volvió a sonreír con mucha dulzura.

- Hay otra cosa que recuerdo por la droga de la verdad. Aparte de las ranas; es el último mensaje de Dios a la creación. ¿Te gustaría saberlo?

Por un momento no supieron si tomarle en serio. - Es verdad - afirmó -. Auténtico. Lo digo en serio.

Su pecho se hinchaba débilmente, pugnando por respirar. Su cabeza oscilaba despacio.

- Cuando me enteré de lo que era no quedé muy impresionado, pero al recordar ahora la impresión que me produjo la Razón de la Princesa y cómo lo olvidé por completo poco después, creo que será mucho más útil. ¿Os gustaría saber de qué se trata? ¿Os gustaría?

Asintieron en silencio.

- Lo sabía. Si tenéis tanto interés, os sugiero que vayáis a buscarlo. Está escrito en letras de fuego de diez metros de alto en la cima de las Montañas de Quentulus Quazgar, en la tierra de Sevorbeupstry, en el planeta Preliumtarn, el tercero a partir del sol Zarss en el Sector Galáctico QQ7 Activo J Gamma. Está guardado por el Lajestic Vantrashell de

Lob.

Tras ese anuncio hubo un largo silencio que Arthur rompió al cabo.

- Disculpa, ¿dónde está? - preguntó.

- Está escrito - repitió Prak - en letras de fuego de diez metros de altura en la cima de las Montañas de Quentulus Quazgar, en la tierra de Sevorbeupstry, en el planeta

Prehumtarn, el tercero...

- Perdona - dijo Arthur otra vez -, ¿qué montañas?

- En las Montañas de Quentulus Quazgar, en la tierra de Sevorbeupstry, en el planeta...

- ¿En qué tierra? No me he enterado.

- En Sevorbeupstry, en el planeta...

- ¿Sevorve qué?

- ¡Oh, por amor de Dios! - exclamó Prak, muriendo irritado.

En los días siguientes Arthur pensó un poco en aquel mensaje, pero al final decidió no dejarse arrastrar por él e insistió en seguir su primitivo plan de buscar un mundo agradable en alguna parte para establecerse y llevar una vida retirada. Tras haber salvado el Universo dos veces en un solo día, pensaba que en adelante podía tomarse las cosas con un poco más de calma.

Le dejaron en el planeta Krikkit, que volvía a ser una vez más un mundo bucólico e idílico, aunque las canciones le ponían nervioso a veces.

Pasaba mucho tiempo volando.

Aprendió a comunicarse con los pájaros y descubrió que su conversación era fantásticamente aburrida. Versaba exclusivamente sobre la velocidad del viento, la amplitud de las alas, las relaciones entre fuerza y peso, y bastante sobre bayas.

Lamentablemente, descubrió que una vez aprendido el lenguaje de los pájaros, uno comprende en seguida que el aire está repleto de él en todo momento: nada más que un soso parloteo pajaril. No hay manera de ignorarlo.

Por esa razón abandonó Arthur el deporte y aprendió a amar la tierra y a vivir de ella, pese a que allí también oía el soso parloteo.

Un día paseaba por los campos tarareando una melodía apasionante que había oído últimamente, cuando una nave plateada descendió del cielo y aterrizó delante de él.

Se abrió una escotilla, se extendió una rampa y salió un ser extraño, alto, de color gris verdoso, que se le acercó.

- Arthur Phili... - dijo.

Le lanzó una mirada penetrante y luego consultó una tablilla de notas. Frunció el ceño. Volvió a mirarle.

- A ti ya te he pasado lista, ¿verdad? - preguntó.

FIN

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