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Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

La vida, el universo y todo lo demas (17 page)

BOOK: La vida, el universo y todo lo demas
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El cielo cantó y gritó con la rabia que le producía todo aquello y abofeteó el suelo con ondas de choque.

Y súbitamente, con un zumbido, la nave de Krikkit desapareció.

La fiesta vagó torpemente por el cielo como alguien que se apoyara contra una puerta inesperadamente abierta. Giró y tembló sobre sus motores a reacción. Trató de enderezarse y, en cambio, se torció. Volvió a tambalearse hacia atrás por el firmamento. Tales vacilaciones prosiguieron durante algún tiempo, pero era evidente que no podían continuar mucho tiempo. La fiesta ya estaba mortalmente herida. Había desaparecido toda la alegría, y eso no podía disimularse con cabriolas ocasionales y sin gracia.

En esa situación, cuanto más tiempo evitara el suelo, más fuerte sería el impacto cuando entrara en contacto con él.

En el interior las cosas tampoco iban muy bien. En realidad marchaban monstruosamente mal, y eso no le gustaba a la gente, que lo decía a gritos.

Habían hecho desaparecer el premio por El uso más gratuito de la palabra «Joder» en un guión cinematográfico serio, y en su lugar habían dejado una escena de devastación que a Arthur le hizo sentirse casi tan mal como un aspirante al Rory.

- Nos encantaría quedarnos y ser útiles - gritó Ford, abriéndose paso con dificultad entre los escombros irreconocibles -, pero no vamos a hacerlo.

La fiesta sufrió una nueva sacudida, provocando gruñidos y gritos enfebrecidos entre los restos humeantes del edificio.

- Tenemos que ir a salvar el Universo, ¿sabéis? - explicó Ford -. Y si os parece una excusa bastante inaceptable, tal vez tengáis razón. De todos modos, nos vamos.

De pronto encontró en el suelo una botella sin abrir, que no se había roto de milagro.

- ¿Os importa que nos la llevemos? - preguntó -. Vosotros no la necesitaréis. También cogió una bolsa de patatas fritas.

- ¿Trillian? - gritó Arthur con voz débil y asustada. No podía ver nada entre la humeante confusión.

- Debemos irnos, terrícola - dijo Slartibartfast, nervioso.

- ¿Trillian? - volvió a gritar Arthur.

Instantes después apareció Trillian, temblando y haciendo eses, apoyada en su nuevo amigo, el Dios del Trueno.

- La chica se queda conmigo - anunció Tor -. Se está celebrando una gran fiesta en Valhala y volaremos...

- ¿Dónde estabas cuando pasaba todo esto? - preguntó Arthur.

- En el piso de arriba - contestó Tor -. Estaba pesándola. Mira, volar es un asunto complicado, hay que calcular el viento...

- Ella viene con nosotros - afirmó Arthur.

- Oye - protestó Trillian -, yo no...

- No - insistió Arthur -, vienes con nosotros.

Tor le miró despacio, con ojos de ira. Daba mucha importancia a su aspecto divino, lo que no tenía nada que ver con estar limpio.

- Viene conmigo - dijo con calma.

- Vamos, terrícola - dijo nerviosamente Slartibartfast, cogiendo a Arthur de la manga.

- Vamos, Slartibartfast - dijo Ford, nervioso, mientras cogía al anciano de la manga.

Slartibartfast tenía el aparato teletransportador.

La fiesta se bamboleaba y daba tumbos, haciendo rodar a todo el mundo menos a Tor y a Arthur, que miraba tembloroso a los negros ojos del Dios del Trueno.

Poco a poco, de forma increíble, Arthur levantó lo que ahora parecían ser unos puños diminutos.

- ¿Quieres ver para qué sirven? - preguntó.

- Te pido minúsculas disculpas, ¿cómo has dicho?

- He dicho - repitió Arthur sin poder contener el temblor de su voz - que si quieres ver para qué sirven.

Movió los puños de manera ridícula.

Tor le miró con incredulidad. Entonces, una pequeña espiral de humo ascendió de su nariz. También había una llamita diminuta. Se cogió el cinturón.

Hinchó el pecho para que quedase absolutamente claro que ahí estaba la clase de hombre sobre el que uno no se atrevería a pasar a menos de ir acompañado de un grupo de sherpas.

Sacó del cinto el mango del martillo. Lo sostuvo en las manos para mostrar la maciza cabeza de hierro. De ese modo aclaró cualquier malentendido posible de que sólo llevara consigo un poste de telégrafos.

- ¿Acaso quiero - preguntó con un siseo que parecía un río que desembocara en una fábrica de acero - comprobar su utilidad?

- Sí - repuso Arthur con una voz súbita y extraordinariamente fuerte y agresiva.

Volvió a mover los puños, esta vez como si lo hiciera en serio.

- ¿Quieres hacerte a un lado? - sugirió a Tor con un gruñido.

- ¡De acuerdo! - aulló Tor como un toro rabioso (o, mejor dicho, como un Dios del Trueno enfurecido, lo que es mucho más impresionante), apartándose.

- Bien - dijo Arthur -, nos hemos librado de él. Slarty, vámonos de aquí.

23

- De acuerdo - gritó Ford a Arthur -, soy un cobarde, pero el caso es que aún estoy vivo.

Se encontraban de nuevo a bordo de la Nave Bistromática, junto con Slartibartfast y Trillian. La armonía y la concordia se hallaban ausentes.

- Pues yo también estoy vivo, ¿no? - replicó Arthur, demacrado por la aventura y la ira.

Sus cejas saltaban de un lado para otro, como si quisieran enzarzarse a puñetazos.

- ¡Casi no lo logras! - estalló Ford.

Arthur se volvió bruscamente a Slartibartfast, que estaba sentado en la butaca del piloto en la cabina de vuelo, mirando pensativo el fondo de una botella que, según parecía, le decía algo que él era incapaz de comprender. Apeló a él.

- ¿Crees que ha entendido la primera palabra que he dicho? - preguntó, temblando de emoción.

- No sé - repuso Slartibartfast en tono un tanto abstracto -. No estoy seguro de saberlo. Alzó la vista un momento y luego miró los instrumentos con mayor fijeza y perplejidad.

- Tendrás que explicárnoslo otra vez - añadió.

- Pues...

- Pero en otra ocasión. Se avecinan cosas horribles.

Dio unos golpecitos al vidrio de imitación del fondo de la botella.

- Me temo que en la fiesta nos comportamos de una manera bastante lastimosa - prosiguió -. Ahora, nuestra única esperanza es impedir que los robots introduzcan la Llave en la Cerradura. Lo que no sé - murmuró - es cómo demonios lo haremos. Tendremos que ir para allá, supongo. No puedo decir que me guste la idea en absoluto. Probablemente acabaremos muertos.

- Pero ¿dónde está Trillian? - inquirió Arthur afectando una súbita despreocupación.

Estaba enfadado porque Ford le había reñido por perder tiempo con todo el asunto del

Dios del Trueno cuando tendrían que haberse largado con mayor rapidez. La opinión de Arthur, que había expuesto para que cualquiera le diese el valor que a su juicio merecía, era que se había portado de una manera sumamente decidida y valiente.

El punto de vista preponderante parecía ser que su opinión no valía un par de riñones fétidos de dingo. Pero lo que le molestó de verdad fue que Trillian no reaccionara en sentido alguno, retirándose a alguna parte.

- ¿Y dónde están mis patatas fritas? - preguntó Ford.

- Trillian y las patatas están en la Cámara de Ilusiones Informáticas - informó

Slartibartfast sin levantar la vista -. Creo que nuestra joven amiga está tratando de asimilar ciertos problemas de la historia de la Galaxia. Me parece que las patatas fritas la están ayudando.

24

Es un error creer que cualquier problema importante puede solucionarse con ayuda de unas patatas.

Por ejemplo, una vez hubo una raza locamente agresiva llamada Monomaníacas Blindados Silásticos de Striterax. Ese era solamente el nombre de su raza. Su ejército se llamaba de un modo enteramente horripilante. Por suerte vivieron en una etapa primitiva de la historia de la Galaxia, anterior a las que hemos encontrado hasta el momento, hace veinte billones de años, cuando la Galaxia era joven y fresca y toda idea por la que mereciera la pena luchar era nueva.

Para la lucha era para lo que mejor servían los Monomaníacos Blindados Silásticos de Striterax, y como se les daba bien, lo hacían a menudo. Combatían contra sus enemigos (es decir, contra todo el mundo) y también entre sí. Su planeta era un desastre absoluto. La superficie estaba llena de ciudades abandonadas, cercadas por inservibles máquinas de guerra que a su vez estaban rodeadas de hondas trincheras en las que vivían los Monomaniacos Blindados Silásticos peleándose entre sí.

La mejor manera de entablar pelea con un Monomaníaco Blindado Silástico de Striterax era haber nacido. No les gustaba, se ofendían. Y cuando un Monomaníaco Blindado Silástico se enfadaba, alguien pagaba el pato. Cabría pensar que se trataba de un estilo de vida agotador, pero parecían poseer una enorme cantidad de energía.

El mejor medio de tratar con un Monomaníaco Blindado Silástico era dejarle solo en una habitación, pues tarde o temprano empezaba a golpearse a sí mismo.

Al fin comprendieron que aquello era algo que debían evitar, y dictaron una ley en la que se decretaba que todo aquel que utilizara armas en razón de su trabajo silástico normal (policías, guardias de seguridad, maestros de enseñanza primaria, etc.) debía pasar al menos cuarenta y cinco minutos diarios dando puñetazos a un saco de patatas para descargar la agresividad excedente.

Durante una temporada aquello dio buen resultado, hasta que a alguien se le ocurrió que sería mucho más eficaz y se desperdiciaría menos tiempo si, en vez de dar golpes a las patatas, se disparaba contra ellas.

Ello condujo a una renovación del entusiasmo por disparar contra toda clase de cosas, y todo el mundo estuvo muy excitado durante semanas ante la perspectiva de su primera guerra importante.

Otro logro de los Monomaníacos Blindados Silásticos de Striterax es que fueron la primera raza que consiguió sobresaltar a un ordenador.

Se trataba de un ordenador gigantesco, creado en el espacio, que se llamaba Hactar y que incluso en nuestros días se recuerda como uno de los más eficaces que se hayan construido jamás. Fue el primero en construirse como un cerebro natural, pues en él cada partícula celular albergaba en su interior la configuración del todo, cosa que le permitía pensar de manera más flexible e imaginativa y que, al parecer, también le puso en condiciones de sobresaltarse.

Los Monomaníacos Blindados Silásticos de Striterax libraban una de sus continuas guerras con los Tenaces Garguerreros de Stug, y no disfrutaban tanto de ella como de costumbre porque debían efectuar una enorme cantidad de recorridos fatigosos por los Pantanos de Radiación de Cwulzenda y por las Montañas de Fuego de Frazfraga, y no se encontraban cómodos en ninguno de ambos terrenos.

De manera que, cuando los Estrangulones Estiletantes de Jajazikstak se sumaron al conflicto obligándoles a luchar en otro frente, en las Cuevas Gamma de Carfrax y en las Tormentas de Hielo de Varlengooten, decidieron que ya estaba bien y ordenaron a Hactar que les proyectara un Arma Definitiva. Final.

- ¿Qué queréis decir con Final? - preguntó Hactar.

- Consulta un puñetero diccionario - contestaron los Monomaníacos Blindados Silásticos de Striterax, precipitándose de nuevo al combate.

De modo que Hactar proyectó un Arma Final.

Era una bomba muy pequeña; se trataba simplemente de una caja de empalme situada en el hiperespacio que, una vez activada, conectaba simultáneamente los corazones de todos los soles importantes para de ese modo convertir el Universo entero en una gigantesca supernova hiperespacial.

Cuando los Monomaníacos Blindados Silásticos intentaron utilizarla para volar un polvorín que los Estrangulones Estiletantes tenían en una de las Cuevas Gamma, se enojaron mucho al ver que no funcionaba y se lo dijeron a Hactar.

Al ordenador le había conmocionado la idea.

Intentó explicar que había pensado en el asunto del Arma Final llegando a la conclusión de que si no hacía explotar la bomba no era concebible que las consecuencias fuesen peores que si la hacía estallar, y que por tanto se había tomado la libertad de implantar un pequeño defecto en el funcionamiento de la bomba con la esperanza de que todo el mundo reflexionara fríamente y comprendiera que...

Los Monomaníacos Blindados discreparon y pulverizaron el ordenador.

Más tarde lo pensaron mejor y también destruyeron la bomba defectuosa.

A continuación, tras una pausa para aplastar a los Tenaces Garguerreros de Stug y a los Estrangulones Estiletantes de Jajazikstak, siguieron buscando un medio enteramente nuevo para volarse a sí mismos, lo que constituyó un profundo alivio para todas las demás razas de la Galaxia, en especial para los Garguerreros, los Estiletantes y las patatas.

Trillian había visto todo eso, así como la historia de Krikkit. Salió pensativa de la Cámara de Ilusiones Informáticas, justo a tiempo para descubrir que habían llegado demasiado tarde.

25

Incluso cuando la Nave Bistromática sobrevolaba su objetivo, situado en la cima de una pequeña colina en el asteroide de kilómetro y medio de anchura que describía una órbita solitaria y eterna en torno al cerrado sistema estelar planetario de Krikkit, sus tripulantes comprendieron que sólo llegaban a tiempo de presenciar un acontecimiento histórico inevitable.

No tenían idea de que iban a ver dos.

Quedaron impotentes, fríos y solos al borde de la colina, contemplando la actividad que se desarrollaba a sus pies. Lanzas de luz describían arcos siniestros en el vacío desde un lugar que sólo estaba a cien metros debajo y delante de ellos.

Miraron el acontecimiento cegador.

Una extensión del campo energético de la nave les permitía estar allí mediante una nueva explotación de la predisposición de la mente a que le gasten bromas: los problemas de caer a la masa diminuta del asteroide o de no poder respirar se convirtieron sencillamente en Problemas de Otro.

La nave blanca de Krikkit estaba situada entre los desolados despeñaderos del asteroide, destellando bajo los arcos luminosos o desapareciendo en la sombra. La negrura de las sombras marcadas que arrojaban los duros riscos ejecutaban una danza conjunta cuando los arcos de luz pasaban en torno a ellos.

Los once robots blancos llevaban en procesión la Llave Wikket hacia el centro de un círculo de luces oscilantes.

La Llave Wikket se reconstruyó. Sus componentes relucían y brillaban: el Pilar de Acero (o pierna de Marvin) de la Fuerza y del Poder, el Arco de Oro (o el corazón de la Energía de la Improbabilidad Infinita) de la Prosperidad, el Pilar Perspex (o el Cetro de Justicia de Argabuthon) de la Ciencia y de la Razón, el Arco de Plata (o Premio Rory por El uso más gratuito de la palabra «Joder» en un guión cinematográfico serio) y el ya recompuesto Pilar de Madera (o cenizas de un tronco quemado que simboliza la muerte del criquet inglés) de la Naturaleza y de la Espiritualidad.

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