La tumba de Hércules (25 page)

Read La tumba de Hércules Online

Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

BOOK: La tumba de Hércules
13.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Fuego!

El camión se inclinó hacia la izquierda de nuevo cuando Chase volvió a girar el volante. Pero no con la suficiente rapidez…

Todo el camión saltó como si le hubiese alcanzado un martillo gigante y la explosión resonó en cada centímetro de metal. Las ventanillas laterales se hicieron añicos.

—¡Oh, Dios mío! —gritó Nina—. ¡Nos han dado!

—¡Estamos bien, estamos bien!

Chase comprobó otro de los monitores, el de la cámara montada sobre el volquete que enfocaba el interior. Estaban dejando tras de sí una enorme columna de polvo… El proyectil había impactado dentro del volquete y había hecho pedazos una de las rocas.

—¡Le ha dado a las piedras de atrás!

Empezó a contar mentalmente. ¿Cómo eran de buenos los artilleros? ¿Cuánto tiempo les iba a llevar recargar?

—¡Creo que se acercan! —le advirtió Nina.

Chase miró el monitor trasero. Los tanques los perseguían rápidamente y se hacían más grandes en la pantalla. Un Leopard podía alcanzar los sesenta kilómetros por hora en terreno llano… podían ir más rápido que el camión.

Más rápido que un camión cargado…

—¡Nina! Esas palancas del volquete…

—¡Por todos los demonios! —lo interrumpió ella en tono acusatorio, sin poder creérselo—. ¿Todavía sigues pensando en eso?

—¡No, no! ¡Fue buena idea que no lo vaciaras antes! ¡Vuélcalo, vacía la carga! ¡Tenemos que ir más rápido y nos servirá de cortina de humo!

Habían pasado diez segundos y ninguno de los tanques había vuelto a disparar. Un cargador automático ya habría hecho su trabajo. O sea, que la recarga se estaba haciendo manualmente y eso era algo que, incluso para un personal bien entrenado en un tanque parado, era un proceso engorroso. Y los saltitos que iba dando el vehículo sobre el terreno empedrado añadirían otro par de segundos…

Nina se afianzó al panel de control con una mano y con la otra empezó a recorrer las palancas. Halló la que parecía la mejor candidata y la bajó.

Una alarma de aviso se puso a pitar al tiempo que se iluminaban unos pilotos rojos en el panel de control: no se recomendaba accionar el mecanismo de volcado mientras el camión estaba en marcha.

Pero tampoco se prohibía. Se escuchó un chirrido procedente de los sistemas hidráulicos de detrás de la cabina. Chase miró las pantallas. La cámara que enfocaba el interior del volquete estaba fija, por lo que el fondo parecía inclinarse bajo ella.

Las rocas se movieron…

—¡Fuego!

Chase volvió a virar, esta vez hacia la derecha. Nina fue propulsada hacia él…

Otro impacto los golpeó violentamente, mucho más fuerte que el anterior. Y al sonido de la roca haciéndose pedazos bajo el estrépito de la explosión, se le unió ahora el chirrido del metal herido. La cámara del volquete parpadeó y después volvió a la vida, revelando un agujero irregular en el fondo del volquete, que seguía elevándose.

Los artilleros estaban mejorando su puntería y trataban de atinarle a las ruedas traseras. El volquete había actuado de escudo gracias a que el sistema hidráulico lo había elevado. La parte trasera, más allá del eje, cubría parcialmente los neumáticos. Aunque los obuses podían penetrar a través de corazas más gruesas que el fondo del volquete, las rocas que transportaba habían absorbido toda la fuerza de la explosión.

Sin embargo, las rocas no iban a seguir allí mucho tiempo más, puesto que ya se estaban moviendo y resbalando a causa de la elevación del volquete…

Catorce segundos, contó Chase. A los ocupantes de los Leopard les había llevado catorce segundos recargar después de cada disparo. Ese era todo el tiempo del que disponía para diseñar un plan.

Suponiendo que sobreviviesen al próximo disparo del segundo tanque, que llegaría en cualquier momento.

Ya estaba girando el camión con fuerza hacia la izquierda de nuevo cuando Nina gritó la advertencia. Con el volquete parcialmente elevado, se había modificado el centro de gravedad del Liebherr; ahora estaba más arriba. Sintió que el inmenso vehículo se estremecía, a punto de perder el control, amenazando con volcar…

¡Bum!

Parte del techo de la cabina saltó por los aires cuando lo golpeó algo que no era el proyectil, sino metralla, un trozo de acero arrancado de la parte delantera del volquete, donde el obús había dejado un agujero que atravesaba el metal.

Enderezó el volante y volvió a darles la espalda a los tanques.

Catorce segundos para recargar…

El volante tembló bajo sus manos cuando la tierra que había en el volquete por fin sucumbió ante la gravedad y se deslizó por él.

Cuatrocientas toneladas de tierra, escombros y roca bajaron en cascada por la parte de atrás del camión. Se levantó un enorme montón de polvo, una nube impenetrable que enturbió la visión en todas direcciones. Los pedruscos saltaron entre la nube y marcaron sus propias líneas polvorientas en el aire, como si fuesen estelas de cometas. Golpearon el suelo del desierto y levantaron aún más tierra, antes de ser engullidas por la nube asfixiante.

Los dos tanques perdieron de vista al camión… y a todo lo que estaba tras la masa marrón opaca. Uno se giró para esquivar esa obstrucción; el otro se sumergió temerariamente en ella. A pesar de lo grande que era la nube, al rápido Leopard solo le llevaría unos segundos atravesarla, y los escombros que había arrojado el camión en su patético intento de bloquearlo solo serían unos molestos baches…

El conductor vio algo en su periscopio, una enorme forma oscura que, de repente, los amenazaba a través del polvo arremolinado, directamente delante de él, sobre él, pero ya era demasiado tarde para parar…

El arma principal se vio violentamente empujada hacia el interior de la torreta cuando el morro se estrelló contra un pedrusco tan grande como el propio tanque. El artillero evitó la decapitación por poco: el cañón pasó rápidamente sobre él, tras colarse justo entre las piernas del comandante del tanque, que estaba sentado, clavándose finalmente en la parte trasera de la torreta con un sonido metálico ensordecedor. Un momento después, la parte delantera del Leopard golpeaba la tremenda roca. El tanque se paró de forma considerablemente repentina.

—¿Les hemos dado? —preguntó Nina nerviosamente, mirando los monitores.

Lo único que podía ver era polvo, un rastro que todavía surgía en volutas desde el volquete, que ahora estaba en posición vertical.

Chase se arriesgó a mirar hacia atrás por la ventanilla lateral. Uno de los Leopards salió de detrás de la nube, esquivándola.

—Uno sigue en pie —la informó, volviendo a su posición para comprobar los monitores. No salió nada de la niebla que había detrás de ellos—. ¡Pero creo que le hemos dado al otro!

—¡Bueno, genial! ¡Es una pena que no tengamos otro camión lleno de rocas!

Chase estaba a punto de responderle con un comentario sarcástico cuando se le ocurrió algo: no tenían otro camión lleno de rocas. Pero sí que tenían un camión… Confirmó la posición del tanque que quedaba y después giró para alejarse de él.

—Sigue mirando esa pantalla —le dijo—. Grita en cuanto dispare.

—¡No podemos seguir esquivándolo para siempre! —dijo Nina.

El suelo del desierto fue oscureciéndose, tiñéndose gracias a los vestigios lodosos de un riachuelo que desembocaba en el delta.

—No será necesario —le dijo Chase, girando de nuevo el volante de un lado a otro para que el camión empezase a hacer movimientos serpenteantes—. Ya lo verás.

Nina hizo una mueca.

—No me gusta la manera en que has dicho eso… ¡aaaaaah!

Chase entendió eso como la señal de que el tanque había vuelto a disparar e inmediatamente forzó al camión a virar de la forma más brusca que pudo. El horizonte se inclinó delante de ellos y su ángulo se hizo más empinado cuando el camión empezó a elevarse. El volante temblaba por el bamboleo de los neumáticos, lo cual indicaba que las dos ruedas interiores del giro abandonaban el suelo…

¡Bum!

Una explosión, terriblemente cercana, pero en la parte más alejada del camión. El obús había pasado justo entre las ruedas frontales y traseras, bajo el camión, que casi vuelca.

Chase giró el volante para volver a colocar el T282B sobre las cuatro ruedas, pero siguió haciendo eses.

Catorce segundos.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Nina, con una mezcla de confusión y miedo al darse cuenta de que se dirigía directamente contra el tanque.

—Les lleva catorce segundos recargar —le dijo Chase—. Si podemos llegar a ellos en trece segundos, ¡podemos aplastarlos antes de que vuelvan a disparar!

—¡Y si nos lleva quince segundos, estallaremos por los aires! —objetó Nina.

El Leopard apareció ante ellos y Chase se dirigió de frente hacia él.

—¿Cuánto nos queda? —preguntó Nina.

—¡Cuatro segundos!

El camión y el tanque corrían directamente hacia el otro; ninguno reducía su velocidad.

—¿Unas últimas palabras? —preguntó Chase.

—¡Mierda, mierda, mierda!

El arma principal se elevó y apuntó a la cabina.

Chase soltó el volante y tiró de Nina para colocarla en su regazo, tumbándose encima para protegerla…

¡Colisión!

El Leopard pesaba cuarenta toneladas… pero, incluso descargado, el T282B era cinco veces más pesado y mucho más voluminoso.

El cañón del tanque se dobló como si fuese un tubo de cartón cuando se clavó en el cuerpo del camión y golpeó el implacable bloque diésel del interior. Un momento después, el camión subía por encima del frente inclinado del Leopard y apisonaba al tanque contra la tierra blanca hasta llegar a la base de su torreta. El Liebherr arrancó el cañón y lo aplastó bajo sus enormes ruedas. Lo dejó asomando desde el suelo en una retorcida forma de «u».

Superado el obstáculo, el camión volvió a pisar tierra, rebotando, y giró, con el volante suelto.

Nina abrió un ojo y se encontró en el regazo de Chase, con la cabeza cerca de los pedales. Sintió su peso sobre ella, inmovilizándola. No fue capaz de decir si se movía, o si siquiera respiraba.

—¿Eddie?

Un largo silencio.

—Creía que a alguien con tu educación se le ocurrirían unas mejores «últimas palabras» —se escuchó por fin.

Ella lo golpeó con las manos.

—¡Quítate de encima!

Chase se enderezó y dejó que Nina se levantara antes de volver a agarrar el volante. Enseguida se dio cuenta de que la dirección estaba dañada; la notaba floja, no respondía. Con algo de esfuerzo, consiguió enderezar el vehículo y vio a través del parabrisas roto que volvían a ir en dirección norte, hacia el delta.

Levantó el pie del acelerador…

Nina se pasó las manos por el pelo.

—¡Jesús! De verdad que creí que íbamos a morirnos ahí atrás.

Estaba a punto de empezar a soltarle una perorata a Chase para protestar por sus actos de locura cuando vio la expresión de su cara. Era una expresión que ya había visto antes.

Y nunca era buena señal.

—¿Qué?

Él señaló el suelo.

—¿Ves mi pie?

—¿Sí?

—¿Ves que no está en el acelerador?

—Pero seguimos… ¡oh, Dios mío!

Miró el salpicadero. Varios instrumentos habían sido alcanzados por las balas, pero el cuentakilómetros seguía intacto… y pudo ver la velocidad a la que iban.

—¡Vamos a más de sesenta kilómetros por hora!

—El acelerador está atascado —dijo Chase.

El pedal estaba clavado firmemente contra el suelo; ya había intentado levantarlo con el pie, sin éxito.

—Agárrate al asiento; vamos a tener baches.

—¿Más?

Pero lo obedeció y se agachó detrás de él.

Chase pisó el freno. El camión tembló y un fuerte chirrido salió de las ruedas. Observó los indicadores de temperatura. Uno ya no funcionaba, pero los otros tres se elevaron con velocidad preocupante hacia la zona roja.

La aguja del cuentakilómetros bajó un poco, pero no mucho.

Pisó con más fuerza. La cabina se estremeció y el poco cristal que quedaba en las ventanas se liberó por fin. La aguja vibró y bajó a trompicones, al tiempo que los indicadores de los frenos se disparaban hacia arriba…

Un sonido como el de un pedacito de metal en el tambor de una secadora los hizo encogerse. Se escuchó un fuerte estruendo y después algo repiqueteó contra la rueda que había bajo ellos y se desprendió.

Nina miró por fuera de la ventanilla. Salía humo del cubo de la rueda.

—¿Qué demonios ha sido eso?

—¡Los frenos!

Una de las agujas de la temperatura había bajado a cero de golpe.

—¡Se han quemado! —le dijo Chase.

Nina fue hasta allí y trató de empujar la palanca de cambio, forzándola para ponerla en punto muerto. Se negó a moverse.

—¡Joder!

Chase levantó un poco los pies de los frenos, esperando que la temperatura bajase y el camión siguiese reduciendo su velocidad, pero lo único que sucedió fue que el cuentakilómetros volvió a subir… y que la temperatura de los indicadores siguió en rojo.

—¡Cojones!

Cambió de táctica y pisó el freno con todas sus fuerzas. El camión se balanceó con violencia y el volante se retorció entre sus manos.

Algo crujió desagradablemente y después se escuchó un sonido sordo debajo del salpicadero. El volante se quedó quieto inmediatamente.

Las agujas de los frenos subieron más, pero el camión iba ganando velocidad…

Otro disco salió por los aires y trozos de acero al rojo vivo resonaron en el interior del cubo de la rueda. La aguja del cuentakilómetros volvió a subir.

Chase siguió con el pedal pisado a fondo, deseando en vano que los frenos que quedaban aguantaran intactos. No lo hicieron. Con pocos segundos de diferencia, estallaron por la presión, uno tras otro.

—¿No hay freno de mano? —preguntó Nina, sin ninguna esperanza en la voz.

—No.

Chase entrecerró los ojos para protegerse del viento y observó el paisaje que tenían delante. Si hubiese una cuesta con la pendiente suficiente, dirigiría el camión hacia ella y así haría que redujese su velocidad para que pudiesen saltar …

Había una candidata potencial a cierta distancia, hacia la derecha. Pero supo que no iba a conseguir llegar hasta ella cuando giró el volante… y no pasó nada. El volante ya no estaba conectado a nada… la columna de la dirección se había roto.

Chase lo miró fijamente, horrorizado.

Other books

Savage Enchantment by Parris Afton Bonds
Darksoul by Eveline Hunt
Christmas Catch: A Holiday Novella by Cameron, Chelsea M., The 12 NAs of Christmas
Safety by Viola Rivard
Robin and Ruby by K. M. Soehnlein
People of the Morning Star by Kathleen O'Neal Gear, W. Michael Gear
Point of Attraction by Margaret Van Der Wolf
RedBone 2 by T. Styles